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29/9/13

EL COMERCIO

La mayor parte de las grandes ciudades medievales debieron su importancia a su función como depósito comerciales más que a sus industrias.  Estaban situadas en lugares protegidos y con fácil acceso a las rutas marinas europeas: Venecia, Génova, Bristol, Londres, Brujas, Lübeck.  Su función comercial tendió a disminuir la anterior importancia de las grandes ferias internacionales, porque permitía el transporte de mercancías de mayor volumen.  Sin embargo, tierra adentro, estas ferias continuaban atrayendo el comercio con fines más locales.  A un tercer nivel, la celebración de mercados semanales con autorización del gobierno local elevó a algunas poblaciones privilegiadas al rango modesto de ciudades-mercado.  En un país como Inglaterra, donde los mercados se encontraban cuidadosamente distribuidos, este sistema debía de situar a la mayoría de los ciudadanos a una distancia de un día del mercado, lo que permitía disponer muy fácilmente de su producción excedente.  Pero, como mínimo a partir del siglo XIII, las visitas a las ciudades aseguraron la rápida difusión de la información a través del país, lo que fomentó el sentido de una comunidad más grande que la de la población básica.  En otras partes de Europa ocurrió lo mismo con respecto a regiones más que a reinos completos.  El establecimiento de mercados, la protección de caminos de acceso, la vigilancia del mercado y la revisión de pesos y medidas de los comerciantes son cosas que presuponen la intervención de unas autoridades en condiciones de imponer normas más allá de los límites territoriales del mercado.  Estas condiciones se obtuvieron en diferentes momentos en varias partes de Europa, aunque bajo las mismas presiones.  Por un lado, el comercio internacional estaba alimentado por las corrientes del país que conducían las mercancías más valiosas hacia el mar y devolvían otras a las tiendas; por otro, la protección de pequeños puestos comerciales en el interior del país se apoyaba en la buena voluntad e incluso en el positivo aliento de los monasterios, obispos y otros propietarios, los cuales no dejaban de ver las ventajas financieras y de otro tipo que suponían los mercados.

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