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2/10/13

LOS VIAJES

Aunque las condiciones de trabajo mantenían a los hombres atados a la población que habitaban, en cierto modo fueron más viajeros de lo que cabría suponer teniendo en cuenta que era difícil dejar atrás las tierras que se poseían.  Mientras tanto, los gobernantes medievales viajaron constantemente por sus tierras, visitaban a otros gobernantes o acudían a Tierra Santa.  A los Santos Lugares iban peregrinos cristianos de todo tipo, como también a Compostela y a Roma.  Aunque los cristianos no insistían tanto como los musulmanes en la obligación de peregrinar, probablemente ponían más entusiasmo en el viaje y ciertamente iban a lugares más diferentes y por múltiples motivos.  El hecho es que viajaban.  Sin embargo, las dificultades empiezan cuando tratamos de imaginar las condiciones en que viajaban.  Gran parte de Europa occidental estaba surcada por calzadas romanas, aun cuando los bárbaros ya habían sido perfectamente capaces de moverse en grandes masas incluso sin carreteras.  El gobierno imperial no se ocupaba del mantenimiento de los caminos, pero es indudable que habrían sobrevivido siglos enteros de haber tenido que soportar únicamente las pisadas de muchos pies y de muchas patas de caballo moviéndose a marcha lenta.  Sin embargo, el ir y venir de vehículos de ruedas fue lo que acabó con los caminos.  Si existió una labor de mantenimiento, debía de tener un carácter puramente local, ya que las nuevas carreteras, en caso de que las hubiese, los puentes y vados sólo merecían atenciones dentro del ámbito local.  Todavía no se ha estudiado con la intención debida la construcción de caminos en esta época.  Los puentes eran sufragados por bienhechores locales, a los que el derecho de peaje ayudaba a aligerar la carga económica que habían supuesto.  Siempre que era posible, los viajeros se trasladaban a través del agua, con frecuencia haciendo uso de los grandes ríos, pero a ser posible evitando el mar.  Los mercaderes trasladaban la mercancía sirviéndose de un tren de mulas o a través del agua.
Una parte de los viajes eran, hasta cierto punto, involuntarios, ya que a veces se imponía una peregrinación como penitencia, en cuyo caso los viajeros no podían esperar encontrar las mismas comodidades y apaños que los turistas (que también los había, pues siempre los hubo y habrá).  Durante todo el período se dio por sentado que uno tenía la obligación de ofrecer hospitalidad a los viajeros hasta límites no establecidos y, naturalmente, correspondía a los monasterios ofrecer las mayores muestras de caridad.  Las hospederías no estaban distribuidas regularmente a lo largo delos caminos y los viajeros que iban a pie, al caer la noche, se refugiaban en cualquier sitio que encontrasen en el camino. La ausencia de diligencias o de caballos de postas no animaba demasiado a los hospederos.  Cuando determinadas rutas comenzaron a prever el tráfico por temporadas, probablemente cambió la situación.  Sin embargo, si los contingentes eran numerosos, como en el caso de peregrinaciones o de cruzados armados, difícilmente podían esperar encontrar alimento y albergue a su comodidad y debían estar preparados para tener que buscárselo por su cuenta y riesgo.

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