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6/9/12

SAN GREGORIO MAGNO Y LA TRANSFORMACIÓN MONÁSTICA DE LA IGLESIA CATÓLICA (III)

El carácter original de la inspiración monástica no tenía nada que ver con la predicación del evangelio. Parece que el cambio que sufrió la institución en la Galia fue el resultado de la irrupción en ella de monjes irlandeses.  La iglesia irlandesa propiamente dicha se había originado en el siglo V con la predicación del obispo Patrick, pero Irlanda no tenía gobierno romano (nunca lo tuvo) ni tampoco ciudades.  En el siglo VI los monasterios ya se habían convertido en los puntos locales de la vida espiritual irlandesa, adaptados tanto a la vida en el campo como a la organización tribal de la sociedad irlandesa.  No es tarea fácil establecer fechas para los monasterios irlandeses, pero es probable que, antes de que naciera Columbano, ya se hubieran creado algunas comunidades.  Cuando él abandonó Irlanda para llevar una vida de "peregrinaje" continuo o para ir de un lado a otro como una fase más de su ascetismo, el monaquismo irlandés había eclipsado completamente la institución episcopal original.  Lo que mas impresionó a las huestes continentales fueron las cualidades ascéticas y la disciplina espiritual de los irlandeses, si bien la cristiandad gálica no sucumbió a todas las innovaciones irlandesas. Los irlandeses formaban parte de un sistema que ya había previsto las dotaciones reales destinadas a algunos grandes monasterios, como la casa de Clodoveo llamada Sainte Geneviève, en París.  Los nuevos monasterios del siglo VII no estaban establecidos en lugares relacionados con el culto a los santos, si bien con el paso del tiempo sus fundadores se hicieron santos famosos, como Saint Philibert (que murió en el año 685), fundador de la abadía de Jumièges.  Los guardianes monásticos de sus reliquias alentaban, como es natural, las devociones populares  dedicadas a estos sepulcros, con lo que los monasterios se enriquecían y adquirían fama y poder.  
El rey Dagoberto construyó o remozó un monasterio para el apóstol de los galos en Saint Denis, cerca de París, al objeto de establecer unos vínculos personales con el pasado romano de Neustria y para tener allí su propia tumba. El monasterio de Fleury, fundado en el 672, robó el cuerpo del célebre San Benito del abandonado Montecassino antes del 705.  Por aquel entonces se había hecho indispensable contar con unas reliquias para prestigiar al centro monástico.  Sin embargo, el patrocinio de los reyes y la popularidad de los santos y sus cultos contribuyeron a dar a los monjes un nuevo puesto en los asuntos de la Cristiandad.  Los monjes, como grandes terratenientes que eran, eran responsables de llevar adelante la labor de conseguir nuevas tierras para su cultivo.  Hay dos casos muy diferentes que demuestran la importancia de su influencia en la sociedad del siglo VII: títulos que revelan que fueron beneficiarios de donaciones que les hicieron propietarios de extensos territorios y vidas de santos que nos dan un atisbo de las creencias religiosas populares de la época.
También en Inglaterra encontramos misioneros galos; en East Anglia a Félix de Borgoña y al franco Agilberto entre los sajones occidentales.  Pero en Inglaterra se combinó la influencia de las iglesias romanas e irlandesa y produjo en Northumbria una cultura cristiana que nos es especialmente conocida gracias a los manuscritos iluminados que se han conservado y a las muchas obras de Beda el Venerable (673-735).  Beda, en su calidad de monje erudito más distinguido de la época del oscurantismo, demostró en el 700 de lo que era capaz el monaquismo.  En su Historia Eclesiástica de los Ingleses se ocupa sobre todo de los monasterios y conventos de monjas ingleses, pero de paso revela también la atracción que ejercía el estado monacal sobre muchas personas de sangre real.  En la Historia de Caedmon cuenta que el monasterio de Whitby acogió a un poeta popular que escribió en lengua vernácula y que sirvió a Dios como la iglesia católica continental ni siquiera podría haber soñado.  Como estudioso que había tenido acceso a la literatura culta de su tiempo procedente de Irlanda, España, Galia y Roma, Beda no se contentó con destilar  enseñanzas únicamente para sus alumnos monásticos, sino que hizo traducciones vernáculas del evangelio y explicó que los efectos de la conversión inglesa fueron muy diferentes para la cultura popular que en la Galia.  En la Inglaterra cristiana alguien se molestó en escribir el poema Beowulf, levantando con ello una esquina de aquella cortina que el cristianismo había mantenido siempre corrida sobre el paganismo.  En Inglaterra, el cristianismo estableció sus centros de acuerdo con las circunstancias políticas de la época y no, como en la Galia, en las ciudades romanas que habían sobrevivido.  Esta capacidad para mantener contacto con su verdadero público es demostrativa de las virtudes del primitivo monaquismo para la sociedad bárbara.

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