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1/9/13

CRISTIANDAD E ISLAM (II)

Hay una segunda dinastía mameluca (1382-1517) que tiene una historia menos distinguida, si bien se mantuvo hasta que fue finalmente suplantada durante la conquista otomana, época en que los portugueses ya habían llegado al Mar Rojo.  Los cristianos no subestimaron el poder de Egipto durante los siglos XIV y XV y fueron muchos los viajeros que quedaron lo bastante impresionados para dar informes favorables al respecto.  El Islam no podía dejar de infundir respeto a Europa.
La consolidación de los grandes estados islámicos, que puso final a los insignificantes principados de los siglos XI y XII, no sirvió de todos modos para restablecer unas fronteras islámicas en occidente.  Una de las diferencias decisivas entre este elevado nivel de civilización islámica y los anteriores fue el hecho de que no se recobró el Mediterráneo occidental.  La conquista normanda de Sicilia para la Cristiandad no fue discutida.  Por el contrario, desde la propia Sicilia llegaban irritantes recordatorios de su hostilidad en forma de incursiones intermitentes contra la vecina Túnez.  Los musulmanes ocuparon también las islas Baleares a mediados del siglo XIII, mientras los reyes aragoneses y los castellanos se abrían camino hacia el sur a través del territorio hispánico.  En 1300 los musulmanes conservaban tan sólo en España el truncado reino de Granada, que permaneció casi dos  siglos como estado vasallo de Castilla, aunque por su cultura era tan deslumbrante como las cortes musulmanas de la época.  La Castilla de Pedro el Cruel (Pedro I, rey 1350-1369) estaba muy en deuda con sus vasallos musulmanes por los refinamientos de la vida diaria, por la arquitectura, la decoración doméstica, la artesanía de la madera y la de los tejidos.  Sin embargo, no mostraba ni la voluntad política ni la voluntad religiosa de destruir a los musulmanes ni al Islam.  El alto nivel cultural del Islam supo ganarse el respeto renuente de los cristianos.  Los reinos cristianos del norte -pequeños, pobres y escasamente poblados- se vieron fuertemente arrastrados en las cuestiones de los reinos musulmanes del sur sólo por el derrumbamiento del califato de Córdoba (1038), las rivalidades de los reinos sucesores (las taifas) y las resurgentes fuerzas musulmanas del norte de África (primeramente los almorávides y luego los almohades).  El estallido inicial de un movimiento que culminó con la conquista de Toledo por los cristianos en 1085 fue seguido por una gran cruzada religiosa, como cabía esperar, en el siglo XII.  Esta extraordinaria pugna entre los representantes de la Cristiandad y los del Islam no tuvo como resultado una victoria clara de ninguno de los dos bandos y hasta principios del siglo XIII las fuerzas cristianas no recuperaron la iniciativa.  Para hacer frente al desafío de los almohades se reagruparon las fuerzas cristianas, que saldrían vencedoras en la batalla de las Navas de Tolosa en 1212.  En el curso de una generación quedaría terminada la gran obra de la reconquista, primero con la conquista de Córdoba (1235) y después con la de Sevilla (1248) por obra de las fuerzas castellanas de Fernando III (canonizado en 1671).  El rey de Castilla se encontró, pues, dueño de un extenso territorio fuertemente despoblado después de la fuga de musulmanes.  El nuevo rey, Alfonso X el Sabio quiso tentar a la gente del norte y hacer que se establecieran en Andalucía. Se confió grandes extensiones de terreno a las iglesias, a las órdenes militares y a la nobleza, a fin de incitar al mayor número de castellanos posible a explotar aquellas tierras recién conquistadas.  La asimilación de esos territorios que habían estado cinco siglos en poder de los musulmanes absorbió las energías del gobierno pero, hasta 1492, las propuestas para terminar la reconquista ocupando el reino de Granada cayeron siempre en saco roto.  Era más rentable económicamente tener el vasallaje del reino nazarí.  Durante dos siglos los reinos españoles dejaron de pensar en guerras contra los musulmanes y de hecho toleraron su presencia así como la de los judíos hasta límites insospechados, si bien a finales del siglo XIV surgió una nueva intolerancia que se manifestó a través de un terrible progrom.

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