Visitas hasta hoy:

6/11/12

CAOS EN ITALIA

La conquista de Sicilia por parte de los sarracenos, llevada a cabo desde el norte de África durante el siglo IX, dejó al emperador de Constantinopla en posesión de Calabria y de "tacón" de Italia desde donde los emperadores macedonios soñaban con restablecer su dominio sobre toda Italia.  Antes de la pérdida de Siracusa en el 878, los griegos se habían posesionado de Bari (876) a la muerte de Luis II y habían tomado bajo su protección al príncipe de Benevento (873).  Sin embargo, las cuestiones del sur de Italia ya no podían ser organizadas por ningún poder imperial.  El general griego Nicéforo Focas fue reclamado muy pronto para solucionar las acuciantes necesidades que presentaban las fronteras de Bulgaria y Cilicia.  La posición de los griegos en Italia se vio reforzada a finales del siglo IX, pero no pudo evitar la ocupacion de Taormina por parte de los musulmanes en el 902, es decir el último puesto avanzado de Sicilia  La isla, incluso bajo los musulmanes, tuvo una historia muy variada, en parte debido al ascendiente del califato fatimita cismático en el África del norte, zona a la que pertenecía Sicilia.  Una vez trasladada la base fatimita a El Cairo, Sicilia psó a ser autónoma y aislada, lo cual, tras un breve periodo glorioso, fomentó los enfrentamientos dentro de la isla que abrieron la vía a la intervención griega y, más adelante, a la intervención normanda.  Sin embargo, hasta mediados del siglo X, la potencia naval fatimita había quitado a las ciudades costeras italianas todo sentido de seguridad.  Los musulmanes se habían aprovechado de las disputas políticas para intervenir en Nápoles en el 837 e incluso habían hecho acto de presencia en aguas venecianas en los primeros años de la autonomía veneciana.  Saquearon Roma fuera de las murallas en el 846 e incuso, treinta años después, Juan VIII les pagaba tributo.  El saqueo de Génova se produjo nada menos que en el 934-935 y la base que establecieron en Fraxinetum, en Provenza, en el año 888, no fue destruida hasta el 975.
Las cuestiones relativas ala región centro-sur de Italia, dirimidas entre el reino longobardo y el imperio griego, se habían visto dominadas por el gran ducado de Benevento, cuya fundación databa del 570.  El territorio se había mantenido unido, expansionándose hacia Grecia y, a diferencia del otro ducado de Spoleto, al sur de Lombardía, había eludido las garras de los últimos reyes longobardos.  En tiempos de Carlomagno había aceptado la protección imperial y se había erigido en principado en el 744.  A mediados del siglo IX este principado se dividió en dos, Benevento y Salerno (849), y cincuenta años más tarde, Salerno perdió el control de Capua, que pasó a ser un principado autónomo.  Gaeta, Nápoles y Amalfi, que no habían aceptado nunca el dominio de Benevento, eran repúblicas marítimas y consideraron que era político, al igual que lo había considerado Venecia, reconocer al emperador de Constantinopla, ya que los carolingios no habían realizado sus pretensiones en el sur.
En Roma, donde los papas nombraban emperadores desde el 800, el caos de la península, al igual que en otros lugares, había elevado los poderes locales a un rango preeminente.  Con el colapso de la misión imperial carolinga los papas habían perdido también su función como figuras universales.  Esto se refleja en una gran serie de biografías papales que no van más allá del 872.  Durante los dos siglos siguientes, la historia oficial romana se limita a mencionar escuetamente los nombres de los papas.  Juan VIII (872-882) fue el último pontífice que estuvo a la altura de sus responsabilidades para ocuparse políticamente de los musulmanes.  En el siglo siguiente tan sólo hubo un papa que reinara más de nueve años. Hubo treinta papas en este tiempo, lo que significa que sus pontificados fueron por término medio excesivamente breves para que les permitieran dar realidad a un gobierno efectivo.  La mayoría de los papas procedían de Roma y Roma estaba regida por la familia aristocrática de Teofilacto, la cual proporcionó tres papas, entre ellos, Juan XII.  En un mundo post-carolingio, el papado a duras penas podía evitar un destino común, particularmente teniendo en cuenta que la principal consecuencia de la norma carolingia sobre el papado había sido la adquisición de las tierras de Pedro.  Así pues, el papado, por lo menos legalmente, pudo aprovecharse de las pérdidas de las tierras de la iglesia confiscadas por los longobardos en el norte y por los emperadores iconoclastas en el sur, pero este estado de la iglesia requería el gobierno al igual que las tierras que eran dominio del rey.  El aventurero Alberico I (que murió en el 925), que había luchado con éxito contra los musulmanes, y su hijo Alberico II proporcionaron la autoridad que a los papas no les era dado ejercer.  En el 962, cuando Otón I se dispuso a gobernar en Italia, eran muchas las cosas que quedaban a cargo del emperador.
El poder el emperador de Occidente se hizo mucho mas necesario en Italia después del 963, cuando el nuevo emperador de oriente, Nicéforo Focas dio a conocer sus planes para reafirmar la autoridad imperial en el sur de Italia.  Otón, pues, recibió la ayuda de Pandulfo de Benevento y atacó la ciudad de Bari.  Pero Otón quería también contar con el reconocimiento de su situación en Italia por parte de quien gobernaba en Constantinopla, por lo que entró en negociaciones.  La cosa terminó con la boda de su hijo Otón II con Teófano, sobrina del nuevo emperador Juan Tzimisces (972).  Otón, satisfecho con su último éxito, regresó a Alemania para morir en el 973.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu opinión me interesa, pero será revisada antes de su publicación