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20/10/13

LA CONSTRUCCIÓN DE LAS CATEDRALES

Los constructores góticos del siglo XII fueron los primeros en descubrir cómo había que construir grandes edificios cuya estabilidad no dependía del grosor de las paredes, sino de saber cómo transmitir el empuje a través de partes específicas de la estructura: loso nervios y contrafuertes que formaban su esqueleto.  El resultado fue una arquitectura dinámicamente estable, capaz de levantar edificios de altura inusitada, pese a lo cual producían una impresión de maravillosa gracia y luminosidad.  Los artesanos que conocían el secreto de esta construcción eran muy demandados.  Durante un siglo, desde el corazón del reino de Francia, esto albañiles exploraron las posibilidades de su descubrimiento y se trasladaron de un lugar a otro a petición de aquellos cuya imaginación había quedado cautivada con aquel nuevo estilo.  Aquellas habilidades se hicieron lo bastante populares y transmisibles para que todas las regiones de la Cristiandad latina contaran con sus albañiles residentes.  Pero hasta entonces parece que la prosecución de una edificación estaba en manos de trabajadores itinerantes.  Un maestro albañil con unos treinta trabajadores experimentados se hacía responsable de una temporada de construcción siempre que se dispusiera de los fondos necesarios.  El maestro dibujaba los patrones que servían de guía a los trabajadores.  Los trabajos más bastos corrían a cargo de la población local. El fraguado lento del mortero imponía la indispensable interrupción de la construcción, particularmente en los arcos y bóvedas, antes de poder retirar la cimbra y añadir nuevas cargas.  Entonces el albañil estaba en condiciones de trasladar su equipo a otro lugar.  Las peculiares circunstancias técnicas y los momentos económicamente favorables debieron de tener unos efectos sociales perturbadores en esos lugares, alternativamente activos y estáticos.  Las inquietudes que generaron han sido compartidas por generaciones más tardías, pero las devociones de los historiadores a estos maravillosos edificios han dejado muchos misterios sin resolver.  Y es que no deja de ser curioso que precisamente en la etapa histórica en que la tecnología humana estuvo en su punto más bajo, se levantasen los monumentos más complejos y difíciles de todos, muy superiores por motivos obvios en complejidad a las actuales megaestructuras que cuentan con el respaldo de maquinaria, matemáticas y conocimientos de ingeniería mucho más avanzados que los del siglo XII.
Y es que los artesanos medievales usaban herramientas manuales para tallar la piedra y conformarla según la plantilla facilitada por su maestro de obras.  Tal era la importancia del buen hacer que en muchas piedras se conservan las marcas de sus artífices tallistas. Los bloques cortados tenían que ser transportados y subidos a alturas imposibles por medio de maquinaria rudimentaria, como los montacargas de madera y las ruedas estriadas.  La preocupación por la estabilidad en la época románica exigió la construcción de paredes muy gruesas, con un núcleo interior de grava.  En el gótico, el peso del edificio no descansa en las paredes sino en los pilares y contrafuertes, que debían estar construidos a base de piezas perfectamente cortadas, que encajaran perfectamente. El botarel con arbotante apareció por primera vez en París y en Reims en 1175 y en Chartres se levantó el primer edificio totalmente diseñado teniendo en cuenta este aspecto con todo su potencial (1194).  Si había que emplearlo para que soportase el empuje dela bóveda alta, se podían eliminar las galerías, las naves laterales techaban sus bóvedas a un nivel más bajo e incorporaban grandes ventanales que inundaban de luz el interior.  Como el peso de la estructura se había desplazado a los contrafuertes exteriores, el interior quedaba transformado en una luminosa "casa de Dios" y todo el conjunto aparecía imponente.
Posteriormente se incorporaron los rosetones, los cuales supusieron un importante desarrollo en la técnica de la talla y coloración del vidrio.  Se ha calculado que un conjunto formado por seis vidrieras podía suponer un trabajo de dos a tres años por vidriera.

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