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13/9/12

UN NUEVO IMPERIO EN EUROPA (I)

Los siglos VIII y IX fueron para Europa el período de la Edad Media en el que menos contaron los atractivos de las regiones mediterráneas en los proyectos de los pueblos del norte.  El avance imparable del Islam lo había llevado a través del norte de África y, en el 711, a España.  Incluso cruzó los Pirineos y continuó hostigando en el sur de Francia mucho después de que Carlos Martel derrotara a los sarracenos cerca de Poitiers, en el 732, y les impidiera seguir su ruta hacia el norte.  Al otro lado del Mediterráneo se cernía la amenaza sobre Constantinopla.  Preocupados por la supervivencia del imperio, a los emperadores de oriente apenas les quedaba tiempo para las cuestiones de los Balcanes.  Sin embargo, aquella cuña de eslavos paganos que se había introducido entre los cristianos de oriente y occidente era menos perjudicial que la política imperial iconoclasta, que provocó una fractura que perduraría durante más de un siglo (730-843).  El emperador liberó liria y el sur de Italia de la sujeción a la iglesia romana y los puso bajo la égida del patriarca de Constantinopla (731).  En roma el papa se veía obligado a mirar al otro lado de los Alpes para buscar un protector capaz de ocupar el puesto del emperador.  Antes de que terminara la controversia iconoclasta, el sur de Italia cayó bajo una oleada de musulmanes procedentes del norte de África, lo que hizo que el papado aún se sintiera más desesperado de retener el apoyo de los francos.  En estas condiciones, los pueblos de Europa, que daban por sentado que Roma o los romanos eran su fuente de inspiración, vieron que la carga de la Cristiandad y la iniciativa en materia política estaba en sus manos.
El rasgo más sobresaliente de la historia europea en este período es el dominio conseguido por la familia carolingia, primeramente como máximas autoridades del palacio real de Austrasia y después como reyes de los francos; ya al fin, como emperadores romanos.  Sin embargo, no había un objetivo coherente claramente visto y perseguido generación tras generación y, hasta el final de la dinastía, ni los gobernantes más previsores fueron capaces de dominar su insignificancia congénita.  La preeminencia alcanzada por los carolingios tampoco era cuestión de suerte ni siquiera de habilidad.  Se encontraban en una situación en la que debían actuar, puesto que eran los únicos en circunstancias de poder hacerlo.  Las energías que habían dejado en el continente europeo se concentraban en las tierras de Austrasia, a caballo sobre el Rin y en gran parte de lengua alemana, si bien comprendían también algunas tierras del antiguo imperio romano.  Aquí la familia carolingia ya se había establecido bajo el último rey merovingio realmente triunfante, Dagoberto I (629-638) y, en generaciones sucesivas, hubo miembros de la familia que actuaron como mayordomos de palacio o como duques , y originariamente se ocuparon de regentar las minorías reales.  A la muerte de Childerico II (675) no hubo ningún merovingio que ejerciera un poder auténtico.  Pipino de Heristal rigió los destinos de todos los reinos francos después del 687, pero sólo en calidad de mayordomo de palacio (y como maestro del rey), puesto que los reyes merovingios, por muy impotente que fuera, no podían prescindir de él.  Los habitantes de Neustria se sentían molestos con el dominio de Austrasia, Alamania y Baviera, remotos territorios del imperio franco, la dinastía real parecía ser un valioso freno para las ambiciones de los mayordomos de palacio.
En consecuencia, la familia carolingia se veía obligada a moderar sus ambiciones o a mantener el respeto tradicional que inspiraba la casa de Clodoveo y, dadas las circunstancias, podía hacer muy poco para detener la decadencia del imperio franco más allá del Rin, salvo en sus propias bases.  Sin embargo, en Austrasia, utilizaron sus extensos territorios para forjar fidelidades y recompensar servicios prestados, brindando obispados a los amigos y fomentando las fundaciones monásticas en un esfuerzo para consolidar su avance por tierras en las que vivían los todavía paganos frisios y sajones.  En estas actividades fueron ayudados por los evangelistas monásticos irlandeses y, más tarde, cada vez más por los ingleses.  La conversión de los pueblos ingleses e el siglo VII promovió un nuevo tráfico regular de cristianos a Roma que debían cruzar inevitablemente Austrasia.  Lo estragos causados por los sarracenos en el sur de la Galia también bloquearon de forma efectiva los antiguos caminos principales que iban desde la Galia a roma a través de Florencia, por lo que ahora las rutas principales debían atravesar los Alpes.  La conversión de los pueblos del norte y la afluencia de viajeros hacia el norte desde los Alpes propició la recuperación de Rhineland.  Así pues, a los ricos y poderosos gobernantes de Austrasia ahora les correspondía un nuevo deber, aparte de que u entusiasmo por la guerra y por la lucha contra los paganos hacía de ellos el único grupo franco capaz de restaurar las desintegradas fortunas de los francos.

Para saber más puedes leer:

HISTORIA MEDIEVAL DE LAS ESPAÑAS I aquí

HISTORIA MEDIEVAL DE LAS ESPAÑAS II aquí

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