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26/11/13

LAS DINASTÍAS OCCIDENTALES (III)

Las experiencias de guerra, desórdenes, derrotas y desmembramientos dejaron únicamente la dinastía de los Valois como garantía de continuidad.  Pocos de sus representantes estaban personalmente a la altura de sus responsabilidades pero, cuando se apareció Dios a Juana de Arco para encargarle de que se asegurase de la coronación en Reims del lamentable Carlos VII (1429), revivió la lealtad francesa a la dinastía.  La fe en la provisión providencial divina en cuanto a proporcionar un sucesor varón a la corona iba a garantizar a partir de aquel momento la supervivencia del reino.
Para Inglaterra el otro resultado espectacular de la guerra con Francia era la supervivencia del reino independiente de Escocia.  Durante la segunda mitad de su reinado Eduardo I de Inglaterra (rey 1272-1307) había dispuesto en varias ocasiones el gobierno de Escocia de acuerdo con su voluntad, pero a pesar del buen resultado aparente en lo que se refiere a imponer soluciones, se demostró que su poder era ilusorio.  Su nieto, Eduardo III (rey 1327-1377) trató durante un tiempo de adueñarse de Escocia, pero estas intenciones inglesas con respecto a Escocia tropezaron con la decisión de los propios escoceses, resueltos a dirigir sus propios asuntos.
Pese a todo, los escoceses en 1300 no eran una nación perfectamente desarrollada.  No hacía más que una generación que su rey había obtenido de los noruegos el dominio de las Tierras Altas y de las Islas.  La fuerza de la monarquía se apoyaba en la llanura costera, en aquella estrecha franja de tierras comprendida entre el Clyde y el Forth, que se extendía por el norte hacia Perthshire y por el sur hasta los valles de los Borders.  Esta tierra había quedado convertida en una monarquía feudalizada a principios del siglo XII y su gobernante más poderoso, David I (rey de Escocia 1124-1153), había extendido temporalmente su frontera sur hasta abarcar en ella Northumbria, Cumbria y Lancashire hasta el Ribble.  Como era natural, estas invasiones habían provocado al rey de Inglaterra, incitándolo a tomar represalias.  Las victorias de Enrique II y de Juan se habían resuelto en sumisiones formales del rey escocés al inglés, lo que fue motivo para que Eduardo I reclamase el señorío de Escocia.  Los obispados escoceses necesitaban de una relación especial con Roma para liberarse de los intentos del arzobispo de York de anexionárselos a su provincia.  Por otra parte, eran michos los barones ingleses que tenían tierra en el sur de Escocia.  Si Eduardo I no se hubiera sentido tan ávido de definir y afirmar su papel, las perspectivas de fusionarse que tenían los dos reinos habrían sido buenas, pero su proceder perentorio despertó el resentimiento de los escoceses.
Escocia estaba demasiado apartada de las bases que el monarca de Inglaterra tenía en el sur y era demasiado pobre para resultar tentadora para los barones ingleses que iban tras las recompensas de la aventura militar.  Mucho mayor interés despertaban las guerras con Francia.  Pero Escocia, que se atenía a la alianza con Francia, estuvo en condiciones de continuar la lucha pese a su propia debilidad.  Bajo la dinastía de los Estuardo (1371), con arzobispos propios, St. Andrews (1472), Glasgow (1492), sus propias universidades (St. Andrews fue fundada en 1410, Glasgow en 1451 y Aberdeen en 1495) Escocia, aun siendo pobre, estaba resuelta o era capaz de resistir el dominio inglés y sólo se unió a Inglaterra cuando un rey suyo protestante, Jaime VI, heredó la corona del sur en 1603.

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