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30/9/13

LA INDUSTRIA

Los gremios medievales más antiguos fueron los de los mercaderes de las ciudades, si bien en el sigo XIII comenzaron a surgir gremios de artesanos específicos, así como corporaciones de médicos y abogados.  Cuando Luis IX de Francia ordenó la compilación de un libro de costumbres de los diferentes comercios, la indagación reveló que las normas efectivas que no se habían puesto previamente por escrito habían dependido de la transmisión oral a través de los comerciantes de prestigio.  No es de sorprender que las norma de los gremios redactadas en las ciudades en el siglo XIII concedieran una gran importancia a los deberes religiosos de sus miembros en lo que se refiere a la asistencia a las devociones colectivas o a su compromiso moral con los familiares de los miembros difuntos, así como, de manera más directa, a las cuestiones profesionales.
Los gremios tenían un papel muy importante en la ciudad.  El tipo de comercios que se agremiasen, los que eran subsidiarios de gremios dirigidos por comercios más poderosos o los que se veían imposibilitados para formar cualquier tipo de organización grupal eran cosas que variaban de una ciudad a otra.  En Florencia había que pertenecer a algún gremio para poder desempeñar un cargo público.  En Londres, los intentos de sustituir los wards (división territorial de los condados) como unidades de gobierno local por formas de representación a través de los gremios quedaron en nada.  Sin embargo, en todas las ciudades, la organización de los gremios indicaba que el sentido de las claves profesionales no estaba limitado a grupos educados tales como los juristas o los estudiantes.
La mayor parte de la actividad artesana se realizaba en pequeños talleres bajo las órdenes de maestros que conocían personalmente a sus trabajadores, algunos de los cuales, si se daban las circunstancias favorables para ello, pondrían en marcha sus propios negocios, aunque el sistema no garantizaba que todos los que trabajaban por jornadas (jornaleros) llegasen un día a ser maestros.  Los trabajadores que estaban dedicados a comercios no organizados se encontraban dispersos en demasiadas empresas para poder conseguir mejoras sustanciales en las cuestiones que eran motivo de sus quejas.  La industria del tejido era la única en la que los muchos trabajos diferentes involucrados eran más susceptibles de unas condiciones semejantes a las de una fábrica, aunque el uso de la fuerza hidráulica en el proceso de mecanización de la industria acabó por empujarla hacia el campo, fuera del alcance de las normas de los gremios.  El interés medieval por los artilugios mecánicos procedía de la extraordinaria escasez de mano de obra a todos los niveles en una sociedad que ya no conseguía esclavos como resultado de las guerras y que debía complementar el trabajo humano de la mejor manera que su ingenio le daba a entender.

29/9/13

EL COMERCIO

La mayor parte de las grandes ciudades medievales debieron su importancia a su función como depósito comerciales más que a sus industrias.  Estaban situadas en lugares protegidos y con fácil acceso a las rutas marinas europeas: Venecia, Génova, Bristol, Londres, Brujas, Lübeck.  Su función comercial tendió a disminuir la anterior importancia de las grandes ferias internacionales, porque permitía el transporte de mercancías de mayor volumen.  Sin embargo, tierra adentro, estas ferias continuaban atrayendo el comercio con fines más locales.  A un tercer nivel, la celebración de mercados semanales con autorización del gobierno local elevó a algunas poblaciones privilegiadas al rango modesto de ciudades-mercado.  En un país como Inglaterra, donde los mercados se encontraban cuidadosamente distribuidos, este sistema debía de situar a la mayoría de los ciudadanos a una distancia de un día del mercado, lo que permitía disponer muy fácilmente de su producción excedente.  Pero, como mínimo a partir del siglo XIII, las visitas a las ciudades aseguraron la rápida difusión de la información a través del país, lo que fomentó el sentido de una comunidad más grande que la de la población básica.  En otras partes de Europa ocurrió lo mismo con respecto a regiones más que a reinos completos.  El establecimiento de mercados, la protección de caminos de acceso, la vigilancia del mercado y la revisión de pesos y medidas de los comerciantes son cosas que presuponen la intervención de unas autoridades en condiciones de imponer normas más allá de los límites territoriales del mercado.  Estas condiciones se obtuvieron en diferentes momentos en varias partes de Europa, aunque bajo las mismas presiones.  Por un lado, el comercio internacional estaba alimentado por las corrientes del país que conducían las mercancías más valiosas hacia el mar y devolvían otras a las tiendas; por otro, la protección de pequeños puestos comerciales en el interior del país se apoyaba en la buena voluntad e incluso en el positivo aliento de los monasterios, obispos y otros propietarios, los cuales no dejaban de ver las ventajas financieras y de otro tipo que suponían los mercados.

26/9/13

EL GOBIERNO DE LAS CIUDADES

El siglo XIV fue testigo del apogeo de las municipalidades europeas.  Los ayuntamientos construidos a partir delos últimos años del siglo XIII, macizos y semejantes a castillos, con sus torres de vigía y sus almenas afirman la independencia de la ciudad y su intención de guardarse de los forasteros.  La reivindicación de la "libertad" por parte de los florentinos resulta desorientadora y equívoca para los que hayan leído a Jean Jacques Rousseau.  La independencia de la ciudad no supuso en ningún momento la manumisión de todos sus ciudadanos, pero esto no provocó necesariamente descontento.  Las presiones que venían del exterior de las filas de los elegibles rara vez fueron efectivas.  Los gobiernos estaban regidos por aquellos que disponían de tiempo libre, de ambiciones, de contactos y, por encima de todo, de suficiente interés en las posesiones o prosperidad de la ciudad para consagrarse al bienestar de la misma.  La mayoría de sus habitantes tenían ocupaciones particulares propias que reclamaban su atención.  Las insistentes demandas de la familia, del trabajo, del gremio, de la cofradía, de la parroquia o del barrio ya daban al ciudadano trabajo más que suficiente al nivel que eran capaces de desarrollar. Únicamente aquellos que obtenían influencia dentro de esta oscura política local conseguían sobresalir en los ayuntamientos.  La libertad de la ciudad entera exigía negociaciones políticas con grandes señores, reyes e incluso papas y, por consiguiente, una gran dosis de experiencia política, paciencia y riquezas.  Eran pocos los individuos, o incluso las ciudades, capaces de soportar por mucho tiempo la carga que suponía la independencia.  La mayoría de las autoridades municipales sólo habían conseguido afirmar su independencia suprimiendo los grupos disidentes y no hubo ninguna ciudad que se viera libre de problemas internos.
Había ciudadanos no manumitidos que empuñaban armas en las milicias de las villas y que, por consiguiente, podían ponerse en movimiento si eran espoleados.  Las finanzas de la ciudad dependían de préstamos hechos por ciudadanos ricos a base de intereses garantizados o de tributos indirectos sobre el vino, la sal o sobre mercancías que llegaban a la ciudad para ser vendidas, medidas todas ellas fáciles para obtener unas rentas.  La vida en la ciudad medieval no era más ideal ni más progresista que la vida en el campo. Sus instituciones, pese a tener unas bases más amplias que las feudales, no demostraron ser más populares ni duraderas.  Ciudades como Venecia, que sobrevivieron para convertirse en capitales de estado, ya eran aristocráticas.  En el siglo XV, grandes ciudades como Brujas o Barcelona tuvieron que llegar a nuevos acuerdos con los príncipes, puesto que las condiciones ya no eran propicias para la independencia municipal.

25/9/13

COMUNICACIONES, TRANSPORTE Y COMERCIO (II)

Cuando el transporte por medio de bestias de carga era normal, los mercaderes se concentraban inevitablemente en el comercio de objetos pequeños y valiosos.  En el siglo XIV, el comercio por mar permitió pensar en mercancías de mayor volumen, como el trigo o la lana, que podían recorrer grandes distancias.  Las poblaciones de las ciudades contaron entonces en los envíos regulares.  El año del hambre (1315-1316), Flandes no dejó de recibir trigo, que le llegaba desde Sicilia gracias a la actividad de ciertos mercaderes florentinos.  El vino también se enviaba desde regiones especializadas, como el Bordelais, e iba a Inglaterra o a Flandes.   Los ingleses dejaron completamente de preparar vino una vez tuvieron asegurado el suministro del mismo desde la zona del Rhin o desde Gascuña.  Otros alimentos esenciales que recorrieron considerables distancias fueron la sal, desde la bahía de Vizcaya, y las salazones del Mar del Norte.  En cuanto a los productos manufacturados, las ciudades en vías de crecimiento necesitaban importar materias primas y encontrar mercados o clientes para los mismos.  A competencia para depreciar los mercados hizo que algunos centros se especializasen, ya que las mercancías de calidad mantuvieron su precio.  La industria de la lana tejida se estableció en Flandes en época muy primitiva y, en el siglo XII, la industria del país precisó ya importar lana inglesa para poder funcionar a pleno rendimiento.  en el siglo XIV se importaban de Castilla grandes cantidades de este material.  No todas las telas que venían del norte se vendían en fase acabada, sino que los mercaderes italianos compraban tela de buena calidad que después embellecían en los talleres de sus propias ciudades.  Los genoveses exportaban telas flamencas a oriente.  Sin el uso extensivo de unas rutas comerciales habría sido inconcebible la industria medieval e esa escala.  La industria se desarrollaba contando previamente con una demanda firme.  Servía mas al mercado que a unos clientes específicos.  Dicho mercado comprendía una sorprendente complejidad de intereses.  Eran muchas las cosas que podían no funcionar y los negocios seguían siendo arriesgados.  Algunos empresarios hicieron auténticas fortunas, pero hasta las empresas más saneadas podían ir a la ruina tras una sucesiva racha de quiebras.  Los comerciantes, pues, idearon  procedimientos para protegerse contra los peores azares.  La asociación comercial de la Hansa respondió al signo de los tiempos.  Los negocios italianos se apoyaban más en las asociaciones, que comprendían inversiones de socios secretos, aparte de que concedían créditos y se beneficiaban de ellos.  También concibieron planes que les permitían asegurar la mercancía.  La diversificación de los negocios acostumbraba a ser una medida sensata, pero exigía la atenta supervisión de numerosos negocios subordinados.  Los que hacían fortuna solían retirarse y sus familias adquirían generalmente propiedades en el campo y un nivel social superior que en la ciudad.  Entonces irrumpían otros hombres que pasaban a ocupar su puesto.  Las aristocracias urbanas solían ser menos estables que las del campo.  Lo que llevó a toda Europa a la órbita del comercio fue la continua actividad de un cierto tipo más que la persistencia de unos intereses familiares particulares.
Nunca había habido un comercio a aquella escala -ni siquiera durante el imperio romano-, es decir, un comercio que fomentase la especialización de la producción y del producto y forzase constantemente el nivel de calidad exigido en el mercado internacional.  En el siglo XIV no había ninguna región de la Cristiandad que no estuviera ligada de una u otra manera a la red del comercio internacional.  En este aspecto todas las regiones estaban expuestas a sufrir las consecuencias de acontecimientos ocurridos en remotos lugares sobre los cuales no tenían ninguna influencia o a beneficiarse de ellos.  Los productos que llegaban a occidente desde lejanos lugares del este encontraban su camino gracias a la actividad de muchos mercaderes diferentes que se servían de un sistema que ellos solos entendían y que, políticamente, no podían proteger.  La supervivencia de este sistema dice mucho en favor de las gentes de la época, puesto que supieron valorar el espíritu emprendedor de sus mercaderes.

24/9/13

COMUNICACIONES, TRANSPORTE Y COMERCIO (I)

Las ciudades que estaban convenientemente distanciadas podían confiar en recursos seguros.  Las ciudades medievales de los Países Bajos, de manera especial, se habían desarrollado a una cierta proximidad, sobre todo porque su ubicación geográfica hacía razonable confiar en unos suministros procedentes de bastante distancia.  A medida que las ciudades iban prosperando, cada vez había que ir a buscar los recursos más lejos.  Cuanto más lejos se encontraran los suministros, menor era el poder de la ciudad para garantizarlos.  Al igual que en el imperio romano, no había un orden político único que protegiese el transporte de las mercancías.  Los propios mercaderes de las ciudades debían adquirir suministros y traerlos de muy lejos, lo que hacía que el desarrollo de muchas ciudades dentro de una zona restringida implicase la existencia previa de una red comercial  y de reservas adyacentes de tierras productivas, que eran explotadas en beneficio de las ciudades.  En Italia, la gran llanura del Po era la única zona cultivable capaz de alimentar un gran número de bocas urbanas, mientras que en el norte las ciudades flamencas dependían de los graneros del este de Europa.
El principal motor del comercio medieval era el tráfico mediterráneo, que las ciudades italianas fueron las primeras en explotar.  Durante el período de las Cruzadas los cristianos habían estado desafiando a los musulmanes y obtenido una gran participación en el comercio.  Las dos ciudades italianas que dominaron en Oriente fueron Venecia y Génova y ambas se beneficiaron de la usurpación latina del imperio en Constantinopla en 1204.  Una cuarta parte del imperio fue asignada directamente a Venecia.  Las islas proporcionaron a esta república puertos, marineros y producción por espacio de siglos.  La gran isla de Creta siguió siendo una colonia veneciana hasta 1669.  Los genoveses no consiguieron tanto ni tan rápidamente, pero gracias al ofrecimiento de sus servicios navales a los griegos pudieron afianzarse en el Egeo.  A través de una serie de guerras con los venecianos en el siglo XIV demostraron que eran formidables provocadores.  Para unos y otros, el control del comercio a través de Constantinopla y el acceso al comercio del Mar Negro eran la base de su prosperidad y de sus posiciones de privilegio en el comercio de Europa occidental.  La importancia del comercio del Mar Negro en el siglo XIII se vio afianzada por la seguridad ofrecida por el poder político mongol.  Este hecho permitió que tanto los mercaderes como los viajeros y misioneros pudiesen ir desde Crimea a la China, viaje realizado frecuentemente hasta mediados del siglo XIV, en que la dinastía mongol se vio suplantada por la Ming (1368).
Parece que hasta finales del siglo XIII, el comercio internacional de Europa occidental se centró en las grandes ferias de Champagne, hasta las que se trasladaban los mercaderes italianos a través de los Alpes para encontrarse con comerciantes procedentes del norte.  Dejando aparte los riesgos de los bandidos, los convoyes de animales de carga utilizados en la zona alpina limitaban mucho el volumen de las mercancías que podían ser enviadas o traídas.  A medida que las ciudades de las costas septentrionales comenzaron a aliarse en ligas que garantizaban los movimientos de los envíos, se hizo más evidente la necesidad  de poner en contacto el tráfico del Mediterráneo con el norte.
Ni siquiera Venecia, que era la ciudad italiana mejor situada geográficamente para tratar con las tierras del norte a través de los Alpes orientales y siguiendo después las aguas del Rhin o del Danubio, dudó un sólo momento a pesar de que comparada con Génova, el viaje por mar era para ella mucho más largo.  El mayor riesgo del largo viaje era el mar abierto, que se extendía más allá del Canal de la Mancha.  Sin embargo, la piratería en aquellas aguas se vio entorpecida a partir del siglo XIII por el nuevo interés que sentía el rey de Inglaterra en sus puertos para acceder a Francia a lo largo de la costa de Vizcaya.  La alianza entre el duque de Gascuña y el rey de Castilla dio una nueva estabilidad a aquella región, de la que pudieron beneficiarse los comerciantes italianos.

23/9/13

SOCIEDAD URBANA (II)

En el interior, las poblaciones iban absorbiendo a los inmigrantes procedentes del campo, pero negaban la validez de los lazos sociales que allí imperaban: el señorío, el clan, el trabajo agrícola cooperativo siguiendo las estaciones.  Las ciudades daban cabida a comerciantes y artesanos, a ricos y a pobres, y permitían la proximidad de potenciales competidores, de rivales e incluso de enemigos.  Parecía que, para mantener la paz social, los únicos que ofrecían una esperanza de armonía cívica eran los esfuerzos especiales realizados por el clero, directamente en las parroquias o a través de los frailes e, indirectamente, por medio de las cofradías y gremios. A diferencia de lo que ocurría en el campo, las ciudades no podían vigilar las actividades de los forasteros, puesto que el comercio y la industria consideraban positivo atraer a los mercaderes, clientes y artesanos especializados que pasaban por la ciudad.
Si los principales problemas de las ciudades eran sociales y económicos, en este período estaban articulados en términos religiosos más que ideológicos.  En algunas ciudades, los obispos residentes tenían que soportar el peso de todas las crítica dirigidas contra el estamento eclesiástico. A partir del siglo XII los pobres tejedores fueron tildados de probables instigadores de opiniones religiosas no ortodoxas.  En el siglo XIII los predicadores dominicos, los franciscanos y otros frailes pululaban por las principales ciudades europeas con la intención de contrarrestar las herejías y fraternizar con los pobres gracias a su propia adhesión a la pobreza.  La mayoría de las ciudades ya se encontraban divididas en varias parroquias eclesiásticas.  La complejidad de la vida religiosa en las ciudades imponía la modificación del esquema del ministerio rural de la iglesia.  Los rituales sacramentales necesitaban complementarse como mínimo con la instrucción, la exhortación, las reuniones para rezar, las devociones comunitarias y la palabra, hablada y escrita.  Las ciudades propiciaban el entusiasmo religioso que a veces se convertía en un problema.  El más famoso fue el que se produjo en la Florencia renacentista con el fraile Savonarola (ejecutado en 1498). Es probable que el fermento del problema fuera social: la vida en un espacio limitado de hombres de diferente condición social, riqueza, tiempo de residencia, comercios y habilidades, con sus números fluctuantes de desempleados, no empleables y parásitos.  Las pasiones ingobernables de los ciudadanos, tan diferentes de la burguesía de la teoría social, impresionaron a los primitivos cronistas medievales que observaban al hombre de la ciudad.  Dichos cronistas, desde fuera, raras veces mostraban simpatía o comprensión de la situación urbana y, hasta el siglo XIII, los cronistas y estudiosos de la ciudad no empezaron a iluminar desde dentro del desarrollo de la ciudad.
Extramuros, las ciudades se enfrentaban con problemas sobre los cuales sus gobiernos todavía tenían menos control y contra los que no podían protegerlos las murallas.  Al principio, el crecimiento de la población urbana dependía de la llegada de inmigrantes procedentes de otras localidades más pequeñas y, de manera particular, del feudo del campo.  Cuando las ciudades dejaban de crecer, la estabilidad de la población exigía la compensación desde fuera.  Pero las ciudades que alcanzaban un nivel óptimo se hacían mucho más vulnerables a la escasez de alimentos y de materias primas, sin los cuales sus poblaciones relativamente numerosas no podían subsistir.  Así pues, los gobiernos debían contemplar desde el interior de las murallas sus relaciones con el exterior.  Las ciudades podían fomentar la inmigración ofreciendo condiciones favorables al afincamiento, particularmente la emancipación de los deberes serviles.  El campo, donde la productividad dependía de las obligaciones serviles, podía sufrir, por tanto, excesivas defecciones.  Podía darse el caso de que los propietarios se encontraran ante el dilema de querer conservar por una parte la adecuada mano de obra en el campo y, por otra, fomentar la ciudad como un destino para sus mercancías.  La gente del campo que sentía la tentación de escapar a la servidumbre rural necesitaba, sin embargo, tener la seguridad de que los privilegios que la ciudad concedía a los inmigrantes serían respetados por los príncipes locales.  Es posible que hubiera que convencer a dichos príncipes de que reconocieran los derechos de las ciudades a recibir siervos fugitivos.  Sin embargo, no había una incompatibilidad inherente ni una contradicción entre ciudades y señores.  Las ciudades proporcionaban mercados para los excedentes de los estados principescos y tentaban a los príncipes a gastar sus beneficios en los muchos artículos comerciales que exponían.

22/9/13

SOCIEDAD URBANA (I)

Las sociedades que florecieron, incluso aquellas que habían comenzado como fundaciones para las cuales era posible establecer una fecha, muy pronto se adaptaron a las condiciones de vida en las que habría sido raro que un concejo de la ciudad ejerciera un control de planificación sobre el desarrollo.  Dentro de los límites de la ciudad, cada parcela de terreno tenía un valor potencial y, cuanto más cerca estaba del centro comercial, tanto más codiciada era.  Más que derribar murallas, había que esforzarse en sacar el máximo partido del interior.  Pensar en edificar nuevas murallas para una ciudad habría sido como renunciar a explotar todas las posibilidades y haber asimilado la periferia adosada que se había construido como continuación de las principales ciudades al toro lado de las puertas de las mismas.  Sólo en este momento las autoridades urbanas, conscientes de la necesidad de ampliar la zona puesta bajo su protección, accedían a establecer un nuevo perímetro lo bastante generoso para dar cabida al crecimiento esperado.  La provisión hecha dentro de estas nuevas murallas para espacios abiertos destinados a nuevos conventos, mercados, jardines y huertas comerciales era un reflejo de las ambiciones de una ciudad floreciente en lo tocante a equiparse de comodidades.  Parece que algunas de las ciudades más famosas superaron incluso estos límites y se vieron obligadas a establecer una segunda línea de murallas en el curso del siglo XIII.  Florencia comenzó a construir nuevas murallas alrededor de 1290 y no la terminó hasta 1334. Parece que después se produjeron una serie de calamidades que redujeron espectacularmente la población o por lo menos impidieron que creciera lo suficiente para alcanzar los nuevos niveles previstos con la replanificación de las murallas. Hasta mediados del siglo XIX Florencia no creció lo bastante como para llegar y sobrepasar sus propias murallas.  La Florencia del Renacimiento era, pues, un espacio mucho más abierto y dilatado de lo que podemos suponer a primera vista contemplando su aspecto actual.   Además, lo que ahora son sus edificios históricos eran entonces sus más destacadas novedades: el nuevo ayuntamiento, agresivo y dominador; la nueva catedral, rematada con el triunfo de la ingeniería más moderna.  Todo nuevo trazado de una calle presuponía la demolición de obras anteriores y la destrucción de viejos esquemas.
Los notables edificios de las ciudades, tanto civiles como eclesiásticos, expresaban el desafío individual de cada lugar y era la tradición espiritual de una ciudad lo que inspiraba a sus ciudadanos más que el afecto que pudieran sentir por un determinado edificio de la misma.  Por este motivo, la preocupación básica del gobierno de una ciudad era resolver sus asuntos de modo que no pudieran verse obstaculizados  por los forasteros; en esto consistía realmente el orgullo cívico.  En cierto aspecto, era una presuntuosa baladronada, ya que aun cuando la autonomía urbana y las murallas proclamaban la existencia de una comunidad autosuficiente, dadas las condiciones de la época, no había ninguna ciudad que pudiera bastarse a sí misma.  Las murallas encerraban una población en su interior y dejaban a la gente rural en el exterior, en el campo, pero de hecho las murallas pretendían resolver no otra cosa que problemas insolubles, y no separaban dos mundos exclusivos e interdependientes.

20/9/13

INFLUENCIA URBANA EN LA ALTA EDAD MEDIA (II)

Estos cambios en la vida de la ciudad medieval reflejan los muchos cambios diferentes operados a lo largo de los siglos en diversas partes del continente.  Originariamente las ciudades habían crecido con gran rapidez y habían adoptado de una sociedad rural muy vigorosa sus espíritus más audaces.  Hacia finales del siglo XIII, por razones que no sería fácil de definir, el proceso de expansión comenzó a declinar.  Probablemente Europa había alcanzado su punto de saturación en lo tocante a contar con un número suficiente de ciudades para sus necesidades económicas.  Las esperanzas puestas e ciudades que no respondían a una necesidad dejaron inevitablemente de echar raíces.  Cuando ya no hubo una demanda cubierta de manufacturas y materias primas a suministrar por los comerciantes, las ciudades comenzaron a competir entre sí de forma desesperada a fin de conservar sus mercados.  Hay que añadir a esos contratiempos las epidemias y pestes, que se cebaron particularmente en las ciudades, dado que éstas constituían un caldo de cultivo más favorable a las infecciones.  Las poblaciones de las ciudades resultaron muy diezmada, pero se recuperaron tan pronto como comenzaron a aumentar las poblaciones rurales, puesto que las ciudades trataban desesperadamente de atraer inmigrantes, sobretodo cuando desarrollaban determinadas competencias. Incluso es posible que, después de uno de esos contratiempos, surgiera un orden económico más estable, en el que las ciudades en conjunto mejoraran su situación con respecto  la del campo.  Es evidente que no había nada que pudiera compararse a las consecuencias de la emigraciones bárbaras ocurridas mil años antes para frustrar las posibilidades de la recuperación urbana.  En este aspecto, la exageración de algunos historiadores recientes con respecto a los efectos de la peste sobre la vida ciudadana puede ser sumamente desorientador.  Los mismos gobiernos de las ciudades veían el problema del número sólo como una de tantas dificultades, puesto que ha sido la obsesión moderna de los números lo que ha convertido este aspecto en un problema de primer orden.
La aparición de las ciudades medievales es más difícil de describir de lo que puede imaginarse.  Son muy pocos los edificios anteriores al siglo XIII que han sobrevivido.  Se trata sobre todo de iglesias, edificios constantemente ampliados y reconstruidos y a menudo conservados como "lugares históricos", aislados y cuidados para salvarlos del vandalismo moderno.  Con frecuencia no se tiene en cuenta que estas iglesias ya eran en la Edad Media construcciones góticas en medio de edificios más recientes. Si es indudable que son los edificios mejor construidos de una ciudad, también lo es que dominaron un medio urbano comparativamente homogéneo en lo que se refiere a su carácter arquitectónico.  Hasta finales del siglo XV los artistas no comenzaron a planificar ciudades de manera que su aspecto físico produjera una determinada impresión.  Sólo recurriendo a la imaginación podemos captar  cómo fue el estilo de vida urbano y, aun así, es preciso recordar cuántas fueron las ciudades que estuvieron experimentando constantes cambios a lo largo de sus mejores días.  Las preocupaciones del siglo XII no eran las mismas que las del siglo XV, ni en Florencia ni en Inglaterra.  Vista con el microscopio de la historia, la "ciudad" representada por un punto en el mapa se transforma en una masa hirviente de individuos cambiantes.

19/9/13

HUNGRÍA Y LAS DINASTÍAS EUROPEAS (II)

En el siglo XV hungría estaba muy lejos de ser un país unificado.  Comprendía muchos pueblos e incluso abarcaba búlgaros ortodoxos así como un gran número de herejes bogomilos a los que los celosos sacerdotes católicos no consiguieron reprimir.  El largo período de gobernantes extranjeros que situaron a Hungría en el primer plano de la política internacional no fue testigo de ningún desarrollo institucional de la monarquía.  Los bienes de la corona y los monopolios de las minas la hacían lo bastante rica para no tener necesidad de forzar a sus vasallos a participar en sus proyectos, por lo que los grandes terratenientes estaban en condiciones de administrar sus intereses sin interferencia real.  Ni los mercaderes extranjero ni el clero participaron de la formación de las clases instruidas y emprendedoras.  El avance otomano por el sur significó que el reino ya se había reducido a unas proporciones modestas antes de que Belgrado sucumbiera en 1521; la derrota de Mohacs puso punto final a su precaria independencia, aun cuando el reino sobrevivió en manos de los Habsburgo.
Tanto Polonia como Hungría se vieron envueltas, como reinos católicos, en choques con los pueblos ortodoxos en sus fronteras, que en este período se encontraban a la defensiva en todas partes.  El colapso del imperio griego (1204) y el dominio de los mongoles sobre Rusia (1237) significaba que la ortodoxia había perdido sus protectores seculares tradicionales y que o tenía esperanzas de encontrar a otros.  No es de extrañar que la autoridad del patriarca de Constantinopla se viera discutida con la aparición de varios arzobispos autónomos ni tampoco que los piadosos cristianos se inclinaran hacia la renovación de la tradición monástica o que favoreciesen las devociones de los místicos Hesicatas.  En la república monástica del Monte Athos, unos ortodoxos procedentes de toda la Europa oriental empezaron a cultivar devociones tradicionales que inspirarían al mundo ortodoxo y harían que sobreviviese a siglos de eclipse político.  Aquellos hombres no se opusieron a la aceptación del dominio nominal de los musulmanes y fue el propio Monte Athos el que hizo las paces con los otomanos.

INFLUENCIA URBANA EN LA ALTA EDAD MEDIA (I)

La involucración política y las iniciativas de la Hansa indican que, más tarde o más temprano, las unidades económicas y sociales con autonomía legal se verían obligadas a pagar el coste militar de la independencia. En una sociedad predominantemente rural, donde las ciudades eran en su mayoría dependientes en lo que a recursos se refiere, aquéllas se veían superadas en número y únicamente podían preservar su independencia convirtiéndose en pequeños estados con sus propios territorios y sus poblaciones rurales, cambiando los rasgos de los gobiernos urbanos para hacer frente a sus nuevas responsabilidades "imperiales".  En Alemania hubo muchas ciudades imperiales libres que se las arreglaron para sobrevivir en pequeños territorios, porque había muchos pequeños señores del imperio que retrasaron la aparición de unos pocos estados poderosos.  En los Países Bajos, las aspiraciones de Brujas o Gante al rango de ciudades-república fueron sofocadas por a rivalidad de muchos vecinos más pequeños, por el carácter altamente urbanizado de la región (que no dejaba un hinterland potencial) y por la decisión de los condes de Flandes y los duques de Borgoña de recuperar su poder político sobre los ciudadanos.  Únicamente en Italia hubo unas cuantas ciudades -Milán, Venecia, Florencia y algunas otras- que consiguieron crear estados viables a partir de núcleos ciudadanos.  Igualmente, en el norte, Berna creó un impresionante estado, mientas que las ambiciones de Zurich para conseguir lo mismo se vieron frustradas.  El ducado de Milán absorbió muchas pequeñas ciudades de su entorno, que pasaron a convertirse en "provincia" sin por ello perder necesariamente su orgullo cívico.  La nueva organización política no suponía el derrumbamiento de la vida ciudadana como tal, si bien tuvo que cambiar su carácter, adaptándose a las circunstancias del siglo XV, igual que lo había hecho en los siglos X y XI.  El nuevo orden de cosas representaba invariablemente la instalación de gobiernos con sedes ijas en as capitales, en los que se adoptaban de las ciudades muchos de sus rasgos más característicos, como el corporativismo en el gobierno y tanto la letra como los estilos culturales en materia de ceremonias y debates religiosos.  A partir de este momento las ciudades marcaron el ritmo en la transformación de los valores europeos: dejaron de cerrarse psicológicamente al campo y sus ciudadanos adquirieron fincas rurales que fueron transformando paulatinamente en huertos, parques y jardines.

18/9/13

HUNGRÍA Y LAS DINASTÍAS EUROPEAS

El renacimiento de Polonia en el siglo XIV fue uno de los hechos más duraderos de ese período y en este sentido se le puede comparar favorablemente con la situación de su vecina Hungría, nación con la que durante un breve período compartió un mismo gobernante: Luis el Grande (1370-1382).  en aquella época Hungría formaba parte de los grandes dominios angevinos que se habían desarrollado tras la conquista angevina del sur de Italia, por lo que hasta cierto punto los gobernantes húngaros ya tendían a contemplar sus intereses desde una óptica dinástica más que nacional.  Esto significa que entre la perspectiva de los gobernantes húngaros ya tendían a contemplar sus intereses desde una perspectiva dinástica más que nacional.  Así, tanto los gobernantes como los vasallos que se habían desarrollado en tierras húngaras afrontaban una dicotomía semejante a la que apareció en la Polonia de los Jagellones.  Las razones básicas de ambas están también relacionadas: la ausencia de unos límites territoriales claramente definidos para el reino o la falta de una resistencia efectiva opuesta por los vecinos a la expansión húngara, incluso bajo la dinastía nativa Arpad.
Hasta que los magiares aceptaron el cristianismo y, con él, un tipo de vida  caracterizado por el asentiamiento en la región, no se dio el afincamiento organizado y tanto los nómadas como los merodeadores se movían de un lado a otro a voluntad.  La aceptación del cristianismo procedente de occidente y de una corona real para Esteban (rey 1000-1038), otorgada pr el Papa, amplió el cristianismo latino hasta el extremo de invadir zonas de misión ortodoxa y confirió al estado húngaro una característica católica contante.  En la parte este el propio Esteban fue el conquistador de Transilvania y, más adelante (1189-1204), también fueron incorporadas al reino Croacia y Ragusa.  El celo religioso inspiró campañas encaminadas a extinguir la herejía bogomila en Bosnia y Herzegovina (1237-1284), que fueron también anexionadas.  Una alianza matrimonial con una princesa francesa a finales del siglo XII estableció unas relaciones políticas que un siglo después se vieron reforzadas, en ocasión de que los angevinos se convirtieran en reyes de Napoles.  Tras desistir de sus ambiciones en Constantinopla como resultado de las Vísperas sicilianas(1282), los angevinos pusieron sus ojos en Hungría, fácilmente accesible a través del ADriático.  Charles Robert fue coronado rey de Hungría en Zagreb en 1290 y aceptado en todo el reino después de la muerte de Andrés III, último representante de la dinastía nativa Arpad, en 1301.  Un imperio angevino que abrazaba el Adriático hizo naturalmente de Venecia su principal oponente y, al final de un reinado de intervención activa orientada al dominio de la costa dálmata, Luis el Grande consiguió hacerse con la Dalmacia veneciana, por cesión, en 1381, casi como recuperar Herzegovina hasta el río Neretva.  Muerto Luis en 1382, las disputas sobre la sucesión permitieron a los bosnios y a los venecianos reafirmarse, dejando a Hungría sin una importante base marítima.  La hija de Luis, María, estaba casada con Segismundo de Luxemburgo, cuyo hermano era emperador, lo que hizo que Hungría se viera, por vez primera, más involucrada en los asuntos germánicos.  Segismundo tenía perfecta conciencia de sus responsabilidades como gobernante cristiano contra los otomanos en los Balcanes.  Había puesto grandes esperanzas en una cruzada en 1396, por lo que su derrota en Nicópolis aquél mismo año resultó humillante para él.  El propio Segismundo se vio envuelto muy pronto en los asuntos relacionados con el reino de su hermano en Bohemia después de su elección como rey en 1411.  Era inevitable que Hungría llevase el peso de los renovados avances otomanos a partir de 1450, particularmente después del fracaso de la cruzada del sobrino de Segismundo, Ladislao III, en Varna, en 1444.  La mayor gloria de Hungría fue la defensa de Nelgrado en 1456 bajo Janós Hunyadi, cuyo hijo, Matías Corvino, se convirtió en rey de Hungría (1450-1490), y también en su último rey nativo.

LA LIGA HANSEÁTICA Y EL BÁLTICO (II)

El enemigo más importante que tenía la liga era el rey de Dinamarca, puesto que él representaba la mejor opción de un gobierno alternativo para región.  Desde los tiempos de los vikingos, los principales intereses de Dinamarca se centraban en el mar. Su autoridad estaba continuamente afincada en Escania (actualmente el sur de Suecia), por lo que gozaba del poder de cerrar el Báltico o de introducirse a voluntad en el Mar del Norte para comerciar.  Para los comerciantes bálticos, como Lübeck, el acceso a los puertos de Flandes era condición indispensable para poder llevar a cabo unas actividades fructíferas.  Pese a las evidentes ventajas que reunía una sucesión dinástica regular en lo que se refiere a continuidad política, los reyes de dinamarca no consiguieron doblegar la confianza de las orgullosas ciudades de la Hansa.  Erik VI (rey 1286-1319) dominó todas las ciudades de los Wend, salvo Stralsund; Waldemar IV (rey 1340-1375) se apoderó de Escania y saqueó Wisby.  Su agresión fue la causa de que la Hansa se aliase con los suecos.  Los aliados impusieron a Waldemar la humillante paz de Stralsund (1367), que otorgó a la Hansa el monopolio de la industria de los arenques deEscania, así como libertades para la confederación de mercaderes de Colonia y poderes de interferencia política sobre la propia Dinamarca.  Para entrar en tratos con la Hansa, los daneses tuvieron que imponerse a los suecos. La hija de Waldemar, Margaret, forjó un plan para unir las coronas escandinavas, enfrentando con ello a la Hansa con un enemigo más formidable.
En el siglo XIII los pueblos escandinavos no formaban un grupo coherente natural.  En Suecia, los grandes nobles que gobernaban el país se dispersaban en diferentes direcciones según sus intereses regionales.  El tirón más poderoso estaba representado por la posibilidad de expansión en la parte oeste de Finlandia.  La frontera con los rusos se mantuvo imprecisa hasta 1323.  En aquella época suecos y noruegos estaban gobernados conjuntamente por Magnus Ericson (rey 1319-1355), ya que los noruegos se habían afincado en Escandinavia después de haber cedido las Hébridas y Man a los escoceses en 1266.  De los extensos dominios marítimos que los noruegos habían poseído en otro tiempo sólo conservaban Groenlandia. La monarquía unida de Magnus resultó de utilidad para marcar un objetivo, pese a que hasta 1397 Erik de Pomerania no consiguió realmente unir los tres reinos escandinavos bajo un mismo cetro.  La unidad, sin embargo, resultó precaria, particularmente después de la muerte de la reina Margaret, en 1412, debido a que cada reino tenía sus propias leyes.  No obstante, la amenaza de unificación política alarmó suficientemente a las ciudades de la Hansa para precipitar la reorganización de su asociación, fortalecerla y coordinar una acción política.  Se acordaron nuevas reglamentaciones que establecían una función más definida para Lübeck (1418), como también una asamblea suprema o Hansetage, que debía reunirse en Lübeck siempre que el caso lo requiriera, en la que tenían su representación casi cien miembros de la liga.  Esta nueva organización permitió a las ciudades paralizar la acción de Erik de Dinamarca en 1426.  La región minera de Suecia resultó particularmente afectada, cosa que estimuló un movimiento a favor de la independencia de Suecia.  Pese a que continuó con éxito el bloqueo contra Dinamarca, la Hansa no recuperó su antigua posición.  Mientras tanto el rey de Polonia recobró el dominio del litoral polaco de parte de los caballeros alemanes y sus ciudades, mientras que en los Países Bajos, el duque de Borgoña había fomentado la iniciativa marítima holandesa hasta el punto de que los holandeses, envalentonados, desafiaron a la Hansa en el Báltico, donde por supuesto encontraron también a aliados daneses.  Los días grandes de la Hansa ya habían terminado.

16/9/13

LAS CIUDADES RENANAS (II)

En el siglo XI, la manera cómo surgieron  las ciudades en el delta del Rhin reflejó la influencia de varios factores diferentes.  Al oeste de Lieja, los Países Bajos formaban parte de la provincia eclesiástica de Reims.La ciudad romana de Tournai fue asolada por los bárbaros en el 406 y, a partir del siglo VI, aquel obispado quedó vinculado a Noyon, 120 kilómetros más al sur.  Estas dos seos no se separaron hasta 1146.  De la misma manera, la seo de Arras fue trasladada a Cambray y no se reinstauró hasta 1093.  La seo de Boulogne se estableció en Thérouanne.  Así pues, el pasado romano contribuyó poco a la organización eclesiástica de los Países Bajos.  Las ciudades mas famosas de la región, Brujas, gante e Ypres, no debieron su importancia a un origen romano, sino que su primitivo desarrollo se produjo en los siglos IX y X, época en que son escasas las fuentes.  El nombre de Brujas es de origen escandinavo.  Esta ciudad en el año 1000 había sido un portus, un centro comercial y lugar de residencia del conde de Flandes.
Mientras el Rhin marcó la frontera de la civilización, todo el desarrollo de esta región experimentó un retraso.  Sólo con los carolingios, la colonización y conversión del norte de Alemania ofreció la posibilidad de que el delta del Rhin aprovechase su situación geográfica como límite de la vía fluvial más grande de Europa occidental  Desde Flandes, la multiplicación de centros ciudadanos se extendió a Brabante, Holanda y Zutphen.  Desde las bases del mar del Norte fue avanzando por las costas hasta llegar al Báltico.  La organización de la liga hanseática en el siglo XIII demostró que las ciudades comerciales del norte, pese a vaolrar su independencia, también entendían los beneficios de la asociación.  De entre las muchas ciudades de esta región del norte, Brujas se convirtió en el punto central del comercio y las finanzas.  A partir de comienzos del siglo XIV, Venecia y Génva, principales puertos del comercio con Oriente, enviaron regularmente sus flotas a Gibraltar y Vizcaya para comerciar con Flandes.  en este tiempo los personajes ricos de las ciudades del norte habían abandonado la navegación, recibían a los comerciantes extranjeros en sus ciudades y seguían adelante con sus ambiciosas manufacturas, especialmente tejidos.  Fue en estos lugares donde lso rasgos peculiares de las ciudades medievales alcanzaron su plena realización.

15/9/13

LAS CIUDADES RENANAS (I)

La distribución de las ciudades medievales en Europa, al no ser una respuesta planificada a las necesidades del gobierno central, refleja necesariamente la superposición de muchas presiones nuevas, sobre todo económicas, sobre la estructura eclesiástica.  La concentración de ciudades en la región del antiguo Reino Medio indica básicamente que los carolingios podían garantizar la seguridad de todo el tráfico procedente del Mediterráneo.  Éste llegaba a través de la ruta más corta, directamente desde el norte de Italia, atravesando los Alpes y bajando por el Sena y, de manera especial, a través de la región del Rhin, que, después de Carlomagno, no era una frontera sino un corredor que daba acceso por el este y el oeste a las ricas regiones de los alemanes cristianos y de otros pueblos.  En el imperio romano, en cambio, las rutas hacia el norte habían atravesado el mar hasta Provenza y, después, el Ródano arriba.  En el extremo italiano de estas rutas no era necesario buscar nuevas ciudades, puesto que ya las tenía de antiguo y habían sobrevivido perfectamente a los períodos de invasión.  Los emperadores otonianos habían utilizado a los obispos como funcionarios reales en aquellos lugares y las administraciones episcopales estaban llenas de ciudadanos capaces de abrirse paso de la forma que fuera para alcanzar el poder.  Los emperadores orientales también conservaban el dominio sobre varias ciudades marítimas, entre ellas Venecia, la más famosa de las ciudades medievales italianas.  Su aislamiento en la laguna, que garantizó su primitiva independencia, simbolizaba también el carácter excepcional de la actividad comercial con el Mediterráneo oriental en un mundo predominantemente rústico.  En el norte, a lo largo del Rhin, las grandes ciudades eran sede de obispos y estaban instaladas en antiguas plazas romanas del limes.  Sin embargo, en el delta del Rhin, la antigua organización romana se había visto sumergida por los establecimientos frisos y francos.  Hasta el período carolingio la región no fue convertida al cristianismo y ello no tanto a través de los esfuerzos rutinarios de obispos establecidos como por obra de misioneros y monjes ingleses, irlandeses y aquitanos, que se vieron obligados a levantar toda una Iglesia de la nada.
Dadas las condiciones inestables, la sede de Tongres, del siglo IV, fue trasladada a Maastricht antes de pasar a Lieja a principios del siglo VIII.  Al norte del Rhin, la ciudad romana de Utrecht ya había sido dotada, hacía algún tiempo, de un obispado, pero había algunas otras pocas ciudades de la región que ocupaban emplazamientos romanos.  Las incursiones realizadas por los nórdicos en el siglo IX también afectaron el desarrollo de la zona, causando menos daños en los centros más pequeños, que se recuperaron más rápidamente y se hicieron con el mando.

12/9/13

LAS CIUDADES Y EL IMPERIO

La situación del imperio (alemán) merece mención aparte, puesto que los emperadores, que se movían en un gobierno de tipo federal, designaban ciertas ciudades imperiales libres, sometidas al emperador, para sustraerlas a la extraordinaria influencia de los príncipes locales.  Cuando los emperadores perdieron su autoridad efectiva, estas ciudades lucharon para defender su autonomía.  En Italia sobre todo, la debilidad crónica de los emperadores después de 1122 dejó las antiguas ciudades bajo el gobierno nominal de los obispos, lo que facilitó que los ciudadanos obtuvieran concesiones de los mismos.
Entre las ciudades más florecientes del siglo XI, Italia contó con las repúblicas marítimas del sur, como Amalfi que disfrutó del dominio nominal de Constantinopla.  A partir de 1130 todas las ciudades independientes del sur tuvieron que pactar con la nueva monarquía normanda.  en ese estadio, las ciudades situadas más al norte ya habían experimentado accesos súbitos de crecimiento, debidos a la nueva situación de la península después de las cruzadas, que atrajeron los pueblos nórdicos del Mediterráneo.  Alguna rabiosa oposición local a la autoridad de los reyes alemanes como reyes de Italia no había sido entonces un movimiento general para establecer la autonomía práctica para las ciudades.  Esto se produjo en la generación siguiente, con motivo de las luchas de la liga lombarda con Federico I, cuyas concesiones fueron ratificadas en 1183. Este hecho no contribuyó en absoluto a revivir las antiguas repúblicas marítimas del sur, donde, como en Inglaterra, la efectividad del gobierno real sofocaba una verdadera independencia urbana.  El desarrollo del norte de Italia obedeció a las inadecuaciones del gobierno real y a la decisión de algunas ciudades de compensar sus defectos con sus propias instituciones municipales.
Federico I precipitó la lucha con las ciudades tratando de impedir el declive a través de la efectividad imperial en Italia.  Lo hizo apelando a sus derechos legales, según quedaban probados por los maestros en jurisprudencia romana de la época.  Las ciudades resistieron con éxito, confiando en sus superiores reivindicaciones, basadas en costumbres recientes.  Quien rompió con la tradición fue el emperador, más que las ciudades.  No todas se le mostraron irrevocablemente hostiles y el miedo a la agresiva Milán llevó a sus rivales al bando imperial.  No había lucha de clases entre príncipes y mercaderes.  Si la situación alemana en Italia hubiera sido más segura, Federico habría podido obtener todavía más ayuda y aportado el tipo de protección total ofrecida por los otros reyes de Inglaterra y Sicilia.  Aun cuando el principal interés de la disputa estriba en la naturaleza constitucional del contraste entre la teoría de la ley y el poder de la costumbre, la victoria de las ciudades indica que ya estaban en condiciones de procurarse el adecuado apoyo militar, diplomático y político, totalmente aparte de los recursos económicos.  Las ciudades querían tener el derecho de nombrar sus propios magistrados.  No tenían ningún plan político para el gobierno del norte de Italia, ni tampoco esperanza de perpetuar sus alianzas de guerra. Cuando, en el siglo siguiente, el emperador Federico II prometió un gobierno más coherente para el norte de Italia, se reanudó la contienda.  Esta vez, aunque al emperador a la larga le tocaron las de perder, hubo muchas ciudades que acabaron sucumbiendo a la autoridad de los capitanes militares, que adoptaron el papel de déspotas locales.  De este modo las ciudades preservaron individualmente su independencia, pero también perdieron sus libertades republicanas.  Estos déspotas también se sentían ávidos de ampliar sus dominios y de transmitir a sus familias los cargos que ostentaban.  Una tras otra, las ciudades independientes más pequeñas fueron absorbidas por las ciudades-estado.  Tan sólo las más grandes pudieron conservar algún tipo de control público sobre aquellos ciudadanos.  Después de unas pocas generaciones, por tanto, la mayor parte de las repúblicas urbanas del norte de Italia habían pasado a convertirse en patrimonio de muchas familias "principescas", deseosas de casarse con las nobles familias del norte de Europa, no menos aristocráticas que ellas.  Estas ciudades dejaron de ser cuna de un estilo de vida urbana distinguido.

11/9/13

LA IMPORTANCIA DE LAS CIUDADES EN EL MEDIEVO (y IV)

La reaparición de los establecimientos urbanos de unas ciertas dimensiones, por lo menos en el siglo XII, puede parecer como un retorno de la "civilización" después de siglos de barbarie, pero no hay que fiarse demasiado del parecido superficial existente entre las ciudades medievales y antiguas y los casos curiosos en que la "continuidad" parece plausible.  De acuerdo con las normas romanas, la ciudad medieval no era más civilizada que el campo.  Los hombres más poderosos de la época no se consideraban "ciudadanos", puesto que no recurrían a las ciudades en lo que se refiere a necesidades y amenidades de la vida ciudadana, los tribunales de justicia, los teatros o los baños públicos.  Las ciudades no eran esenciales para el gobierno de la época, sino que surgieron sobre todo como unidades del nuevo tipo de economía medieval, como establecimientos densos con unas dimensiones limitadas (lo más reducidas posible para facilitar su defensa), dedicados a la manufactura o al intercambio.  Por consiguiente, representaban un nuevo tipo de división del trabajo dentro de la sociedad.  Por una parte eran un complemento necesario de la mejora del sector agrícola, que producía excedentes suficientes para mercadear y alimentar las poblaciones no agrícolas y que esperaba encontrar determinadas herramientas o determinados productos, como telas o vino, que él no podía proporcionar en absoluto o, por lo menos, con igual calidad.  Por otra parte, eran puntos nodales de una red comercial que estaba desarrollándose en un mundo medieval que no tenía la homogeneidad del mundo romano.  Europa ahora estaba compuesta de diferentes regiones con diferentes especialidades.  A este mundo, pese a sus saqueadores, el imperio carolingio había aportado en primer lugar las condiciones económicas en las que era posible la especialización regional.  Las ciudades iban jalonando las grandes vías, entre ellas los ríos principales que atravesaban Europa, permitiendo que todos los productos recorrieran cortas distancias y que artículos preciados fueran transportados a través de grandes distancias, hasta la España musulmana, Constantinopla o el lejano norte, o bien desde estos lugares.  Las ciudades siguieron siendo partes integrantes de este mundo.  No eran islas de civilización enclavadas en plena barbarie, ya que en una ciudad podía haber personajes ricos y poderosos, pero, si no salían de la ciudad, su influencia quedaba circunscrita dentro de los límites de su extensión territorial.  Sin embargo, los hombres de la ciudad, aunque fueran ricos o importantes, eran hombres de negocios, a diferencia de lo que ocurría con los príncipes, y sólo se ocupaban de sus asuntos, totalmente desinteresados de las responsabilidades públicas.  El campo miraba a la ciudad no en busca de orientación, sino movido por miras económicas, siquiera como lugares para enviar a sus hijos a fin de que adquiriesen unas habilidades especiales que pudieran ser útiles a la economía general, como podría ser el aprendizaje de industrias artesanas.  Es evidente que, en este aspecto, las ciudades modernas deben más a la Edad Media que al patrimonio de la Antigüedad.
Como partes integrantes del mundo medieval, las ciudades sufrieron también los efectos de las condiciones políticas locales.  En Inglaterra, por ejemplo, los monarcas, desde Alfredo en adelante, desempeñaron un importante papel en la construcción de los "burhs" o puntos de defensa y, después, en la legislación que debía convertirlos en centros de mercado.  Los reyes satisficieron la demanda comercial de dinero contante acuñando monedas acreditadas, de acuerdo con una norma nacional, en cecas establecidas en diferentes ciudades del país. También otorgaron cartas que aseguraban el reconocimiento nacional de las libertades de una ciudad.  Mucho más adelante, con Eduardo I (1272-1307), se fundaron ciudades fortificadas similares en Gales a fin de consolidar su conquista.  En la Inglaterra real tenía escasa utilidad que las ciudades actuasen independientemente y sólo Londres consiguió los privilegios de un municipio.
En el Reino de Aragón la situación era comparable a la de Inglaterra, si bien Barcelona, por lo menos durante un tiempo, reivindicó privilegios más importantes que los de Londres y en contra de la oposición real.  Ni aisladamente ni formando una liga podían las ciudades persistir en una actitud de desafío a la autoridad real.

10/9/13

LA IMPORTANCIA DE LAS CIUDADES EN EL MEDIEVO (III)

De entre los pueblos nórdicos, los ingleses y los franceses fueron los primeros en crear puestos gubernamentales reales.  En el siglo XIII, el personal administrativo, los jueces y los contables se establecieron en grupo en capitales administrativas como Westminster o París.  Sin embargo, mientras los reyes continuaban moviéndose por sus dominios par ocuparse de sus estados, establecer contacto con sus gentes y promover importantes cuestiones, incluso instituciones tan grandes como sus "parlamentos" a menudo se reunían fuera de las capitales.  Aunque ciertos aspectos de las cuestiones relacionadas con el gobierno se trataban en departamentos especiales, la tarea más precisa de administrar todo lo que hacía referencia a los señores, de hecho independientes y poderosos, debía ser tratada por el propio rey de forma directa y personal.  El cortejo real, en sus viajes, tan pronto se alojaba en grandes fortalezas como en las ciudades.
En Italia, a partir del siglo XIII hubo unos pocos gobiernos de ciudades que ejercieron su autoridad sobre las zonas rurales circundantes y un puñado de ellos llegaron a ser tan poderosos que incluso sometieron a los príncipes y terratenientes a sus consejos municipales.  Con todo, la mayoría de las ciudades-estado medievales poseían territorios muy limitados y escasas responsabilidades.  La Europa medieval generalmente estuvo gobernada por príncipes propietarios de grandes extensiones que veían el gobierno menos como administradores de un territorio que como un conjunto de relaciones entre individuos de varios niveles sociales, desde la de dependencia personal de la finca de un señor, a través de los arrendamientos y vasallajes, a cuestiones tales como el tributo que había que pagar al rey o al emperador.
Los príncipes que no sentían ninguna preocupación particular por las ciudades como centros administrativos posiblemente apreciaban las posibilidades que éstos tenían para ayudarlos a hacer prosperar sus propiedades.  Como poderes efectivos de la región, sus privilegios y sus dádivas resultaban indispensables para el desarrollo de las ciudades.  La llanura del norte de Alemania era, durante la época medieval, una región totalmente expuesta.  En el siglo X hubo que construir fortificaciones para defender la frontera contra invasores del norte y del este, lo cual contribuyó en gran medida a estabilizar la propia frontera territorial. Aquellos puestos avanzados se convirtieron en ciudades y centros de nuevos obispados.  Más adelante se promocionó el afincamiento urbano a través de privilegios especiales y se atrajo al comercio gracias al establecimiento de tribunales especiales encargados de proteger a los comerciantes.  Las ciudades obtuvieron exenciones de derechos económicamente restrictivos, como los pagos de peaje.  Sin la benevolencia de los poderes militar y político, estas ciudades habrían quedado barridas por las incursiones de pueblos paganos situados más allá de sus fronteras.

9/9/13

LA IMPORTANCIA DE LAS CIUDADES EN EL MEDIEVO (II)

Antes del final del imperio occidental, la antigua función social y económica de la ciudad como núcleo de nuevos asentamientos posiblemente había perdido su aureola primitiva.  Una vez el imperio podía garantizar una paz civil, las unidades más pequeñas ya o tenían necesidad de valerse por sí mismas ni se sentían inclinadas a hacerlo. Todo era y es cuestión de actitud y bien claro está que toda sociedad o conjunto de sociedades se rige por el principio de la confianza mutua.
Las zonas costeras, primeras a las que llegaron los inmigrantes, ya habían sido colonizadas.  La penetración más al interior del país suponía el establecimiento de fincas particulares destinadas a desbrozar eriales.  Los ciudadanos del Imperio, salvo quizás los que vivían en las localidades más grandes y florecientes, también comenzaron a valorar las ventajas sociales que les ofrecían sus propiedades.  Si las ciudades del imperio comenzaron a declinar fue porque la sociedad tardorromana se servía menos de ellas.  Los bárbaros que invadieron occidente, aun cuando al principio quedaron deslumbrados ante las novedades de las ciudades romanas, todavía tenían menos motivos que los ciudadanos imperiales para mantenerlas florecientes, aparte de que tampoco habrían sabido hacerlo.  Las ciudades romanas que sobrevivieron hasta la Edad Media podían dar las gracias de ello a los obispos cristianos, puesto que ellos y no otros fueron los que valoraron las ciudades como centros administrativos de su jurisdicción, por lo que el término imperial "diócesis" (región administrada) les resultaba apropiado.  Al igual que el imperio, la Iglesia dividió geográficamente sus responsabilidades.  Las sedes de los obispos estaban distribuidas muy irregularmente en la Cristiandad, con una densidad notablemente superior en Italia, aunque irregularmente repartidas dentro de la península.  Fueron pocas las sedes que posteriormente cambiaron su ubicación.
En Gran Bretaña, donde la vida de la ciudad no se mantuvo hasta el período inglés, así como en Alemania y más al este, las sedes debían estar forzosamente establecidas en lugares nuevos.  La distribución resultante de las ciudades episcopales era menos regular que en tiempos del Imperio, ya que las nuevas sedes servían comunidades cristianas existentes más que ser, a la manera de las antiguas, núcleos de nuevas poblaciones como tales.  Quizás al principio estas nuevas ciudades habían sido distribuidas de una manera sistemática, pero la ciudades medievales, en caso de prosperar, muy pronto se desarrollaron y fueron adquiriendo una idiosincrasia propia.
Las ciudades episcopales de la Europa medieval correspondían muy de cerca a las antiguas ciudades, con sus mismas funciones administrativas y culturales.  En las antiguas tierras imperiales mantenían, a un nivel modesto, una cierta continuidad con a época imperial, y con el tiempo, así  que el obispado se hubo embarcado en un programa de renovación cristiana, sus ciudades todavía se hicieron más activas.  Se reconstruyeron catedrales con los palacios episcopales, edificios par canónigos o monjes santuarios e iglesias para santos y reliquias, alojamientos para peregrinos, casas, puestos de venta y talleres para los comerciantes que se necesitaban en las ciudades.  Pero la administración civil, tan diferente de la religiosa, en la Europa medieval seguía operando independientemente de las ciudades, ya que su estilo era diferente del que había regido durante el imperio romano.

8/9/13

LA IMPORTANCIA DE LAS CIUDADES EN EL MEDIEVO (I)

Así como para los eruditos clásicos la recuperación de los estudios del latín significa el final de la Edad Media y el renacimiento de la cultura, para los historiadores de los aspectos económicos y sociales la reaparición de la vida de la ciudad parece indicar el derrumbamiento del orden feudal.  Aquellos observadores de clase media que identifican el progreso con las ciudades no necesitan la dialéctica marxista para convencerse de la obviedad de que el advenimiento de las ciudades y la promoción del comercio y de la industria son medios de propiedad y de progreso.  Nacidos en sociedades urbanas e industriales adineradas, dan por sentada la superioridad urbanita sobre la vida rural.  Iguales prejuicios tenían los funcionarios medievales, que se mofaban de las gentes del campo de cuyo trabajo dependía entonces toda prosperidad.  Hasta que el campo no produjo suficientes excedentes comerciales, la economía medieval, como la de todas las sociedades campesinas, no apuntaba más alto que a la economía de subsistencia. Los pocos lujos disponibles se adquirían en las ferias o se prescindía de ellos. El gasto más considerable del gobierno imperial romano, el ejército, dejó de ser una carga para la economía después del derrumbamiento del imperio, que puso la defensa en manos de cada localidad y de los hombres libres que poseían armas.  Con el tiempo, el campo, liberado de las cargas impositivas del gobierno, comenzó a prosperar.  A medida que crecía la población se iban cultivando nuevas tierras. Las comunidades, al agruparse, descubrieron las ventajas de la especialización.  La autosuficiencia ocupó el segundo lugar después del intercambio.  Las autoridades locales, dada su situación entonces, tuvieron que extender su protección sobre zonas más amplias.  De ellas había que obtener la autoridad formal para establecer lugares comerciales fortificados donde fuera posible realizar intercambios comerciales seguros y hasta los cuales pudieran desplazarse los comerciantes sin impedimento alguno.  Las ciudades, pues, pasaron a desempeñar un papel en la economía de occidente.
A medida que pasaba el tiempo estos conglomerados urbanos se adaptaron a las condiciones predominantes de sus regiones.  Unos pocos estaban tan bien situados que se proveían de suministros procedentes de muy lejos que eran transportados a través de vías fluviales, pero la mayoría no podía prescindir para su subsistencia de los suministros locales en lo que se refiere a alimento, trabajo y materias primas.
Fuera de Italia fueron pocas las ciudades que consiguieron someter las localidades inmediatas al control político urbano.  Mientras las antiguas colonias del Mediterráneo habían surgido como pequeñas ciudades y, desde el lugar abrigado en que se encontraban, habían procedido a prosperar y cultivar tierras en torno, durante la Edad Media lo que ocupaba el primer lugar era el cultivo de la tierra.  en este aspecto, las ciudades medievales eran parasitarias.

6/9/13

LA NUEVA VIDA CONSTITUCIONAL EN FRANCIA (II)

Luis IX fue el primer rey de Francia que aceptó las nuevas responsabilidades que comportaban los cambios de principios del siglo XIII.  No tenia ambiciones que incorporar a su reinado y lo único que debía hacer era reconciliar sus nuevos vasallos con sus normas y encontrar la manera de hacer más justas y armoniosas sus mutuas relaciones.  Sus ideales de Cruzada probablemente contribuyeron a que hubiera muchos hombres que aceptasen su liderazgo de más buena gana, aunque sería falso juzgar su cruzada como un medio para conseguir un determinado objetivo político.  Luis tenía ideas muy firmes sobre los deberes de la monarquía y sobre sus derechos y no dudaba en defender su posición en la iglesia francesa, por ejemplo contra la intromisión papal.  Sin embargo, este no era un monarca belicoso y veía su función real como un ejercicio de reconciliación, cosa que lo indujo a llevarlo a la realidad investigando los abusos de la administración y ofreciéndose a dirimir litigios a través de tribunales reorganizados.  Antes de partir en su primera cruzada ordenó una inspección de la administración real por todo el país, a fin de solventar agravios pendientes.  Sin embargo, hasta su regreso en 1254 no se embarcó en una serie de medidas destinadas a corregir los abusos que se habían producido en su ausencia y a iniciar reformas más profundas y generales en los tribunales de justicia.
Luis no disfrutaba de poderes generales para cambiar las leyes del reino, pero consiguió eliminar de sus tierras los juicios dirimidos a través de luchas.  Su reforma legal más importante consistió en usar en sus tribunales reales el procedimiento de la enquête o jurado indagatorio según se empleaba en los tribunales eclesiásticos.  El parlament del rey en París se convirtió a partir de entonces en un poderoso tribunal de primera instancia para sus tierras y para las apelaciones de sus vasallos.  Luis incluía entre ellos a sus muchos hermanos, para quienes su padre había dispuesto la adjudicación de extensos territorios como infantado, así como a Enrique III de Inglaterra, que se convirtió en su vasallo para el ducado de Aquitania en virtud del tratado de París de 1259.  Este puso fin a la hostilidad entre los dos reinos, que se había iniciado cuando Felipe II confiscó las tierras francesas de Juan. Durante un tiempo esto satisfizo las expectativas de Luis, pero posteriormente las condiciones del tratado dieron lugar a nuevos problemas, debido a que ambos reyes comenzaron a pensar menos como personas que se habían obligado a un compromiso que como soberanos y gobernantes.

5/9/13

LA NUEVA VIDA CONSTITUCIONAL EN FRANCIA (I)

El campeón cristiano más famoso contra el Islam en el siglo XIII fue el aliado de Federico, Luis IX de Francia (rey 1226-1270), servidor de Cristo en oriente durante seis años y que, de vuelta de las Cruzadas, donde estuvo entre 1248 y 1254, dedicó la mayor parte de sus energías a planear nuevas expediciones a Tierra Santa.  realizó una en 1270 que acabó siendo desviada hacia Túnez para luchar contra los enemigos musulmanes de su hermano Carlos, rey de Sicilia, no ya como una campaña subsidiaria sino como parte del desafío a los musulmanes del norte de África.  como es natural, la primera de las campañas de Luis había sido contra Egipto y en ella cayó prisionero de los musulmanes, obteniendo la libertad a cambio del pago de un rescate, a continuación de lo cual permaneció otros cuatro años en Tierra Santa, infundiendo su propia fe a los cristianos que allí se encontraban bloqueados y dedicando sus recursos a perfeccionar sus defensas.  A finales de siglo habría podido argumentarse que el rey de Francia y sus vasallos tenían deberes más acuciantes en su país que con los cristianos de oriente o con la recuperación de Tierra Santa, pero no es menos probable que entonces la preocupación del monarca por la cruzada no fuera objeto de críticas.  Es evidente que no se podía argumentar que descuidaba sus obligaciones en el reino y sería equivocado suponer que su presencia física fuese constantemente requerida por sus asuntos.  Durante su larga ausencia, su madre, Blanca de Castilla, se dedicó a una labor de supervisión general (1248-1254), como la había realizado igualmente y con la misma habilidad durante su minoría de edad.  San Luis, canonizado en 1295, se convirtió en el modelo de todos sus sucesores de la dinastía y la última monarquía de Francia, si no inspirada por su espíritu, surgió de la vida institucional que él había alentado.
Los problemas del gobierno de Luis de Francia fueron resultado de las inesperadas consecuencias del reinado de su abuelo.  Felipe II (1180-1223) había transformado la naturaleza de la norma capeta.  después de dos siglos de adormecimiento, la monarquía se convirtió de pronto en una poderosa fuerza dominante en Francia.  A los iniciales triunfos habidos con la recuperación de las tierras de Vermandois (que le ganaron el apodo de "Augustus" por parte del cronista Rigord), Felipe añadió las conquistas mucho más sustanciosas del rey Juan de Inglaterra.  Estas provincias ricas y bien gobernadas, desde Anjou al canal de la Mancha, permitieron que el rey de Francia dispusiera de las enormes ventajas de hombres con experiencia en el gobierno, en los cuales podía depositar su confianza para nuevos proyectos.  El reinado de Felipe también había sido testigo de la afortunada expansión de los barones franceses del norte por las tierras del sur, que no habían sido gobernadas directamente por los francos desde el siglo IX y cuya cultura, leyes, habla e incluso actitudes religiosas diferían grandemente de las de sus conquistadores.  Los últimos habían aportado la justificación para la cruzada contra los herejes albigenses.  Aunque el rey Felipe no tenía ninguna intervención en la misma, la eliminación efectiva del rey de Aragón de gran parte de la región como resultado de la derrota de Miret en 1212 abrió el camino para una presencia real francesa en el sur y, una vez que Luis VIII hubo conquistado Poitou de forma harto desconsiderada al joven Enrique III de Inglaterra, resultó inevitable que el rey de Francia se involucrara de manera directa.

4/9/13

FEDERICO II Y EL IMPERIO

Después de la paz y de disponer las cosas de modo que el gobierno de Alemania discurriera pacíficamente, Federico II se sintió en libertad de entregarse a los asuntos del reino de Sicilia y no mostró ningún interés por la Cruzada.  Esto desató las iras del Papa Gregorio IX y fue bajo la amenaza de excomunión que Federico II se vio arrastrado a Tierra Santa (1228-1229).  Sus negociaciones para una conciliación con respecto a Jerusalén vinieron a añadir el insulto a la injuria.  El Papa se vio acorralado y optó por absolverlo a su regreso, si bien después de 1236 volvió a manifestarle abiertamente su hostilidad.
La virulencia de las invectivas contra Federico II por parte de los partidarios del Papa incidan que estos exageraban para acallar sus propias dudas.  Luis IX no llegó a creer nunca del todo que Federico fuera enemigo de la Cristiandad.  Pese a los reveses sufridos, Federico estaba muy lejos de haber sido vencido por el papado en el momento de su muerte, en 1250 y los papas posteriores continuaron sintiéndose alarmados por sus sucesores Staufen.  Su posición seguía pareciendo formidable.  Si al final la determinación mostrada por varios pontífices desbarató las ambiciones de la dinastía imperial y, de hecho, las destruyó, la razón fundamental fue que la dirección papal de la Cristiandad a mediados del siglo XIII no dejaba sitio para el emperador romano.  El papado prefería contar con un número de reyes a los que poder recurrir siempre que necesitaba la ayuda del brazo secular.
Es muy posible que a su manera, Federico II optara también por su papel de rey de Sicilia, al que prestaba una atención especial, particularmente cuando publicó las constituciones administrativas de Melfi en 1231.  Incluso fundó una universidad en Nápoles en 1224 con el propósito específico de preparar funcionarios para su reino. Sin embargo, como emperador, como un Staufen que era, no entraba en sus planes convertirse en un acólito del Papa ni tenerlo por su señor feudal.  Sus predecesores normandos tampoco habían tratado al Papa con mayor consideración que la dictada por la deferencia formal.  Federico II no podía evitar las consecuencias de unir las tierras del reino normando a las del norte del reino de Italia y fue el primer gobernante de gran parte de la península italiana desde tiempos de Teodorico.  Esto en sí no sólo inquietaba al Papa sino también a las ciudades italianas, que temían que el nuevo emperador volviera a centrarse en la cuestión de los derechos imperiales, concebidos a contrapelo por su abuelo, Barbarroja, en 1183.
Es probable que si la posición de Federico II fue muy conservadora fuera para preservar los derechos de su familia. Las innovaciones institucionales no le interesaban, como por ejemplo el tribunal de apelación del rey en Francia.  No tenía, como Luis, el problema de tener que ganarse la lealtad de nuevos vasallos.  El eclipse de su dinastía lo privó de panegíricos póstumos y hasta el día de hoy ha seguido conservando aquella fascinación que constituye su enigmática figura.

3/9/13

LUIS IX, FEDERICO II, ENRIQUE III Y EL IMPERIO OCCIDENTAL

Los historiadores que saludan a San Luis como fundador de la más tardía monarquía francesa se encuentran desconcertados ante su brillante contemporáneo y aliado Federico II.  Parece como si Federico se levantara por cuenta propia, sin seguir ninguna secuencia.  Ni heredó ninguna política ni dejó heredero de ninguna a sus sucesores.  El que al principio fue vasallo fiel del Papa, acabó siendo su implacable enemigo.  De él se contaban historias increíbles, la mayoría por parte del clero favorable al Papa.  Pero las invectivas no inspiraron biografías efusivas.  En épocas posteriores, los civilizados tratos que mantuvo con los musulmanes, su protección de la ciencia y la cultura, sus observaciones ornitológicas tal como se refieren en su tratado sobre las aves de caza, han servido para ensalzarlo y para considerar que nació antes del momento que le hubiera correspondido.  Todos los libros acerca de él muestran una cierta desorientación, pero sigue fascinándonos y hurtándose a nuestra comprensión.
La situación de la que partió fue la deseada consecuencia del casamiento del emperador Enrique VI y la heredera de Sicilia, Constanza, en 1186.  Al morir prematuramente su padre, antes de que la unión de los dos estados hubiera recorrido mucho camino los príncipes alemanes no estaban dispuestos a aceptar a Federico, que entonces tenía dos años de edad, como gobernante.  Su madre renunció a Alemania y al imperio, haciendo de Federico el heredero de Sicilia y confiando su educación al Sumo Pontífice.  Sin embargo, cuando Federico era ya un adolescente se vio arrastrado a los asuntos imperiales en virtud de su ascendencia y de las presiones ejercidas por el propio Papa.  Su hijo enrique fue coronado rey de Sicilia en 1212 antes de que el propio Federico fuera reconocido rey de Alemania.  Pero Federico no tenía la intención de que su patrimonio total quedara dividido y el Papa Honorio III tuvo que ceder a sus insistentes presiones permitiendo que Enrique fuera elegido rey de Alemania y que Federico conservara Sicilia.  A menudo se ha considerado que Federico descuidó los intereses de Alemania, pues aunque pasó ocho activos años en el país durante su juventud, sólo volvió a él en los años 1235-1237 en ocasión de dos cortas visitas protocolarias.
Desde el punto de vista constitucional, es famoso por dos importantes confirmaciones de privilegios principescos: el primero destinado a los príncipes eclesiásticos, de 1220, como premio por haber elegido a su hijo Enrique de Sicilia rey de los romanos; y el segundo a los príncipes seculares, de 1231-1232.  El uso de estos privilegios por príncipes posteriores en una época en que no había un emperador efectivo no demuestra nada acerca de su importancia política en tiempos de Federico.  Más interesante resulta saber que Federico II mantuvo un pie en Alemania y obtuvo apoyo militar del país para sus campañas de 1235 en Lombardía, si bien al final de su vida, los planes papales para entronizar un anti-rey en aquellas tierras no fueron bien vistos en el país.
El poder de los Staufen en Alemania sobrevivió a Federico II.  El éxito de este en lo que se refiere a conseguir el reconocimiento de sus hijos, primero Enrique y después Conrado, como sucesores suyos habría llevado ciertamente, con el tiempo y al igual que había ocurrido en Francia, a un sistema hereditario dentro del Imperio.  Lo que destruyó a los Staufen no fueron los errores cometidos en Alemania, sino la implacable hostilidad de una serie de papas a partir de Gregorio IX.
Si Federico no fue tan devoto como Luis IX o Enrique III, tampoco era un escéptico absoluto ni fue hostil al papado como tal, puesto que se trataba de una institución con la que él sabía que debía convivir.  Pero él tenía dificultades de entendimiento con los papas, tanto por el control que ejercía sobre los obispos de Sicilia como por las reclamaciones de los pontífices en relación con el propio estado papal.  En su juventud, Inocencio III lo había obligado a confirmar concesiones previas del emperador Welf Otón IV, pero con el tiempo, cuando llegó a su madurez, la situación política de Alemania, del Papa en Italia y del programa de las cruzadas fueron factores que impidieron que los sucesores de Inocencio III consideraran que podían tratar al emperador como si fuera otra cosa que vasallo papal de Sicilia.

2/9/13

SICILIA Y EL PODER EUROPEO

Mientras Castilla invadía el sur de España, el celo de cruzado del rey Jaime I de Aragón se canalizaba hacia el este y, más allá de la costa, hacia las islas Baleares.  como resultado, al final de su reinado los estados de la Corona de Aragón habían adoptado la forma de un imperio marítimo en cuyo corazón estaba Barcelona, más parecida a aquel estado que fue Venecia en el siglo XIII que ningún otro reino de la época.  Aragón constituía la parte menos importante de las posesiones del rey y tanto él como sus sucesores volvieron los ojos al mar con la misma decisión que los reyes de Castilla volvían la espalda a sus orígenes asturianos.  Los reyes españoles del siglo XIII, tras superar los acuciantes problemas internos, se sentían también preparados para ocupar puestos preeminentes en los asuntos de la cristiandad.  En otro tiempo, el rey de Aragón había tenido tratos con el imperio a través de sus estados en Provenza.  La desintegración del poder de los Staufen, especialmente después de la muerte de Federico II, involucró inevitablemente a reyes posteriores.  Quizás sorprenda más todavía la avidez de Alfonso X de Castilla de dejarse atraer por los asuntos imperiales.  Como nieto del gran emperador, aceptó la accesión al trono alemán en 1257 y hasta 1274 no renunció al título.  Castilla estaba demasiado lejos para mantener un vínculo que incluso Carlos I, tres siglos más tarde, consideraría una pesada carga.  No obstante, la conexión del rey de Aragón con Sicilia constituía un compromiso más serio.  Pedro II se casó con una nieta de Federico II y en 1282 aceptó la invitación de los sicilianos de ocupar el reino de ayudarlos a expulsar de la isla a Carlos de Anjou. Desde aquella fecha hasta 1860 Sicilia estuvo gobernada por la casa real española.
Sicilia había sido, en el siglo XII, la base del reino normando.  En la primera mitad del siglo XIII se convirtió en los cimientos del poder de Federico II en el imperio.  A partir de 1282 pasó a ser una provincia de la Corona de Aragón o un reino semiautónomo que hacía muy poco ruido en el mundo.  Los repetidos fracasos de sus gobernantes desde el siglo XI, en lo que se refiere a extender su influencia en el norte de África en torno a Túnez, significaban que Sicilia se encontraba al final de una línea y no en una confluencia importante.  Los gobernantes de Nápoles también fracasaron en su intento de recuperar la isla y no hubo ningún rey aragonés anterior a Alfonso V (1416-1458) que se lanzase a conquistar Nápoles desde Sicilia.  La isla, pues, durante más de dos siglos después de 1282, quedó relegada a una posición subordinada. Sicilia había tenido una prosperidad natural mientras sus gobernantes estuvieron en condiciones de sacar recursos del Mediterráneo y de llevarlos a Palermo.  Tan pronto como el norte de África se hizo interesante para los cristianos sólo con intenciones comerciales, Sicilia volvió a recuperar su función de mero apéndice de Italia o de la Corona de Aragón.  Incluso con Federico II Sicilia había sido abandonada a su suerte, puesto que, aun cuando Federico había pasado allí quince años de su vida desde que tenía tres, sólo la visitó en cinco ocasiones a partir de entonces y únicamente una vez por un período de dos años.  Después de 1233 ya no volvió a poner nunca sus pies en la isla.  Cuando estuvo en condiciones de ocuparse del reino más que del imperio, parece que Federico mostró sus preferencias por tierra firme.
Los historiadores han vuelto los ojos a la historia del imperio en el siglo XIII sin grandes expectativas.  Pero parece que la gente de la época o compartió su escepticismo.  El papado, como es obvio, permaneció extremadamente circunspecto en cuanto a su poder hasta bien entrado el siglo XIV.  Los reyes de Castilla y Francia, el hermano del rey de Inglaterra, eran candidatos al título imperial.
Pero Alemania era una tierra que estaba expandiendo rápidamente sus fronteras demográficas y culturales durante aquel período.  Los historiadores consideran pues que el estado más grande de la Cristiandad se encontraba en fase avanzada de decadencia y a punto de desmembrarse.  Para el poeta Dante, el emperador Enrique VII, en el momento de llegar a Italia en 1310, seguía representando la fuerza del único estado universal: la monarquía de la cristiandad.