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2/9/13

SICILIA Y EL PODER EUROPEO

Mientras Castilla invadía el sur de España, el celo de cruzado del rey Jaime I de Aragón se canalizaba hacia el este y, más allá de la costa, hacia las islas Baleares.  como resultado, al final de su reinado los estados de la Corona de Aragón habían adoptado la forma de un imperio marítimo en cuyo corazón estaba Barcelona, más parecida a aquel estado que fue Venecia en el siglo XIII que ningún otro reino de la época.  Aragón constituía la parte menos importante de las posesiones del rey y tanto él como sus sucesores volvieron los ojos al mar con la misma decisión que los reyes de Castilla volvían la espalda a sus orígenes asturianos.  Los reyes españoles del siglo XIII, tras superar los acuciantes problemas internos, se sentían también preparados para ocupar puestos preeminentes en los asuntos de la cristiandad.  En otro tiempo, el rey de Aragón había tenido tratos con el imperio a través de sus estados en Provenza.  La desintegración del poder de los Staufen, especialmente después de la muerte de Federico II, involucró inevitablemente a reyes posteriores.  Quizás sorprenda más todavía la avidez de Alfonso X de Castilla de dejarse atraer por los asuntos imperiales.  Como nieto del gran emperador, aceptó la accesión al trono alemán en 1257 y hasta 1274 no renunció al título.  Castilla estaba demasiado lejos para mantener un vínculo que incluso Carlos I, tres siglos más tarde, consideraría una pesada carga.  No obstante, la conexión del rey de Aragón con Sicilia constituía un compromiso más serio.  Pedro II se casó con una nieta de Federico II y en 1282 aceptó la invitación de los sicilianos de ocupar el reino de ayudarlos a expulsar de la isla a Carlos de Anjou. Desde aquella fecha hasta 1860 Sicilia estuvo gobernada por la casa real española.
Sicilia había sido, en el siglo XII, la base del reino normando.  En la primera mitad del siglo XIII se convirtió en los cimientos del poder de Federico II en el imperio.  A partir de 1282 pasó a ser una provincia de la Corona de Aragón o un reino semiautónomo que hacía muy poco ruido en el mundo.  Los repetidos fracasos de sus gobernantes desde el siglo XI, en lo que se refiere a extender su influencia en el norte de África en torno a Túnez, significaban que Sicilia se encontraba al final de una línea y no en una confluencia importante.  Los gobernantes de Nápoles también fracasaron en su intento de recuperar la isla y no hubo ningún rey aragonés anterior a Alfonso V (1416-1458) que se lanzase a conquistar Nápoles desde Sicilia.  La isla, pues, durante más de dos siglos después de 1282, quedó relegada a una posición subordinada. Sicilia había tenido una prosperidad natural mientras sus gobernantes estuvieron en condiciones de sacar recursos del Mediterráneo y de llevarlos a Palermo.  Tan pronto como el norte de África se hizo interesante para los cristianos sólo con intenciones comerciales, Sicilia volvió a recuperar su función de mero apéndice de Italia o de la Corona de Aragón.  Incluso con Federico II Sicilia había sido abandonada a su suerte, puesto que, aun cuando Federico había pasado allí quince años de su vida desde que tenía tres, sólo la visitó en cinco ocasiones a partir de entonces y únicamente una vez por un período de dos años.  Después de 1233 ya no volvió a poner nunca sus pies en la isla.  Cuando estuvo en condiciones de ocuparse del reino más que del imperio, parece que Federico mostró sus preferencias por tierra firme.
Los historiadores han vuelto los ojos a la historia del imperio en el siglo XIII sin grandes expectativas.  Pero parece que la gente de la época o compartió su escepticismo.  El papado, como es obvio, permaneció extremadamente circunspecto en cuanto a su poder hasta bien entrado el siglo XIV.  Los reyes de Castilla y Francia, el hermano del rey de Inglaterra, eran candidatos al título imperial.
Pero Alemania era una tierra que estaba expandiendo rápidamente sus fronteras demográficas y culturales durante aquel período.  Los historiadores consideran pues que el estado más grande de la Cristiandad se encontraba en fase avanzada de decadencia y a punto de desmembrarse.  Para el poeta Dante, el emperador Enrique VII, en el momento de llegar a Italia en 1310, seguía representando la fuerza del único estado universal: la monarquía de la cristiandad.

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