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10/12/13

LOS ESTADOS RIVALES DE LA PENÍNSULA ITALIANA

A diferencia de Borgoña y Suiza, la Italia del siglo XV parece ofrecer unos estados políticos establecidos según un modelo mucho más tradicional, si bien las apariencias aquí pueden ser engañosas.  Por ejemplo, el más grande de los estados italianos, el reino de Nápoles, databa de 1130 y, pese a ello, distaba mucho de ofrecer una imagen de continuidad estable. Después de 1282, Sicilia quedó separada del continente y fue gobernada por príncipes de Aragón.  Después de 1343 y casi por espacio de un siglo Nápoles no tuvo ningún gobierno estable.  Primeramente le tocó el turno a Juana I y a una sucesión de maridos y, después de ellos, de pretendientes y, hasta que Ladislao II se hizo cargo del gobierno, no hubo una continuidad política, si bien Ladislao se comportó más como un capitán de condottieri (mercenarios aventureros) de la época que como un rey, aparte de que su posición se vio más dificultada por la intervención del papado, preocupado entonces por la necesidad de poner fin al cisma de la Iglesia.  Al morir repentinamente Ladislao II en 1414, le correspondió el turno a su hermana, Juana II,  y a sus sucesivos maridos de gobernar Nápoles.  Durante gran parte de ese tiempo del gobernante de Sicilia, el rey Alfonso V de Aragón, estuvo aspirando a reunir las dos partes del antiguo reino, hecho que se produjo en 1442.  Nápoles, su centro principal, no era sino una parte de los dominios que se extendían en todo el Mediterráneo occidental.  Al morir, su hijo bastardo, Ferrante, permaneció en Nápoles, mientras su hermano, Juan II, gobernaba Sicilia y los demás estados del reino.  Así pues, el reino de Nápoles, el estado más extenso y afianzado de Italia, durante el siglo XV se vio sujeto a los cambios más curiosos y arbitrarios que se puedan imaginar en lo que a estilo de gobierno se refiere.  No es de extrañar que diera la impresión de ser un estado muy necesitado de tutela.  Hacia el final del siglo las reivindicaciones enfrentadas de los reyes de Francia y España a la sucesión de Ferrante desembocaron en un período de dominio extranjero en Italia.  Después de todo, las inquietudes de los italianos con respecto a Nápoles no estaban faltas de sentido.

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