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7/10/13

CIENCIA Y MEDICINA (III)

La peste llegó a Europa procedente de Asia en otoño de 1347 y se propagó por el continente,  a lo que parece diseminada con suma rapidez por los contactos habidos a través del transporte de mercancías.  Clínicamente se sabe que la peste es transmitida accidentalmente a los humanos a través de pulgas normalmente parasitarias de la rata negra, animal que acostumbra a anidar en los tejados de las casas de madera. Estos hechos, conocidos ahora, no fueron observados por los hombres del siglo XIV, que no tenían la más mínima idea acerca de cómo se propagaba la enfermedad ni de cómo podía ser evitada.  Sin embargo, gracias a sus descripciones, actualmente sabemos algo acerca de esta epidemia.  Su origen en Asia, donde era endémica, indica el contacto que estableció Europa en 1347.  Un siglo antes no había ningún europeo occidental que se hubiera aventurado más allá del Cuerno Musulmán.  Cincuenta años antes, Marco Polo había regresado a Venecia desde Catay.  En segundo lugar, la enfermedad, presumiblemente transmitida por ratas contaminadas que viajaban en galeras genovesas desde Crimea, sólo podía haberse difundido a través de las pulgas que infestaban las ratas del transporte costero europeo, y, después, las ratas de las ciudades, barcazas o carros que penetraban en el campo, donde poco a poco sus efectos fueron extinguiéndose.  En 1347-1350 había pocas zonas de Europa que no estuvieran conectadas de alguna manera por la red comercial de ciudades y transportes.  Un siglo antes, sin embargo, habría sido imposible la propagación por este medio de una epidemia de estas características.
También es verdad que, un siglo antes, los conocimientos médicos que se tenían no habrían bastado para describir con detalle la enfermedad.  Los entendidos no podían hacer nada para curar ni explicar la peste, pero sí podían observarla, tratar de establecer teorías con respecto a la misma, y las autoridades públicas de algunos lugares podían por lo menos tratar de enfocarla como una cuestión de orden público.  Es la primera prueba que tenemos de una nueva conciencia pública de enfermedad.  El elevado índice de mortandad y su indiscriminada manera de afectar a ricos y pobres, jóvenes y ancianos, a buenos y malos, hacía zozobrar en algunos hombres la convicción de que pudiera ser un flagelo divino.  Por consiguiente, en muchos aspectos, la peste de mediados del siglo XIV inauguró un nuevo período. Hasta el siglo XII, el estudio de la medicina había quedado confinado, en la Europa occidental, a las escuelas de Salerno.  Después comenzó a imponerse en las ciudades universitarias y, a partir de ahí, los licenciados (doctores) fueron empleados por los gobernantes como asesores sanitarios personales, de la misma manera que sus contrapartidas del Islam servían a los patrones de aquellas tierras.  Los hubo también que se asociaron en gremios.
Independientemente de la medicina, la provisión de hospitales para el cuidado de enfermos también se había multiplicado en Europa a partir del siglo XII.  Con anterioridad, los monasterios habían tenido enfermerías destinadas a los hermanos de la orden.   Parece que hasta el siglo XII las ciudades no fueron lo suficientemente grandes para requerir hospitales especiales para el cuidado de sus enfermos, aunque la fundación de leproserías se remonta a mucho antes.  Cuando, en 1226, el rey Luis VIII de Francia dio unas normas para las leproserías, parece que había dos mil leprosos en su reino.  Sin embargo, dada la ignorancia de la naturaleza de la enfermedad, así como la imprecisión de las observaciones e incluso de las definiciones, es probable que la gente de la época designase como lepra, de manera completamente inconsciente, toda una variedad de enfermedades diferentes.  Parece que durante varios siglos la enfermedad fue un verdadero azote y que, después, en el siglo XIV, se extinguió misteriosamente.  Sin embargo, la provisión de hospitales con propósitos especiales no disminuyó.  Luis IX de Francia, por ejemplo, fundó un hospital para ciegos y, en 1326, fue fundado otro para huérfanos.  Otra mejora probable en la higiene pública fueron las casas de baños, populares a partir del siglo XIII.  Hubo también famosos balnearios y fue precisamente la complacencia despreocupada en los baños, con la presencia de ambos sexos y correspondientes concomitancias, lo que hizo que, finalmente, las autoridades optaran por cerrar estas instituciones.
En otro aspecto quizás habría que subrayar también que, con el nuevo interés en la medicina y la anatomía, se fomentó igualmente la práctica de la disección humana, quizás estimulada inicialmente por el interés que los juristas mostraban en las autopsias y la incitación a practicarlas por parte de los colegas universitarios.  Pese a que la práctica de las mismas había persistido desde el siglo XIV, no es evidente que se derivaran automáticamente de ellas grandes avances en los conocimientos anatómicos, ya que la persona que practicaba las autopsias se limitaba a identificar las partes descritas en los libros de medicina y no se produjo un intento sistemático de compilar información con el propósito de aportar unas explicaciones alternativas a las ofrecidas por las autoridades reconocidas.

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