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27/11/13

LAS DINASTÍAS OCCIDENTALES (y IV)

Como resultado de todas estas actividades en Europa durante el siglo XIV y principios del XV, se hizo evidente que las naciones más pequeñas poseían la capacidad de resistir a los reyes más poderosos de la época, por lo que en lugar de que en Europa surgieran únicamente unos pocos grandes imperios continentales, como ocurrió en el siglo XVIII, las unidades políticas siguieron siendo en conjunto pequeñas y numerosas.  Algunos de estos estados no rebasaban las dimensiones de las ciudades que, las más de las veces como resultado de su situación marítima, demostraron ser lo bastante grandes para preservar su independencia en virtud de la fuerza ofrecida por el comercio.  Sin embargo, la mayoría de los estados necesitaban un territorio que fuera lo bastante grande para suministrar los recursos necesarios a sus poblaciones, y la homogeneidad derivada de unas instituciones legales y religiosas comunes.  Algunos de estos estados se agrupaban bajo unos mismos líderes, siempre que el hecho no comportase un menoscabo para sus identidades separadas.  El impulso religioso tanto del catolicismo como de la ortodoxia fomentaba el uso de las lenguas vernáculas locales para la oración y las devociones, de tal modo que la literatura producida en estas lenguas comenzó a infundir fuerza a esos pueblos al definirlos como grupos culturales.  La posición dominante asumida por el clero latino como pastor de sus rebaños se vio inevitablemente desafiada en su debido momento, por devociones de otro tipo accesibles a los laicos.  Nunca habían sido tan numerosos ni tan pintorescos, como en este período los reyes y los nobles, si bien para convertirse en el centro de la atención debían rivalizar con otros muchos personajes, no menos orgullosos que ellos de sus hazañas y proezas.  Fue un período que sentía respeto por las jerarquías sociales, pero que también se complacía en las flaquezas comunes a toda la humanidad, y que aceptaba que los papas y emperadores podían ser tan débiles como todos los demás seres. Así pues, en este tiempo subsistía un factor de realismo que hacía que la efectividad del poder fuera más importante que los ideales nominales.  Pocos eran los estados que se inquietaban excesivamente por la legalidad de su posición.  En Italia sobre todo, las ciudades-estado expandían sus fronteras de la mejor manera posible y sólo después se preocupaban de los títulos que pudieran arrogare.  Durante el Gran Cisma, a la Cristiandad le faltó un árbitro y un mediador que fuera universalmente aceptado.  Por consiguiente, todo aquello que no pudiera resolverse con las armas debía ser discutido y negociado.  Como resultado, el bienestar de la Cristiandad estuvo en manos de muchos y no reservado únicamente a unas pocas autoridades tradicionales.  Europa se había convertido en una sociedad política sumamente compleja.

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