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11/9/13

LA IMPORTANCIA DE LAS CIUDADES EN EL MEDIEVO (y IV)

La reaparición de los establecimientos urbanos de unas ciertas dimensiones, por lo menos en el siglo XII, puede parecer como un retorno de la "civilización" después de siglos de barbarie, pero no hay que fiarse demasiado del parecido superficial existente entre las ciudades medievales y antiguas y los casos curiosos en que la "continuidad" parece plausible.  De acuerdo con las normas romanas, la ciudad medieval no era más civilizada que el campo.  Los hombres más poderosos de la época no se consideraban "ciudadanos", puesto que no recurrían a las ciudades en lo que se refiere a necesidades y amenidades de la vida ciudadana, los tribunales de justicia, los teatros o los baños públicos.  Las ciudades no eran esenciales para el gobierno de la época, sino que surgieron sobre todo como unidades del nuevo tipo de economía medieval, como establecimientos densos con unas dimensiones limitadas (lo más reducidas posible para facilitar su defensa), dedicados a la manufactura o al intercambio.  Por consiguiente, representaban un nuevo tipo de división del trabajo dentro de la sociedad.  Por una parte eran un complemento necesario de la mejora del sector agrícola, que producía excedentes suficientes para mercadear y alimentar las poblaciones no agrícolas y que esperaba encontrar determinadas herramientas o determinados productos, como telas o vino, que él no podía proporcionar en absoluto o, por lo menos, con igual calidad.  Por otra parte, eran puntos nodales de una red comercial que estaba desarrollándose en un mundo medieval que no tenía la homogeneidad del mundo romano.  Europa ahora estaba compuesta de diferentes regiones con diferentes especialidades.  A este mundo, pese a sus saqueadores, el imperio carolingio había aportado en primer lugar las condiciones económicas en las que era posible la especialización regional.  Las ciudades iban jalonando las grandes vías, entre ellas los ríos principales que atravesaban Europa, permitiendo que todos los productos recorrieran cortas distancias y que artículos preciados fueran transportados a través de grandes distancias, hasta la España musulmana, Constantinopla o el lejano norte, o bien desde estos lugares.  Las ciudades siguieron siendo partes integrantes de este mundo.  No eran islas de civilización enclavadas en plena barbarie, ya que en una ciudad podía haber personajes ricos y poderosos, pero, si no salían de la ciudad, su influencia quedaba circunscrita dentro de los límites de su extensión territorial.  Sin embargo, los hombres de la ciudad, aunque fueran ricos o importantes, eran hombres de negocios, a diferencia de lo que ocurría con los príncipes, y sólo se ocupaban de sus asuntos, totalmente desinteresados de las responsabilidades públicas.  El campo miraba a la ciudad no en busca de orientación, sino movido por miras económicas, siquiera como lugares para enviar a sus hijos a fin de que adquiriesen unas habilidades especiales que pudieran ser útiles a la economía general, como podría ser el aprendizaje de industrias artesanas.  Es evidente que, en este aspecto, las ciudades modernas deben más a la Edad Media que al patrimonio de la Antigüedad.
Como partes integrantes del mundo medieval, las ciudades sufrieron también los efectos de las condiciones políticas locales.  En Inglaterra, por ejemplo, los monarcas, desde Alfredo en adelante, desempeñaron un importante papel en la construcción de los "burhs" o puntos de defensa y, después, en la legislación que debía convertirlos en centros de mercado.  Los reyes satisficieron la demanda comercial de dinero contante acuñando monedas acreditadas, de acuerdo con una norma nacional, en cecas establecidas en diferentes ciudades del país. También otorgaron cartas que aseguraban el reconocimiento nacional de las libertades de una ciudad.  Mucho más adelante, con Eduardo I (1272-1307), se fundaron ciudades fortificadas similares en Gales a fin de consolidar su conquista.  En la Inglaterra real tenía escasa utilidad que las ciudades actuasen independientemente y sólo Londres consiguió los privilegios de un municipio.
En el Reino de Aragón la situación era comparable a la de Inglaterra, si bien Barcelona, por lo menos durante un tiempo, reivindicó privilegios más importantes que los de Londres y en contra de la oposición real.  Ni aisladamente ni formando una liga podían las ciudades persistir en una actitud de desafío a la autoridad real.

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