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28/11/12

LA NUEVA EUROPA CRISTIANA

Los movimientos religiosos estaban apadrinados por los gobernantes cristianos del siglo XII, pero éstos no instigaban a participar en los mismos.  Sin embargo, los gobernantes quedaban eclipsados por los idealistas religiosos.  En los reinos de Europa hay algunos hechos que merecen atención.  Indiscutiblemente, los reyes germanos fueron los seores más poderosos de Europa, volvieron los ojos a Roma en busca de inspiración y a Bizancio en busca de alianzas, si bien fueron insuperables para tratar las realidades del presente.  Sin embargo, el curso de la historia de occidente experimentó un viraje en el siglo XII como consecuencia de la manera como se desarrolló el idealismo religioso en el aspecto institucional.  El emperador Enrique III, que había tratado de cumplir con sus deberes religiosos y de hacer de los obispos que tenía en sus dominios de Alemania e Italia agentes en favor de la purificación de la Cristiandad, había querido que la propia Roma tuviese un papel importante en esta labor.  Pero el papado se sentía cautivo de las nobles familias locales italianas y no estaba preparado para su papel universa.  Después de 1046, por tanto, se instalaron en Roma obispos alemanes e italianos y se dispusieron a hacer que la iglesia romana se convirtiera en elemento reformador respetado por derecho propio.
Había varias inspiraciones diferentes que trabajaban al unísono para restablecer el liderazgo romano.  El restablecimiento imperial había insistido en la idea de Roma y en la propia ciudad había un comprensible deseo de sustraer esta recuperación al liderazgo germano y trasladar la atención del imperio a la ciudad universal.  Los obispos reformistas del norte de Italia y otros lugares acogían con agrado el resurgimiento de Roma y miraban a su obispo para la afirmación del orden cristiano.  Muchos monasterios individuales también se volvieron a Roma en busca de protección de su independencia contra los obispos y los nobles locales.  Una gran orden monástica como Cluny naturalmente simpatizaba con un movimiento que parecía promover la causa de la disciplina eclesiástica en la Iglesia como un todo, ya que la actitud corría pareja con sus propios esfuerzos en relación con el monaquismo.  Así pues, hasta Roma afluyó una corriente de simpatía y un goteo regular de agentes devotos de la nueva causa procedentes de las filas del clero más noble de toda Europa occidental.  Gracias a su ayuda, el papado se convirtió en una organización totalmente diferente durante la segunda mitad del siglo XI.

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