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28/9/12

LOS VIKINGOS (II)

La colonización noruega de Irlanda en la segunda mitad del siglo IX no era simplemente la consecuencia del realismo político de los noruegos.  Debido a unas circunstancias cambiantes en Escandinavia -después de las incursiones danesas en el Mar del Norte y en el canal- el mudo escandinavo, desde el punto de vista económico había dejado de ser cerrado, sin ciudades ni comercio.  Las incursiones procuraron a Escandinavia un cuantioso botín, aparte de esclavos, que podía ser intercambiado en emporios como Hebedy, en Schleswig, y Birka, al oeste de Estocolmo.  Los suecos, pueblo congregado alrededor de las orillas del lago Mälaren, ya estaban expandiendo sus actividades al otro lado del Báltico, en Curlandia, y a través del golfo de Finlandia hasta el lago Ladoga.  A lo largo del siglo IX, estas embestidas hacia el interior se propagaron a través de las vías fluviales rusas, lo que permitió a los varegos (término genérico para los escandinavos) ir hasta el Mar de Azov (839) e incluso hasta Constantinopla (860).  Estos mercaderes-guerreros parece que asumieron el liderazgo político delas grandes ciudades que encontraban a su paso, incorporando a una única red comercial y política las colonias situadas entre las principales ciudades, Novgorod al norte y Kiev al sur.  El Báltico, pues, dejó de ser un callejón sin salida en el aspecto económico y más bien trasladó el comercio de un extremo a otro de Europa mientras el continente era víctima del abrazo "vikingo".  Las vías marítimas del norte y del sur, conectadas por la presencia varega en tierras eslavas, transportaban los recursos del mundo islámico que las conquistas de los árabes durante el siglo VII habían negado durante tanto tiempo a occidente.
Los "rusos"no atemorizaban menos a Constantinopla en el 860 que sus colegas nórdicos del mundo carolingio, pero el imperio de oriente salió mejor parado de sus tratos con estos piratas, de los que estaba territorialmente separado por otros pueblos.  Pero si los piratas no se salieron con la suya, por lo menos consiguieron arrancar unas concesiones comerciales en el 907, momento en que el príncipe Oleg apareció delante de Constantinopla con una gran flota y a través de un tratado estableció estrechas relaciones comerciales con el imperio oriental.  Eran suministradores de peles yd e miel de los bosques septentrionales, pero el tráfico principal se hacía con hombres: esclavos recogidos en cualquier punto dela gran red vikinga y valiosos marineros y soldados que hacían trabajos auxiliares en las campañas imperiales.  La renovación de las hostilidades en el 941 acabó redundando en perjuicio de los rusos, ya que el imperio había potenciado considerablemente su fuerza militar en aquel intervalo.  En el 968 el emperador Nicéforo no tuvo inconveniente en llamar a los rusos para que trataran con los búlgaros, mientras él se dedicaba a Siria.  Sin embargo, su líder, Sviatoslav, que por aquel entonces también había aniquilado a los Jazars (utilizados por los griegos para reprimir a los rusos), aspiraba a extender su influencia hacia los Balcanes y a pasar por alto a sus enemigos más serios, los Petchenegs, situados en el Dnieper inferior.  El emperador Tzmisces (Juan I, 969-976) no quería tener a los rusos como vecinos y los obligó a volver y a enfrentarse con los Petchenegs (971).  Sin embargo, como auxiliares disciplinados, los rusos resultaban indispensables, por lo que Basilio II, en un momento desesperado del año 988 los llamó en su ayuda; a partir de entonces, los soldados varegos, reclutados regularmente entre los nórdicos, figuraban entre los mejores de los regimientos imperiales.  El príncipe ruso Vladimir de Kiev obtuvo como recompensa por su alianza a la hermana de Basilio como esposa, a condición de aceptar el cristianismo para él y su pueblo.  En algo más de un siglo el imperio había atraído a los rusos a su esfera cultural y obtenido de ellos valiosos servicios, pese a que no fue sin que mediaran problemas.  Así y todo, el imperio no sufrió nunca tantos percances como los pueblos de occidente.

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