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25/9/13

COMUNICACIONES, TRANSPORTE Y COMERCIO (II)

Cuando el transporte por medio de bestias de carga era normal, los mercaderes se concentraban inevitablemente en el comercio de objetos pequeños y valiosos.  En el siglo XIV, el comercio por mar permitió pensar en mercancías de mayor volumen, como el trigo o la lana, que podían recorrer grandes distancias.  Las poblaciones de las ciudades contaron entonces en los envíos regulares.  El año del hambre (1315-1316), Flandes no dejó de recibir trigo, que le llegaba desde Sicilia gracias a la actividad de ciertos mercaderes florentinos.  El vino también se enviaba desde regiones especializadas, como el Bordelais, e iba a Inglaterra o a Flandes.   Los ingleses dejaron completamente de preparar vino una vez tuvieron asegurado el suministro del mismo desde la zona del Rhin o desde Gascuña.  Otros alimentos esenciales que recorrieron considerables distancias fueron la sal, desde la bahía de Vizcaya, y las salazones del Mar del Norte.  En cuanto a los productos manufacturados, las ciudades en vías de crecimiento necesitaban importar materias primas y encontrar mercados o clientes para los mismos.  A competencia para depreciar los mercados hizo que algunos centros se especializasen, ya que las mercancías de calidad mantuvieron su precio.  La industria de la lana tejida se estableció en Flandes en época muy primitiva y, en el siglo XII, la industria del país precisó ya importar lana inglesa para poder funcionar a pleno rendimiento.  en el siglo XIV se importaban de Castilla grandes cantidades de este material.  No todas las telas que venían del norte se vendían en fase acabada, sino que los mercaderes italianos compraban tela de buena calidad que después embellecían en los talleres de sus propias ciudades.  Los genoveses exportaban telas flamencas a oriente.  Sin el uso extensivo de unas rutas comerciales habría sido inconcebible la industria medieval e esa escala.  La industria se desarrollaba contando previamente con una demanda firme.  Servía mas al mercado que a unos clientes específicos.  Dicho mercado comprendía una sorprendente complejidad de intereses.  Eran muchas las cosas que podían no funcionar y los negocios seguían siendo arriesgados.  Algunos empresarios hicieron auténticas fortunas, pero hasta las empresas más saneadas podían ir a la ruina tras una sucesiva racha de quiebras.  Los comerciantes, pues, idearon  procedimientos para protegerse contra los peores azares.  La asociación comercial de la Hansa respondió al signo de los tiempos.  Los negocios italianos se apoyaban más en las asociaciones, que comprendían inversiones de socios secretos, aparte de que concedían créditos y se beneficiaban de ellos.  También concibieron planes que les permitían asegurar la mercancía.  La diversificación de los negocios acostumbraba a ser una medida sensata, pero exigía la atenta supervisión de numerosos negocios subordinados.  Los que hacían fortuna solían retirarse y sus familias adquirían generalmente propiedades en el campo y un nivel social superior que en la ciudad.  Entonces irrumpían otros hombres que pasaban a ocupar su puesto.  Las aristocracias urbanas solían ser menos estables que las del campo.  Lo que llevó a toda Europa a la órbita del comercio fue la continua actividad de un cierto tipo más que la persistencia de unos intereses familiares particulares.
Nunca había habido un comercio a aquella escala -ni siquiera durante el imperio romano-, es decir, un comercio que fomentase la especialización de la producción y del producto y forzase constantemente el nivel de calidad exigido en el mercado internacional.  En el siglo XIV no había ninguna región de la Cristiandad que no estuviera ligada de una u otra manera a la red del comercio internacional.  En este aspecto todas las regiones estaban expuestas a sufrir las consecuencias de acontecimientos ocurridos en remotos lugares sobre los cuales no tenían ninguna influencia o a beneficiarse de ellos.  Los productos que llegaban a occidente desde lejanos lugares del este encontraban su camino gracias a la actividad de muchos mercaderes diferentes que se servían de un sistema que ellos solos entendían y que, políticamente, no podían proteger.  La supervivencia de este sistema dice mucho en favor de las gentes de la época, puesto que supieron valorar el espíritu emprendedor de sus mercaderes.

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