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22/12/13

LA CONFECCIÓN DE MAPAS (II)

Desde los tiempos antiguos, en las predecibles condiciones del Mediterráneo, habían aprendido la ciencia de los vientos y de las estrellas.  A lo que parece, en los primeros tiempos no disponían de cartas y los marineros musulmanes no se servían de ellas.  Seguramente el descubrimiento de los usos de la brújula magnética llevó a la necesidad de trazar una carta precisa que pudiera ser empleada en conjunción con la misma, especialmente con la indicación de la escala.  Para servirse eficazmente de ella, sin embargo, el timonel debía conocer las matemáticas suficientes para hacer simples cálculos, así como servirse de una regla y de un par de compases de división.  No es de extrañar que fuera en Italia donde se abordaron primeramente estas condiciones, si bien los catalanes, y más particularmente los de Mallorca, gozaron muy pronto de fama de cartógrafos.  El atlas más antiguo con varios mapas que ha llegado hasta nosotros fue hecho en Mallorca para el rey Carlos V de Francia, en 1375.  Aquel ejemplar de regalo tuvo más posibilidades de sobrevivir que los simples pergaminos utilizados por los avezados pilotos del Mediterráneo hasta que, debido al uso, quedaban inutilizables.  Sin embargo, disponemos de bastantes ejemplares de cartas antiguas que nos demuestran que se experimentaron sucesivas técnicas y que, a lo largo de todo el siglo XIV, se fueron mejorando.  Como es lógico suponer, tanto en Venecia como en Génova hubo cartógrafos especializados que trazaron magníficos mapas.  El veneciano Marino Sanudo, que escribió acerca del problema de recuperar Tierra Santa, envió su obra al Papa acompañada de un conjunto de mapas apropiados, trazados por Pietro Visconte (alrededor de 1320).  El reconocimiento de lo mucho que faltaba por aprender para confeccionar buenas cartas sirviéndose de tablas de coordenadas para diferentes lugares condujo nuevamente a los eruditos a Ptolomeo, dado que éste ya se había enfrentado a dicho problema.  Poco a poco, los que trazaban mapas de territorios aprendieron la manera de pasar de presentar pequeñas zonas explorables al trazado de grandes regiones y de países enteros.  De Ptolomeo aprendieron la manera de hacer mapamundis y, puesto que los viajes de descubrimiento realizados en el siglo XV incorporaban nuevas tierras al mundo conocido, éstas tuvieron que figurar también en los mapas.  Por ejemplo, en el Portulano Laurentiano de 1351 aparecen las Canarias y, en el mapa hecho en Londres en 1448 por el veneciano Andrea Bianco, aparece la costa occidental de África.  Los navegantes debían aprender a hacer observaciones precisas de los lugares que visitaban si querían que los cartógrafos incorporasen sus descubrimientos a los mapas.

19/12/13

LA CONFECCIÓN DE MAPAS

Fue en los siglos XIV y XV cuando se dieron las condiciones para poder hacer mapas. De no haberse tenido alguna idea con respecto a su uso habría sido inconcebible la era de descubrimientos que se inició con Colón.  No es difícil percibir la importancia de este cambio en la cultura europea, lo que nos llevaría a admirar la prueba de mejoras en la técnica, la más notable de las cuales es la renovación del interés por la obra de Ptolomeo de Alejandría.  Jacopo d'Angelo de Scarperia, que trabajaba en Roma en 1406, tradujo su Geografía del griego al latín y al poco tiempo se trazaron nuevos mapas para esta traducción teniendo en cuenta otro texto obtenido en Constantinopla.  En la actualidad se conocen casi 50 manuscritos del siglo XV de esta traducción, todos ellos italianos, mientras que se imprimió por primera vez en 1475 y, con mapas, en 1477.  La profusión de ediciones italianas confirma la importancia del texto en la propia Italia, si bien en Alemania la obra despertó también gran interés, comos e ve por la edición de Ulm de 1482, para la cual fueron encargados nuevos mapas especiales.  La Cosmografía de Ptolomeo fue utilizada para enseñar el arte de hacer mapas por medios matemátios y los estudiantes demostraron su intención de aplicar sus enseñanzas en beneficio de sus contemporáneos y no simplemente de centrarse en la obra como anticuarios.  Se cree que Ptolomeo fue muy bien acogido en los círculos interesados en la aplicación de las matemáticas, que en el siglo XV incluían naturalmente, en Italia, a los artistas florentinos.  Las habilidades del artista, del delineante y, en el caso de la imprenta, del grabador, estaban estrechamente relacionadas.
Los mapas más primitivos, concebidos para facilitar una información más precisa con respecto a la distancia y a la dirección, surgieron en el siglo XIII como complemento de la navegación por mar, muy posiblemente en relación con el uso de la brújula magnética.  Esta ya era conocida en la Europa occidental por lo menos a finales del siglo XII, época en que fue descrita por vez primera por los estudiosos.  En 1270, Luis IX de Francia, que se encontraba navegando por la bahía de Cagliari, inquirió lleno de inquietud acerca de su posición, que le fue indicada en un mapa.  Resulta que la carta de navegar más antigua que ha llegado hasta nosotros fue hecha en Pisa alrededor de 1275, aun cuando la complejidad evidenciada en su ejecución hace probable que la técnica necesaria para compilarla se hubiera perfeccionado durante varios años antes de dicha fecha.  Para confeccionarla el cartógrafo necesitaba tener acceso a alguna obra de consulta que enumerara los puertos del Mediterráneo, con la situación de uno respecto a otro así como con la indicación de las distancias.  Dicha obra llamada Lo Compasso da Navigare, fue escrita aproximadamente en 1250.  Es probable, pues, que el arte moderno de hacer mapas fuera concebido a mediados del siglo XIII para uso de los marineros que necesitaban encontrar su rumbo.

18/12/13

LA INVENCIÓN DE LA IMPRENTA

A finales del siglo XIV, gracias a la disponibilidad de papel, hubo una gran producción de imágenes religiosas, para lo cual se utilizaban unos bloques de madera, algunos con letras grabadas.  La excelente acogida que tuvieron estos grabados impulsó a los artesanos a idear un procedimiento para multiplicar los ejemplares de textos escritos.  Los primeros estadios de los experimentos realizados, imposibles de documentar con precisión, determinaron cómo había que proceder para reproducir letras sueltas a partir de un molde único y qué metal había que utilizar, así como la manera de hacer el tipo dela letra.
Como eran diversas las habilidades requeridas, los artesanos se lanzaron a colaborar entre sí y, debido al carácter especulativo de la empresa, la colaboración desembocó en disputas.  En una de ellas suena por primera vez el nombre de Gutemberg, probable inventor del tipo móvil.  El libro impreso al que puede atribuirse una fecha es el Salterio de Maguncia de 1457.  Las otras ciudades en las que se realizaron labores de imprenta con anterioridad a 1460 fueron Estrasburgo y Bamberg. Durante el decenio siguiente la actividad pasó a otras ciudades alemanas, aparte de que hubo emprendedores artesanos alemanes que introdujeron el invento en algunas ciudades extranjeras, como Venecia, Roma y París.  En 1500 había más de 250 ciudades europeas que disponían de prensas, si bien donde el invento tuvo más éxito fue en las grandes ciudades comerciales como Venecia o Nuremberg, donde era evidente que importaba más la experiencia de los comerciantes que la pericia de los artesanos.
De las quince ciudades europeas de las que salieron más de 1000 incunables, ocho eran alemanas, cinco italianas y dos francesas, por lo que los alemanes seguían estando en cabeza por un estrecho margen.  La concentración de imprentas en grandes centros como Venecia, con 150 prensas, o París, con 50, refleja más la importancia de la distribución que la manufactura real con gran rapidez, especialmente gracias al uso de las xilografías.  El primer libro ilustrado, el Edelstein, salió de Bamberg en 1462.  También se hicieron grabados y las prensas tanto de varias ciudades alemanas como de Venecia reprodujeron mapas impresos.
La imprenta permitió que los libros especializados, como los de autores clásicos o las biblias en latín o en lenguas vernáculas, que exigían para su producción a ayuda de personal entendido, pudieran beneficiar a los compradores más exigentes.  La tradición erudita de la Italia del siglo XV explica por qué hubo allí impresores de varias ciudades que se dedicaron a tallar tipos griegos para imprimir libros.  La impresión de textos hebreos en ciudades italianas y españolas, algunas de las cuales carecían de prensas, refleja también un mercado local especializado.  El gran número de ediciones y de libros de erudición que surgió de la importancia de las reformas educativas fue significativo.
El éxito de los impresores obedeció a su capacidad de cubrir una demanda insatisfecha de obras de carácter religioso, desde biblias completas a xilografías a toda página de temas religiosos.  Tal vez pueda extrañar el elevado número de biblias vernáculas que aparecieron en el siglo XV: 18 ediciones en Alemania, 16 en Italia, así como versiones en catalán, checo y holandés.  La mayor demanda de Biblias correspondía a versiones latinas de la Vulgata (133 ediciones, de las que 71 eran alemanas) a precios tentadores y con textos muy cuidados.  Mucho menos importantes desde el punto de vista comercial eran los libros vernáculos, que si atraían a los clientes que sabían leer, tampoco se trataba de clientes muy eruditos.
Mientras que la demanda de textos latinos resulta lógica, los textos vernáculos producidos por los impresores atraen mayormente la atención de los estudiosos modernos por las indicaciones que nos dan con respecto a la naturaleza de la cultura popular en la época.  En general, los de mayor difusión fueron las novelas de amor en prosa, generalmente historias italianizadas procedentes del francés.  Sin embargo, en Italia se vendían bien (aunque ni de lejos tan bien como Cicerón) los tres grandes escritores toscanos: Dante, Petrarca y Bocaccio.  Otros títulos populares fueron los de carácter enciclopédico, como el Tesoro de Brunetto Latini o la obra épico-alegórica más reciente de Federico Frezzi, actualmente caída en el olvido. En España, los títulos vernáculos superaban a los latinos y los textos castellanos equivalían a tres veces los catalanes.  Las obras religiosas en lengua vernácula corresponden a la cuarta parte del total.  En francés, el mercado no sólo estaba abastecido desde París y Lyon y otros centros de Francia, sino también desde Ginebra y Brujas.  Había imprentas que producían libros de leyes, que contenían las costumbres locales o vidas de los santos locales.  En Ruán hubo un gran interés por la historia local.  La buena disposición a producir libros para el mercado queda demostrada sobre todo por la actividad de las imprentas de los Países Bajos, donde aparecieron libros en flamenco, francés, inglés y frisio.  En Inglaterra, las imprentas de Caxton y sucesores produjeron más textos vernáculos que en ningún otro sitio de Europa.

17/12/13

IMPORTANTES REINOS EN LA SOMBRA (II)

El poder que tenía Francia a finales del siglo XV quedó espectacularmente demostrado con el paso triunfal de Carlos VIII por Italia en 1494.  Hasta entonces, sin embargo, los reyes galos del siglo XV habían estado absorbidos por los problemas inherentes a mantenerse en la cúspide de sus familiares y de sus vasallos, los más grandes de los cuales, los duques de Borgoña y Aquitania, eran príncipes independientes que estaban fuera del reino.  Las deficiencias físicas y psicológicas de Carlos VI (rey 1380-1422) permitieron que en sus últimos años prevaleciera el desorden.  El rey de Inglaterra invadió Francia en 1415 antes aun de su muerte y, después de este hecho, se declaró una guerra abierta entre los partidarios de su hijo, Carlos VII, y de su nieto, Enrique VI de Inglaterra, que prolongó su agonía.  Carlos VII volvió a recuperar las posesiones inglesas de Francia y gracias a haber mejorado las cualidades de sus fuerzas militares.  Mientras tanto los poderes de los príncipes no pudieron ser frenados.  El final de la guerra con Inglaterra (1453) vino a sumarse a las continuas disputas domésticas.  El sucesor de Carlos VII, Luis XI (rey 1461-1483) fue adueñándose del reino de una manera gradual.  Su principal enemigo, Carlos el Atrevido de Borgoña, no sucumbió ante la violenta embestida directa de Luis sino ante su propia temeridad, al involucrarse en los asuntos suizos.  Afortunadamente para Luis, en su reinado se extinguieron varias ramas de su familia, por lo que sus posesiones fueron a parar a la corona como bienes mostrencos.  Su enfermizo heredero, Carlos VIII (rey 1483-1498), que probablemente no iba a ser el gobernante que más impresionaría a Europa con la renovada fuerza de la monarquía francesa, fue simplemente el primer rey que durante más de un siglo y medio estuvo en libertad de iniciar una política más que de reaccionar a ella.  Su insignificancia personal demostró de una manera aún más contundente que los recursos del monarca en hombres, dinero y ambición contaban más que ninguna de sus cualidades personales.
El poder de las grandes naciones después de 1494 no podía dejar en la sombra las grandes contribuciones de las gentes del Reino Medio -aristócratas, campesinos y ciudadanos que ocuparon las tierras de la Cristiandad, en una extensión que iba desde el Mar del Norte al Mediterráneo- y que formaron el eje de Europa en el siglo XV.  Sus hazañas pasaron de aquellas tierras a sus vecinos de ambos lados, salvo al suroeste, donde los otomanos habían establecido la frontera.  Aquellas gentes no formaban una sola unidad política ni gozaban tampoco de amplios poderes políticos, pero habían contribuido a que Europa se convirtiese en lo que ya era: edificaron sobre la obra de sus predecesores y proporcionaron una base para que otras generaciones pudieran construir sobre ella.  Poco importa, por tanto, si, adoptando una convención, calificamos de medievales sus hazañas o si, apropiándonos de ellas, las calificáramos de modernas, ya que lo único que demuestran es que al final de la Edad Media no hubo titubeos en la inspiración ni en los logros.

16/12/13

IMPORTANTES REINOS EN LA SOMBRA

El carácter espectacular de los hechos ocurridos en la zona del antiguo Reino Medio, Borgoña e Italia, en el curso del siglo XV, podrían crear una impresión errónea con respecto al futuro de dicha zona, ya que en el siglo XVI iba a quedar políticamente hablando en la sombra, por no decir totalmente barrida, por obra de las grandes potencias que estaban al margen de ella: España, los Habsburgo y Francia.  Hacia finales del XV las grandes potencias estaban preparadas para adueñarse del escenario, pese a que durante buena parte del mismo estuvieron reducidas a hacer bastante ruido pero a no evidenciar signos de una capacidad para llegar más lejos. La fuerza que más adelante tendría España, por ejemplo, descansaba en la unión de Castilla y Aragón, conseguida a través del matrimonio de los Reyes Católicos en 1479, y en las riquezas de América, acerca de las cuales nada se sospechaba todavía después del después del descubrimiento del Nuevo Continente, ocurrido en 1492.  Europa no estaba preparada para la preeminencia española.  Tan sólo los reyes de Inglaterra, en un pasado reciente, debido a los intereses que tenían en Gascuña, se habían preocupado de una manera sistemática de cultivar la amistad de los gobiernos españoles.  Hay que admitir que, desde las Vísperas Sicilianas (1282), Italia había tenido experiencias de la intervención aragonesa, que en un sentido sólo era un factor dela participación catalana general en la política mediterránea.  Sin embargo, en lo que a Italia se refiere, no era sino la más leve de las advertencias.  Sicilia, separada de Nápoles, apenas si constituía un gran peligro para el resto de la península.  Por otra parte, durante el siglo XIV Sicilia tuvo gobernantes propios, procedentes de la casa de Aragón, pero independientes, aunque al extinguirse la estirpe siciliana en 1409 fue el propio rey de Aragón el que pasó a gobernar directamente la isla. Lanueva dinastía aragonesa de Castilla, que gobernó después de 1413, también estuvo más interesada en los asuntos de la península Ibérica que en continuar la antigua política catalana en el Mediterráneo.  El hermano de Alfonso, Juan II, se vio obligado a ocuparse de serios disturbios en Cataluña, especialmente en Barcelona.  Los asuntos españoles eran complejos en la época que precedió a la conquista de Granada (1492) para que los monarcas españoles pudieran concentrarse sólo en las cuestiones extranjeras, como hizo el rey Fernando.
De la misma manera, Alemania en el siglo XV se volvió sobre sí misma.  Entre el período en que el movimiento conciliar suscitó grandes esperanzas de renovación eclesiástica y el de entusiasmo desatado con motivo de la intervención de Martín Lutero, la vida religiosa alemana probablemente fue menos volátil, aunque suficientemente intensa para reaccionar amargamente ante el fracaso de los príncipes del reino para conseguir un apoyo papal en el ataque de los abusos eclesiásticos.  En esta época, una parte del idealismo alemán discurría por canales seculares y se dirigía hacia determinadas casas principescas y hacia el propio imperio.  La debilidad militar del emperador Segismundo al tratar con los turcos musulmanes y los herejes husitas se convirtió en motivo de vergüenza para los alemanes respetables, aun cuando los proyectos de reforma no llegaron a ninguna parte sobre todo porque el longevo emperador Federico III de Habsburgo concentró sus energías en reunificar las dispersas tierras de su casa.  Destaca entre las contribuciones hechas por los príncipes al desarrollo de Alemania en esta época la fundación de gran numero de universidades, desde Viena (1365) y Heidelberg (1385) hasta Tubinga y Maguncia (1476).  Como resultado, todo principado alemán importante tuvo su propia universidad.
Aun cuando la naturaleza de los estudios no era radicalmente nueva y se suponía que los diplomados se dedicarían al servicio de los príncipes y prelados locales, el aumento en número de personas educadas en el país y el nuevo tipo de corporaciones creadas en una docena de ciudades importantes contribuyó a preparar un florecimiento cultural único.  La imprenta reunió a hábiles artesanos y a estudiosos, que valoraron la multiplicación de libros y que trabajaron en la preparación en el centro comercial más importante del norte delos Alpes y del este del Rhin, lugar de nacimiento y escuela de Albert Dürer (1471-1528), el único artista nórdico que resiste la comparación con Leonardo da Vinci.  También encontramos a los grandes cartógrafos y cosmógrafos, no porque se encontraran en el centro de los mismos descubrimientos sino porque podían hacer libros de todo el mundo conocido y recopilar la información que poseían a medida que iba apareciendo.

15/12/13

LOS ESTADOS RIVALES DE LA PENÍNSULA ITALIANA (IV)

En este esfuerzo para retener el poder del estado milanés, Sforza se vio secundado por Cosimo de Médicis, veterano de los políticos florentinos, que abandonó la antigua política florentina de hostilidad a Milán reconociendo que los tiempos habían cambiado y que Milán ya no amenazaba la independencia de Florencia.  Probablemente, de haberse desmembrado al estado milanés, habría sobrevenido un mayor peligro para la seguridad italiana como conjunto.  Pero Florencia también había cambiado.  En 1450 Cosimo disfrutaba de una preeminencia en la vida política que nada tenía que envidiar a ninguna posición oficial.  En tiempos de Gian Galeazzo, Florencia había estado regida por unas juntas, elegidas regularmente en el término de unos meses por los miembros más influyentes de los gremios, que debían impedir que nadie se hiciese con excesivos poderes.  La "tiranía" de Cosimo no era opresiva, pero su  auténtico poder era reconocido incluso en Florencia, aunque se mantuvo el complicado aparato de las juntas electivas para que se mantuviera también la ficción republicana.  Las razones de este cambio institucional en Florencia son complejas y discutibles, si bien hay que colocar entre ellas las nuevas responsabilidades de la ciudad-estado para un número de ciudades vecinas hasta entonces independientes, como Arezzo (obtenida en 1384) o Pisa (1406), adquisiciones que mejorarían la posición defensiva de Florencia en las guerras y su bienestar económico, particularmente para garantizar para la propia ciudad unos suministros de alimentos y materias primas.  Más conocida quizá que ninguna de esas innovaciones en relación con la Florencia del siglo XV fue la extraordinaria floración de energía creativa evidenciada con el osado plan de Filippo Brunelleschi para terminar la catedral con una enorme cúpula, así como la obra de Ghiberti y el joven pintor Masaccio, por no hablar además de las innovaciones eruditas de los cancilleres humanistas de Florencia, Coluccio Salutati, Leonardo Bruni y Poggio Bracciolini.  Ya entonces Florencia comenzó a atraer artistas y estudiosos de toda Italia, ávidos de aprender nuevas técnicas y de explorar una nueva dimensión de la conciencia humana.  Por otra parte, las deslumbrantes realizaciones de Florencia han contribuido a ocultar las contribuciones realizadas en el campo del arte y del saber por otros italianos de la época. La catedral de Milán, por ejemplo, planificada por Gian Galeazzo Visconti y centro de un debate internacional sobre los problemas técnicos involucrados, fue un impresionante edificio construido en el siglo XV que tuvo una profunda influencia en otras edificaciones italianas.  Pero la buena racha de Milán había cesado, mientras que Florencia había acrecentado su influencia sobre otros centros culturales italianos, usurpando el puesto del papado como protectora de las artes durante los días oscuros del cisma y del movimiento conciliar.  Sin embargo, todas las capitales de los estados italianos se convirtieron en centros de arte y cultura.  Enriquecidas gracias a su situación dentro de sus propias regiones y hermoseadas en honor de sus gobernantes, aquellas nuevas ciudades servían también para impresionar o para atemorizar a los vasallos de dudosa fidelidad.  Los nuevos gobernantes que se aprovechaban de las circunstancias favorables para labrarse una fortuna no tardaron en descubrir las posibilidades que encerraba su función, por lo que la cultura de sus respectivas cortes y la reconstrucción de la capital pasaron a ser cuestiones de prioridad fundamental. No hay capital italiana que no siga ostentando signos visibles de esta política, si ben fue Roma sobre todo la ciudad más afectada por ella.  Pese a haber sido la última ciudad que se benefició de este movimiento, los pontífices, al convertirse en dueños de los edificios, estuvieron en condiciones de importar a sus artistas y arquitectos de los centros establecidos, particularmente de Florencia.

12/12/13

LOS ESTADOS RIVALES DE LA PENÍNSULA ITALIANA (III)

No se ha estudiado en profundidad el gobierno local de los estados italianos en este período, aunque existen motivos para creer que en la península predominaban diferentes estilos.  Más importante que las variaciones es el hecho de que el autogobierno local de las ciudades sufrió en todas partes las presiones de un puñado de grandes centros metropolitanos que crearon varios estados regionales, lo que hace que Venecia no se encontrara sola ante nuevos problemas.  Aquella independencia comunal por la que se había luchado en el siglo XII había dejado de ser válida.  Había una docena de ciudades que se convirtieron en capitales de pequeños estados de variadas dimensiones, bajo una dinastía gobernante.  La dinastía más poderosa fue la de la familia Visconti de Milán, que había prevalecido sobre la familia rival de los Torriani en aquella carrera para dominar la ciudad más grande del continente italiano.  Milán había sido en el siglo IV una capital imperial y su arzobispo era el prelado italiano más poderoso al norte de Roma.  Los reyes alemanes habían visto en Milán a su principal enemigo en Lombardía, pero ni siquiera el hecho de arrasar la ciudad demostró otra cosa que una acción efímera de venganza.  Con las riendas en las manos firmes de la familia Visconti, Milán estaba segura de poder unir, como mínimo, toda la Italia Septentrional en un gran estado.  Gian Galeazzo Visconti, que en 1385 reunió en sus manos todo el dominio de los Visconti, extendió rápidamente sus posesiones incorporando el estado de Verona y Padua, perteneciente a los Carrara, y consiguió la soberanía de algunas ciudades de la Toscana, como Siena y Pisa (las dos en 1399).  Para confirmar abiertamente su posición adquirió el título de "conde de Milán", comprado al rey alemán.  Pese a todo, al morir inesperadamente en 1402, su imperio se vino abajo... aunque por poco tiempo.
Venecia había aprovechado la oportunidad de desbaratar las subsiguientes ambiciones milanesas antes de que el ducado recobrara nueva vida con Filippo María Visconti. Es posible que Gian Galeazzo hubiera querido abarcar demasiado  y es un hecho que alarmó a aquellos estados como Venecia y Florencia que tenían fe en su respectivo poder para defender su independencia.  Milán pasó a ser la fuerza potencial llamada a unificar el norte a convertirse en un temible tirano, dispuesto a pasar a la defensiva para mantener su posición.  Cuando Filippo María (duque 1412-1447) reconquistó parte de las posesiones de su padre, sus vecinos no lo perdieron de vista.  Como no tenía hijos varones, Filippo acabó mostrándose indiferente al futuro. Sin embargo, la lógica de la posición de Milán empujó nuevamente a los italianos del norte hacia un gobierno regional y, después de la muerte de Filippo María, su yerno, Francesco Sforza, gran capitán condottiero, exigió obediencia a los territorios que tenía bajo sus dominios.  La nueva dinastía (1450-1499) pasó a ser una fuerza conservadora dentro de la política peninsular.

11/12/13

LOS ESTADOS RIVALES DE LA PENÍNSULA ITALIANA (II)

El estado vecino de Nápoles era el papado y, nominalmente, éste era el señor de aquél.  Como principado eclesiástico, sus aspiraciones políticas variaron más que las de la mayoría de estados, porque dependían de un gobernante elegido de por vida, lo que excluía la continuidad existente en otras partes como resultado de unos intereses familiares.  Aparte de esto, a comienzos del siglo XV el Papa estaba distanciado de la política italiana por el Gran Cisma.  Una vez resuelto en 1417, un Papa perteneciente a la poderosa familia Colonna (Martín V, 1417-1431) hizo frente a los problemas políticos del estado de la manera práctica característica de las familias aristocráticas romanas.   Su sucesor veneciano, un antiguo abad cisterciense, Eugenio IV, no se encontró tan bien situado como él para continuar su política, particularmente porque se vio obligado a entrar en tratos con el nuevo Consejo de Basilea, que demostró ser muy quisquilloso.  En efecto, llegó a tener que abandonar Roma y no pudo volver a la ciudad hasta 1444.  Estaba preparado el escenario para el famoso último acto de la Iglesia medieval, el papado del Renacimiento: diez discutidos pontificados, la mayoría breves, en que las consideraciones políticas e incluso los hechos mundanos a menudo borraron toas las demás consideraciones hasta que Martín Lutero apareció en escena.  Los papas no eran necesariamente del gusto de los demás estados italianos de la época, pero estaban a la altura de las obligaciones de su cargo y en su época su reputación personal no perjudicaba en nada el respeto de que gozaba Roma en el extranjero.  La preocupación que sentían por el estado papal les parecía a los italianos que correspondía a un deber legítimo del papado y los pasos dados para restaurar la ciudad de Roma con nuevos edificios estaban inspirados en los entusiasmos intelectuales de los italianos del siglo XV.
Los papas de finales del siglo XV que se lanzaron a dominar la política italiana como un medio de restaurar el respeto a la posición de la Iglesia debían luchar con otros estados que poseían mucha menos justificación o tradición histórica detrás de sí.  El más poderoso y respetado fue Venecia, si bien en el pasado Venecia había sido una ciudad-estado aislada que poseía un pujante imperio marítimo en todo el Adriático y el Egeo, y no fue hasta el siglo XV que los venecianos se aventuraron a hacerse con extensos dominios en la Italia propiamente dicha.  Sus antiguas rivalidades con Génova en el mar la habían dejado tan debilitada que cuando, finalmente, se firmaron las paces de 1380, éstas no tuvieron ninguna intervención efectiva en lo que se refiere a tratar de limitar las ambiciones milanesas en la década siguiente.  Sin embargo, el peligro que Venecia representaba era tan evidente que, a la primera oportunidad, ocurrida al morir el dux Gian Galeazzo en 1402, los venecianos se apoderaron inmediatamente de Padua y de Verona, territorios que habían pertenecido a la familia Carrara.  Después de aquella aventura, los venecianos se lanzaron a nuevas conquistas y ampliaron sus fronteras hacia Milán, hasta el Adda, en 1429.  La Venecia del siglo XV era, pues, una nueva potencia italiana que surgía de su exótico pasado bizantino, una realidad de la vida política italiana, una realidad desconocida, no puesta a prueba pero temida.  Había muchos venecianos, además, que se sentían inquietos ante aquel nuevo compromiso representado no por unos intereses marítimos sino terrestres, pero, como señalaba el dux Foscari, a los venecianos ya no les quedaba el recurso de desentenderse de Italia.  Su tradicional seguridad había dependido de las divisiones del continente y de la incapacidad por parte de cualquier otra potencia de presentar un frente unido o de cortar las arterias comerciales venecianas a través del valle del Po o al otro lado de los pasos alpinos. El éxito de la expansión milanesa a finales del siglo XIV amenazaba con situar la prosperidad veneciana bajo su merced.  Los venecianos tenían que restablecer su dominio restaurando el statu quo o resignarse a la decadencia, por lo que aceptaron el riesgo de avanzar hacia lo desconocido y de operar unos cambios en el orden de prioridades que tenían establecido.  Lo que debían aprender sobre todo era la forma de administrar las ciudades y territorios italianos, puesto que la única experiencia de gobierno que tenían era la que conocían por su dominio de los griegos o de los eslavos.

10/12/13

LOS ESTADOS RIVALES DE LA PENÍNSULA ITALIANA

A diferencia de Borgoña y Suiza, la Italia del siglo XV parece ofrecer unos estados políticos establecidos según un modelo mucho más tradicional, si bien las apariencias aquí pueden ser engañosas.  Por ejemplo, el más grande de los estados italianos, el reino de Nápoles, databa de 1130 y, pese a ello, distaba mucho de ofrecer una imagen de continuidad estable. Después de 1282, Sicilia quedó separada del continente y fue gobernada por príncipes de Aragón.  Después de 1343 y casi por espacio de un siglo Nápoles no tuvo ningún gobierno estable.  Primeramente le tocó el turno a Juana I y a una sucesión de maridos y, después de ellos, de pretendientes y, hasta que Ladislao II se hizo cargo del gobierno, no hubo una continuidad política, si bien Ladislao se comportó más como un capitán de condottieri (mercenarios aventureros) de la época que como un rey, aparte de que su posición se vio más dificultada por la intervención del papado, preocupado entonces por la necesidad de poner fin al cisma de la Iglesia.  Al morir repentinamente Ladislao II en 1414, le correspondió el turno a su hermana, Juana II,  y a sus sucesivos maridos de gobernar Nápoles.  Durante gran parte de ese tiempo del gobernante de Sicilia, el rey Alfonso V de Aragón, estuvo aspirando a reunir las dos partes del antiguo reino, hecho que se produjo en 1442.  Nápoles, su centro principal, no era sino una parte de los dominios que se extendían en todo el Mediterráneo occidental.  Al morir, su hijo bastardo, Ferrante, permaneció en Nápoles, mientras su hermano, Juan II, gobernaba Sicilia y los demás estados del reino.  Así pues, el reino de Nápoles, el estado más extenso y afianzado de Italia, durante el siglo XV se vio sujeto a los cambios más curiosos y arbitrarios que se puedan imaginar en lo que a estilo de gobierno se refiere.  No es de extrañar que diera la impresión de ser un estado muy necesitado de tutela.  Hacia el final del siglo las reivindicaciones enfrentadas de los reyes de Francia y España a la sucesión de Ferrante desembocaron en un período de dominio extranjero en Italia.  Después de todo, las inquietudes de los italianos con respecto a Nápoles no estaban faltas de sentido.

9/12/13

APARECE SUIZA (III)

Sin embargo, la confederación carecía de instituciones comunes, defecto que no fue remediado, pero había adquirido una conciencia de realización y de compromiso que llevaría adelante durante el siglo siguiente, cuando la confederación pasó de una posición defensiva a otra más agresiva.  Así, los campesinos de Appenzell fueron aceptados como aliados después de obtener su independencia del abad de St. Gall (1411).  Cuatro años más tarde, Berna tomó las riendas y sometió al dominio suizo la ciudad de Aargau, perteneciente a los Habsburgo.  Estas tierras no estaban divididas entre sus miembros sino administradas conjuntamente.  A pesar de este compromiso común, los miembros de la confederación tenían muy pocos motivos para perseguir un gran acuerdo en política.  Los intereses de la ciudades en particular estaban en conflicto con los de los valles.  Así, a mediados del siglo XV, las ambiciones de Zurich de construir una ciudad-estado de importancia comparable a la de Berna en el oeste se vinieron abajo ante la resistencia de Schwyz y Glarus.  La guerra hizo notar al rey francés las cualidades combativas de los suizos y los introdujo en asuntos internacionales.  Los suizos eran conscientes de su fuerza y no tenían escrúpulos en lo que a utilizarla se refiere.  En 1460 fue ocupada Thurgay y, en 1466, Berna accedió a  hacer una alianza defensiva con la ciudad imperial de Mülhausen, que hubo de temer por su independencia, en manos del duque Segismundo de Austria.  De este modo los suizos volvieron a verse envueltos en los asuntos de los Habsburgo, y Segismundo, por su parte, con el duque de Borgoña, Carlos el Atrevido.  La derrota suiza de Carlos en la batalla de Morat en 1476 demostró la superioridad militar helvética sobre los mejores soldados de Europa.  Esta defensa decisiva de la independencia suiza abrió el camino a la aceptación de Friburgo y Solothurn como nuevos miembros de la confederación a través del acuerdo de Stans (1481).  Cuando, bajo Maximiliano, la confederación tuvo que luchar contra la liga de Suabia, el resultado fue un arreglo de cuentas final con el imperio, que concedió la independencia política suiza en todos los aspectos, salvo nominalmente (1499).  Inmediatamente después Basilea y Schaffhausen se incorporaron a la confederación (1501) y Appenzell se convirtió en miembro soberano con pleno derecho en 1513.  La fama de gentes pacíficas de que gozan los suizos en época moderna, pese a estar respaldada por el riguroso servicio militar que todavía sigue exigiéndose de los ciudadanos suizos, hace difícil hacerse una idea de la fama que tenían en el siglo XV los montañeses helvéticos.  De haber estado más unidos en aquel estadio, se habrían podido aventurar a servirse de su fuerza militar por cuenta propia para construir un imperio, tal como hicieron los suecos en el siglo XVII.  Sin embargo, el carácter local de su gobierno cantonal sujetó sus ambiciones dentro de unos límites y propuso a Europa un ejemplo diferente.  Ante el reto de las cambiantes condiciones de la época, reaccionaron insistiendo en su independencia y, al obrara de esta manera, incorporaron su indispensable voz a las complejas armonías de Europa con una sociedad que es todo un poema dentro de la Historia Contemporánea de nuestro continente.

8/12/13

APARECE SUIZA (II)

La fe que tenían las comunidades del valle en sus derechos tradicionales a la justicia como hombres libres y el carácter constitucional de sus privilegios imperiales los condujo de una manera natural a buscar nuevas confirmaciones reales de su posición de los rivales que tenía el imperio de los Habsburgo, Adolfo de Nassau (1297), Enrique de Luxemburgo (1309), con Unterwalden incluido a partir de entonces entre los otros y ahora todos ellos designados colectivamente como Waldstätte (cantones del bosque). Si los Habsburgo no podían oponer una resistencia abierta a esta situación, ciertamente que no renunciaban a sus ambiciones en la zona ni tampoco podían prever que los Waldstätte tendrían un verdadero futuro político.  Los Habsburgo habían comprado el señorío de Friburgo (1277), la ciudad de Lucerna (1264-1288) y Zug.  La oportunidad de una confrontación decisiva con la confederación surgió en 1315, en una época en que Federico de Habsburgo estaba comprometido en una lucha con Luis el Bávaro por la corona de Alemania.  El hermano de Federico, Leopoldo, planeó y dirigió una campaña contra Schwyz para castigarlos por un ataque al monasterio de Einsiedeln (del que los Habsburgo eran protectores), resultado de una larga disputa sobre los derechos a los pastos de las montañas.  Las huestes de Leopoldo sufrieron una decisiva derrota por parte de los soldados de Schwyz y Uri en Morgarten.  El hecho ganó fama internacional a los suizos y los impulsó a redactar una nueva constitución de su confederación en alemán, en la cual la alianza perpetua negaba explícitamente por vez primera los derechos señoriales de los Habsburgo dentro del territorio de la confederación.  Aquella manifestación palpable de sus objetivos y la demostración de su capacidad militar para derrotar a un ejército noble y poderoso permitió a la confederación sobrevivir durante los años sucesivos de incertidumbre.  Los Habsburgo, humillados pero no resignados, no tenían motivos para temer un apoyo real activo a los suizos, que se daban cuenta de que deberían velar por sus propios intereses.  A este fin necesitaban aumentar las dimensiones de la confederación si no querían verla ahogada entre Lucerna y el San Gotardo.
El primer paso consistía evidentemente en procurarse la adhesión de Lucerna.  En 1332 pasó a convertirse en aliada perpetua de la confederación y fue entonces cuando los Vierwaldstäter se unieron por vez primera, a pesar de lo cual Lucerna no dejó de ser una posesión de los Habsburgo ni tampoco cambió sus leyes para ingresar en la comunidad de justicia de la confederación.  Los Habsburgo no desafiaron este extraño pacto de su ciudad con sus enemigos jurados y hasta 1385 siguió siendo una ciudad de los Habsburgo.  De este modo la confederación rural demostró que podía aumentar su fuerza si encontraba una incorporación formal. Todavía más extraña fue la alianza establecida con Zurich en 1351.  Esa ciudad imperial había caído en manos de Rudolf Brun, nombrado burgomaestre perpetuo en 1336. Forzado a guerrear con los Habsburgo en 1350 gracias a los esfuerzos de unos cuantos ciudadanos exiliados, estableció un pacto con la confederación como enemiga declarada de los Habsburgo.  En la guerra que siguió, los territorios de los Habsburgo de Glarus y Zug también se unieron a los aliados contra su señor.  En la paz de Regensburg de 1355, aunque esos dos pasaron al dominio de los Habsburgo, éstos se vieron obligados a reconocer la existencia de la confederación.  Si ésta parecía haberse beneficiado muy poco territorialmente por aquella alianza de conveniencia de Zurich, de todos modos sobrevivió para obtener un reconocimiento forzado de su enemigo de siempre.  Durante ese mismo período, la ciudad-estado de Berna, en vías de expansión hacia el oeste, encontró ventajoso entrar a formar parte de un pacto perpetuo, acordado en 1353, para neutralizar a los suizos e impedir que ayudaran a los campesinos vasallos de Berna de los valles de Lütschine y Bodeli.   Ni Zurich ni Berna, que contaban con tradiciones propias de independencia urbana, consideraban su participación en la confederación como algo más que oportunismo y estaban muy lejos de considerar a los Habsburgo como enemigos inveterados.  Si embargo, en 1382 Bernaacudió a la confederación en busca de ayuda militar para la guerra que sostenía contra Rodolfo II de Keburg-Burgdorf, pariente de los Habsburgo.  Como resultado Berna descubrió que sus territorios habían pasado a ser adyacentes de las tierras de los Habsburgo por la parte norte.  Cuando, en 1385, Lucerna quiso aprovecharse de la situación para constituir un territorio propio, apoderándose de las tierras de los Habsburgo y desentendiéndose de las reivindicaciones de éstos sobre la ciudad, Leopoldo III decidió que había llegado el momento de la intervención decisiva, siempre que su autoridad no resultara menoscabada de manera manifiesta.  Los cuatro cantones forestales derrotaron a su ejército y dieron muerte al propio Leopoldo en la batalla de Sempach de julio de 1386.  En Nafels, en 1388, también fue derrotado por los campesinos de Glarus un ejército vindicativo capitaneado por Alberto III de Austria, hermano de Leopoldo.  Berna se aprovechó de la situación para hacerse con los señoríos de Büren y Nidau, pertenecientes a los Habsburgo.  En 1389 se negoció una tregua que se prolongó hasta 1415.  Laconfederación se había convertido en una fuerza poderosa y comprendía ocho Orte (territorios): Schwyz, Uri, Unterwalden, Lucerna, Zurich, Berna, Glarus y Zug.

5/12/13

APARECE SUIZA

Carlos el Atrevido de Borgoña vio frenadas sus hazañas por la intervención de Suiza, que en aquel tiempo ya había demostrado que, a pesar de lo reducido de su número, constituía una fuerza con la que era preciso contar.  Si las glorias del siglo XV deben mucho a los borgoñones, Suiza debe también considerar el siglo XV como uno de los más importantes de su historia.
Suiza es el estado político más extraordinario de Europa y su aparición en los siglos XIV y XV fue totalmente inesperada.  E 1291 la comunidad de Sxhwyz, la comunidad del valle de Uri y los montañeses de Unterwalden se juraron fidelidad, lo que presuponía ayuda y socorro mutuos, además de negarse a aceptar la jurisdicción de los jueces que formaban parte de los tribunales señoriales y que habían comprado sus cargos.  Dos siglos después de estos modestos inicios habían creado una comunidad política constituida por diez cantones relacionados, a los que se consideraba virtualmente independientes del imperio alemán.  ¿Cómo se llegó a esta situación?
Todo el territorio de la Suiza moderna se encontraba desde 1037 dentro de los límites del imperio germano, por lo que la suerte del imperio tenia que afectar forzosamente a su desarrollo.  Ni los obispados establecidos en la zona ni sus monasterios se habían hecho realmente independientes y parecía más bien que el destino del territorio dependía de las energías de un puñado de ambiciosas familias nobles.  En el siglo XIII, al igual que ocurrió en otros lugares del imperio, pudieron aprovechar la oportunidad de consolidar sus posesiones y de constituir une estado perdurable, además de promover también el crecimiento de las ciudades.  En el curso del siglo XIII el número de ciudades suizas pasó de 16 a 80.  Aun cuando el número parecía excesivo, es un hecho que la vida económica del país se desarrolló rápidamente durante este período y, de manera particular, las rutas entre el Rhin y el norte de Italia a través del paso de San Gotardo, que abrió acceso a la Suiza central por primera vez en la historia.  Esto centró la atención en el tránsito a través del paso de Stätt, cruzando los valles del Aare y del Reuss y al otro lado del lago Lucerna (Vierwaldstättersee), con sus poblaciones rurales -Schwyz, Uri y Unterwalden-, donde comenzaba Suiza, o Die Shweiz.  En el extremo norte, el miembro más notable de la familia de los Habsburgo, el conde Rodolfo IV, ya había consolidado la posesión territorial de la región en el momento de su elección como rey de los romanos en 1273. Aunque esto abría el camino hacia la subsiguiente gloria de su casa con la adquisición de Austria (1282), también lo distrajo de las ambiciones que al principio había puesto en Suiza, con lo que los helvéticos dispusieron de su oportunidad.  El fracaso de los Habsburgo dentro del imperio les ofreció ventajas para tratar con los suizos y así fue cómo la confederación fue creciendo de una manera lenta e insegura.
La comunidad del valle de Uri había obtenido en 1231 de Federico II un privilegio gracias al cual quedó sometida inmediatamente al imperio, probablemente como reconocimiento de la importancia del paso del San Gotardo.  En la práctica acabó por significar que, por lo menos después de la muerte de Federico, sería la propia comunidad del valle la que nombraría a sus propios jueces.  En virtud de un privilegio concedido a Schwyz en 1240, Federico retiró la jurisdicción a la familia Habsburgo y puso a la comunidad del valle directamente bajo el imperio.  Sin embargo, la familia Habsburgo no reconoció el acta papal, puesto que había sido otorgada después de la disputa de Federico con el papado.  En la práctica no consiguieron impedir que la comunidad del valle administrase sus propios asuntos legales, hasta que la elección e Rodolfo IV como rey estableció la posibilidad de interferirse en virtud de sus poderes reales.  No está claro el peso opresivo que tenía el gobierno de Rodolfo sobre estos cantones.  Antes de morir, en 1291, prometió no nombrar a ningún hombre de origen servil juez de los hombres libres de Schwyz y, unos meses después de su muerte, los tres estados forestales (Schwyz, Uri y Unterwalden) hicieron el pacto permanente de asistencia mutua para defenderse de sus enemigos. Añadieron al mismo una cláusula en la que declaraban que no reconocerían a ningún juez que hubiera comprado el cargo o que no perteneciera al valle.  El pacto no estaba dirigido explícitamente contra los Habsburgo y es posible que se tratase de la renovación de otro pacto hecho con anterioridad, pero generalmente se admite que este acuerdo fue el primer paso encaminado a la formación de la confederación suiza (el Eidgenossenschaft).

4/12/13

APARECE BORGOÑA (II)

El comienzo de un movimiento tendente a crear un poder soberano en los Países Bajos puede hacerse remontar, sin embargo, al bisabuelo de Felipe el Bueno, Louis de Mâle, quien como conde de Flandes demostró que había recuperado suficiente autoridad para tratar con sus paisanos.  En efecto, no sólo ayudó a los patricios de las ciudades a superar los movimientos populares, sino que también alentó a las industrias rurales a disminuir la fuerza económica de las ciudades.  Por encima de todo, con el establecimiento de un tribunal supremo de apelación (1369), ofreció las ventajas de las grandes autoridades políticas: poner fin a los particularismos locales e imponer de forma efectiva normas legislativas dentro de sus territorios.  Tanto él como sus herederos, los duques de Borgoña, consideraron las reclamaciones de independencia municipal como algo incompatible con sus objetivos políticos.  La situación decadente del comercio textil en Brujas a finales del siglo XVI facilitó al duque la imposición de unas regulaciones ducales sobre los comerciantes.  Lo que perdieron por sumisión a su autoridad lo compensaron con el hecho de que su jurisdicción en los Países Bajos comenzó a aumentar.  A sus posesiones en Francia (el ducado de Borgoña, los condados de Mâcon, Auxerre y Bar-sur -Seine) Felipe el Atrevido añadió Nevers, que su esposa heredó finalmente de su abuela.  Su legado incorporado a sus dominios de los Países Bajos, incluía las tierras de Artois, aparte de que en 1392 Felipe adquirió el condado de Charolais.
La disputa con el partido de Orleáns provocó durante un tiempo las reclamaciones de los borgoñones en relación con el ducado de Luxemburgo, donde tuvieron que luchar con la resistencia aristocrática local, respaldada por el emperador de Luxemburgo, Segismundo.  Sólo con el sucesor de Juan, Felipe, el duque adquirió los derechos hereditarios de Isabel de Görlitz y volvió a aceptar la sumisión de los luxemburgueses (1451).  El obispado de Lieja también soportó el peso de la influencia borgoñona desde los tiempos de Juan sin Miedo, pero el nieto de Juan, Carlos el Atrevido, siguió sintiéndose obligado a tratar cruelmente a los habitantes de Lieja (la ciudad fue saqueada en 1468) y su heredera renunció en 1477 a sus derechos sobre el principado-obispado.  La situación de principado salvó su independencia nominal, aunque en la práctica hubo obispos posteriores que colaboraron con los gobernantes de los Países Bajos.
Felipe el Bueno (duque 1419-1467) hizo todo lo posible para consolidar los Países Bajos, no tanto por herencia como a través de conquistas y bravuconadas.  En 1420 consiguió que su tía le devolviera Alsacia, en 1421-1429 adquirió Namur, afirmó sus reclamaciones en relación con Holanda y Hainault (así como sobre Frisia y Zelanda) en 1433 y sucedió a Brabante-Limburgo en 1430.  Al hacer las paces con el rey de Francia y renunciar a la venganza por el asesinato de su padre, consiguió la recuperación de algunas de las tierras de su abuelo, así como las ciudades de Somme, con Ponthieu y Boulogne-sur-Mer (1435).  Supo presentar adecuadamente sus reivindicaciones sobre Luxemburgo, mientras su hijo, Carlos el Atrevido, obtenía Alsacia como compensación por la ayuda militar a Segismundo de Habsburgo y se comprometía con Lorena en 1473-1475.  En 1472 tomó por la fuerza Guelders y Zutphen.  El duque nombró también a los obispos de Utrecht, Cambray, Tournai y Thérouanne.
Así pues, de manera sistemática y deliberada, los duques reunieron bajo un solo señor los diferentes territorios de los Países Bajos.  Si un tiempo aquellos estuvieron fragmentados y desordenados, ahora estaban unidos bajo el dominio de los duques.  Pese a que no hubo ningún intento de eliminar las tradiciones locales, la manifiesta resistencia evidenciada en las ciudades de Brujas (1436-1437) y Gane (1450-1453) resultó infructuosa.  A partir de 1442 se fomentaron las posibilidades comerciales de Amberes, con lo que ya era imposible evitar el declive de Brujas, provocado básicamente por la obstrucción del puerto.  La prosperidad de la región en conjunto permitió a los duques mejorar su posición financiera. Se estima que, en 1455, sus ingresos ascendían a 900.000 ducados anuales, aproximadamente igual que en Venecia, pero el doble que el papado o que los duques de Milán, sus rivales más próximos.  Aparte de sus ambiciones políticas, los duques eran mecenas espléndidos y exigentes en materia de música y pintura.  Aunque al final el poder borgoñón no dio lugar a un estado autónomo duradero, el núcleo del poder en los Países Bajos, heredado por los Habsburgo, confirió al emperador Carlos V, nacido en Gante, los recursos necesarios para dominar Europa en su momento de mayor esplendor (emperador 1519-1556).  La posición dominante de los Países Bajos sólo se vio comprometida, que no destruida, por las últimas guerras de religión.

3/12/13

APARECE BORGOÑA

Está fuera de toda duda que los gobernantes europeos más vistosos de mediados del siglo XV fueron los duques de Borgoña.  Sin embargo, Borgoña no era realmente la base de su poder y, dentro del reino de Francia, su título de duque no es representativo de su carácter soberano.  Se trataba de verdaderos aristócratas, que descendían de la casa real francesa y que en cada generación se habían casado con princesas aristocráticas, pese a todo lo cual fueron auténticos innovadores.  Quien labró originariamente su fortuna fue Carlos V de Francia, que obtuvo la mano de la heredera de Flandes para su hermano más pequeño, Felipe de Borgoña (el Atrevido), principalmente para impedir que la heredera se casase con algún enemigo de su reino (1369).  Felipe de Borgoña desempeñó su papel con bastante lealtad, pero los acontecimientos ocurridos en el reino de Francia no dejaron de frustrar las esperanzas últimas de Carlos V con respecto a los Países Bajos.  En lugar de verse absorbidos con el paso de las generaciones y sin esfuerzo alguno como una manera de continuar la política de Felipe IV por otros medios, en realidad los Países Bajos fueron unificados por el hijo de Felipe, Juan (Sin Miedo), y se transformaron  en un poderoso estado independiente.  La incapacidad del rey Carlos VI para gobernar su reino había descargado sobre los hombros de Felipe de Borgoña una carga adicional que él llevaba conscientemente y con dignidad, pero después de su muerte, su hijo, Juan, de quien se esperaba que cubriría su función dentro del reino y, como era lógico esperar, el hermano de Carlos VI, Luis de Orleáns, desafiaron sus pretensiones.  El reino quedó dividido como resultado de las lealtades políticas de los borgoñones y de los armagnacs (partido real capitaneado por el conde de Armagnac)  y, como resultado de este hecho, el duque de Borgoa se convirtió en una figura extremadamente discutida y se vio arrastrado a adoptar una posición mucho más independiente.  Se retiró, pues, de París y marchó a los Países Bajos, elegidos como base de su poder.  Juan, asesinado por el partido de Armagnac en 1419, fue vengado por su hijo Felipe el Bueno e hizo con Enrique de Inglaterra una alianza que permitió al rey imponer condiciones a Carlos VI.  La alianza anglo-borgoñesa subsistió hasta 1435, cosa que pesaba a Francia, ya que procuraba eludir el control de los ingleses.  Entretanto, Felipe usó aquellos años para ampliar su dominio político a los Países Bajos.

2/12/13

EUROPA EN EL SIGLO XV (III)

Las innegables ventajas aportadas por la paz y los príncipes excusaron hasta cierto punto la importancia dada a los acontecimientos políticos.  Pese a todo, el siglo XV pertenece culturalmente a hombres como Johann Guttenberg, a grandes pintores flamencos e italianos, a músicos como John Dunstable y Guillaume Dufay ya genios excéntricos como Leonardo da Vinci o Cirstóbal Colón.  El patronazgo de los gobernantes tuvo un gran peso en el éxito de sus empresas, pero la inspiración y maestría técnica de la que hicieron gala nada tuvo que agradecer a la política, salvo en el aspecto de que la relación entre los cortes y los artesanos fue esencial para la obra de aquellos personajes. La situación política había creado sociedades capaces de beneficiarse de estas habilidades.  No obedece al azar que surgiese la imprenta en las ciudades renanas alemanas o que fuera en Florencia y no en Siena o en Milán donde a principios del siglo XV la arquitectura, la escultura y las artes figurativas experimentaron una "renovación".  El éxito de la imprenta sirve para recordarnos también que aquí los príncipes contaban muy poco.  Lo que contó de verdad fue la demanda "masiva" de libros impresos, folletos y grabados y fue, por tanto, allí donde las masas alfabetizadas abundaban donde la imprenta cubrió una necesidad.  Y a la inversa, en este tipo de sociedades los hombres de mar y los visionarios no encontraban protectores.  Ni los genoveses ni siquiera los ingleses habrían podido sacar provecho de los descubrimientos de Colón, de haber sido realizados en nombre de ellos.  Una de las fuerzas de Europa en este período era que sus unidades políticas, pese a ser comparables, diferían considerablemente en cuanto a composición.  La diversidad de la cultura europea ha continuado siendo una de sus fuerzas, aunque también uno de sus rasgos más exasperantes.

1/12/13

EUROPA EN EL SIGLO XV (II)

Desde el punto de vista histórico, el siglo XV parece presentarse envuelto en un engañoso manto hecho de apariencias, con sus impresionantes aristócratas, sus devociones extravagantes, su iglesia internacional, su recuperación tradicional del antiguo orden.  Debajo de todas estas apariencias los historiadores descubren el vigor brutal de nuevas monarquías en ciernes, los primeros signos de una enseñanza religiosa radical, guerras de cañones y lanceros más que de caballeros, las realidad económica del dinero, del comercio y de la industria más que de los señores aristocráticos.  Durante mucho menos tiempo los historiadores han considerado el siglo XVI como un período que coincide con un nuevo desarrollo, mientras que el XV, que parece andar entre dos mundos y en el borde mismo de las innovaciones, es objeto de críticas por su negativa a precipitar los hechos, como si la panoplia de gobierno aristocrático no fuera otra cosa que un ofensivo engaño.  Desde este punto de vista, el duque de Borgoña, que vivía en medio de un caballeresco boato medieval, y los florentinos, que  trataban de escribir, pensar y vivir como los romanos de la lejana República, indican hasta qué punto se sentían incapaces o se mostraban reacios  hacer frene a su propia realidad.
Los europeos, en su mayor parte, habían sufrido en el siglo XIV desórdenes tan prolongados y penosos que muchos de ellos acogieron con agrado el restablecimiento del orden familiar legítimo, como el del papado (1417) para la iglesia universal o la coronación de Carlos VIII en Reims en 1429 en el caso de Francia.  en el propio imperio prevaleció la legitimidad sobre la elección al pasar la sucesión de Segismundo de Luxemburgo (emperador 1411-1437), y a partir de él y durante siglos a los Habsburgo (1439-1806).  En el este los Jagellones concedían nuevo poder a Polonia-Lituania y ofrecían el potencial de la unión dinástica con Hungría y Bohemia.
El renacimiento del poder otomano en los Balcanes bajo Murad II (sultán 1421-1451) no inspiró al momento ningún temor por las consecuencias que el hecho podía tener para Constantinopla y, cuando la ciudad cayó en manos del sultán Mehmet II en 1453, no por ello los europeos abandonaron sus preocupaciones.  Habían tenido que sufrir una buena tanda de disturbios y trataban desesperadamente de volver a disfrutar de un nuevo orden.  A través de sus edificios, pinturas y esculturas podemos medir el nivel de los resultados.  En el plano político les preocupaban menos los programas de reforma de los intelectuales, tal como aparecen formulados en el Concilio de Basilea (1431-1449), que la fórmula de gobierno aristocrático, con el que un señorío podía aportar a un estado muchos territorios rivales.  Cuando, después de las guerras anglo-francesas, el rey de Francia estableció la paz en su reino, los soldados mercenarios tuvieron que acudir a otros lugares en busca de empleo.  En beneficio de su propia seguridad, había otros estados que debían someterse también a disciplina.  Después de 1494 se iniciaron en Italia las guerras internacionales, demostrando con ello los peligros potenciales que surgían para el resto de Europa cuando reyes ambiciosos imponían la paz en su reino.  Sin embargo, probablemente sea una realidad el hecho de que, por muy terribles que fueran las guerras posteriores que se desencadenaron entre los soberanos, no hubo tantas matanzas, se produjeron más probabilidades de someter la guerra a control y, por ello, de emplear la diplomacia para poner fin a la misma  Las ciudades estaban protegidas por imponentes murallas y fortalezas, construidas para resistir el fuego de los cañones, fortificaciones que no fueron derribadas hasta el siglo XIX a fin de permitir la expansión urbana.  Los tiempos de los soldados saqueadores habían pasado a la historia y el coste de la guerra concedía mayor primacía a la defensa que a la agresión.  La experiencia de la verdad de esta situación en el siglo XV probablemente alentó a los hombres a poner sus esperanzas en el gobierno de los príncipes y a volverse más optimistas en relación con el futuro de los pueblos.

28/11/13

EUROPA EN EL SIGLO XV

La multiplicidad de reinos que se originaron en el siglo XIV confirieron mayor variedad institucional a Europa, pero complicaron las  relaciones internacionales.  Así pues, la guerra entre Francia e Inglaterra no sólo sirvió para salvar a Escocia y para fortalecer las aspiraciones nacionales francesas, como en el caso de Flandes y Bretaña, sino que se extendió también a España, donde Pedro I acogió con agrado el favor de los ingleses para luchar contra su hermanastro Enrique de Trastamara y donde los franceses, llamados por Enrique, acabaron por aposentarlo.  Con el tiempo, la superioridad de Castilla provocó la resistencia de los portugueses, los cuales se ganaron a su vez la colaboración de los ingleses.  En el este Alemania no pudo evitar las repercusiones de la guerra, pese a que sus divisiones hacían menos importante para cada bando ganarse la amistad de aquel país.  Mientras duró la guerra, el apoyo moral de los papas de Aviñón sirvió muy bien a los intereses de Francia, por lo que cuando en 1378 se produjo un cisma en la iglesia, fue explotado sin escrúpulos de ningún tipo por las dos facciones guerreras para dividir a la Cristiandad y para excusar nuevas campañas con el pretexto de combatir a los cismáticos.
Estas excusas no fueron nunca muy convincentes y desde el principio se hicieron muchos esfuerzos para suprimir el cisma, si bien parecía difícil de conseguir.  Habían surgido problemas auténticamente eclesiásticos y una gran parte del clero se mostraba reacio a restaurar un papado unido antes de sacar partido de su desorientación para hacer reformas.  Incluso para solucionar el cisma entre los dos papas, convencidos de su irrecusable autoridad, se precisaba originalidad e ingenio.  Hacía demasiado tiempo que la iglesia confiaba en el papado en lo relativo a las decisiones últimas, por lo que cuando éste, como ahora, no estaba en condiciones de decidir, la iglesia titubeaba.  En Bohemia, el desmoronamiento de la autoridad papal coincidió con las deficiencias de su rey Wenceslao, quien permitió que la opinión religiosa disidente aplastara el clero.  En otros lugares la herejía no triunfó con igual facilidad y el cisma acabó por ser resuelto cuando el escándalo de la división avergonzó hasta tal punto a la Cristiandad que la llevó a restablecer la unidad sin exigir un excesivo acuerdo sobre la reforma: la unidad formal de la Cristiandad era materia de primordial importancia.

27/11/13

LAS DINASTÍAS OCCIDENTALES (y IV)

Como resultado de todas estas actividades en Europa durante el siglo XIV y principios del XV, se hizo evidente que las naciones más pequeñas poseían la capacidad de resistir a los reyes más poderosos de la época, por lo que en lugar de que en Europa surgieran únicamente unos pocos grandes imperios continentales, como ocurrió en el siglo XVIII, las unidades políticas siguieron siendo en conjunto pequeñas y numerosas.  Algunos de estos estados no rebasaban las dimensiones de las ciudades que, las más de las veces como resultado de su situación marítima, demostraron ser lo bastante grandes para preservar su independencia en virtud de la fuerza ofrecida por el comercio.  Sin embargo, la mayoría de los estados necesitaban un territorio que fuera lo bastante grande para suministrar los recursos necesarios a sus poblaciones, y la homogeneidad derivada de unas instituciones legales y religiosas comunes.  Algunos de estos estados se agrupaban bajo unos mismos líderes, siempre que el hecho no comportase un menoscabo para sus identidades separadas.  El impulso religioso tanto del catolicismo como de la ortodoxia fomentaba el uso de las lenguas vernáculas locales para la oración y las devociones, de tal modo que la literatura producida en estas lenguas comenzó a infundir fuerza a esos pueblos al definirlos como grupos culturales.  La posición dominante asumida por el clero latino como pastor de sus rebaños se vio inevitablemente desafiada en su debido momento, por devociones de otro tipo accesibles a los laicos.  Nunca habían sido tan numerosos ni tan pintorescos, como en este período los reyes y los nobles, si bien para convertirse en el centro de la atención debían rivalizar con otros muchos personajes, no menos orgullosos que ellos de sus hazañas y proezas.  Fue un período que sentía respeto por las jerarquías sociales, pero que también se complacía en las flaquezas comunes a toda la humanidad, y que aceptaba que los papas y emperadores podían ser tan débiles como todos los demás seres. Así pues, en este tiempo subsistía un factor de realismo que hacía que la efectividad del poder fuera más importante que los ideales nominales.  Pocos eran los estados que se inquietaban excesivamente por la legalidad de su posición.  En Italia sobre todo, las ciudades-estado expandían sus fronteras de la mejor manera posible y sólo después se preocupaban de los títulos que pudieran arrogare.  Durante el Gran Cisma, a la Cristiandad le faltó un árbitro y un mediador que fuera universalmente aceptado.  Por consiguiente, todo aquello que no pudiera resolverse con las armas debía ser discutido y negociado.  Como resultado, el bienestar de la Cristiandad estuvo en manos de muchos y no reservado únicamente a unas pocas autoridades tradicionales.  Europa se había convertido en una sociedad política sumamente compleja.

26/11/13

LAS DINASTÍAS OCCIDENTALES (III)

Las experiencias de guerra, desórdenes, derrotas y desmembramientos dejaron únicamente la dinastía de los Valois como garantía de continuidad.  Pocos de sus representantes estaban personalmente a la altura de sus responsabilidades pero, cuando se apareció Dios a Juana de Arco para encargarle de que se asegurase de la coronación en Reims del lamentable Carlos VII (1429), revivió la lealtad francesa a la dinastía.  La fe en la provisión providencial divina en cuanto a proporcionar un sucesor varón a la corona iba a garantizar a partir de aquel momento la supervivencia del reino.
Para Inglaterra el otro resultado espectacular de la guerra con Francia era la supervivencia del reino independiente de Escocia.  Durante la segunda mitad de su reinado Eduardo I de Inglaterra (rey 1272-1307) había dispuesto en varias ocasiones el gobierno de Escocia de acuerdo con su voluntad, pero a pesar del buen resultado aparente en lo que se refiere a imponer soluciones, se demostró que su poder era ilusorio.  Su nieto, Eduardo III (rey 1327-1377) trató durante un tiempo de adueñarse de Escocia, pero estas intenciones inglesas con respecto a Escocia tropezaron con la decisión de los propios escoceses, resueltos a dirigir sus propios asuntos.
Pese a todo, los escoceses en 1300 no eran una nación perfectamente desarrollada.  No hacía más que una generación que su rey había obtenido de los noruegos el dominio de las Tierras Altas y de las Islas.  La fuerza de la monarquía se apoyaba en la llanura costera, en aquella estrecha franja de tierras comprendida entre el Clyde y el Forth, que se extendía por el norte hacia Perthshire y por el sur hasta los valles de los Borders.  Esta tierra había quedado convertida en una monarquía feudalizada a principios del siglo XII y su gobernante más poderoso, David I (rey de Escocia 1124-1153), había extendido temporalmente su frontera sur hasta abarcar en ella Northumbria, Cumbria y Lancashire hasta el Ribble.  Como era natural, estas invasiones habían provocado al rey de Inglaterra, incitándolo a tomar represalias.  Las victorias de Enrique II y de Juan se habían resuelto en sumisiones formales del rey escocés al inglés, lo que fue motivo para que Eduardo I reclamase el señorío de Escocia.  Los obispados escoceses necesitaban de una relación especial con Roma para liberarse de los intentos del arzobispo de York de anexionárselos a su provincia.  Por otra parte, eran michos los barones ingleses que tenían tierra en el sur de Escocia.  Si Eduardo I no se hubiera sentido tan ávido de definir y afirmar su papel, las perspectivas de fusionarse que tenían los dos reinos habrían sido buenas, pero su proceder perentorio despertó el resentimiento de los escoceses.
Escocia estaba demasiado apartada de las bases que el monarca de Inglaterra tenía en el sur y era demasiado pobre para resultar tentadora para los barones ingleses que iban tras las recompensas de la aventura militar.  Mucho mayor interés despertaban las guerras con Francia.  Pero Escocia, que se atenía a la alianza con Francia, estuvo en condiciones de continuar la lucha pese a su propia debilidad.  Bajo la dinastía de los Estuardo (1371), con arzobispos propios, St. Andrews (1472), Glasgow (1492), sus propias universidades (St. Andrews fue fundada en 1410, Glasgow en 1451 y Aberdeen en 1495) Escocia, aun siendo pobre, estaba resuelta o era capaz de resistir el dominio inglés y sólo se unió a Inglaterra cuando un rey suyo protestante, Jaime VI, heredó la corona del sur en 1603.

25/11/13

LAS DINASTÍAS OCCIDENTALES (II)

Inglaterra sufrió directamente la guerra sólo a través de incursiones y saqueos en las zonas costeras y en las regiones fronterizas, siempre agitadas. En realidad, la guerra de los Cien Años se libró en Francia y sobre ella escribieron escritores franceses en francés, el más distinguido de los cuales fue Jean Froissart, oriundo de Hainault.
El largo período durante el cual generaciones sucesivas de reyes ingleses renovaron la guerra hace probable el hecho de que tuviera profundas consecuencias en el desenvolvimiento político y social de Inglaterra, pero sería difícil aislar las consecuencias precisas del conflicto sobre los hechos cuando había tantos factores que también operaban.  El resultado más importante fue que el rey inglés acabó perdiendo hasta el más pequeño trozo de tierra francesa salvo Calais (ocupado por Inglaterra en 1347), lo que para el monarca francés representaba indudablemente un triunfo: se había librado de su vasallo más conflictivo y había incorporado nuevos territorios a su reino.  En el curso de los estadios finales de la guerra consiguió también imponer tributos a sus vasallos y mantener un ejército estable, todo lo cual lo dotó de un poder sin precedentes en su reino.  La monarquía de San Luis se transformó, pues, en un estado preparado para la guerra.  La ampliación de sus dominios, sin embargo, había hecho más difícil la tarea de gobernarlos.   La monarquía debía compartir algunos de sus poderes, si no con sus vasallos feudales, por lo menos con corporaciones de juristas funcionarios y capitanes del ejército.  Los infantes quedaron desdibujados o fueron absorbidos por la monarquía, hasta la extinción conveniente de sus dinastías, pero los privilegios de las provincias fueron graciosamente confirmados por los reyes a fin de atraerse el apoyo de las regiones que cubrían.  La monarquía triunfante de Carlos VII (rey 1422-1461) no era, pues, una simple restauración del estilo de gobierno de Felipe IV.  Y si el rey de Inglaterra había sido expulsado del reino, la provincia de Flandes, que Felipe IV había sudado sangre para conquistar, seguía esquivando el control real.  La misma Francia, finalmente, también había sufrido repetidas invasiones, pillajes, saqueos y devastaciones.  Francia había perdido sobre todo su posición preeminente en Europa.  La alianza francopapal, que había servido tan bien a los reyes franceses en el siglo XIII, no ofreció al monarca galo durante el Gran Cisma ninguna ayuda a través de la Cristiandad que no le dieran ya sus aliados seculares y, con la llegada del papado del Renacimiento, los reyes franceses no disfrutaron ya de favores especiales.  Así pues, los decenios de guerra tuvieron consecuencias muy profundas para el reino francés.  Las experiencias de guerra, desórdenes, derrotas y desmembramientos territoriales dejaron únicamente la dinastía de los Valois como garantía de continuidad.

24/11/13

LAS DINASTÍAS OCCIDENTALES (I)

La importancia de la historia de los diferentes pueblos de Europa oriental durante este período y el nuevo relieve de toda la zona en esta época indican hasta cierto punto los positivos aunque desiguales hechos que se produjeron en el siglo XIV.  Si nos trasladamos a occidente con puntos de vista renovados sobre dinastías, nobles, ciudades y naciones, es posible que estemos en condiciones de considerar aquella gran guerra entre los reyes de Inglaterra y Francia (la de los Cien Años) desde un prisma menos anacrónico que el que se suele emplear normalmente.  El enorme prestigio adquirido por los últimos reyes Capetos de Francia no se apoyaba en su fuerza real, sino en el hecho afortunado de haber sido los primeros gobernantes del continente que habían alcanzado una posición basada en un institución compleja y que disponían de abundante apoyo papal.  Felipe IV (rey 1285-1314), el más agresivo de estos gobernantes Capetos, tuvo que hacer frente al desafío de su vasallo más poderoso, el duque de Aquitania, Eduardo rey de Inglaterra, así como al desafío del propio Papa Bonifacio VIII, a quien exasperaba tener que admitir que la defensa del clero lo obligaba a tener que rechazar a Felipe.  Sin embargo, la enemistad del papado fue de corta vida, aparte de que la sucesión de papas en el sur de Francia, con residencia en Aviñón, permitió que los reyes franceses disfrutaran durante muchos decenios de una relación especial más estrecha con los pontífices.  El propio Papa se encargó de que Felipe y Eduardo hicieran las paces, aun cuando sus sucesores se enfrentaron con la imposibilidad de mantener durante mucho tiempo aquella paz y, si no en los hechos por lo menos en la actitud, en ocasiones se trató de una paz más bien beligerante.  Los recursos de los dos reyes eran totalmente desiguales, por lo que el poder de que disfrutaba el rey de Inglaterra se apoyaba en el hecho de encontrar a unos aliados dentro del reino de Francia dispuestos a secundar sus intervenciones.  El frente militar se desplazaba de acuerdo con las circunstancias y los objetivos oscilaban entre la reclamación por parte del rey de Inglaterra, que se consideraba con más derechos a ocupar el trono de Francia que el titular Valois, y peticiones más moderadas, pero igualmente inaceptables, de reconocimiento de su posición de soberanía en sus posesiones feudales.  En ambos casos estaba en juego la unidad estatal, que no había sido discutida hasta los tiempos de Felipe IV.  Este punto resultó problemático no sólo para el duque de Aquitania, sino incluso y en mayor medida para el conde de Flandes, en un primer momento, y para otros señores, como los duques de Bretaña y Borgoña, en otras ocasiones.  Los grandes príncipes de Francia, incluyendo en ellos al flamenco y al inglés, estaban todos emparentados.  Los buenos resultados del sistema del infantado en Francia habían surtido efecto durante una o dos generaciones en beneficio del rey, pero con el tiempo dieron nacimiento inevitablemente a diferentes ramas de la casa real.  Las rivalidades, que  no las diversidades, entrañaron conflictos, no tanto con la intención de desmembrar el reino, sino con la de otorgar a los príncipes una mayor libertad de acción que la que deseaba conceder el creciente ejército de siervos que estaban sometidos al rey. Los reyes de Inglaterra, que hicieron popular entre sus súbditos la guerra con Francia, tanto entre los vasallos de alto rango como entre los de condición humilde, se mantuvieron firmemente comprometidos hasta el final con lo que ellos veían como su función dentro del reino francés y de la casa real francesa.  Para ellos la guerra nunca se convertiría en la causa nacional que a veces fue para sus vasallos y que sería para la leyenda.

21/11/13

LA TRANSFORMACIÓN DE RUSIA (III)

La posición conseguida gracias al favor tártaro se vio amenazada cuando el imperio tártaro comenzó a debilitarse, al igual que ocurrió cuando la dinastía Mingpuso fin al gobierno mongol de la China en 1386.  Sin embargo, por espacio de un siglo aproximadamente, los tártaros todavía estuvieron en condiciones de mostrarse agresivos.  Su derrota en Kulikovo Pole en 1380 tuvo un carácter más simbólico que efectivo.  Desde su khanato en Kazán (establecido en 1445) provocaron disturbios en Moscú hasta 1535, año en que la ciudad fue tomada.  Los tártaros incluso hicieron prisionero a Basilio II en 1445, si bien es preciso admitir que fue un gobernante débil.  Los príncipes de Moscú también tuvieron que enfrentarse con otros gobernantes para poder hacerse con el liderazgo de los rusos, como los del Tver, que no acabaron de ser totalmente pacificados hasta 1484.  Se vieron obligados también a luchar contra los lituanos, contra una campaña de los cuales en 1368 se levantó en Moscú el muro de una ciudadela de piedra, el Kremlin, con Tugtamish, general vasallo de Tamerlán (1382), y contra los boyardos del principado, que por tres veces depusieron a Basilio II.  Pese a todo, Basilio II sobrevivió al reinado más turbulento de su familia y se hizo llamar soberano de todas las tierras rusas.  Fue en su tiempo que se estableció el primer metropolitano autoéfalo de la iglesia, al negarse los rusos a reconocer la unión formal de ortodoxos y latinos acordada en el Concilio de Florencia de 1438.  Cuando Constantinopla fue capturada por los otomanos, Iván III estaba dispuesto a considerarse el heredero legítimo de Roma y a imitar los ejemplos políticos de la familia de su esposa, Sofía Paleóloga.  Con todo, el desarrollo de la Rusia zarista corresponde propiamente hablando a la historia siguiente de Rusia.  A finales del siglo XV los rusos pensaban menos en los males que estaban por sobrevenir que en las miserias que acababan de pasar.  Durante los dos siglos de dominio mongol Rusia se había visto completamente transformada como resultado de la respuesta a aquella presión más que por el gobierno directo de los mongoles, puesto que los rusos no habían sufrido el destino de los chinos en ese mismo período.  Sin embargo, sus perspectivas de futuro eran totalmente inciertas, tanto en oriente como en occidente.

20/11/13

LA TRANSFORMACIÓN DE RUSIA (II)

Los Grandes Rusos que surgieron como pueblos dominantes en Rusia en los siglos XIII y XIV posiblemente ya se habían hecho más numerosos y más poderosos mucho antes de las invasiones mongolas, pero fue el gobierno mongol el que contribuyó a que accedieran al poder, por una parte aplastando la Rusia de Kiev y por otra porque los Grandes Rusos estaban en cierto modo protegidos contra la fuerza del poder mongol por los bosques que cubrían las tierras del norte.  Novgorod fue la única ciudad kievana de importancia que resistió al ataque mongol, si bien no por ello se convirtió en el foco del renacimiento de la Gran Rusia.  La nueva Rusia, como correspondía a una comunidad que se apoyaba más en la agricultura que en el comercio, estaba gobernada por príncipes, de los cuales el primero en adquirir notoriedad fue Alexander Yaroslavski, príncipe de Vladimir (1246-1263), que sería el gran héroe de Nevski, apelativo que se ganó gracias a haber derrotado Novgorod junto al río Neva en 1240, victoria que fue seguida de la obtenida sobre lo caballeros teutónicos en el lago Peipus en 1242.  Pero Novgorod no perdió totalmente su independencia hasta el final del siglo XV, pese a aceptar el dominio de los príncipes de Vladimir que, a partir de aquel momento, fueron los señores de Rusia.  El propio Nevski adoptó una actitud muy prudente con sus vecinos mongoles y, como no se hizo notar ni despertó la alarma, sus sucesores estuvieron en condiciones de labrar el prestigio de su familia a ojos de los pueblos rusos.
En el momento de su muerte sus hijos compartieron sus tierras, y al más joven le correspondió Moscú, prueba de que la ciudad en aquel entonces no rayaba gran altura.  Sin embargo, después de medio siglo el metropolitano ruso se instaló en esa misma ciudad y la convertiría en el centro religioso de todos los rusos.  Aunque el hecho fue importante, fue la naturaleza del predicamento que disfrutó Rusia en el siglo XIV lo que contribuyó a la intensificación del sentimiento religioso ruso en aquella época y, en lo que respecta a Moscú, su preponderancia en las materias religiosas hizo que se produjeran inevitablemente unas importantes consecuencias.  El desarrollo de la vida monástica rusa, particularmente por obra de San Sergio de Radonezh, fue particularmente importante por su contribución a la cultura rusa a través de la literatura y de la pintura, por sus vínculos con los monasterios ortodoxos del Monte Athos y por una nueva conciencia del movimiento místico ortodoxo hesicasta.  Los monjes también obtuvieron favores de los señores tártaros, como el privilegio de no pagar tributos por sus tierras, y adoptaron una actitud sumisa y respetuosa con los tártaros, lo que contribuyó a que los gobernantes de la dinastía mantuvieran unas relaciones pacíficas con sus amos.  Iván Kalitá I (1328-1341) fue el primer gobernante de Moscú que obtuvo de los tártaros el derecho de actuar como recaudador de impuestos entre los cristianos, por lo que en este aspecto se aprovechó del dominio tártaro como un medio de conseguir influencia con todos los rusos.  Iván transmitió su autoridad a su hijo.  Seguramente que contó mucho para la continuidad de la historia rusa el hecho de que no faltaran nunca hijos para suceder a su padre en cada una de las generaciones y que estos gobernantes de Moscú gozaran de una larga vida, ya que entre 1359 y 1584 sólo hubo seis gobernantes.

19/11/13

LA TRANSFORMACIÓN DE RUSIA

En el curso de este período, prácticamente desconocido de los latinos, los rusos también se lanzaron a reorganizar tanto su vida eclesiástica como secular después del gran impacto de las invasiones mongolas.  La primitiva organización de los rusos como grupo político diferenciado data del siglo X, cuando las ciudades vinculadas a Kiev y convertidas por los ortodoxos al cristianismo estaban gobernadas por los descendientes de los mercaderes-soldados escandinavos.  En aquel tiempo había comenzado apenas la colonización de los bosques adyacentes  y, al igual que en otros lugares de Europa oriental, la inmensidad del territorio y la escasez de colonizadores hacía que los progresos fueran lentos y pacientes.  Hasta cierto punto, apenas se advertían.  Es indudable que los disturbios políticos que conocieron las ciudades de la órbita de Kiev en el siglo XII empujaron a los emigrantes a trasladarse a los bosques y a proceder a nuevos asentamientos.  Todavía no había demanda que impulsara las exportaciones de cereales, de modo que la colonización representaba a los sumo una simple expansión demográfica o una insatisfacción política.  Los agricultores se movían de un lado a otro con entera libertad y no hacía falta sentirse tentado ni coaccionado para acceder a trabajar la tierra.  Por espacio de siglos los campesinos fueron sus propios amos y, a través de organizaciones propias, se instalaron allí donde se les antojaba.  Sería imposible calcular hasta qué nivel se habían desarrollado estos asentamientos cuando, en 1237, los mongoles dominaron en la Rusia de Kiev.  El dominio mongol de la estepa meridional y del Volga mantenía a los rusos en tensión, lo que hizo que por espacio de dos siglos siguieran siendo predominantemente un pueblo rural.
La consecuencia más duradera que se derivó del dominio mongol no fue tanto la carga de tener que pagar unos tributos en dinero como la división experimentada por los propios rusos.  Kiev, capital principesca y base religiosa del metropolitano ortodoxo, estaba en manos de un gobernante que recibió el apoyo de occidente a través del Papa.  Al producirse su muerte, el territorio fue ocupado por los mongoles, por lo que el metropolitano ortodoxo se sintió lo suficientemente incómodo para tener que abandonar Moscú en 1308.  Los Pequeños Rusos -o ucranianos- siguieron siendo ortodoxos, pero una vez que los mongoles comenzaron a ceder terreno a los polacos y lituanos, Ucrania se mantuvo durante siglos en estrecho contacto con occidente.  Bajo el liderazgo lituano, trataron de recuperar su papel preponderante en los asuntos rusos, pero resulta significativo que fueran incapaces de derrotar a los Grandes Rusos en el norte.  Los rusos blancos (los bielorrusos), situados a lo largo del Dnieper, también se encontraban bajo presión por la acción de los lituanos, si bien acabaron también por constituir un grupo diferenciado.