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9/9/13

LA IMPORTANCIA DE LAS CIUDADES EN EL MEDIEVO (II)

Antes del final del imperio occidental, la antigua función social y económica de la ciudad como núcleo de nuevos asentamientos posiblemente había perdido su aureola primitiva.  Una vez el imperio podía garantizar una paz civil, las unidades más pequeñas ya o tenían necesidad de valerse por sí mismas ni se sentían inclinadas a hacerlo. Todo era y es cuestión de actitud y bien claro está que toda sociedad o conjunto de sociedades se rige por el principio de la confianza mutua.
Las zonas costeras, primeras a las que llegaron los inmigrantes, ya habían sido colonizadas.  La penetración más al interior del país suponía el establecimiento de fincas particulares destinadas a desbrozar eriales.  Los ciudadanos del Imperio, salvo quizás los que vivían en las localidades más grandes y florecientes, también comenzaron a valorar las ventajas sociales que les ofrecían sus propiedades.  Si las ciudades del imperio comenzaron a declinar fue porque la sociedad tardorromana se servía menos de ellas.  Los bárbaros que invadieron occidente, aun cuando al principio quedaron deslumbrados ante las novedades de las ciudades romanas, todavía tenían menos motivos que los ciudadanos imperiales para mantenerlas florecientes, aparte de que tampoco habrían sabido hacerlo.  Las ciudades romanas que sobrevivieron hasta la Edad Media podían dar las gracias de ello a los obispos cristianos, puesto que ellos y no otros fueron los que valoraron las ciudades como centros administrativos de su jurisdicción, por lo que el término imperial "diócesis" (región administrada) les resultaba apropiado.  Al igual que el imperio, la Iglesia dividió geográficamente sus responsabilidades.  Las sedes de los obispos estaban distribuidas muy irregularmente en la Cristiandad, con una densidad notablemente superior en Italia, aunque irregularmente repartidas dentro de la península.  Fueron pocas las sedes que posteriormente cambiaron su ubicación.
En Gran Bretaña, donde la vida de la ciudad no se mantuvo hasta el período inglés, así como en Alemania y más al este, las sedes debían estar forzosamente establecidas en lugares nuevos.  La distribución resultante de las ciudades episcopales era menos regular que en tiempos del Imperio, ya que las nuevas sedes servían comunidades cristianas existentes más que ser, a la manera de las antiguas, núcleos de nuevas poblaciones como tales.  Quizás al principio estas nuevas ciudades habían sido distribuidas de una manera sistemática, pero la ciudades medievales, en caso de prosperar, muy pronto se desarrollaron y fueron adquiriendo una idiosincrasia propia.
Las ciudades episcopales de la Europa medieval correspondían muy de cerca a las antiguas ciudades, con sus mismas funciones administrativas y culturales.  En las antiguas tierras imperiales mantenían, a un nivel modesto, una cierta continuidad con a época imperial, y con el tiempo, así  que el obispado se hubo embarcado en un programa de renovación cristiana, sus ciudades todavía se hicieron más activas.  Se reconstruyeron catedrales con los palacios episcopales, edificios par canónigos o monjes santuarios e iglesias para santos y reliquias, alojamientos para peregrinos, casas, puestos de venta y talleres para los comerciantes que se necesitaban en las ciudades.  Pero la administración civil, tan diferente de la religiosa, en la Europa medieval seguía operando independientemente de las ciudades, ya que su estilo era diferente del que había regido durante el imperio romano.

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