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3/9/13

LUIS IX, FEDERICO II, ENRIQUE III Y EL IMPERIO OCCIDENTAL

Los historiadores que saludan a San Luis como fundador de la más tardía monarquía francesa se encuentran desconcertados ante su brillante contemporáneo y aliado Federico II.  Parece como si Federico se levantara por cuenta propia, sin seguir ninguna secuencia.  Ni heredó ninguna política ni dejó heredero de ninguna a sus sucesores.  El que al principio fue vasallo fiel del Papa, acabó siendo su implacable enemigo.  De él se contaban historias increíbles, la mayoría por parte del clero favorable al Papa.  Pero las invectivas no inspiraron biografías efusivas.  En épocas posteriores, los civilizados tratos que mantuvo con los musulmanes, su protección de la ciencia y la cultura, sus observaciones ornitológicas tal como se refieren en su tratado sobre las aves de caza, han servido para ensalzarlo y para considerar que nació antes del momento que le hubiera correspondido.  Todos los libros acerca de él muestran una cierta desorientación, pero sigue fascinándonos y hurtándose a nuestra comprensión.
La situación de la que partió fue la deseada consecuencia del casamiento del emperador Enrique VI y la heredera de Sicilia, Constanza, en 1186.  Al morir prematuramente su padre, antes de que la unión de los dos estados hubiera recorrido mucho camino los príncipes alemanes no estaban dispuestos a aceptar a Federico, que entonces tenía dos años de edad, como gobernante.  Su madre renunció a Alemania y al imperio, haciendo de Federico el heredero de Sicilia y confiando su educación al Sumo Pontífice.  Sin embargo, cuando Federico era ya un adolescente se vio arrastrado a los asuntos imperiales en virtud de su ascendencia y de las presiones ejercidas por el propio Papa.  Su hijo enrique fue coronado rey de Sicilia en 1212 antes de que el propio Federico fuera reconocido rey de Alemania.  Pero Federico no tenía la intención de que su patrimonio total quedara dividido y el Papa Honorio III tuvo que ceder a sus insistentes presiones permitiendo que Enrique fuera elegido rey de Alemania y que Federico conservara Sicilia.  A menudo se ha considerado que Federico descuidó los intereses de Alemania, pues aunque pasó ocho activos años en el país durante su juventud, sólo volvió a él en los años 1235-1237 en ocasión de dos cortas visitas protocolarias.
Desde el punto de vista constitucional, es famoso por dos importantes confirmaciones de privilegios principescos: el primero destinado a los príncipes eclesiásticos, de 1220, como premio por haber elegido a su hijo Enrique de Sicilia rey de los romanos; y el segundo a los príncipes seculares, de 1231-1232.  El uso de estos privilegios por príncipes posteriores en una época en que no había un emperador efectivo no demuestra nada acerca de su importancia política en tiempos de Federico.  Más interesante resulta saber que Federico II mantuvo un pie en Alemania y obtuvo apoyo militar del país para sus campañas de 1235 en Lombardía, si bien al final de su vida, los planes papales para entronizar un anti-rey en aquellas tierras no fueron bien vistos en el país.
El poder de los Staufen en Alemania sobrevivió a Federico II.  El éxito de este en lo que se refiere a conseguir el reconocimiento de sus hijos, primero Enrique y después Conrado, como sucesores suyos habría llevado ciertamente, con el tiempo y al igual que había ocurrido en Francia, a un sistema hereditario dentro del Imperio.  Lo que destruyó a los Staufen no fueron los errores cometidos en Alemania, sino la implacable hostilidad de una serie de papas a partir de Gregorio IX.
Si Federico no fue tan devoto como Luis IX o Enrique III, tampoco era un escéptico absoluto ni fue hostil al papado como tal, puesto que se trataba de una institución con la que él sabía que debía convivir.  Pero él tenía dificultades de entendimiento con los papas, tanto por el control que ejercía sobre los obispos de Sicilia como por las reclamaciones de los pontífices en relación con el propio estado papal.  En su juventud, Inocencio III lo había obligado a confirmar concesiones previas del emperador Welf Otón IV, pero con el tiempo, cuando llegó a su madurez, la situación política de Alemania, del Papa en Italia y del programa de las cruzadas fueron factores que impidieron que los sucesores de Inocencio III consideraran que podían tratar al emperador como si fuera otra cosa que vasallo papal de Sicilia.

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