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8/9/12

LA NUEVA POTENCIA: EL ISLAM

En el mundo occidental, los monjes eran los soldados de Cristo.  En oriente, en el siglo VII aparecieron fieles soldados de otra índole cuando los árabes de la península arábiga, unificada por el Islam, invadieron los imperios de Roma y Persia.  En diez años el profeta Mahoma (622-632) había conseguido crear una nueva sociedad religiosa sometida a Dios. Él en persona peleó y luchó y los árabes que abandonaron sus mortíferas guerras como resultado de la nueva hermandad religiosa no por ello renunciaron a la guerra.  En el 629, antes dela muerte del Profeta, hicieron incursiones en Siria pero fueron repelidos.  En tiempos de su sucesor, el califa Abú Beker, volvieron a unas tierras que conocían bien merced al comercio: la fértil media luna.  Hacía poco que persas y romanos habían tenido un enfrentamiento en aquella zona, pero los triunfos de los persas, pese a ser efímeros, seguramente debieron alertar a los árabes con respecto a la debilidad del imperio, puesto que el poder romano ejercido en las ciudades jamás fue muy efectivo en el campo.  Los intentos de los romanos de repeler a los invasores, ahora totalmente unificados después del ataque, culminaron en los esfuerzos de Heraclio en el 636.  En dicho año sus fuerzas sufrieron una terrible derrota en Yarmuk, gracias a que las fuerzas árabes se vieron reforzadas con un contingente que había llegado apresuradamente a través del desierto desde Iraq.  Los romanos no estaban preparados para este tipo de guerras. Su frontera en el desierto se había convertido en una carretera para los árabes y el desierto era un erial que los beduinos conocían muy bien.
La anexión de Siria por parte de los musulmanes hasta llegar por el norte a las montañas del Tauro introdujo una cuña entre la base que tenía el emperador en el Asia Menor y las provincias africanas.  Egipto no podía salvarse de la invasión (641) y Alejandría, la segunda ciudad del imperio, se vio traicionada sin lucha a pesar de gozar de una situación marítima muy favorable.  La conquista tanto de Siria como de Egipto, que inmediatamente situó al Islam en posesión de algunas de las más ricas y civilizadas partes del mundo, no había sido la meta del califa en Medina, sino el resultado de los ambiciosos afanes de sus generales así como de su habilidad tanto en la guerra como en la diplomacia.  Habían ofrecido unas condiciones favorables a las poblaciones locales, profundamente disgustadas con la política religiosa del gobierno imperial.  Las condiciones musulmanas garantizaban, siempre que se pagasen los tributos acostumbrados, que estas poblaciones, como "gentes del libro" y por ello toleradas por el Islam, disfrutarían de autonomía bajo sus propios jefes religiosos, en su mayoría monofisistas y no ortodoxos.  En tiempo de las conquistas parece que, desde el punto de vista religioso, las provincias más ricas del imperio romano estaban satisfechas con el cambio de régimen.  El califa Omar (633-634) dejó sentados los principios necesarios para la administración de aquel inmenso e inesperado imperio y para mantener a sus generales bajo custodia.  Se instaló al ejército en campamentos base, al objeto de mantenerlos alejados de las poblaciones locales y de conservar su pureza incontaminada.  Ni siquiera se les permitió retener o cultivar tierras fuera de la península arábiga, ya que en los territorios conquistados tenían el monopolio y la carga de los deberes militares.

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