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26/11/12

EL FERVOR CRISTIANO (I)

Las comunidades cristianas de Europa salieron del siglo XI con un profundo sentimiento de compromiso religioso y en un estado de euforia militar.  Estas cualidades fueron demostradas en los siglos siguientes, a fin de extender por primera vez y por la fuerza la influencia occidental muco más allá de su propia circunscripción.  Obviamente fue, ante todo, una respuesta a la expansión previa del Islam; una lucha de fuerzas.  Cuando brillan con mas fuerza los poderes creativos de la Edad Media es durante el período que fue testigo de las cruzadas, del renacimiento intelectual de las escuelas, de la aspiración gótica de la arquitectura. También es un período de crecimiento vegetativo de la población, lo cual se demuestra palpablemente con la recuperación de la vida urbana.  Resulta más fácil ilustrar esta renovación de las energías occidentales que explicarla y el entusiasmo por las cosas conseguidas puede ocultarnos la complejidad de las cuestiones sometidas a discusión.  Es muy obvio, por ejemplo, que los éxitos de la religión organizada e intelectual para salir al paso de descontentos no ortodoxos, como la herejía de los cátaros, nos incita a aceptar con excesiva facilidad el análisis que hace la Iglesia de sus propios problemas.  Si nos fuera posible penetrar la naturaleza de los descontentos por cuenta propia veríamos la calidad de vida realmente vivida en las grandes "épocas de la fe" con menos ilusiones.  De la misma manera, nuestros intentos de entender los grandes movimientos de gente de todo tipo, inspirada para trasladarse al este en nombre de Dios, no se han aclarado demasiado con la invención de la palabra "cruzadas" por parte de los historiadores ni tampoco con la inclinación de los mismos a juzgarlas como campañas militares con objetivos militares definidos.  En loso tiempos modernos es fácil juzgar el fervor de los soldados como un sentimiento hipócrita o bárbaro, puesto que normalmente religión y guerra son términos que se contradicen entre sí.  Los intentos modernos de dividir la vida según unas categorías provienen de los esfuerzos hechos en el siglo XII para entender la filosofía antigua, aun cuando se han tardado siglos en entenderlo.  Las claras divisiones de las materias que consideramos esenciales para nuestra comprensión del pasado pueden convertirse en barrera que impida entenderlo, dado que dividimos lo que entonces los hombres mantenían unido bajo un mismo concepto.  Nuestra idea de sociedad civil con ejércitos profesionales entregados a operaciones puramente defensivas se opone a la experiencia medieval y a lo que aquella gente esperaba de la vida.  Incluso la experiencia reciente de las emigraciones y colonizaciones de determinadas partes del globo, al otro lado del mar, poco nos enseña sobre cómo se roturaron las tierras de Europa por obra de grupos de campesinos a lo largo de siglos, actuando cuando lo permitían las circunstancias y generalmente sin ser observados por los cronistas de la época.
La complejidad de las cuestiones de Occidente se ve agravada por la imposibilidad de identificar una entidad política principal capaz de asumir el peso de la Historia.  El imperio carolingio se desintegró durante el proceso de sus relaciones con sus enemigos bárbaros y con él desapareció la última posibilidad de contar la historia de Europa de la misma manera que se cuenta la de Roma.  La nueva Europa tenía, evidentemente, tantas cabezas como la hidra de Lerna.  Hay que admitir que los reyes germanos habían conseguido una cierta preeminencia con el título imperial, pero no supieron impedir la aparición de diferentes estilos monárquicos en Francia o Inglaterra ni evitar el nacimiento de una nueva monarquía en el sur de Italia.  Como la cristiandad estaba dividida en monarquías, de hecho sólo se encontraba unida en el aspecto religioso, si bien el celo que inspiraba la fe seguía adoptando muchas formas diferentes.  Con la conversión al cristianismo de los pueblos del norte y este de Europa a través de la intervención de los reinos bárbaros, llegó a su punto final la era de desórdenes que había hecho tan precaria la vida civil de estos últimos.  Esto permitió un nuevo inicio en sus sociedades, especialmente en la reforma de la vida religiosa encaminada a terminar con los "abusos".  No todos ellos eran manifestaciones del desorden de los tiempos, pero todos los proyectos que apuntaban a una reforma admitían que había llegado el momento de hacer una renovación general del cristianismo.  Muchos clérigos demostraban una gran seguridad en sí mismos al proponer diferentes programas de recuperación monástica que iban a desembocar en el programa de restaurar no sólo la buena fama de la iglesia romana sino también de convertirla en la promotora de la reforma de toda la Cristiandad.  Durante más de un siglo se prolongó la etapa de experimentos descomedidos sobre los cuales tan sólo el papado romano tenía un cierto dominio., en el mejor de los casos restringido a cuestiones de importancia más o menos religiosa.  Con todo, hasta el final del siglo XII este dominio fue más teórico que institucional.  La coherencia que se aprecia en los hechos correspondientes a esos años parece derivar de una fuente subterránea de energía e idealismo que brotó tan pronto como fueron eliminados los peligros inmediatos del paganismo.  Este idealismo estaba muy lejos de contentarse con unas mejoras de carácter limitado o circunscrito ya que, por sus aspiraciones, era universal y apuntaba a la restauración del cristianismo y al ataque denodado contra sus peores enemigos, los musulmanes.  No había ningún programa definido de renovación interna que no tuviera que ir seguido de un desafío exterior.

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