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18/12/13

LA INVENCIÓN DE LA IMPRENTA

A finales del siglo XIV, gracias a la disponibilidad de papel, hubo una gran producción de imágenes religiosas, para lo cual se utilizaban unos bloques de madera, algunos con letras grabadas.  La excelente acogida que tuvieron estos grabados impulsó a los artesanos a idear un procedimiento para multiplicar los ejemplares de textos escritos.  Los primeros estadios de los experimentos realizados, imposibles de documentar con precisión, determinaron cómo había que proceder para reproducir letras sueltas a partir de un molde único y qué metal había que utilizar, así como la manera de hacer el tipo dela letra.
Como eran diversas las habilidades requeridas, los artesanos se lanzaron a colaborar entre sí y, debido al carácter especulativo de la empresa, la colaboración desembocó en disputas.  En una de ellas suena por primera vez el nombre de Gutemberg, probable inventor del tipo móvil.  El libro impreso al que puede atribuirse una fecha es el Salterio de Maguncia de 1457.  Las otras ciudades en las que se realizaron labores de imprenta con anterioridad a 1460 fueron Estrasburgo y Bamberg. Durante el decenio siguiente la actividad pasó a otras ciudades alemanas, aparte de que hubo emprendedores artesanos alemanes que introdujeron el invento en algunas ciudades extranjeras, como Venecia, Roma y París.  En 1500 había más de 250 ciudades europeas que disponían de prensas, si bien donde el invento tuvo más éxito fue en las grandes ciudades comerciales como Venecia o Nuremberg, donde era evidente que importaba más la experiencia de los comerciantes que la pericia de los artesanos.
De las quince ciudades europeas de las que salieron más de 1000 incunables, ocho eran alemanas, cinco italianas y dos francesas, por lo que los alemanes seguían estando en cabeza por un estrecho margen.  La concentración de imprentas en grandes centros como Venecia, con 150 prensas, o París, con 50, refleja más la importancia de la distribución que la manufactura real con gran rapidez, especialmente gracias al uso de las xilografías.  El primer libro ilustrado, el Edelstein, salió de Bamberg en 1462.  También se hicieron grabados y las prensas tanto de varias ciudades alemanas como de Venecia reprodujeron mapas impresos.
La imprenta permitió que los libros especializados, como los de autores clásicos o las biblias en latín o en lenguas vernáculas, que exigían para su producción a ayuda de personal entendido, pudieran beneficiar a los compradores más exigentes.  La tradición erudita de la Italia del siglo XV explica por qué hubo allí impresores de varias ciudades que se dedicaron a tallar tipos griegos para imprimir libros.  La impresión de textos hebreos en ciudades italianas y españolas, algunas de las cuales carecían de prensas, refleja también un mercado local especializado.  El gran número de ediciones y de libros de erudición que surgió de la importancia de las reformas educativas fue significativo.
El éxito de los impresores obedeció a su capacidad de cubrir una demanda insatisfecha de obras de carácter religioso, desde biblias completas a xilografías a toda página de temas religiosos.  Tal vez pueda extrañar el elevado número de biblias vernáculas que aparecieron en el siglo XV: 18 ediciones en Alemania, 16 en Italia, así como versiones en catalán, checo y holandés.  La mayor demanda de Biblias correspondía a versiones latinas de la Vulgata (133 ediciones, de las que 71 eran alemanas) a precios tentadores y con textos muy cuidados.  Mucho menos importantes desde el punto de vista comercial eran los libros vernáculos, que si atraían a los clientes que sabían leer, tampoco se trataba de clientes muy eruditos.
Mientras que la demanda de textos latinos resulta lógica, los textos vernáculos producidos por los impresores atraen mayormente la atención de los estudiosos modernos por las indicaciones que nos dan con respecto a la naturaleza de la cultura popular en la época.  En general, los de mayor difusión fueron las novelas de amor en prosa, generalmente historias italianizadas procedentes del francés.  Sin embargo, en Italia se vendían bien (aunque ni de lejos tan bien como Cicerón) los tres grandes escritores toscanos: Dante, Petrarca y Bocaccio.  Otros títulos populares fueron los de carácter enciclopédico, como el Tesoro de Brunetto Latini o la obra épico-alegórica más reciente de Federico Frezzi, actualmente caída en el olvido. En España, los títulos vernáculos superaban a los latinos y los textos castellanos equivalían a tres veces los catalanes.  Las obras religiosas en lengua vernácula corresponden a la cuarta parte del total.  En francés, el mercado no sólo estaba abastecido desde París y Lyon y otros centros de Francia, sino también desde Ginebra y Brujas.  Había imprentas que producían libros de leyes, que contenían las costumbres locales o vidas de los santos locales.  En Ruán hubo un gran interés por la historia local.  La buena disposición a producir libros para el mercado queda demostrada sobre todo por la actividad de las imprentas de los Países Bajos, donde aparecieron libros en flamenco, francés, inglés y frisio.  En Inglaterra, las imprentas de Caxton y sucesores produjeron más textos vernáculos que en ningún otro sitio de Europa.

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