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15/9/13

LAS CIUDADES RENANAS (I)

La distribución de las ciudades medievales en Europa, al no ser una respuesta planificada a las necesidades del gobierno central, refleja necesariamente la superposición de muchas presiones nuevas, sobre todo económicas, sobre la estructura eclesiástica.  La concentración de ciudades en la región del antiguo Reino Medio indica básicamente que los carolingios podían garantizar la seguridad de todo el tráfico procedente del Mediterráneo.  Éste llegaba a través de la ruta más corta, directamente desde el norte de Italia, atravesando los Alpes y bajando por el Sena y, de manera especial, a través de la región del Rhin, que, después de Carlomagno, no era una frontera sino un corredor que daba acceso por el este y el oeste a las ricas regiones de los alemanes cristianos y de otros pueblos.  En el imperio romano, en cambio, las rutas hacia el norte habían atravesado el mar hasta Provenza y, después, el Ródano arriba.  En el extremo italiano de estas rutas no era necesario buscar nuevas ciudades, puesto que ya las tenía de antiguo y habían sobrevivido perfectamente a los períodos de invasión.  Los emperadores otonianos habían utilizado a los obispos como funcionarios reales en aquellos lugares y las administraciones episcopales estaban llenas de ciudadanos capaces de abrirse paso de la forma que fuera para alcanzar el poder.  Los emperadores orientales también conservaban el dominio sobre varias ciudades marítimas, entre ellas Venecia, la más famosa de las ciudades medievales italianas.  Su aislamiento en la laguna, que garantizó su primitiva independencia, simbolizaba también el carácter excepcional de la actividad comercial con el Mediterráneo oriental en un mundo predominantemente rústico.  En el norte, a lo largo del Rhin, las grandes ciudades eran sede de obispos y estaban instaladas en antiguas plazas romanas del limes.  Sin embargo, en el delta del Rhin, la antigua organización romana se había visto sumergida por los establecimientos frisos y francos.  Hasta el período carolingio la región no fue convertida al cristianismo y ello no tanto a través de los esfuerzos rutinarios de obispos establecidos como por obra de misioneros y monjes ingleses, irlandeses y aquitanos, que se vieron obligados a levantar toda una Iglesia de la nada.
Dadas las condiciones inestables, la sede de Tongres, del siglo IV, fue trasladada a Maastricht antes de pasar a Lieja a principios del siglo VIII.  Al norte del Rhin, la ciudad romana de Utrecht ya había sido dotada, hacía algún tiempo, de un obispado, pero había algunas otras pocas ciudades de la región que ocupaban emplazamientos romanos.  Las incursiones realizadas por los nórdicos en el siglo IX también afectaron el desarrollo de la zona, causando menos daños en los centros más pequeños, que se recuperaron más rápidamente y se hicieron con el mando.

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