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24/6/14

FINAL DEL GOBIERNO IMPERIAL AL NORTE DE LOS ALPES

El gobierno romano no volvió a ser restablecido nunca totalmente en España, la Galia o Britania, cosa que merece ser considerada.  Aunque los emperadores desdeñaban la habilidad política de los bárbaros, no habían tenido en cuenta la posibilidad de que el cambio de circunstancias pudiese perjudicar de manera permanente las probabilidades de un restablecimiento de Roma.  Los mismos bárbaros comenzaron a familiarizarse con una situación en la que el gobierno imperial demostraba una mayor debilidad y en la que sus propias autoridades, hasta entonces dubitativas, se mostraban más confiadas, lo que hizo que comenzasen a actuar con menos deferencia.  Las poblaciones romanas de occidente, por su parte, se entregaron a ocuparse de una situación para la cual el gobierno no ofrecía remedios inmediatos.  Una manera de acomodar ambos bandos, bárbaros y terratenientes (la clase gobernante del imperio), sirvió a los principales intereses que estaban en juego, pese a ser a expensas del gobierno.  La alternativa menos conveniente del compromiso era la dictadura militar.
Hasta mediados del siglo V, la responsabilidad que correspondía a los generales romanos de defender la estructura del imperio había sido llevada a la práctica con efectividad.  No se habían producido intentos persistentes de derrocar el gobierno imperial, ni de crear satrapías o de promover una guerra civil.  Perola carga que correspondía a los generales era muy pesada y el gobierno ni se mostraba agradecido ni colaboraba en nada.  El propio emperador de occidente necesitaba ser activo y efectivo.  Durante un tiempo la familia imperial había mantenido un sentido limitado pero eficaz dela unidad del imperio, a pesar de la división del imperio en oriental y occidental entre hermanos imperiales primero (395) y entre primos después.  Con la muerte de Valentiniano III en el 455 y de Marciano en el 457 en oriente, se rompió incluso este vínculo familiar.  En oriente, el general alano Aspar entronizó al emperador Leo, mientras que en occidente era elevado a ese rango Avito por el rey visigodo Teodorico II si bien muy pronto Ricimer, jefe militar de Italia, lo obligó a renunciar a esa gloria.  Su sucesor, Mayoriano, no resultó del gusto de Ricimer, quien lo mandó asesinar en el 461.  Después de Mayoriano, los emperadores de occidente no tuvieron poder decisivo en el gobierno, ya fueran enviados de oriente, ya nombrados por los generales (esto último lo más habitual).  Después de Mayoriano no hubo ningún emperador que tuviera autoridad en la Galia y menos aún en Britania o España.
Sin el apoyo de la Galia, el imperio de occidente no pudo extenderse más allá de Italia y, al morir Mayoriano, los lioneses romanos ya habían escogido a los dóciles burgundios como protectores.  Más al norte, la autoridad de Aecio (asesinado en el 454) pasó a Siagrio, que gobernó independientemente por espacio de veinticinco años.  Después de la batalla, Clodoveo se anexionó su "reino".  Cuando Clodoveo se hizo católico, los romanos del Lyonnais se manifestaron claramente a su favor frente a los burgundios.  Habían aprendido que debían tener en cuenta sus propios intereses y hacer los pactos que fueran necesarios sin recurrir para nada al emperador.  Es muy probable que fueran más los que sufrieron pérdidas e indignidades que los que pactaron con los gobernantes bárbaros.  En la Galia por lo menos no les correspondió el espantoso destino deparado a los romano-británicos, que tuvieron que abandonar sus mejores tierras a los invasores y colonos ingleses.  El avance de dicho afincamiento se vio retrasado por una victoria romano-británica en Mons Badonicus, pero los invasores no fueron rechazados ni tampoco asimilados y, al cabo de poco tiempo, los ingleses reanudaron sus presiones sobre los restantes romanos.  En la Galia no ocurrió cosa tan ignominiosa.  Pero la civilización romana no fue salvada por el imperio a través de medios políticos, administrativos o militares, sino por los terratenientes con sus mansiones y sus iglesias.  El rey visigodo de Toulouse había compartido la derrota de Atila y había apoyado a Avito como emperador romano.  Después de la muerte de Mayoriano, con los hermanos Teodorico II (453-466) y Eurico (466-483), el reino acusó los esfuerzos para sujetarlo.  Eurico extendió sus tierras hasta el Loira (470), a través del Ródano hasta Provenza (477) y a través de los Pirineos hasta España, que sometió.  La práctica del arrianismo por parte de los visigodos era lo único que justificaba su expulsión de la Galia, ordenada por Clodoveo, y su posterior aislamiento en España.  Pero también la Galia había empezado a desmembrarse y los estados que aparecieron descartaban cualquier posibilidad de restaurar el romanismo en occidente.  Italia, como caso excepcional, constituía un ejemplo aparte.

22/6/14

EL OCASO DE LOS HUNOS Y LA REANUDACIÓN DE LA PROSPERIDAD DEL IMPERIO

Uno de los elementos permanentes en este compromiso continuo entre el imperio y los bárbaros era la situación de los hunos, aquel pueblo que en el 375 había arremetido contra los godos.  Pese a que no amenazaban el imperio desde dentro, desde el otro lado de la frontera podían presionar ambos grupos a voluntad, confiando en sus jinetes para sus ataques por sorpresa.  La primera mención de este pueblo nómada de las estepas aparece en la Geografía de Tolomeo (alrededor del 172 d.C.), donde se dice que vivían junto al río Dniester, erca de las orillas noroccidentales del Mar Negro.  De todos modos, no eran muy conocidos de los romanos antes de caer sobre el reino godo y destruirlo en el 375.  Desde la región situada al sur de Rusia se diseminaron por las tierras del norte del Danubio durante la generación siguiente y, como parecían no tener ningún interés en establecerse en el imperio, los emperadores estaban encantados con la posibilidad de poder servirse de ellos contra los visigodos, pueblo mucho más belicoso, situado dentro de las fronteras.  Hubo unos pocos hunos que se afincaron en la Tracia y el general romano Rufino los utilizó como guardia personal.  Estilicón también echó mano de los hunos para luchar contra los godos en Italia en el 406.  Estos hunos procedían de un estado que existía en tiempos del rey Ulin y que se extendía como mínimo hasta el Danubio húngaro por la parte oesta y hasta Muntenia por la parte este.  Los hunos eran capaces de explotar la debilidad de los romanos, irrumpiendo en los BAlcanes más o menos en la misma época.  Sabían escoger siempre el momento más oportuno y es evidente que sus servicios secretos eran mucho más efectivos.
La historia interna de su reino durante las dos décadas siguientes es oscura, pero se sabe que continuaron las incursiones al otro lado del Danubio hasta Moesia, aunque había otros hunos que estaban al servicio de líderes romanos en occidente, especialmente con Aecio después del 425.  Aecio había sido su rehén y conocía su lengua, por lo que también entendía la manera de contratar sus servicios, pero no por ello era necesariamente su "amigo", como pretendían sus enemigos políticos.  Es muy posible que los hunos en esta época carecieran de liderazgo efectivo, cosa que parece evidente por el contrato de sus servicios como soldados en Panonia por parte de los romanos.
Los hunos encontraron en Atila a su capitán más efectivo, pero el poder de éste ni siquiera duró diez años.  En la época en que las preocupaciones del imperio se centraban en el ataque de Genserico contra Sicilia (442), los hunos se lanzaron sobre los Balcanes y penetraron en Tracia.  Probablemente fueron comprados con la promesa del tributo, pero el imperio se negó a su afincamiento tan pronto como se sintió en libertad de hacerlo.  Hasta el 447 Atila, que había pasado a convertirse en el único gobernante de su pueblo después de asesinar a su hermano, no reclamó los atrasos de los tributos, a falta de los cuales declaró la guerra al imperio, lo que hizo que el emperador tuviera que avenirse a razones.  Aparte del tributo, Atila exigió la evacuación de un extenso territorio al sur del Danubio, desde Panonia a Svishtov, lo que dejó indefenso al imperio.  Desde allí dirigió sus fuerzas hacia la Galia, donde fue derrotado por Aecio y por un heterogéneo ejército de bárbaros en el 451.
El año siguiente Atila atacó Italia y se vio obligado a ocupar Aquilea para poder seguir adelante; sin embargo, después de cruzar el Po y de devastar Emilia, retrocedió para caer sobre Milán y Pavía en lugar de ejercer presión en el sur.  En el norte de Italia se declaró una epidemia entre sus tropas que obligó a ordenar la retirada cuando apenas había transcurrido un mes.  Atila había fracasado.  Al morir el año siguiente, su reino quedó fragmentado.  Esta vez, la acostumbrada polémica sobre la sucesión dio a los sometidos germanos la oportunidad de sacudirse tres cuartos de siglo de control de los hunos.  Los ostrogodos recuperaron su autonomía y su jefe, Valamer, no pudo pensar nada mejor que pactar un acuerdo con el imperio.  Este acuerdo le permitió establecerse en la región del lago Balatón, en Panonia, solución que no apunta ningún deterioro serio del prestigio imperial después de medio siglo de tratar de mantener a raya a unos bárbaros insumisos.
En cierto sentido, el optimismo y la paciencia del gobierno imperial estaban justificados, puesto que los bárbaros de dentro no tenían una auténtica alternativa política que ofrecer.  Aunque era parásitos dentro del imperio, era preciso digerirlos.  El emperador Valentiniano III tuvo que acceder a una paz humillante en el 442 con el intransigente Genserico de África, pero como tenía a su hijo Humerico como rehén, casó con él a su hija, esperando que gracias a Humerico conseguiría que la segunda generación se convirtiese en instrumento de romanización entre los vándalos.  Existen muchos ejemplos comparables.  Hacer acuerdos con los bárbaros del otro lado de la frontera se había revelado empresa imposible, puesto que la frontera en el sentido antiguo se había venido abajo, pero en cierto modo los romanos habían colocado entre ellos y lo desconocido bárbaros amigos como los burgundios y los francos, que ya estaban tratando de contener por su cuenta las presiones que ejercían algunos, como por ejemplo los alamanes.  Tras el inesperado derrumbamiento del imperio de los hunos, en realidad no había otros pueblos deseados de invadir a los germanos, y cuando fuera posible hacerlo los emperadores volverían a la carga.  Pese a que el contraataque romano fue pospuesto durante mucho tiempo, Justiniano finalmente demostró el buen sentido de la paciencia romana cuando, en el 533, después de cien años de vecindad con los vándalos, África acabó por volver al imperio, como el perro que vuelve junto a su amo.

11/4/14

LA DISOLUCIÓN Y DESPLAZAMIENTO DE ROMA AL NORTE DE EUROPA

Donde se hace más evidente la capacidad que mostraron las poblaciones del imperio para conservar su antigua cultura pese a las invasiones bárbaras es en cuestiones de religión y de lengua, ya que sólo en el caso de Britania toda una provincia del imperio acabó siendo dominada por gentes de habla germánica.  En cambio, el gran avance germano a través del Rin después del 406 llevó la frontera de la lengua alemana a no más de cien kilómetros en dirección oeste, y aquellos germanos que se aventuraron más lejos acabaron por ser absorbidos lingüísticamente por la población local.  De los germanos cuyo principal propósito después del 406 consistía en establecerse en grandes contingentes dentro del imperio, aunque no bajo protección romana, manteniendo su influencia sobre el bando germano y viviendo bajo el mando de sus propios líderes, el grupo más importante era el de los alamanes, nombre que indica un grupo mixto de pueblos -y delque algunas lenguas han tomado la palabra para indicar a los actuales alemanes-. Se daban a sí mismos el nombre de suabos y durante siglos hubo que poner coto a sus presiones en dirección suroeste, como demuestra el desplazamiento gradual de la frontera lingüística.  No eran simplemente agricultores pacíficos ni colonos, ya que su fuerza se apoyaba en una formidable caballería armada con largas espadas de doble filo, pero se tienen escasos testimonios de los estadios por los que pasó su avance.  Aecio empleó a los burgundios, pueblo más dócil, para luchar contra ellos, pero después de su muerte en el 454 consolidaron su dominio en el Palatinado y en Alsacia, al otro lado del Rin.  La expansión hacia el norte prosiguió a continuación contra los gobernantes francos de Colonia y el merovingio Clodoveo.  Los merovingios expulsaron al rey alamán y extendieron un protectorado sobre la zona noroeste del territorio.  La principal trayectoria de su colonización se dirigía ahora hacia el sur, donde anteriormente a habían realizado incursiones en el Franco Condado.  Después del 500 se establecieron en el sur del Rin y también avanzaron hasta Retia con el consentimiento de Teodorico, que estaba en Italia, ya que la población romana había retrocedido para refugiarse en las montañas.  En el siglo VI consolidaron su dominio, por lo que en el 610 ya estuvieron en condiciones de ocupar la Suiza central y de contrarrestar la oposición franca que encontraron.  Tan sólo a partir de este momento se mostraron susceptibles a las presiones para convertirse al cristianismo.  La sede de Constanza, fundada alrededor del 590, sirvió de base de una operación en la que los misioneros irlandeses de la escuela de Columbanus tuvieron la primacía.  Así pues, los alamanes son comparables a los anglosajones en lo que se refiere a la colonización en tierras romanas durante mucho tiempo sin tener que establecer ningún compromiso serio con Roma.
Más al norte, en las tierras del bajo Rin, los francos también iban desalojando a los habitantes romanos, pero la consolidación de un poder franco, primero con base en Tournai y después en Soissons, significaba que los gobernantes de estos pueblos francos tenían en cuenta la presencia romana, como se demuestra por el hecho de que fueron los primeros bárbaros paganos que aceptaron la cristiandad católica.  Sin embargo, en otros aspectos, los francos de Chilperico y Clodoveo, que se convirtieron en el brazo armado de las poblaciones galorromanas del norte, puede decirse que imitaron a los burgundios, que ya habían desempeñado este papel después del 456.  Estos ejércitos, como las fuerzas "romanas" que reemplazaron, representaban de hecho lo que quedaba de la autoridad imperial y, dado que desde el siglo III los ejércitos romanos se habían nutrido principalmente de contingentes de los pueblos bárbaros, hacer hincapié en el contraste entre los dos podría desvirtuar las semejanzas.  Sin embargo, si un general romano como Estilicón era vándalo, su ejército era heterogéneo. No eran sus gentes ni sus fuerzas las que él capitaneaba, mientras los líderes bárbaros que buscaban ocupar sus tropas con el emperador podían contar con la lealtad de sus fuerzas de una manera totalmente imposible para el emperador.  Así pues, la diferencia entre un ejército romano reclutado entre los germanos y un ejército bárbaro con mandato imperial era extraordinaria.  Hasta la segunda mitad del siglo V, incluso en occidente, los ejércitos romanos habían conservado su coherencia.

25/2/14

LAS IRRUPCIONES BÁRBARAS (IV)

Aquel reino perduró hasta el año 436, año en que el general romano Aecio se sirvió de los hunos para destruirlo y frustrar sus ambiciones en las tierras del bajo Rin.  Los burgundios no eran muy belicosos y no costó mucho reducirlos cuando comenzaron a ser un peligro.  Aecio, sin embargo, seguía valorándolos como soldados y se sirvió de ellos en el este contra los alamanes.  Más adelante, en el 443, fueron trasladados a la región de Ginebra.  Durante varios años sirvieron como auxiliares romanos contra los hunos (451) y contra los suevos alamanes en la campaña capitaneada por los visigodos en el 456.  Sin embargo, a su regreso, pareció que finalmente habían tomado la iniciativa en la Galia apoderándose de las provincias imperiales de Lyon I y Vienne.  La breve campaña realizada por elemperadorMayoriano en el 457 no pasó de ser un simple muro de contención temporal y, tan pronto como este salió del escenario de los hechos, ocuparon la ciudad de Lyon.  Con bases en Lyon y Ginebra, crearon un reino bastante extenso para el que consiguieron la decidida ayuda de la aristocracia  galo-romana.  Por aquel entonces eran vistos como amigos tradicionales de Roma, por lo que brindaban a los autóctonos locales la mejor protección que podían tener en ausencia del emperador.  Pese a que sus reyes eran arrianos, mantuvieron buenas relaciones con los obispos católicos delreino, especialmente con Avitus de Vienne, hasta que Clodoveo el Franco se hizo católico (507), momento en que el clero, sin ningún escrúpulo por su parte, se dirigió a él como más aceptable protector.  Aquel reino, donde romanos y burgundios disfrutaban de un rango prácticamente igual, duró todo el tiempo que interesó a las poblaciones católicas romanas y desapareció con los hijos de Clodoveo, en el 534.
Tanto los reinos vándalos como los burgundios terminaron en el 534 y unos y otros se mostraron incapaces de establecer un reino que no fuera efímero sobre poblaciones que, ya fueran mal o bien tratadas, tanto por religión como por cultura era hostiles a los bárbaros y estaban convencidas de poseer una civilización superior ya que no un poder militar superior.  Cada uno a su manera, los vándalos y los burgundios, presentaron los extremos abiertos a los germanos invasores: hostilidad y exaltación personal o buena disposición a la manipulación romana. Los germanos carecían de recursos para rehacer su civilización. Para ellos, la principal esperanza de avance era a través del ejército e iban a luchar contra sus enemigos germanicos con mayor contundencia que habían luchado contra los romanos. ni como bárbaros ni como arrianos consideraban que tenían más en común entre sí que con la población del Imperio.  Dentro de sus grupos actuaban en su propia y limitada ventaja. Los romanos, ante aquellos pueblos, no sentían temores a largo plazo, a pesar de que la presencia de los bárbaros les resultaba desagradable, cara y destructiva.

LAS IRRUPCIONES BARBARAS (III)


Los visigodos no habían mostrado ningún interés en tener una actuación política, pero sería muy difícil determinar que era lo que mantenía la cohesión de dicho grupo. Un ejército de exiliados que estuvo vagando por el imperio durante cuarenta años tenía que haber reclutado nuevos miembros con el paso de los años. No es probable que los visigodos se sintieran totalmente satisfechos con sus mujeres visigodas. Culturalmente, su cristianismo arriano podía servir para preservar la distancia con la población romana, pero la principal cohesión de esta fuerza debía de proceder de su liderazgo, y el carácter visigodo se apoyaba en su familia real y en sus nobles líderes. Los godos  habían adquirido, pues, una cierta coherencia política en el siglo anterior al 376, ya que era esto lo que mantenía su fuerza dentro del imperio y lo que conformó el destino  de los visigodos después del 418. No sabemos hasta qué punto insistieron en mantener su pureza tribal, pero es probable que aceptaran soldados y seguidores procedentes de todos los lugares por donde pasaban.
Pese a sus años de pacífico asentamiento en el Danubio, una vez dentro del imperio, los visigodos no se comportaban precisamente como si la agricultura fuera una actividad que les resultase más atractiva que la guerra. De todos modos, los germanos de la región fronteriza norte eran conocidos de los romanos tanto en el aspecto de soldados como de agricultores, y el predominio de una actividad sobre la otra dependía de muchas variables dentro de la situación local. Cuando, en el 406,  un gran contingente de germanos mixtos atravesó el Rin cerca de Coblenza, hubo un grupo que se desmembró y,  atravesando la Galia, penetró en España; dotados de ambiciones diferentes, se fijaron dentro de la frontera y, en lugar de lanzarse  al  pillaje, se consagraron al cultivo de la tierra. El creciente empuje de esta multitud de grupos germanos en la frontera, a finales del siglo IV, se explica pausiblemente por el miedo que tenían a los hunos, los cuales se habían instalado en Panonia, al otro lado del Danubio, alrededor del 390, pese a que no existan pruebas al respecto. En este estadio, el imperio no  sentía gran temor a los hunos, gente de las estepas, dispuesta a aceptar las sugerencias imperiales y cooperar en la lucha contra los germanos, que no mostraban ninguna inclinación a establecerse dentro del imperio y cuyas incursiones  eran normalmente fáciles de controlar. Por otra parte, los germanos situados al otro lado de la frontera eran más vulnerables a los ataques de los hunos y preferían la seguridad del imperio, aunque algunos, al penetrar en España, considerasen que nunca era excesiva la distancia  cuando se trataba de estar lejos de los hunos.
Los pueblos más afortunados de todos los que cruzaron la frontera en el 406 eran los vándalos y los burgundios, ambos fundadores de reinos bárbaros que subsistieron durante más de un siglo. Los vándalos, amenazados por una ofensiva romana en el sur de la Galia, huyeron a España (409), donde la  inestabilidad civil facilitó la conquista. Se repartieron el país entre  ellos y sus aliados, los suevos y los alanos, pero la llegada de los visigodos, primero por cuenta propia y más tarde en calidad de aliados romanos, cambió rápidamente la situación. Los vándalos fueron aplastados y únicamente dejaron fuerzas  en el noroeste. Desde allí escaparon  más tarde hacia el sur (419) y emprendieron el camino del mar embarcándose en la conquista de África, junto con un remanente de alanos, que,  de todos los bárbaros invasores originales, tan sólo dejaron los suevos en occidente. Los suevos establecieron su propio reino en Braga y, aunque subsistió hasta el 585, su historia es bastante oscura a partir del momento en que la invasión visigoda, que los hizo retroceder más  hacia el oeste en el 464, frenó su expansión. Mucho más sólido fue el reino vándalo establecido en África, desde el cual Genserico amenazó Italia. El emperador Valentiniano III compró la paz a través del reconocimiento de la posición en el 442, pero hasta la muerte de Genserico en el 477 éste siguió ejerciendo sus presiones sobre Roma y sobre los cristianos romanos del norte de África, expropiando a terratenientes y obispos en beneficio de su ejército. La provincia romana más alejada  de la frontera del Rin se convirtió  en la más despiadadamente gobernada por pueblos bárbaros.
Los burgundios, en cambio, tuvieron una intervención muy modesta después de cruzar la frontera en el 406. Como los vándalos, habían vivido mucho tiempo al otro lado de la frontera del norte y, a diferencia de ellos,  parecían ser más receptivos a la influencia romana. Después del 406, en lugar de juntarse con los vándalos, se pusieron inmediatamente al servicio de los romanos dentro del imperio, primero con un usurpador, Jovinus, que vivió pocos años, y después con el emperador Honorio. Con éste hicieron un pacto(413) que les garantizaba una parte de la Galia junto al Rin.

21/2/14

LAS IRRUPCIONES BÁRBARAS (II)


A lo que parece hubo otros godos (los ostrogodos) que se establecieron en el bajo Don y acerca de los cuales apenas se sabe nada hasta el año 375, en el que los hunos destruyeron su estado. Los ostrogodos que sobrevivieron, presa del pánico, iniciaron un éxodo hacia el oeste, donde contaminaron a los visigodos del miedo  que les inspiraban los hunos. Allí, los refugiados godos se  dividieron en dos grupos: el más reducido , que emprendió el camino hacia el norte, vivió sometido a los hunos, mientras que el más numeroso optó por buscar asilo en el imperio y pasó a Tracia, donde se afincó (376). Con todo, eran lo bastante fuertes  para reaccionar con violencia frente al tratamiento de que eran objeto. Si en algún momento se vieron menos preciados, al poco tiempo se convirtieron en  enemigos terribles del imperio y derrotaron y mataron al emperador Valente en  Adrinópolis  (Edirne) en el 378. Acto seguido pusieron  sitio a la capital, Constantinopla, y aunque la ciudad fue salvada por el emperador Teodosio, que además restableció  la frontera del Danubio, el ejército visigodo siguió merodeando por los Balcanes. Aquel fue el origen del problema visigodo, para que el gobierno no encontró mejor remedio que unos tratados de residencia, que  pese  a todo no consiguieron mantenerlos en Moesia (382) ni en el Épico (397).
El jefe de los  visigodos, Alarico, consiguió del imperio la distinción de  magíster militum (jefe de los soldados) en Ilíricum, mientras que el emperador de oriente trataba de empujarlo hacia el oeste y de librarse de tener jurisdicción sobre él. En el 401 Alarico  condujo a su pueblo a Italia, donde por espacio de once años de dedicó a saqquear la península, e incluso Roma (410), antes de volver a emprender su marcha hacia el oeste bajo el mando del cuñado de Alarico, Ataúlfo. Burladas sus esperanzas de obtener un encargo  del imperio en la Galia, se apoderaron de Narbona, Tolosa y Burdeos (413), al tiempo que Ataúlfo se casaba con la hermana del emperador y la mantenía como rehén. Pese a que en Burdeos se estableció  un régimen visigodo, la gente de Ataúlfo se mostraba díscola y se dejó tentar por una propuesta imperial, que le  planteaba la posibilidad de atacar a los vándalos en España. Después de este hecho, los visigodos abandonaron sus correrías. Otro acuerdo con el imperio, negociado en el 416, volvió a situarlos en la Galia, donde con la aprobación oficial establecieron un reino bárbaro en la región comprendida entre Burdeos y  Tolosa y devolvieron Roma al imperio, brindando con ello un pasadizo al gobierno entre España y Provenza. Aquel  régimen visigodo subsistió  en la Galia casi por espacio de un siglo, desde donde fueron expansionándose hasta entrar en España  por decisión propia a finales del siglo V  y finalmente se  refugiaron en ese país después de ser derrotados por los francos en la Galia. El reino visigodo de España duró hasta el 711. Los visigodos fueron los primeros bárbaros que causaron disturbios en el imperio occidental y su poder fue el más permanente.
Cuando los visigodos llegaron a la Galia el imperio occidental ya había sufrido las devastadoras consecuencias de otras irrupciones germánicas a través de la frontera del Rin y a través de la Galia hasta España. En esta situación,  el ejército  romano de Britania  penetró en la Galia y proclamó un nuevo emperador, Constantino III, que a no tardar se vería cargado con una serie de responsabilidades. Es muy posible que a partir de este momento quedara suspendido en Britania el gobierno romano, aunque no las relaciones a través del Canal. En el 395 el imperio quedó dividido entre los dos jóvenes hijos del emperador Teodosio y los jefes militares de éstos ejercieron un auténtico poder. En la práctica, quizá porque los políticos  t generales eran incompetentes, traicioneros o desgraciados, el hecho es que no consiguieron hacerse dueños de la situación ni sobreponerse a los bárbaros. Sin embargo, si manifestáramos que el hecho subsiguiente fue la caída del imperio romano, no seríamos exactos. Los visigodos tuvieron tanta influencia en el proceso como cualquier otro grupo, pese a que nunca se propusieron destruir el imperio, desafiar al emperador ni subvertir el orden establecido. Pero su ejemplo es ilustrativo, puesto que demuestra la extraordinaria habilidad de su gente para moverse por el imperio por espacio de cuarenta años sin provocar disturbios, su renuencia a permanecer mucho tiempo en un mismo lugar y su capacidad para vivir del pillaje dentro del imperio,  porque éste los protegía de su enemigo de siempre, los hunos. Lo único a lo que aspiraban sus caudillos era al reconocimiento imperial como jefes militares o a tratados de residencia que tanto sus gentes como ellos mismos respetaban muy a contrapelo. El gobierno, por su parte, procuraba establecer compromisos con ellos: fue precisamente la negativa de Honorio de negociar con ellos en pro de la seguridad de Roma lo que los llevó a la exasperación y al saqueo de la cuidad en el 410 como medida de represalia. En cierto sentido, el gobierno debió de suponer o simplemente de esperar que las bandas visigodas acabarían dispersándose, posiblemente a la muerte de Alarico. Ninguna de las dos partes esperaba que se establecería y formaría un reino bárbaro dentro del imperio, ya que esta situación carecía de precedentes. De hecho, cuando el reino se formó, los visigodos habían comprometido su situación y se habían convertido en aliados militares de Roma. Su primer rey, Teodorico I (gobernó de 418 a 451), murió luchando junto a los romanos contra Atila, jefe de los hunos.

19/2/14

LAS IRRUPCIONES BÁRBARAS


Los pueblos que deseaban más ardientemente participar de los beneficios de la paz romana vivían al otro lado de las fronteras del norte. La primera brecha abierta en la frontera data del 166, pero fue atajada con energía. A mediados del siglo III hubo una invasión germánica mucho más seria y osada a todo lo largo de la frontera septentrional que esta vez el ejército no pudo contrarrestar. El imperio se vio invadido por los bárbaros: Bélgica (259), Galia (268 – 78), Italia (260-70), Tracia, Grecia y Asia Menor (258-69). Más o menos en la misma época los persas derrotaron y capturaron al emperador Valeriano (260). Parecía que el imperio había llegado a su fin, pero no sólo sobrevivió sino que continuó bajo el emperador Diocleciano (284 – 304) para realizar una reorganización radicadle su gobierno y, bajo Constantino(313 – 36), para establecer nueva capital en Constantinopla y llegar a un nuevo entendimiento con la iglesia cristiana. Por tanto, el imperio del siglo IV se presenta, en ciertos aspectos, bajo condiciones muy sanas.
Los historiadores del siglo XX, que lógicamente se impresionan ante las serias dificultades económicas que atravesaba el imperio, se inclinan a creer que las medidas draconianas adoptadas para hacer cumplir el pago de los impuestos alienaron a los dignatarios locales que los imponían. La búsqueda de unas razones que expliquen la caída del imperio expone al escrutinio todos sus puntos débiles. El imperio del siglo IV
 No era más perfecto que el de siglos anteriores, pero evidenciaba considerables dotes de recuperación. Si el imperio siguió funcionando durante siglos en el este y subsistiendo largo tiempo en el oeste fue gracias a la labor de  Diocleciano  y de Constantino. La eficacia de sus reformas fue  puesta a prueba después  del 376, cuando se reanudaron las presiones de los bárbaros en la frontera del norte. Pese a que los historiadores puedan detectar el derrumbamiento del imperio occidental a partir de este punto, los contemporáneos, al no conocer el futuro, quedaron impresionados al ver la capacidad que tenía el imperio de tratar con los bárbaros así que llegaban, a diferencia de la situación que se había producido un siglo atrás.
Este período de emigraciones bárbaras dentro del imperio occidental, que se prolongó más de dos siglos, se conoce mejor que el de la generación más corta y destructiva correspondiente a los disturbios bárbaros ocurridos en el siglo III, no sólo porque sus consecuencias le han reportado una investigación histórica más intensa, sino también porque el período de florecimiento de las letras e historia imperiales ha dejado mucho más testimonios. La escala de nuestra información nos permite medir la dimensión del problema sin contestar a la mayor parte de las preguntas que hacemos.
Una de las principales dificultades es que, dada la opinión de las personas civilizadas que vivían dentro del imperio y que creían que sólo había bárbaros fuera de él, el período se centra inicialmente en unos pueblos incompatibles, situados frente a frente. Uno de los aspectos bárbaros de los invasores era su indiferencia frente a la escritura y a la educación formal, de modo que los historiadores se ven obligados a juzgarlos desde el punto de vista de romanos cultos. Acerca del punto de vista, motivos e historia de los invasores, e incluso de sus rasgos bárbaros comunes, sería muy difícil hablar con seguridad. Sin embargo, la mayoría de los que hicieron acto de presencia en el imperio occidental durante el período 376 – 568 lo hicieron bajo el mando de líderes reconocidos, buscando generalmente establecerse dentro del imperio con el beneplácito imperial o en cualquier caso, con unos objetivos políticos y ciertas habilidades políticas. No eran unos salvajes. En este aspecto resulta que,  cuando los bárbaros fueron empujados al otro lado de la frontera por los emperadores Valeriano (253 – 60) y Probo (276 – 82), resultó que habían aprendido algo durante el período de un siglo en el que habían sido excluidos del imperio. Sin embargo, si nos son conocidas las reformas llevadas a acabo por Diocleciano, únicamente podemos inferir las de sus contemporáneos germanos. Los movimientos de los pueblos germánicos dentro de las tierras septentrionales situadas al otro lado de las fronteras romanas no pueden ser descritos con gran precisión, pese a que contemos con datos que nos revelan que fueron  frecuentes e importantes. Sin embargo, después de su irrupción en el imperio, a mediados del siglo III, los godos, a los que el emperador Aureliano cedió Dacia en el 271, parece que adoptaron un tipo de vida más ordenado, estableciéndose en el norte del Danubio y que, por espacio de un siglo fueron vecinos del imperio sin que mediasen incidentes de importancia.
Como otros pueblos afincados al otro lado de las fronteras, los visigodos suministraban tropas al ejército romano. En el 332, un tratado entre  los romanos y los godos reguló sus relaciones durante  treinta y cinco años, período en el que Ulfilas, godo, inició la conversión de su pueblo al cristianismo (arriano) y le suministró una lengua escrita y una Biblia en lengua vernácula. No había aspectos negativos en dicha conversión, dado que el arrianismo contaba en aquel tiempo con el apoyo del emperador de oriente. Sin embargo, su condena en occidente supuso una victoria para la ortodoxia sobre el arrianismo, después del año 381, que vino a lesionar con carácter permanente la fama de los arrianos y les adjudicó un nombre desagradable que probablemente no merecían. (Arrio, sacerdote de Alejandría, había suscitado dudas con respecto a  la naturaleza de la relación  entre Dios Padre y Dios Hijo dentro de la Trinidad, controversia que condujo a la formulación del credo en el Concilio de Nicea (325) y que supuso una provocación para los más grandes teólogos de la época, entre ellos Atanasio. Dejando aparte los aciertos y  errores de las enseñanzas de Arrio, las cuestiones tratadas distaban mucho de ser triviales.)

17/2/14

LA ESENCIA DEL IMPERIO ROMANO


El imperio romano del siglo IV dio unidad política a la cuenca del mediterráneo. Limitaba por el sur con las montañas del Atlas y el desierto; por el este tenía también como vecino el desierto,  junto con el poder efectivo del imperio persa, a fin de definir el alcance del gobierno romano. Por la parte norte la frontera no se podía definir tan fácilmente mediante realidades inalterables de la vida, pero desde los tiempos de Augusto (23 a. C.- 14 d. C.) se habían establecido unos límites que iban desde el Mar del  Norte hasta el Mar Negro siguiendo el recorrido del  Rin y del  Danubio. A este imperio sólo fueron añadidas posteriormente las provincias de Bretaña, Mauritania, Arabia y Dacia, a principio del siglo II.
Aquel impulso de ensanchar el imperio se había apagado visiblemente desde los tiempos de Augusto, por la razón obvia de que una civilización mediterránea que ya había reunido en un gobierno todas las costas del mar interior no podía tener motivos para expansionarse más allá de los límites exigidos por su propia seguridad. No se interesaba en las posibilidades de conquista o colonización más allá de dichos límites, que por la parte norte,  como quedó demostrado en Gran Bretaña, rebasaban en mucho lo previsto por la naturaleza para el estilo de vida mediterránea.
La unidad política alcanzada en el último lugar por medios militares demostró su permanencia porque puso fin alas competencias y rivalidades políticas que, desde hacía siglos, acechaban en el Mediterráneo. Con el gobierno de Roma se difundió el barniz de la civilización romana, pero el imperio estaba constituido por muchos pueblos con civilizaciones más antiguas aún que las de la propia Roma y dos o tres siglos de paz romana no consiguieron gran cosa en lo que se refiere a socavar aquellas viejas culturas. Las más afectadas por el sistema imperial fueron las grandes familias de terratenientes pertenecientes a la clase senatorial, con tierras en todo el imperio y que se juzgaban las principales beneficiarias del sistema. Sus ideales y modelos culturales eran los de la propia Roma en el momento de su apogeo cultural en la época de Augusto. Sin embargo, incluso para ellas la lengua latina y el derecho romano debían reconocer el prestigio del griego como lengua de la cultura intelectual y del comercio, especialmente en el Mediterráneo oriental. En el resto del imperio había otras lenguas locales, utilizadas sin propósitos oficiales. No se podían negar las ventajas del imperio, pero la unidad política ni siquiera había tratado de erradicar diferencias, a no ser para imponer un medio de gobernar todo el conjunto.
Un imperio que había continuado creciendo por medios militares, aunque fuera irregularmente, no estaba muy preparado para ejercer una función esencialmente conservadora, en la que los soldados pasaban a ser patrullas de frontera o servían para sofocar desórdenes civiles.
Los cambios en el ejército y las actitudes frente a su función debían ir emparejadas con adaptaciones civiles.
Si se habían utilizado los ideales para establecer el sistema imperial, el idealismo emprendió una dirección ajena a la política una vez establecido un orden mundial pacífico. El imperio que había dejado de expansionarse no podía quedar congelado en la inmutabilidad. Según Edward Gibbon, el gobierno imperial de los Antoninos (96-180) había implantado un sistema que era único, puesto que los emperadores se dedicaban al servicio de la humanidad. Si esto era el apogeo de la perfección política, únicamente podía ir seguido del ocaso  y del derrumbamiento.
Sin embargo, esto equivaldría a imponer un criterio a la vez anacrónico e irreal. El imperio siguió  cambiando desde dentro, como sucede necesariamente con las comunidades humanas. No habría tenido menos problemas si hubiera continuado conquistando tierras poco prometedoras y nada codiciadas. Tampoco podía intentar sofocar los cambios que se producían en el interior por miedo a los enemigos que pudieran aprovecharse de su debilidad. Los enemigos externos parecían remotos y desdeñables. No vamos a negar que las autoridades militares, civiles e imperiales no se habrían  hecho cargo de sus responsabilidades de manera menos consciente e inteligente que lo que sus subordinados suponían. También habrá que mostrar indulgencia con las dificultades que supone adaptarse a una nueva situación en el caso  de personas cuya educación e ideales empujaban a mirar más bien hacia atrás  que hacia delante. Los problemas con los que se enfrentaba el imperio no podían ser resueltos por grandes hombres, por virtuosos o sabios que pudieran ser. L a civilización romana había entrado en una fase crítica. En cierto sentido, el imperio había terminado una labor: poner en contacto fructífero las numerosas civilizaciones del Mediterráneo. Pero esto lo condujo inevitablemente hacia el proceso de tener que gestar otra: admitir a los pueblos que estaban más allá de las v fronteras en el reparto de algunos beneficios. Como demostraría el tiempo, el imperio no era necesario para la coronación de este proceso ni siquiera compatible con él.

11/1/14

VALORES LAICOS Y SOCIALES


Durante este período, los escritos cristianos tienden a  apartar de nuestra atención aspectos del pasado que debieron de tener una gran significación. Es obvio que la regla del celibato para los sacerdotes, pese a ser objeto de respeto por parte de la sociedad medieval, jamás fue aceptada por la mayoría. Los valores de una sociedad laica que era inculta resultan difíciles de comprender  en nuestro mundo moderno secular. Nuestra  sociedad secular depende  de los poderes de adoctrinamiento de la educación universal y obligatoria,  contrapartida secular de la enseñanza cristiana. Los historiadores de la Edad Media confían excesivamente en los valores exaltados en la literatura vernácula que ha sobrevivido: los valores heroicos y aristocráticos. Las preocupaciones de los escritores medievales en relación con la guerra y el amor, el deber y la fidelidad, la familia y el honor; su aceptación de una jerarquía social, considerada siempre ancestral y natural; la función  más bien poco relevante y aparentemente decorativa desempeñada por el clero  en este tipo de historias son rasgos que en conjunto apuntan a la perspectiva de un círculo privilegiado y muy reducido de nobles sin ofrecernos ninguna clave en relación con valores más populares. Se sabe lo bastante de estas sociedades para considerar que su división  en clases falsea su carácter esencialmente local. Es posible que los señores compartieran un ideal internacional, pero el orgullo que sentían tenía su base en su nombre, en su señorío. Si elegían sus esposas en otras familias nobles, también libraban guerras entre sí: no había un interés de” clase” contra otras clases. Pese  a estar separados por el rango  de sus vecinos inmediatos, compartían con ellos algunas cosas: hablaban la misma lengua vernácula, defendían con las ramas un mismo territorio. Aun  cuando  sus premisas básicas eran primordialmente militares, es en el ejército moderno donde sus vínculos sociales encuentran rasgos comunes: una separación de los hombres  por jerarquías y una  promoción  del  esprit de corps.
Las grandes familias senatoriales del imperio romano habían tenido posesiones dentro del mismo, posesiones que perdieron cuando, a partir del siglo V,  aceptaron la realidad de la protección  bárbara local que limitaba sus movimientos. Desde este momento, sobre lo universal prevaleció lo local. La nobleza carolingia estaba muy diseminada por todo el imperio en su función de grupo gobernante, pero fue rápidamente absorbida dentro de las localidades que gobernaba, lo que hizo que se constituyeran los principados feudales. Los señores normandos de Inglaterra e Irlanda sustituyeron  totalmente viejas fidelidades por otras nuevas, y prevalecieron a la larga de forma invariable las conexiones locales y personales por encima de cualquier intento de establecer un orden internacional. Era algo destinado a ocurrir en pueblos que carecían de una educación formal. En  la época moderna, en que la educación ha pasado a convertirse en medio predilecto de promoción social, tiene que parecernos forzosamente negativa la ausencia de una enseñanza formal durante la Edad Media. Sin embargo, en aquellos tiempos no gozaba de tan deseable consideración, salvo a ojos de los propios clérigos. Parece evidente que el bienestar de la sociedad se basaba en la voluntad de cada comunidad de trabajar conjuntamente y de manera efectiva, ya fuera en un pueblo, hacienda o ciudad. Cada sociedad local debía promover sus propios intereses y buscar salidas convenientes para sus cerebros privilegiados, puesto que no había ninguna esperanza de auxilio o de aliento que pudiera llegarle del exterior. Todo  individuo reconocía que el grupo tenía más poder y comportaba mayor peso, ya que la voz que clamaba solitaria no podía ser necesariamente la del profeta recto, sino simplemente herética vanagloria. En la época moderna ocurre lo contrario y la simpatía que se siente por los herejes y seres excéntricos de la Edad Media dificulta la comprensión de su sistema de valores. Las circunstancias comunes de la vida de los trabajadores demostraban el valor del esfuerzo cooperativo. Habría que hacer remontar los orígenes de esta actitud social a las condiciones bárbaras, en las que sólo existía la posibilidad de transmitir oralmente los valores culturales. Con todo, la sociedad tribal bárbara no carece de elementos individualistas y las reflexiones más antiguas  en torno a sus ideales que aparecen en la poesía heroica seleccionan a los grandes  guerreros por sus proezas personales. Si hay héroes populares, símbolos de sus respectivas naciones, los efectos de su inspiración tienen que haber dejado una marca personal. Los bárbaros sólo tenían un nombre, que tenía carácter personal, mientras que los romanos civilizados declaraban a través de su nombre su pertenencia aun clan y a una familia. Si al principio bastaba con un solo nombre personal  era porque las  unidades sociales debieron de ser pequeñas y cuando el grupo social se amplió, se generalizó el moderno sistema de unos apellidos fijos, provenientes del padre, del lugar de procedencia o del comercio ejercido, procedimientos sencillos apropiados a las condiciones medievales. Esos antepasados de la Europa moderna también nos legaron las bases de la indumentaria actual: hombres con pantalones y mujeres con faldas, mientras los ropajes romanos desaparecían incluso en la región mediterránea. En el siglo XV, a más tardar, aquellas formas básicas ya se hicieron vulnerables a la difusión de modas internacionales y a los antojos y extravagancias de diseñadores artísticos.
El enriquecimiento de las localidades que estuvieron en condiciones de hacerlo acabó generando un nuevo tipo de orden político y económico, dentro del cual las antiguas organizaciones locales se hicieron restrictivas. Sin embargo, aquellas comunidades medievales obstaculizaron todos los esquemas encaminados a hacer revivir un imperio universal efectivo, secular o regular, mientras los europeos modernos jamás han sido capaces de borrar su pasado medieval ni de restablecer el concepto de ciudadanía universales el que se fundó un día  el antiguo imperio romano. Las diferentes  historias de estas comunidades de larga vida muestran a través de qué variados medios, a partir de qué diferentes fechas y a lo largo de qué extensiones de tiempo alcanzaron sus pueblos una coherencia política. No existe una fórmula que pueda explicar todos los casos, puesto que cada regla general tiene sus excepciones. Sin embargo, cada grupo expresaba comúnmente una cierta unidad en lo que se refiere a la lengua vernácula y en el uso de la misma para escribir. El uso de la lengua vernácula debió en gran medida su existencia  a la actitud alentadora del clero erudito, como por ejemplo los predicadores, que hacia el final de la Edad Media emprendieron en todas partes un programa masivo de instrucción religiosa pública, valiéndose de sermones, lecciones y propagación por escrito de obras edificantes. El clero, que aprendió latín para dominar los estudios más profundos de la ciencia humana, consideró oportuno divulgar entre los demás los aspectos más valiosos de la misma. Las personas no instruidas comenzaron a educarse o por lo menos a leer libros en lengua vulgar. Aun cuando los discípulos más entusiastas llegaron al extremo de dominar el latín, también se consiguió un buen nivel de conocimiento de muchas lenguas vernáculas, preparándose de este modo el terreno para el colapso final de la preeminencia que desde siglos venía concediéndose al latín y a los curas. En  este aspecto, la Edad Media no sólo marca el período del dominio de los clérigos en la educación, sino también, gracias a que los clérigos fomentaron el uso de las lenguas vernáculas, de una lengua popular para la cultura. Así pues, el período medieval difiere radicalmente del imperio romano, durante el cual desaparecieron de occidente la mayoría de las antiguas lenguas, sustituidas por el habla popular derivada del latín imperial. Por consiguiente, la civilización medieval  fracasó en lo que se refiere a imponer una lengua propia y lo  único que consiguió fue establecer un orden donde todos los pueblos de Europa aprendieran la manera de emplear su propia lengua.

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10/1/14

LA IGLESIA: ENTRE ROMA Y EL PAGANISMO


Pese a todos los logros de la antigua civilización mediterránea, en muchos aspectos era austera e incluso ascética. Las ciudades-estado  originales  eran pequeñas y no poseían grandes ni ricas tierras que cultivar. Las cosechas de cereales solían ser escasas  y esporádicas. La viña precisaba unos cuidados efectivos y unas condiciones favorables, y hasta el mismo olivo necesitaba atenciones, aunque dada la pobreza de los suelos era fuente principal de luz y combustible tanto  como de alimento. El sol y el clima templado de las estaciones  ofrecía  las condiciones adecuadas  para hacer vida al aire libre. Una vez satisfechas las necesidades más elementales, todavía quedaba tiempo para la conversación y el ocio. Los mismos romanos encontraban difícil adoptar este estilo de vida en las zonas del norte y,  después de la conquista de Bretaña, no porfiaron por llevar su civilización a otros pueblos nórdicos. Los bárbaros debían forzar su camino dentro del imperio para beneficiarse de algunas de sus ventajas. Pero  de momento no se preocupaban de conseguir aquellas virtudes propias de la civilización  que más valoraban los propios romanos. El trabajo en las tierras más pesadas y húmedas del norte de Europa era más arduo, y exigía más tiempo. Quedaba menos tiempo para el ocio y eran pocos los que gozaban del privilegio de disfrutarlo. Por supuesto que a medida que el norte de Europa era mejor cultivado y los confines de la civilización rebasaban la fronteras del antiguo imperio, los pueblos del norte reaccionaron más  positivamente frente el mundo mediterráneo. A manera de símbolo, esta actitud se hace evidente con la aceptación del cristianismo y de sus ceremonias mediterráneas- bautismo con agua de la vida, unción con aceite y banquete eucarístico con pan y vino- por parte de los pueblos del norte de Europa, que no tenían ninguna experiencia de la sequía y que normalmente bebían cerveza. En el imperio romano, la Cristiandad  apenas había comenzado a traspasar las murallas de las ciudades. El campo seguía siendo “pagano”. Durante los siglos siguientes se llevó la nueva religión a todas las comunidades rurales del norte, donde echó raíces tan profundas que la cristiandad occidental acabó por perder sus tradiciones predominantemente urbanas. Sin embargo,  lo que perdió por un lado lo ganó por otro. Europa había sido  forjada por los cristianos, mientras que en el imperio sólo habían conseguido el reconocimiento de un estado que  era más antiguo y más firme que la misma iglesia.
De todos modos, la iglesia había cambiado mucho. Hacia finales del siglo IV, el imperio romano había conseguido sobreponerse a la iglesia cristiana y transformarla en un departamento estatal, solución por otra parte bien acogida por el clero, porque suponía unas ventajas para él y para sus actividades. Cuando los bárbaros llegaron al imperio eran pocos los clérigos que los miraban con benevolencia, porque eran muchos los jefes bárbaros que habían aceptado el “arrianismo”, herejía que los católicos aborrecían. Los obispos católicos que llevaban sobre sus hombros la carga del cuidado de las congregaciones católicas procedían normalmente de las filas de la clase  gobernante senatorial. Desde  el primer momento defendieron la continuidad de los antiguos valores romanos y la conversión final de los líderes bárbaros fue resultado de su influencia. El sello romano que marcó el cristianismo, reforzado con la misión gregoriana a Inglaterra (597), condujo, a partir del siglo VIII, a un movimiento en favor de la dirección  papal  de la iglesia occidental, sobre todo a través de la dedicación de los misioneros ingleses a Alemania y de su influencia en el imperio carolingio. Al ser adoptado el cristianismo por los bárbaros se hizo más” romano” que durante el propio imperio. En el siglo IV Roma había contado con un gran número de familias paganas y ni siquiera era la sede capital del imperio de occidente. Aparte de esto, el cristianismo era más fuerte en el mediterráneo occidental. Tan pronto  como el clero cristiano fue rescatado de los pueblos bárbaros, éstos profesaron abiertamente su “alianza con Roma”. Su educación en latín y su conocimiento de la cultura latina puso una cierta distancia entre ellos  y sus compañeros laicos. Cuando la reforma de la iglesia impuso el celibato eclesiástico,  todo el clero tuvo que pasar por fuerza de la vida secular a la aceptación de las órdenes sagradas, con lo que fueron a engrosar la clase privilegiada de los solteros, regida  por jefes salidos de sus mismas filas. No hay que sorprenderse si este cuerpo internacional de hombres eruditos que gozaban de derechos especiales y poseían cuantiosas riquezas despertó la envidia y el resentimiento de los demás. Pese a ello, la iglesia desempeñó una importante función, diferente de la que desempeñara la primitiva iglesia antes y después de Constantino, a menudo inconsecuente con algunas de sus profesiones de fe.
A la iglesia cristiana de occidente esta función tenía que haberle correspondido indefectiblemente, dejando aparte el colapso del imperio, pero por analogía con lo que ocurrió en el imperio oriental parece mucho más probable que a la iglesia no se le habría tolerado ese estado de privilegio si la aristocracia laica hubiese continuado siendo cultivada y educada. Si los líderes bárbaros de occidente hicieron tantas concesiones  al clero fue porque querían ganarse su favor y porque se sentían tan apartados espiritualmente del clero que no confiaban en poder hacerse cargo de los asuntos de la iglesia. En consecuencia, Europa occidental quedó sometida  a una experiencia de la que nunca se ha recuperado totalmente, a saber, una separación de la  potestas  (poder) y de la auctoritas  (autoridad), no conocida en la antigua Roma y apenas tolerada en Constantinopla. La iglesia cristiana,  que reconocía los derechos de Dios  como del César, encontraba difícil en la práctica la convivencia con ambos y a menudo se sentía tentada de simplificar el problema a través  de toda una variedad de medios. Sus especiales privilegios en occidente le permitían actuar con independencia hasta cierto punto, mientras que el poder político de los bárbaros, ejercido sin acatamiento a tradición imperial alguna, no podía verse influido por hombres eruditos y sí sólo indirectamente a través del monopolio que tenía la iglesia en lo que se refiere a la exhortación moral. Con el tiempo, los líderes cristianos fueron conducidos a unas vías que los hombres de la iglesia por lo menos encontraron más tolerables. Mientras el emperador de oriente seguía confiando en la naturaleza de sus antiguos derechos para gobernar y no tenía por qué admitir que la iglesia era la única que sabía qué era la cultura, la erudición o los principios, en occidente los hechos innegables y nefastos del gobierno bárbaro sólo podían ser excusados y justificados por las iglesias. L a búsqueda de estas justificaciones se inició haciendo referencia a los reyes de Israel del Antiguo Testamento, lo que condujo al restablecimiento de la teoría política en las últimas escuelas medievales. La Edad Media ya había terminado cuando los poderes seculares se sintieron suficientemente seguros para prescindir de tan ruidoso andamiaje.


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9/1/14

LAS LIMITACIONES DE LA AMBICIÓN


El espectáculo que mostraba cómo los grandes hombres  eran derribados de su pedestal probablemente fue motivo de satisfacción  para aquellos que no trataban de elevarse por encima de su nivel, ya fuera por los caminos de la iglesia, ya fuera por los del Estado. Los auténticos forjadores de la Edad Media fueron los que componían la mayoría anónima que, a lo largo de generaciones, trabajaron en su propia comunidad. Ni la brevedad de la vida de un individuo ni la fragilidad de los logros humanos minaron nunca la creencia de que la suerte que correspondía al hombreen ese mundo tan imperfecto era el trabajo esforzado  y que la finalidad de trabajar era  encontrar un medio de vida: especialmente la agricultura. Las únicas  obras salidas de manos de hombre  destinadas a perdurar eran las dedicadas a Dios. El hombre, con su idealismo centrado en Dios, podía disfrutar de la vida  por lo que era realmente, sin hacerse ilusiones. De ahí la paradoja, vista con ojos actuales, de hombres exaltados por su espíritu y a la vez condenados por su  conducta. No hay duda de que la vida era muy difícil para  la mayoría y las más de las veces no había otra alternativa que vivir de acuerdo con las circunstancias inmediatas, haciendo frente a bruscos cambios de  modos y situaciones, sin poner un orgullo estoico en  la coherencia, aprovechando las oportunidades de disfrutar y de ser feliz gozando de una buena compañía o experimentando los placeres más brutales de la pelea, la violencia y la venganza.  Aceptaban la necesidad de vivir para los demás, de gozar del calor humano y de la sociedad, sin pensar nunca en llevar una vida solitaria yendo en pos de la realización personal. Los ermitaños eran seres excepcionales, dignos de una visita, , ya que la mayoría de los hombres vivían y trabajaban en el mismo lugar, pasaban toda su vida junto a las mismas personas , entregados día tras día a sus ocupaciones. La dispensa cristiana  impuso  por lo menos un día de descanso del trabajo en toda la Europa medieval, el domingo, si bien la aceptación  de la semana como un ciclo de siete días  ya debió de imponerse durante el período pagano. La  iglesia también trató de obligar al descanso en un gran número de  días santos a lo largo del año. La  dedicación  al trabajo por espacio de generaciones, a medida que aumentaba la población condujo a un a transformación del ambiente. Los hombres ampliaron sus tierras y las cultivaron para poder comer, congregándose en ciudades para manufacturar y comerciar con sus vecinos. Un día, por fin, la red  comercial puso a Europa  en contacto con las remotas China e India. Sin embargo, de aquel orden económico- social  no surgió ninguna coherencia política  comparable al imperio romano, porque en el período cristiano el poder político  había perdido su derecho a ser un objetivo último. La transformación del ambiente europeo, que constituyó un auténtico logro no impresionó  a los contemporáneos  como ha impresionado a los escritores modernos. Aquellos que trabajaban de firme en su propia región raras veces levantaban los ojos para lanzar una mirada más allá de sus horizontes. Y aquellos que poseían educación se encontraban involucrados en las preocupaciones especiales de la gente culta de todas partes. En una época en la que el oficio de escribir  no formaba parte esencial del trabajo de los hombres,  ni siquiera de los que gozaban de preeminencia política, aquellos que escribían no estaban  dispuestos a  utilizar su talento para  describir las ocupaciones de la vida diaria. Puesto que Dios era el soberano, escribir era servirle.
El uso restringido de la escritura en la Edad Media  no fue un legado del imperio ni de la iglesia. Dentro del imperio, la iglesia había conseguido extender de una manera natural su influencia sobre los hombres y llegar hasta las capas más bajas autorizando  el uso de las diferentes lenguas, ampliamente diseminadas. Sus escrituras estaban escritas en griego demótico y  su primitiva liturgia estaba redactada en  siríaco  y copto, no sólo en griego y en latín. Aunque el alfabetismo  no era universal dentro del imperio, es un hecho que era un don estimable. El funcionamiento del imperio dependía de todos sus funcionarios y partidarios, que reconocían la importancia de la educación. Esta conciencia no sobrevivió  al derrumbamiento de la administración imperial romana en occidente. A partir de aquel momento el gobierno dejó de reposar en la disponibilidad de aristócratas y ciudadanos ilustrados, en instrumentos escritos del gobierno, en la  existencia de escuelas y bibliotecas y, hasta después del siglo XIII o  XVI, aquellos  no volvieron a convertirse en elementos comunes o preeminentes de la vida pública. El clero  de la iglesia cristiana y algunos monjes  siguieron conservando el sentido de la  importancia de la cultura, en primer lugar porque habían conocido la revelación cristiana a través de las escrituras, acompañadas de comentarios patrísticos más o menos ilustrados y, en segundo lugar, porque  a medida que el clero iba sumergiéndose  cada vez más en su mundo que ya no hablaba latín, se hacía preciso que las escuelas  se esforzasen en enseñar latín al clero. Como iba disminuyendo el volumen de literatura consultada, también se hacía necesario  el uso de códices (libros) en los que se copiaban unos pocos textos básicos  y, consecuentemente, se abandonaba el de los rollos, de uso común en la antigüedad. Para el clero y su cultura  aprendida en los libros saber leer y escribir era indispensable, pero la mayoría de los cristianos laicos iban dejando  el alfabetismo a los curas, reconociendo que los libros que éstos manejaban eran preciosos pero de escaso valor para el pueblo. En las casa de los nobles, particularmente al principio no se comprendía el valor de la literatura escrita ni para el gobierno ni para la cultura, como había ocurrido en el imperio romano.
No podían olvidarse los letales efectos de la educación literaria romana pero la decadencia  del  alfabetismo  no sólo significó  la desintegración de la inspiración imperial, sino que ejerció sus efectos nefastos  sobre la civilización. Sin embargo, aún siendo reducido el número de los alfabetizados, con el aprendizaje habían adquirido el sentido de la continuidad en el tiempo de la comunidad humana, así como del papel que desempeñaban los libros en la transmisión de la cultura de una generación a otra, lo que hacía que cualquier persona pudiera enterarse a través de la lectura de las hazañas de un hombre. De aquí derivó una cierta noción  de la universalidad del conocimiento, la sensación de que algo podía aprenderse del pasado y una cierta idea del tiempo que había durado aquella civilización que se había desarrollado en la cuenca mediterránea.
Los pueblos germánicos  no utilizaron la escritura para comunicarse  a través de las generaciones ni tampoco entre los diferentes pueblos. Tenían otros medios para comunicar su cultura de una generación a otra  y, aunque éstos probablemente hacían  más viva y personal su herencia cultural, reducían su ámbito y su alcance. La cultura de occidente quedó, pues,  fragmentada y el latín subsistió  sólo para los que recibían una educación más formal. Las  culturas seculares en lengua vernácula  tenían necesariamente una difusión muy local, ya que ésta variaba extraordinariamente  según las regiones. Si la invención de la imprenta palió algunas desventajas, empeoró otras, ya que perpetuó la división de occidente en compartimentos con unas lenguas “nacionales”, fenómeno desconocido en el imperio romano. Incluso fue posible prescindir del latín  para la adquisición de cultura, una vez las traducciones y  los escritos eruditos  en lengua vernácula abrieron paso a la posibilidad de culturas mono glotas. Así pues, la desaparición del alfabetismo romano  tuvo importantes consecuencias para occidente. En China, pese a los disturbios que se produjeron, sobrevivió la unidad lingüística y literaria.
Los escritos en latín y en las lenguas vernáculas rara vez hacen referencia a las principales actividades de la gente corriente de la época y si la mayoría de las ocupaciones habituales  de los hombres quedaron al margen  de la mirada de los que escribían las crónicas, tan sólo ha sobrevivido una pequeñísima parte  de los artefactos producidos entonces para permitir que nos hagamos una vaga  idea de todos los aspectos de la actividad humana. Las condiciones de vida medievales, dejando aparte las  venerables iglesias, militaban contra la construcción de magníficos edificios y la conservación de artículos valiosos. Es obvio que nuestra visión del mundo antiguo se basa principalmente en la imponente realidad de sus grandes ciudades, que demuestran hasta qué punto la civilización mediterránea se hallaba entroncada con la vida política. Las sociedades humanas estaban  organizadas de modo que se pudieran  extraer de la tierra o del mar un excedente suficiente para mantener un nivel superior de cultura intelectual entre los ciudadanos, de manera que hasta los mismos esclavos pudiesen  beneficiarse de aquellas ventajas. Las ciudades medievales  producían una impresión muy diferente. La magnificencia  iba atenuándose. La sociedad cristiana,  que cada vez iba inclinándose más hacia la idea  de que la manumisión de los esclavos era empresa meritoria,  comenzó a prescindir del trabajote los mismos, lo que con el tiempo creó  una fuerza de trabajo de hombres libres, como ocurrió por ejemplo en los lugares donde se construía. Aquella sociedad sólo podía mantener  un número reducido de nobles y casi ningún “funcionario”. La  mayoría  de los hombres trabajaban y vivían en el campo y, aunque la ciudad sobrevivió, pasó a desempeñar una función totalmente diferente de la que tenía en la antigüedad. La vida en las ciudades ya no plasmaba  las esperanzas generales en cuanto a posibilidades de vida. El cambio no tenía nada que ver  con el desarrollo de una religión que hablaba de otro mundo. La iglesia daba más importancia a las ciudades  como instituciones romanas que sus feligreses bárbaros. Los bárbaros, por su parte,  o no tenían tiempo para la vida de la ciudad  o carecían de conocimientos para regenerar  la actividad cuando la responsabilidad  del gobierno recaía en sus manos. En todos los puntos del imperio, las viejas ciudades romanas  reducían bastante sus dimensiones y quedaban, a lo sumo,  como meras sedes de la autoridad eclesiástica. A principios del siglo XII, la recuperación de la actividad económica, industrial y comercial trajo consigo una cierta renovación de la energía urbana, pese a lo cual las ciudades medievales no llegaron nunca a recuperar el puesto de las antiguas como centros de civilización y, salvo en Italia, los pueblos de Europa no quedaron sometidos políticamente a las ciudades, a las que sólo miraban en caso de precariedad económica. En este aspecto también es evidente que las ciudades industriales modernas son heredadas de la tradición medieval y no de la antigua.
Fue, en cambio, durante el período medieval que el campo adquirió reconocimiento. Si el imperio romano hubiera sido invadido simplemente por unos nómadas como los hunos, al igual que ocurrió en China con los mongoles, la consecuencia podría haber sido la  supervivencia de un régimen de tipo imperial. Los invasores nómadas causaron al imperio romano unos daños permanentes mínimos. A la larga, fue la persistente invasión del imperio romano por cultivadores bárbaros lo que acabó  por cambiar su carácter. Algunos bárbaros se limitaron durante un tiempo a ocupar el puesto de los terratenientes romanos en su función de propietarios de grandes fincas. Sin embargo, aquel sistema predominante del cultivo a la manera romana acabó por desaparecer y fue sustituido, en gran parte de Europa, por un esquema de tenencia de la tierra que permitía que los campesinos intervinieran en el cultivo de las tierras que rodeaban las pequeñas poblaciones. Durante siglos, la mayor parte  de los habitantes de la Europa occidental nacieron en esas comunidades rurales y crecieron en ellas; de hecho, fueron pocos los que salieron de ellas para hacer carrera en otro sitio, ya fuera en la ciudad, ya fuera en la iglesia. La presión persistente ejercida por estos grupos sobre la tierra indujo a desbrozar bosques y a desecar pantanos.
Gracias a sus esfuerzos cooperativos, quedaron sujetas al arado las tierras buenas y menos buenas del norte de Europa. La cultura mediterránea seguía siendo un señuelo que fascinaba a los caudillos de las sociedades septentrionales, a los que dotaba de codiciados ornamentos. Sin embargo, desde el principio de la Edad Media, el poder recién adquirido por los pueblos del norte fue puesto a prueba a través de su capacidad de sojuzgar el imperio y crear un nuevo orden  por cuenta propia. Quiso el destino que este logro  de carácter rural pasase inadvertido o que nadie  valorase cuál era su significado.


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8/1/14

LA FE Y LA PRIMACÍA DEL PODER LOCAL


Los juicios emitidos por el Renacimiento y la Reforma sobre la Edad Media han dejado de merecer el respeto de los historiadores, pero su preocupación por las cuestiones de la  iglesia y del imperio  ponen  el acento en el lugar adecuado. La experiencia moderna demuestra hasta qué punto puede ser importante el gobierno en la vida de una comunidad. Tenemos pruebas de que el imperio romano gobernó  de manera tal que pudo crear  unas condiciones comparables de vida en todo su territorio, actitud contra la cual  sólo podía  producirse alguna resistencia local e  intermitente. No todos los habitantes del imperio disfrutaban de las mismas ventajas, pero el gobierno influía y conformaba todo cuanto podían esperar de la vida. El derrumbamiento del imperio significaba  por encima de todo que el “gobierno” dejaba de ser efectivo, de modo que todas las sociedades  iban a estar dirigidas por gentes que conocían y no por funcionarios que actuaban en nombre del Estado. En lo sucesivo, para la mayoría de las personas, pasaron a cobrar una mayor importancia unos señores a los que sus vasallos y subordinados conocían personalmente hasta que los diversos estados de Europa empezaron a hacer valer las reivindicaciones del bien público y se opusieron al poder feudal, es decir, privado, durante lo que hemos dado en llamar tiempos modernos. La seguridad que ofrecía un señor en particular no se extendía más allá  de donde llegaba su renombre y es evidente que el sistema era incapaz de hacer desistir de hacer incursiones a merodeadores que venían de lugares apartados. Ya que el gobierno universal había fracasado en su intento de cortar el paso a los bárbaros, la única esperanza de control político  sobre los acontecimientos se centraba en los grandes terratenientes que ejercían sus deberes públicos dentro de un ámbito local. La Edad Media  se definiría a sí misma como un período que no reconoció el derecho de las autoridades soberanas a promover la sociedad civil o a ejercer responsabilidades  para defender unas fronteras contra vecinos hostiles. Esto también podía significar que los hombres brutales se entregaban a sus fechorías sin temor al castigo por parte del gobierno. Pese a todo, había otras restricciones, ya que durante este período aquellos hombres que gozaban de fuerza se veían como mínimo con las manos atadas debido a la imposibilidad de reivindicar unos derechos justos. La autoridad para decidir qué era lo “justo” había quedado desvinculada del Estado, lugar que todavía sigue ocupando en algunos lugares. Más adelante pasó a ser  una prerrogativa de la iglesia. En la Edad Media, el único” soberano”  reconocido  era Dios.
En el siglo IV se impuso el monoteísmo en el imperio romano. Los emperadores universales se doblegaron  a las consecuencias de esta decisión mucho antes de que los líderes bárbaros vieran que debían adoptar la misma actitud. Estos, pese a disfrutar, cómo es lógico, de un poder real mucho más limitado que el emperador, se mostraron mucho más reacios a aceptar las imposiciones del monoteísmo. Pero hasta que se decidieron a ello siguieron siendo “bárbaros”, vivieron en los márgenes de la sociedad medieval y negaron los valores del mundo “civilizado”.La creencia de que Dios acabaría prevaleciendo sobre la injusticia dio a los hombres fortaleza para  soportar penalidades y violencias en unos tiempos en que no existía un Estado poderoso capaz de imponer justicia.
Con  todo, en un plano humano, los hombres no tenían más remedio que depositar su confianza en el clan, en sus vecinos y amos, y sufrir  los inevitables desafueros y tradiciones. Su religión no les permitía aspirar a la condición de dioses por razones de heroísmo. Debían aceptar su humanidad, cosa que no había ocurrido nunca hasta entonces. Cuando querían definir los siete pecados capitales consideraban que el peor de todos era el orgullo, concepto que desorienta al hombre moderno, que no se averguenza de sentirse hombre. (Resulta curioso que, para nosotros el mayor problema sea la sexualidad, porque demuestra qué poco tenemos de dioses; la Edad Media cristiana no consideró problema este aspecto.)
La fe en Dios no siempre ni en todas partes  fue tan ortodoxa como habría querido el clero cristiano, aun cuando la iglesia ejerció  una cómoda autoridad sobre las materias  religiosas que no le fue discutida, salvo en contadas ocasiones y  en el ámbito local. No hay razones fundadas para creer  que pusieran en entredicho las enseñanzas de la iglesia, pese a reconocer lo fastidioso que eran sus ministros. Es un hecho que no contaban con argumentos racionales o intelectuales para mostrarse escépticos.
Las doctrinas de la iglesia eran, en términos generales, aceptables por el hecho de ser plausibles  y confortadoras y porque corroboraban que las malas acciones serían castigadas indefectiblemente con sufrimientos en la otra vida, ya que no en esta. La sumisión a la ley divina y la aceptación de las directrices de la iglesia abría esperanzas de disfrutar  del poder divino en aquel momento y en el futuro. Las miserias de la vida presente satisfacían el precio necesario que comportaba el pecado; las flaquezas humanas y los errores  hacían que el hombre no se mostrara muy entendido, pero por lo menos podía saber  a través de la revelación que Dios era soberano y que había salvado a su gente. Así pues, podían apelar a él con plena confianza para que interviniera en sus asuntos, valiéndose de sus santos y de sus milagros. Se  consideraba que la tierra era el centro del universo y que la iglesia era el pueblo de Dios. Nadie dudaba de que Dios prodigaría  sus amorosos cuidados a los suyos por toda la eternidad, por corta o dificultosa que pudiera ser la vida de un individuo. Estas enseñanzas fortalecían a los que  trabajaban para la iglesia y atenuaban cualquier  aspiración de entregarse a los poderes y glorias terrenales, puesto que  unos y otras eran efímeros. Reyes y emperadores, bendecidos por Dios a través de las ceremonias de la iglesia, accedían a un destino especial y todavía tenían menos motivos para pensar en negar el poder soberano de Dios, ya que la gloria de éste prevalecía sobre la suya. Las  rivalidades que se encendían entre ellos demostraban sus limitaciones terrenales. La arrogancia de algunos, pese a los trastornos que pudiera producir en el mundo, no era muy duradera. Resulta característico  que , durante este período,  no se tratara de imponer ningún esquema capaz de socavar esta creencia  en la vanidad de la gloria terrena. La experiencia confirmaba que los esfuerzos humanos no conseguían resultados permanentes, que los hijos no estaban a la altura de los hechos heroicos de sus padres. A Carlomagno le sucedió Ludovico Pío, que desmembró el imperio, y a  Robert  Bruce, salvador de Escocia, le sucedió el infeliz David II. Los cronistas medievales podían demostrar fácilmente que la historia de las sociedades humanas era incierta, más cuestión de suerte que recompensa de un esfuerzo. El destino individual  del hombre sólo se resolvía al otro lado del sepulcro.


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7/1/14

LOS HISTORIADORES Y LA EDAD MEDIA


Antes de que los historiadores se interesasen en la Edad Media, ya los anticuarios habían empezado a coleccionar las reliquias del pasado medieval: manuscritos, privilegios y objetos religiosos posteriores a la Reforma; pruebas de genealogías antiguas; viejos edificios levantados a  la gloria de nobles familias. Estos anticuarios  no eran meros coleccionistas, sino también estudiosos del pasado. Su esfuerzo tuvo  como  resultado la publicación de mucho material útil (parte del cual se ha perdido desde entonces) y la preparación de manuales indispensables, como el “ Arte de establecer fechas” o el “ Diccionario de latín medieval” de Charles Du Cange, y el inicio del estudio del inglés antiguo. La  singular contribución de estos estudiosos se inició  antes que la de los historiadores y se inspiró en otras fuentes, lo que hace que los estudios medievales sigan marcados con el doble signo de su origen dual. Si en alguna ocasión los historiadores han sentido flaquearse interés en la Edad  Media,  los archiveros, los arqueólogos, los estudiosos de la heráldica, los numismáticos, los  paleógrafos y otros no han visto menguar su adhesión a lo medieval. Los objetos medievales exigen atención, se considere o no “importante” el período al que pertenecen.
La labor de los anticuarios  se inspiraba en el deseo  de rescatar ciertas cosas del celo destructor de los reformistas religiosos. La disolución de monasterios en Inglaterra destruyó o dispersó  los tesoros acumulados en ellos por espacio de muchos siglos. Sólo en ellos se había fomentado la voluntad de conservar por lo menos algunos objetos considerados preciosos, pese a tener varios siglos de antigüedad. En pocos años, aquellas antiguas casas que custodiaban tesoros fueron expoliadas bajo la mirada de aprobación de aquellos que se consideraban a sí mismos y a sus creencias  muy por encima de los monjes y de las creencias que éstos tenían .Esta arrogancia no fue considerada vandalismo en aquel momento, sino manifestación de cultura. Pero bastó el paso de una generación para que cambiara la  actitud. Ya estaban apareciendo unos pocos dispuestos a volver la vista atrás, a lamentar el pillaje y a salvar alguna cosa, no ya como “antiguos creyentes” sino como la indefinida sensación de que podía perderse algo para la crónica de la humanidad sólo por una atolondrada adhesión a las modas intelectuales del momento.
En los países católicos, la destrucción causada por los disturbios fue  menor .El Concilio de Trento (1545- 63) restableció la fe en gran parte de la tradición católica y hasta los monjes recuperaron la conciencia de su identidad. En  Francia, los llamados maurinos en particular, utilizaron los recursos de las antiguas bibliotecas monásticas  que sobrevivieron a las guerras  de religión (1562 – 98) para sentar los cimientos de la erudición medieval . Jean  Mabillon  (1632-1707)  aprendió a leer los documentos antiguos de la orden benedictina y publicó las reglas para probar la autenticidad de los registros medievales, además de publicar textos y escribir la historia de su orden. Los jesuitas  comenzaron  a comprobar las historias de los santos a través de un estudio serio de los textos. En toda Europa  occidental, los estudiosos empezaron a publicar narraciones y documentos relacionados con el período medieval mucho antes de que los historiadores se propusieran abordar parecida empresa. El gran  Edward  Gibbon ( 1737 – 94) fue el primero en escribir  una importante historia medieval y , hecho significativo, trataba del ocaso del imperio romano. Aprendió la técnica  a través del estudio de la historia antigua y su obra se caracteriza por su intolerable aire de condescendencia en relación  con la Edad Media. Su estudiado escepticismo con respecto a las virtudes de la religión, característico de la Ilustración, impidió que tanto él como sus contemporáneos penetrasen en el corazón de la sensibilidad medieval.
Las certidumbres de la filosofía fueron barridas por las escuelas  de la Revolución Francesa y no fue hasta la generación siguiente que los historiadores emprendieron por vez primera el estudio en serio y por su cuenta de la Edad Media. El fracaso manifiesto de la mente racional del hombre moderno para corregir los  errores acumulados a lo largo de siglos de ignorancia  y la imposibilidad de encontrar soluciones puramente racionales de problemas humanos merecedoras de aprobación  general condujo a los historiadores a retroceder y a estudiar  períodos en los que  las profundidades no racionales de la mente humana parecían más evidentes. Ya no se veía la religión como una  trama ilógica de propuestas intelectuales, sino como la expresión de las experiencias emotivas más profundas en el  hombre. Muchos consideraban  que valía la pena tratar de restablecer  el orden europeo de acuerdo con las verdades anteriores al racionalismo, particularmente la  iglesia y la monarquía, por lo que el estudio del pasado y los orígenes del mundo europeo propiamente dicho exigían investigación. En Alemania, donde Napoleón había provocado un renacimiento nacional, el deseo comprensible de redescubrir el remoto pasado  germánico  antes de que las modas francesas hubieran corrompido  las cortes principescas alemanas, llevó a los  historiadores hasta la Edad Media. Los héroes de los tiempos primitivos, que también  habían derrocado  un gran imperio  al otro lado del  Rin, volvían a tomar posesión de lo que era suyo. Los alemanes  medievales  no habían sufrido  la humillación de tener que aceptar las cargas del imperio cristiano; los alemanes del siglo XIX  bebían en su pasado medieval para poner en marcha su función civilizadora. Los estudios medievales, emprendidos con entusiasmo en Alemania, se hicieron rápidamente populares en todos los países de occidente, donde los invasores alemanes habían derribado alguna vez las barreras imperiales. Estos  “bárbaros” eran descritos como hombres virtuosos que combatían la corrupción y decadencia de Roma, renovaban la estirpe de  Europa y sentaban las bases de las naciones  que más adelante constituirían  la Europa moderna. Ahora resultaba  que los inicios de la Edad Media lo debían todo a la benéfica purga  realizada por aquellos héroes.  No había razón para deplorar el saqueo de Roma porque  el ansia de sangre del imperio había sido castigada  por el cobro en especies. Así pues,  la cultura latina, opresiva y elitista, perdió aquellas virtudes que habían visto en ella los contemporáneos de  Gibbon. Para poder entender la verdadera naturaleza  de los pueblos germánicos era preciso estudiar la Edad Media.
Los tiempos  de la Revolución Francesa  y del período romántico inspiraron también  un nuevo interés en las antiguas lenguas  y literaturas nacionales, que habían florecido en la época “medieval”.Las obras literarias carecían  de una información histórica evidente, pese a ofrecer  atisbos de las culturas del pasado  sin mostrar unos prejuicios  eclesiásticos Los europeos , movidos por sus lecturas  de poesías y leyendas heroicas, no sólo comenzaron  a formarse un idea diferente  del barbarismo medieval , sino que incluso concibieron un nuevo programa de educación masiva en la que tenían un papel fundamental las lenguas vernáculas de Europa, que , tras cobrar realidad  en nuestra época , han desposeído  la tradición clásica  de una influencia sobre la educación  que databa de siglos. Las literaturas e historias nacionales de los estados europeos han pasado a ocupar el puesto de la literatura clásica. Ha habido varios estados europeos  que han experimentado un  “renacimiento” político gracias a sus orígenes medievales y sus preocupaciones nacionalistas actuales han forzado a los estudios medievales a encontrar las fuentes de la inspiración nacional con propósitos educativos.
Los entusiasmos de los adeptos han alimentado años de laboriosas investigaciones del pasado: los problemas que plantea la interpretación de los registros medievales, la preparación de nuevas ediciones de crónicas y cartas constitucionales y todas las incontables pero necesarias obras de bibliografía, diccionarios y atlas. Ni  siquiera hoy los estudiosos medievales han conseguido atrapara los clasicistas, que les llevaban casi cuatro siglos de ventaja. A mediada que iba progresando la apreciación del pasado medieval, se ha visto que el contraste entre germanistas y romanistas era exagerado y desorientador. La Edad Media   no fue una batalla entre hombres de diferentes raza y cultura y ni los romanos eran tan corrompidos ni los  germanos tan ejemplares como pretende la leyenda.
El estudio de la Edad Media, así como de la literatura, arte y arquitectura medievales, no pueden escapar tan fácilmente de ese capullo tejido a su alrededor en la época romántica. Los estudios de  esta época han contribuido a crear el tipo de mundo cultural que todavía seguimos aceptando, con su afición a lo primitivo, lo exótico, lo exaltado y lo emotivo. Autores tan próximos a nosotros  en el tiempo como Voltaire  o Gibbon encontrarían inaceptable nuestra afinidad con la imaginación romántica, que sustenta nuestra idea de la Edad Media como un terreno donde reina el misterio, la imaginación  y la grandeza. La Edad Media de  Walter Scout, Richard Wagner, Emmanuel Viollet- le Duc, los hermanos Grimm,  John Ruskin  o William Morris, pese a todos sus defectos, nos indican  ineludiblemente un camino que retrocede hasta su inspiración medieval original. Los que siguen estas directrices y tratan de llegar a un acuerdo con la Edad Media quizás escapen a las interpretaciones  románticas, pero seguirán siendo deudores  del Romanticismo en lo que se refiere al deseo de  redescubrir un mundo entendidote manera errónea. La Edad Media sólo “existe” en  la imaginación moderna como lugar apropiado para que la mente humana explore su propio potencial, puesto que en la Edad Media la  educación no había sometido las ideas de la mayoría a los ideales arbitrarios de unos pocos. Hubo muchos  que ocuparon puestos influyentes  pese  a carecer de educación, lo que demuestra en cierto modo que la imaginación humana descarriada disponía de más oportunidades de afirmarse.
En este sentido, no cabe la posibilidad de establecer unos límites a la Edad Media en lo que se refiere al tiempo ni al espacio, ya que éstos sólo pueden ser fruto de la imaginación histórica. El concepto, inspirado tal vez en determinados rasgos peculiares de una fase del pasado europeo occidental, se ha  trasladado a culturas totalmente diferentes, como la de Japón. La onda expansiva del impulso romántico moderno nos conduce a lo desconocido y su inspiración extraviada  puede también explicar las grandes variaciones de interpretación que ofrece la  “verdadera” naturaleza de la Edad Media. El atractivo que ejerce el mundo antiguo en la sensibilidad moderna se ha manifestado a través de la literatura: Homero, Virgilio o la Biblia. El atractivo de la Edad Media ha sido menos coherente, y se parece más bien a la fascinación que ejerce una isla fabulosa sobre sus visitantes, los  cuales encuentran en ella algo que colma sus fantasías y regresan con descripciones diferentes  de aquella misma cosa que han contemplado. Para algunos es una época de fe, para otros un tiempo en el que florecieron los artesanos  y la opresión feudal, para otros más una sociedad primitiva en cierto modo galvanizada y que encierra el secreto de la preeminencia europea de la época moderna,  secreto que , de haberse conocido, quizás habría permitido que otras sociedades primitivas “despegaran” a su vez. Explorar más de mil años de la historia de Europa sigue siendo como escudriñar un desván con la esperanza de encontrar un tesoro fabuloso, porque la idea de descubrir secretos ocultos y extraordinarios misterios continúa siendo un aspecto ineludible de la Edad Media.
La definición del período medieval aceptada abarca unos hechos que se sitúan entre el derrumbamiento del imperio romano de occidente y  el descubrimiento marítimo del resto del mundo después  de 1490, es decir, el período que se inicia con la invasión  del imperio por parte de los “bárbaros” y termina con la invasión de América y Asia  hecha por los” europeos”.Nadie consideraría a estos invasores  europeos más” civilizados” o menos “bárbaros” que sus antepasados de un milenio atrás, si bien es evidente que eran pueblos diferentes en lo que se refiere a objetivos y a ideales, puesto que éstos ya habían conocido grandes azares de la suerte y se habían aprovechado de los mismos.
El enfoque europeo occidental involucrado en la tríada” antiguo, medio , moderno” desdibuja la imagen del imperio romano con base en Constantinopla y oscurece la del Islam, pese a que, según los conceptos mundiales vigentes, los imperios de los griegos y de los musulmanes de este período merecen atención como potencias mundiales, mientras  que los estados medievales de Europa no la merecen. El período medieval no parece término justificable aplicado a Constantinopla y Bagdad,  puesto que sus respectivas historias se distorsionan inevitablemente cuando uno quiere encajarlas en las categorías occidentales. Sin embargo, mejor así que dejarlas totalmente al margen, puesto que, si tenemos en cuenta su coexistencia  con la Europa medieval, este hecho nos ayuda a evitar engañosas simplicidades  aun creando complicaciones para los historiadores. Pocos ha habido – en el supuesto de que los haya habido realmente – y pocos habrá – dadas las circunstancias previsibles- que estén suficientemente familiarizados con las tres culturas en cuestión para poder describir  su interacción conjunta sin parcialidades. Los pertrechos de erudición necesarios hacer justicia a todas  las comunidades occidentales  ya son de por sí bastante elaborados  para  que , encima, haya que añadirles la carga extraordinaria de las lenguas europeas orientales y las diferentes tradiciones del Islam y de Oriente. La Edad Media debe ser aceptada como un concepto cultural  básicamente del occidente europeo, concebido en una fase de su historia  en la que estaba tratando de concordar con su pasado. Sin embargo,  para los hombres que vivieron en tan turbulenta época, Europa occidental  no era  una región favorecida y aislada de influencias hostiles. Por el contrario, era muy vulnerable a los ataques y reconocía su situación de inferioridad frente al imperio romano de Constantinopla y a la civilización islámica del sur. De ahí su preocupación en insistir en la pureza  de sus prácticas religiosas, ya que en este campo era invulnerable. Hablar de la Edad Media como si el período tuviera una coherencia definible tiene que crear unos efectos distorsionadores no tan sólo para el resto del mundo sino también en mil años  de importantes hechos y cambios espectaculares. La Edad Media no puede considerarse homogénea, puesto que cada siglo exige el reconocimiento de su propia individualidad.

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6/1/14

IDEA GENERAL DE LA EDAD MEDIA


En la Italia del siglo XVI había  reyes alemanes que aspiraban a ser emperadores romanos. Se apoyaban en la idea de que el imperio romano  se había prolongado desde la antigüedad  hasta su época, aunque algunos consideraban absurdo este punto de vista. Cuando  Petrarca  (1304 – 74) y otros eruditos que le siguieron comenzaron a interesarse seriamente en la historia de Roma, consideraron sin paliativos que Roma, en un determinado momento, había  entrado en el ocaso de su gloria, y se inspiraron en sus estudios para recuperar, ya que no otra cosa, aquel espíritu de la antigüedad que se había perdido. El Renacimiento que siguió a continuación no contribuyó a restablecer las realidades políticas de la antigua Roma y no pasó de ser un fenómeno cultural que tuvo unos efectos superficiales en la administración de la cosa pública, pese a que los historiadores que se ocuparon de aquella recuperación y los que siguieron su tradición cultural aceptaron la idea de que había existido una edad  media entre la cultura del mundo antiguo y su recuperación moderna. El mismo concepto de  Edad Media estaba basado en poco más que en  un  prejuicio erudito original, sin una intención básica de dividir taxativamente la historia en períodos. Así pues, preciso es frenar todos los intentos de dividir este período según otros criterios y aquellos historiadores  que quieren justificar el esquema del siglo XIV lo único que consiguen es caer en una trampa.
Para  empezar, los latinistas del Renacimiento miraban por encima del hombro la Edad Media que consideraban  un período de barbarismo. En una época en que los valores  de la erudición latina dominaban la cultura  occidental, esta concordancia sobre el barbarismo medieval  se convirtió en sabiduría admitida. Hasta el siglo XIX  no se inició el estudio intensivo de la  Edad Media y todavía es más reciente la convicción de la relatividad de sus valores culturales, que ha venido a socavar  el prestigio del clasicismo .Por consiguiente, aunque se ha abierto paso una nueva visión de la Edad Media, el mismo término que la designa está tan arraigado que todos los intentos que se han hecho  para demostrar su absurdidad han resultado infructuosos. Así pues, se ha tenido por conveniente y se ha mantenido, al igual que sus igualmente absurdos compañeros, Edad Antigua y Edad Moderna, como simple etiqueta útil para una división tripartita de la historia.
El Renacimiento, que nos legó el concepto de Edad Media, hizo una extraordinaria contribución a la definición  de ese campo cuando, con las Vidas de los más eminentes arquitectos, pintores y escultores italianos (1550) de Giorgio Vasari, quiso demostrar de qué manera habían conseguido los artistas recuperar las artes perdidas de la pintura, escultura y arquitectura. Por espacio de siglos se desdeñó por tosco y primitivo el arte de la Edad Media, puesto que unos artistas que nada sabían de las leyes de la perspectiva ni los cánones de la belleza humana no eran merecedores de atención alguna, y así fue cómo se etiquetó de   “gótica” la arquitectura medieval queriendo significar con la palabra su bárbaro origen nórdico. Aunque el término, desde entonces, ha cobrado un sentido más restringido, continúa siendo singularmente inadecuado, por ejemplo, para la obra de los arquitectos franceses del  siglo XII los entusiastas del gótico rehabilitaron este arte, se tergiversó la plena apreciación de sus méritos técnicos concediendo una importancia equivocada a sus connotaciones religiosas y sociales. Una vez más, los cambios en los gustos impuestos por la moda han sido los principales responsables a la hora de hacer justicia a una de las creaciones genuinamente originales en el campo de la arquitectura Igualmente en pintura, el derrumbamientote la tradición académica, con su interés por el dibujo de la figura, la perspectiva y la elevación del tema tratado, permitió por vez primera juzgar el arte medieval sin prejuicios clásicos. Como resultado, el Renacimiento ya no puede ser aceptado como un período de recuperación  artística,  porque la conciencia de su propia identidad lo convierte en un movimiento artístico sin paralelo en la Edad Media, si bien su  “estilo” diferente no era sino el último de los muchos cambios que actualmente se observan en el arte medieval, un arte que está muy lejos de ser uniforme y carente de  mérito. El prejuicio renacentista contra el arte medieval ha perdido hoy todo su poder de persuasión para influir en la sensibilidad moderna.
Pisando los talones al Renacimiento, la Reforma creó un cuerpo propio de eruditos influyentes y agresivos, convencidos de que la historia de la iglesia también podía dividirse en tres períodos: antiguo, medio y contemporáneo, período este último en que la iglesia sería restaurada y recuperaría su perfección primitiva. Aun cuando las fechas del período medio eran un tanto imprecisas, podría definirse como la era del romanismo papal, más que imperial, durante el cual el clero papista mantenía las mentes de los hombres bajo supersticiosa sujeción .Los católicos no tenían tan  lúgubre opinión del período como los protestantes, pero sus intentos de defender y justificar el orden medieval no hicieron nada para frustrar la fe en aquella división  en períodos de la historia de la iglesia. Ya en el siglo XX, el movimiento Ecuménico y el Concilio Vaticano Segundo (1962-65) han contribuido a embotarlas espadas de la polémica religiosa y han conseguido por fin rescatar la historia de la iglesia medieval de la controversia sectaria. Pero aunque los modernos eruditos de la Edad Media se consideren librados de los viejos prejuicios de los latinistas, entendidos y teólogos, hay que reconocer que el  legadote unas actitudes culturales tan arraigadas en lo que a estudios medievales se refiere ha sido de gran importancia. La mayor parte de la información que tenemos sobre el mundo medieval occidental está en latín, escrita por clérigos, por lo que los historiadores no pueden evitar los problemas de valorar la fiabilidad de sus autores ni su grado de cultura latina.
Es posible que los especialistas modernos se sientan inclinados a desechar conceptos anticuados, pero no se puede negar que toda la base de la idea medieval procede del siglo XVI, cuando la humanidad  advirtió por vez primera la frontera entre su propia época  y su pasado inmediato .Es obvio que los que vivieron en el siglo X  o en siglos más medievales aún de la historia europea occidental ,puestos en un mismo saco y mirados con desdén o con lástima por haber vivido en un período de retroceso humano, no tuvieron la impresión de su destino común. Tratarlos como parte de un período es aceptar las preocupaciones del siglo XVI, ya que el milenio medieval fue tan variado, dinámico y creador como cualquier  milenio conocido de la ciencia.


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