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15/12/13

LOS ESTADOS RIVALES DE LA PENÍNSULA ITALIANA (IV)

En este esfuerzo para retener el poder del estado milanés, Sforza se vio secundado por Cosimo de Médicis, veterano de los políticos florentinos, que abandonó la antigua política florentina de hostilidad a Milán reconociendo que los tiempos habían cambiado y que Milán ya no amenazaba la independencia de Florencia.  Probablemente, de haberse desmembrado al estado milanés, habría sobrevenido un mayor peligro para la seguridad italiana como conjunto.  Pero Florencia también había cambiado.  En 1450 Cosimo disfrutaba de una preeminencia en la vida política que nada tenía que envidiar a ninguna posición oficial.  En tiempos de Gian Galeazzo, Florencia había estado regida por unas juntas, elegidas regularmente en el término de unos meses por los miembros más influyentes de los gremios, que debían impedir que nadie se hiciese con excesivos poderes.  La "tiranía" de Cosimo no era opresiva, pero su  auténtico poder era reconocido incluso en Florencia, aunque se mantuvo el complicado aparato de las juntas electivas para que se mantuviera también la ficción republicana.  Las razones de este cambio institucional en Florencia son complejas y discutibles, si bien hay que colocar entre ellas las nuevas responsabilidades de la ciudad-estado para un número de ciudades vecinas hasta entonces independientes, como Arezzo (obtenida en 1384) o Pisa (1406), adquisiciones que mejorarían la posición defensiva de Florencia en las guerras y su bienestar económico, particularmente para garantizar para la propia ciudad unos suministros de alimentos y materias primas.  Más conocida quizá que ninguna de esas innovaciones en relación con la Florencia del siglo XV fue la extraordinaria floración de energía creativa evidenciada con el osado plan de Filippo Brunelleschi para terminar la catedral con una enorme cúpula, así como la obra de Ghiberti y el joven pintor Masaccio, por no hablar además de las innovaciones eruditas de los cancilleres humanistas de Florencia, Coluccio Salutati, Leonardo Bruni y Poggio Bracciolini.  Ya entonces Florencia comenzó a atraer artistas y estudiosos de toda Italia, ávidos de aprender nuevas técnicas y de explorar una nueva dimensión de la conciencia humana.  Por otra parte, las deslumbrantes realizaciones de Florencia han contribuido a ocultar las contribuciones realizadas en el campo del arte y del saber por otros italianos de la época. La catedral de Milán, por ejemplo, planificada por Gian Galeazzo Visconti y centro de un debate internacional sobre los problemas técnicos involucrados, fue un impresionante edificio construido en el siglo XV que tuvo una profunda influencia en otras edificaciones italianas.  Pero la buena racha de Milán había cesado, mientras que Florencia había acrecentado su influencia sobre otros centros culturales italianos, usurpando el puesto del papado como protectora de las artes durante los días oscuros del cisma y del movimiento conciliar.  Sin embargo, todas las capitales de los estados italianos se convirtieron en centros de arte y cultura.  Enriquecidas gracias a su situación dentro de sus propias regiones y hermoseadas en honor de sus gobernantes, aquellas nuevas ciudades servían también para impresionar o para atemorizar a los vasallos de dudosa fidelidad.  Los nuevos gobernantes que se aprovechaban de las circunstancias favorables para labrarse una fortuna no tardaron en descubrir las posibilidades que encerraba su función, por lo que la cultura de sus respectivas cortes y la reconstrucción de la capital pasaron a ser cuestiones de prioridad fundamental. No hay capital italiana que no siga ostentando signos visibles de esta política, si ben fue Roma sobre todo la ciudad más afectada por ella.  Pese a haber sido la última ciudad que se benefició de este movimiento, los pontífices, al convertirse en dueños de los edificios, estuvieron en condiciones de importar a sus artistas y arquitectos de los centros establecidos, particularmente de Florencia.

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