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27/11/12

LAS CRUZADAS (I)

Todavía más mundanas pueden parecernos las campañas realizadas en Tierra Santa por los cruzados, laicos que ejercían su profesión militar a instancias de la Iglesia a cambio de recompensas espirituales: los papas prometían a todos aquellos dispuestos a rescatar Jerusalén de manos de los infieles la remisión de las penas a las que se habían hecho acreedores por sus pecados.  Sin embargo, las grandes expediciones emprendidas por iniciativa papal en 1095, 1145 y 1189 tienen que inscribirse históricamente en el contexto más amplio de la agresión cristiana recurrente contra los infieles, tanto musulmanes como paganos, de esa época.  Los ataques normandos contemporáneos contra el gobierno musulmán de Italia eran en este sentido tanto una parte del movimiento en favor de las cruzadas como las campañas realizadas en esta misma época en España por los reinos cristianos contra el tambaleante califato de Córdoba.  Por otra parte, el movimiento de las cruzadas debe distinguirse de ambos por su aspecto idealista e incluso quijotesco.  Tanto en España como en Italia, las batallas que se libraban obedecían a motivos conscientes de ganancia y estaban conformadas según una ventaja política calculada.  Los cruzados, que debían tramar por fuerza alguna estratagema política en Tierra Santa, se colocaban en una situación imposible por falta de realismo político.  La Primera Cruzada fue predicada por Urbano II en 1095, prestando ostensiblemente oídos a la petición de ayuda militar occidental del primer emperador de la dinastía de los Comnenos de Constantinopla., Alejo I, que el papa transformó en un entusiasta programa para recuperar Jerusalén de manos de los infieles.  El ejército de los cruzados, en su camino hacia oriente, fundó cuatro principados latinos y, además, despertó la alarma del emperador griego.  La difícil situación de aquellos estados cruzados, situados a centenares de kilómetros de sus verdaderos amigos, a la greña con sus vecinos orientales y a menudo entre ellos mismos, inspirados por un ideal más religioso que político, pero obligados a asumir las realidades locales, dependientes de las simpatías occidentales, fácilmente alienadas por una aparente falta de fervor idealista, era algo que no puede pasarse por alto.  Estos estados no fueron nunca planificados  por hombres como los normandos de Italia, que habían estado al acecho, esperando su oportunidad.  Los estados cruzados fueron creados por la fuerza de un ejército de fanáticos que irrumpieron en la desprevenida Tierra Santa y sólo fueron preservados por la intervención intermitente de los ejércitos o el envío de gobernantes de occidente, perfectamente coordinados.
La falta de mundanidad de la idea de la cruzada fue lo que le prestó su especial atractivo a la causa, elemento que es preciso tener en cuenta a la hora de hacer el análisis.  Pero hay más: Alejo I, tras restablecer la fama militar de Constantinopla, tuvo que reconocer que las fuerzas militares de occidente se le habían hecho indispensables para sus guerras contra el Islam, mientras que el papa, que se había encargado de transmitir su petición de ayuda, no habría podido imaginarse nunca todo el número de caballeros y no caballeros que dejarían sus casas para hacer aquel increíble viaje a través de toda Europa e ir a la conquista de Jerusalén.  Los cuatro estados cruzados de Tierra Santa infundieron a los pueblos occidentales un evidente interés en las tierras del Oriente Medio, que ellos se empeñaban en defender, cosa que quedó demostrada cuando Eugenio III les pidió que rescataran el condado de Edesa, ocupado por Zenghi en 1143, y cuando Urbano III, aun ás presa del pánico, les solicitó que recuperaran Jerusalén después de que Saladino se apoderara de la ciudad en 1187.  En el siglo XIII había una fórmula establecida en favor de la cruzada: el llamamiento del papa prometía una recompensa espiritual por el servicio militar realizado, aparte de ventajas legales para los que hubiesen cumplido una sola vez los votos de la cruzada.  Los soldados idealistas incluso cooperaron en la consecución de algunos efectos militares temporales en estas expediciones hasta el siglo XV, pese a que los estados cruzados se perdieron y ya no volvieron a recuperase nunca más en manos de los musulmanes.  El último puesto avanzado del gobierno cristiano, en Acre, desapareció en 1291.  El idealismo de los soldados occidentales que aspiraba a conservar en manos cristianas el gobierno de las tierras donde había vivido Jesús de hecho sobrevivió a la mala fama conseguida por la errónea interpretación de la guerra contra los infieles por parte del papado, que la consideraba una guerra contra todos los enemigos activos de la Iglesia, ya fueran herejes, cismáticos o políticos.

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