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28/11/12

LAS CRUZADAS (II)

El atractivo de la cruzada constituyó un fenómeno complejo, misterioso y también caprichoso.  Es de suponer que Alejo Comneno se anticipó a la ayuda valiéndose de grupos de soldados al mando de sus propios capitanes, reunidos de forma disciplinada, que actuaban como auxiliares imperiales, pero los ejércitos cruzados, que se presentaron en número impresionante, trajeron inevitablemente con ellos hombres sin un conocimiento político de Oriente y, en cualquier caso, nada dispuestos a dejarse mandar por el emperador.  Sus líderes, aunque más comedidos, no estaban necesariamente más dispuestos a considerarse meros aliados del emperador.  La creación de los estados latinos en Tierra Santa, que demostró que los cruzados eran capaces de crear su propio frente contra el Islam, no constituía de hecho el tipo de ventaja militar que permitiría restaurar el dominio griego sobre Anatolia.  La hostilidad entre los cristianos griegos y latinos, y entre unos y otros estados latinos, ofreció a los musulmanes locales oportunidades de manipulación política, y la intromisión de cristianos distantes en el dividido mundo musulmán del Oriente Medio sirvió para estimular una resurrección genuina del vigor militar musulmán que no procedía del califa de Bagdad sino de grandes guerreros musulmanes como Nuerddin y Saladino.  El fortalecimiento del poderío militar musulmán suscitado por los cruzados tuvo como resultado la recuperación de Egipto para la ortodoxia sunní.  Sólo hacía falta tiempo para que lo latinos fueran expulsados del continente y para que Constantinopla sin ayuda efectiva de Occidente, cayera en manos de otros guerreros musulmanes, los otomanos.  Vistas de acuerdo con las normas militares, las cruzadas no fueron ni gloriosas ni efectivas.
Vistas de acuerdo con las normas espirituales, lógicamente sería imposible decir cuántos cruzados obtuvieron aquellos beneficios que los habían impulsado a empuñar la cruz y es improbable, por otra parte, que los que empuñaron dicha cruz calcularan seriamente cuál sería el precio de los beneficios espirituales que obtendrían o que reflexionaran excesivamente sobre su decisión.  Las tres primeras grandes cruzadas fueron emprendidas en un clima de gran entusiasmo, y la generosa nobleza de unos pocos arrastró a los indecisos y avergonzó a otros, impulsándolos a actuar tan noblemente como sus camaradas.  Para todos cuantos acudieron a la cruzada subsistía el reto de lo desconocido y para ninguno fue una aventura con perspectivas de beneficios terrenales, ni siquiera para aquellos que pasaron a ser gobernantes de los estados cruzados que se constituyeron.  No hubo gran príncipe que empuñara la cruz que coaccionara ni aún alentara a sus seguidores a imitarlo, ya que había grandes responsabilidades para los que se quedasen, mientras ellos estarían ausentes.

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