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6/11/12

LOS NUEVOS ESTADOS DE LAS TIERRAS CAROLINGIAS (V)

El gobierno en el norte de Italia no había comportado hasta entonces el dominio real de toda la península y el poder de Otón en el norte de Italia al principio no parecía menos precario ni era mejor acogido que el de sus efímeros predecesores.  El gobernante de Roma, el patricio Alberico, se negó a recibir a Otón, pero después de la muerte de Alberico (957), su hijo, el lujurioso papa Juan XII (papa entre el 955 y el 964), estimó que Berengario de Ivrea y su facción constituían tal amenaza para el estado papal que invitó a Otón a volver a Italia.  Al llegar Otón a Roma fue coronado emperador (febrero de 962).  Por aquel entonces Otón había demostrado que era el gran vencedor de los magiares (955).  Sin embargo, Juan XII deseaba más un aliado que un señor, y fue demasiado tarde cuando descubrió que Otón no se contentaba con ayudar al papado y que aspiraba a adueñarse de Italia, para demostrar lo cual pasó seis años en el país (966-972).
Los papas, que primeramente habían traído los carolingios a Italia, habían buscado la protección del norte contra los poderes locales de la península al serles retirado el apoyo imperial de Constantinopla.  Las disputas en el seno de la familia carolingia después de la muerte de Carlomagno les habían retirado esta ventaja.  Únicamente el emperador Luis II había desempeñado adecuadamente los deberes imperiales, luchando contra los musulmanes que desde el siglo IX se movían dentro e Italia.  Incluso recuperó la ciudad griega de Bari al arrebatársela a ellos antes de morir en el 871.  Luis II disponía solamente de los recursos del reino italiano, y sus sucesores, ya se llamasen reyes, ya emperadores, no demostraron capacidad ninguna ni devoción al deber.  Hugo de Provenza, que se convirtió en rey de Italia en el 926, tenía el propósito de extender su poder hacia Roma.  Al llegar a la ciudad se casó con Marozia, viuda de Alberico I, en el 932, pero fue expulsado.  Aunque conquistó Rávena y Pentápolis (938), sus dificultades no habían conseguido otra cosa que allanar el camino a los magiares, cuyas incursiones fueron el peor flagelo que había sufrido la península desde el 899.  Entrando en Italia a través de Friuli, llegaron en sus incursiones por tres veces hasta Apulia en dirección sur y penetraron muchas más veces ne Lombardía, llegando a invernar en Italia central (937-938).  Iba en busca de botín y esclavos, atacando allí donde suponían que encontrarían poca resistencia, evitando montañas y ciudades, donde de nada es servían sus caballos.  Contra sus impredecibles ataques la única protección con la que contaban consistía en construir puntos defensivos y alentar a la población desperdigada a que se reagrupase y a que reorganizase la agricultura en torno a esas plazas fuertes.  Durante cincuenta años la iniciativa corrió a cargo de los señores locales, cuyo programa de construcción de castillos (incastellamenti) conformó el desarrollo de la sociedad italiana en el curso de las futuras generaciones.

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