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26/9/13

EL GOBIERNO DE LAS CIUDADES

El siglo XIV fue testigo del apogeo de las municipalidades europeas.  Los ayuntamientos construidos a partir delos últimos años del siglo XIII, macizos y semejantes a castillos, con sus torres de vigía y sus almenas afirman la independencia de la ciudad y su intención de guardarse de los forasteros.  La reivindicación de la "libertad" por parte de los florentinos resulta desorientadora y equívoca para los que hayan leído a Jean Jacques Rousseau.  La independencia de la ciudad no supuso en ningún momento la manumisión de todos sus ciudadanos, pero esto no provocó necesariamente descontento.  Las presiones que venían del exterior de las filas de los elegibles rara vez fueron efectivas.  Los gobiernos estaban regidos por aquellos que disponían de tiempo libre, de ambiciones, de contactos y, por encima de todo, de suficiente interés en las posesiones o prosperidad de la ciudad para consagrarse al bienestar de la misma.  La mayoría de sus habitantes tenían ocupaciones particulares propias que reclamaban su atención.  Las insistentes demandas de la familia, del trabajo, del gremio, de la cofradía, de la parroquia o del barrio ya daban al ciudadano trabajo más que suficiente al nivel que eran capaces de desarrollar. Únicamente aquellos que obtenían influencia dentro de esta oscura política local conseguían sobresalir en los ayuntamientos.  La libertad de la ciudad entera exigía negociaciones políticas con grandes señores, reyes e incluso papas y, por consiguiente, una gran dosis de experiencia política, paciencia y riquezas.  Eran pocos los individuos, o incluso las ciudades, capaces de soportar por mucho tiempo la carga que suponía la independencia.  La mayoría de las autoridades municipales sólo habían conseguido afirmar su independencia suprimiendo los grupos disidentes y no hubo ninguna ciudad que se viera libre de problemas internos.
Había ciudadanos no manumitidos que empuñaban armas en las milicias de las villas y que, por consiguiente, podían ponerse en movimiento si eran espoleados.  Las finanzas de la ciudad dependían de préstamos hechos por ciudadanos ricos a base de intereses garantizados o de tributos indirectos sobre el vino, la sal o sobre mercancías que llegaban a la ciudad para ser vendidas, medidas todas ellas fáciles para obtener unas rentas.  La vida en la ciudad medieval no era más ideal ni más progresista que la vida en el campo. Sus instituciones, pese a tener unas bases más amplias que las feudales, no demostraron ser más populares ni duraderas.  Ciudades como Venecia, que sobrevivieron para convertirse en capitales de estado, ya eran aristocráticas.  En el siglo XV, grandes ciudades como Brujas o Barcelona tuvieron que llegar a nuevos acuerdos con los príncipes, puesto que las condiciones ya no eran propicias para la independencia municipal.

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