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3/10/13

CIENCIA Y MEDICINA

Constantinopla y otras ciudades de oriente supieron preservar el conocimiento científico y médico del mundo antiguo y de ellas pasó al mundo musulmán.  El Islam se extendía desde España hasta la India y en las cortes de los grandes gobernantes se favorecía la ciencia musulmana, que también se cultivaba en las ciudades comprendidas entre Sevilla y Khwarizm.  Se puso en contacto el conocimiento matemático de la India con la cultura mediterránea y la diversidad de las tierras del Islam contribuyó de alguna manera a estimular la investigación.  El Islam, a diferencia del imperio griego, no tuvo normalmente una capital cultural dominante. En el plano cultural, era importante para su vitalidad que proliferaran hombres de saber en muchas ciudades.  Las contribuciones musulmanas al progreso de la enseñanza científica hicieron que mejorara sobre todo en los detalles de  la observación y que se concentrara específicamente en la adquisición de una información amplia, enciclopédica incluso, más que en la teoría.  Después de la primera gran fase de asimilación en el siglo IX, los piadosos musulmanes se concentraron sobre todo y de manera inevitable en la exploración de las consecuencias filosóficas que tenía para su religión toda esta información ajena.  Esto fomentó, por un lado, una recuperación religiosa, y por otro, una nueva actitud filosófica y en ninguno de los dos casos ayudó a renovar las preguntas más difíciles en los libros sagrados o en las especulaciones de los sabios que no creían que el sondeo de las curiosidades de la naturaleza pudiese llevar a poca cosa más que a anécdotas entretenidas, pero carentes de sentido.
El mundo antiguo había extraído los conocimientos suficientes del mundo natural para trasladar a la vida diaria las perfecciones técnicas necesarias, y sus principales preocupaciones se centraban en lo político y en lo espiritual.  Los conocimientos técnicos estaban depositados en algunas grandes bibliotecas, como la de Alejandría, y en algunas "escuelas" ordinarias. Después de la caída del imperio romano este conocimiento fue transmitido a las generaciones siguientes a través de manuales, como los escritos por Boecio, y sobrevivió en algunas escuelas, como las de los monasterios.  La ruptura de la organización política romana de occidente simplificó enormemente el proceso de administración, lo que hizo innecesaria la educación formal para los hombres que ocupaban posiciones destacadas.  Tan sólo los hombres de iglesia se preocupaban del conocimiento exacto de las medidas y de la astronomía, aunque no con propósitos científicos, sino para fijar el momento adecuado de celebrar las fiestas litúrgicas.  Con el paso de los siglos se impuso un nuevo esquema educativo y el cambio se hizo difícil.  Unos pocos eruditos aislados de occidente, como Gerberto que se ganaron fama de magos, se preocuparon de aprender cosas descuidadas desde hacía mucho tiempo.
En el siglo XII, un mayor contacto con los musulmanes, especialmente en España y en Sicilia, permitió que accedieran a estos lugares un mayor número de sabios emprendedores, que leyeron y a veces tradujeron las obras que iban conociendo. Hasta después del siglo XIII occidente no comenzó a calibrar el efecto total de estos conocimientos para las verdades recibidas a través de la tradición.  El nuevo interés en el mundo natural probablemente aportó ciertas ventajas prácticas con una cierta rapidez -el uso de la aguja magnética en la navegación, el invento de las gafas a partir de los nuevos conocimientos de óptica-, pero en su mayor parte las nuevas enseñanzas supusieron más bien un reto hacia las verdades establecidas por medio de la revelación.  Los intentos de reconciliar ambas cosas, como los de Santo Tomás de Aquino, no merecieron el respeto y menos aún una aceptación general.

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