Antes aún de que se produjera el derrumbamiento del poder romano en Siria, las fuerzas árabes habían salido de la península para atacar a los persas en Iraq y los derrotaron en Qadisiya (636). El nuevo jefe de los persas, Yazdirig III, sin embargo, opuso una desesperada resistencia, pero tuvo que retroceder más al este y fue asesinado en el 651. Los persas fueron barridos de Iraq y retrocedieron hasta Juzistán, después de lo cual penetraron en la Persia propiamente dicha. Después de Persia, los ejércitos musulmanes avanzaron más al este y entraron en Jerusalén. La aniquilación de Persia, pese a ser difícil, superó incluso lo que los árabes habían hecho con Roma y añadió nuevas complicaciones el problema de gobernar un imperio según las bases establecidas por las normas del Corán para la nueva comunidad. Las normas de Omar para salvaguardar a los árabes exigían el establecimiento de una sociedad militar en campamentos base en Kufa y Basra en Iraq, al igual que los de Siria y Fustat en Egipto. Los musulmanes toleraban la religión persa de Zoroastro, igual que habían permitido a los cristianos y judíos que mantuvieran fidelidad a sus cultos. Sin embargo, entre los pueblos de oriente, en Siria e Iraq, los árabes encontraron pueblos con lengua y cultura similar. Las riquezas fabulosas de Ctesifonte deslumbraron a los soldados árabes, de la misma manera que los nuevos guerreros impresionaron a las poblaciones sojuzgadas. Con el tiempo, de la nueva situación surgió una nueva comunidad cultural. Las fronteras del imperio habían sido trasladadas a Makrán, en los límites de la India, en el año 643; en el norte, una expedición atacó Kabul y cruzó el Oxus a principios del siglo VIII, antes de que el movimiento de expansión acabase extinguiéndose en el río Jaxartes. La última provincia islámica en dirección a China era Transoxiana.
En tiempos del califa Othmán (644-656), perteneciente a la tribu Qusaysh, que había dominado en La Meca en la época de Mahoma y que se mantuvo largo tiempo hostil a sus enseñanzas, surgieron movimientos represivos contra la nueva religión. Con Othmán reaparecieron las antiguas pretensiones aristocráticas de la tribu y, al ser asesinado aquél, su pariente Muawiya, gobernador de Siria, exigió su derecho de venganza sobre los asesinos, haciendo sospechoso de complicidad al nuevo califa Alí. En este tiempo las tensiones dentro del Islam habían subido a la superficie y tuvieron que pasar muchos años antes de que la nueva religión se recuperase suficuentemente para crecer a la medida de sus conquistas. Tanto Alí como su sucesor Muawiya,sin embargo, habían visto que el nuevo imperio no era sitio adecuado como capital. Alí la trasladó a la nueva ciudad militar de Kufa, en Iraq, mientras Muawiya hacía de Damasco, antigua capital, el centro de su califato Omeya. Con el tiempo consiguió que se reconociera su posición, pero entretanto se había roto la unidad religiosa del Islam debido a la posición de Alí, yerno del profeta: de aquella disputa surgió la secta de los Kharijitas, como también la de los Shia. Sin llegar a sofocar la deslealtad del Hijaz (que de hecho sobrevivió hasta el 692), Moawiah se había sentido lo bastante fuerte para remodelar el gobierno del imperio y reanudar la lucha con los romanos. Había conquistado Chipre en el 649 y constituido una flota para luchar contra los romanos en el mar, donde los árabes no tenían ninguna experiencia. También atacó Constantinopla en el 669 y en el 674-680. Sin embargo, Asia Menor no fue conquistada y la frontera con Siria tuvo que ser guarnecida con bastiones en todos los caminos principales y en los puertos de montaña desde la costa hasta el Éufrates superior. En occidente sus fuerzas difundieron las normas islámicas desde Egipto a Kairuán alrededor del 670. Los éxitos del guerrero Uqba terminaron con una incursión que llegó hasta el Atlántico, pero aquellos esfuerzos no llegaron a resultados concluyentes y hasta finales de siglo no fue superada la oposición beréber ni la autoridad romana. Cartago cayó en el 698. El gobernador musulmán Musa, responsable en el norte de África en tiempos de la invasión musulmana de España en el 711, ya se había liberado de su dependencia de Egipto y recibía órdenes directamente de Damasco.
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