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28/11/12

LAS DEMANDAS DEL PAPA Y EL IDEAL DEL IMPERIO

Como era inevitable, este papado reformado acabó por decidir que la tutela de los reyes alemanes era inaceptable.  Después de la muerte de Enrique III (1056), su hijo, Enrique IV, menos idealista que él, se vio envuelto en un conflicto con el papa Gregorio VII (1073-1085) en el que los obispos de su imperio se encontraron en la desagradable posición de tener que elegir entre lealtades conflictivas.  Las cuestiones a dilucidar eran cada vez más complejas y confusas, y los contemporáneos que se enzarzaban en discusiones polémicas para persuadir a sus seguidores no hacían sino enmarañar las cosas y exacerbar el malestar con respecto a los principios en lugar de buscar la reconciliación.  Los problemas particulares del papa y del rey-emperador quedaban sumergidos en la discusión que se centraba en la naturaleza de los poderes espiritual y secular, lo que hacía extensiva  la disputa a los demás sectores de la Cristiandad, aunque con consecuencias diferentes.  Una parte de la discusión quedó dirimida tanto por parte del papa como del emperador en 1122, si bien las verdaderas pace dependían en realidad de que el rey alemán interviniera sólo nominalmente en Italia.  En 1159, cuando los cardenales de la iglesia se dividieron con respecto a la necesidad de encontrar un sucesor para el papa Adriano IV, se inició otra larga pelea entre el papa y el emperador, que esta vez no quedó resuelta hasta 1177.  Así pues, durante más de un siglo, sin que estuvieran permanentemente en conflicto, el imperio romano y el papado romano a menudo estaban suficientemente enfrentados para que hubiera dejado de ser válido el antiguo concepto carolingio de la cristiandad.  Uno y otro bando tenía sus propias teorías para justificar su intransigencia; uno y otro bando tenía sus hábitos de gobierno,sus suspicacias, sus seguidores, sus tradiciones en la manera de enfocar los problemas, lo que hizo que se formaran instituciones independientes.  El imperio romano de los reyes alemanes, privado de sus pretensiones eclesiásticas por las demandas papales, perdió sus reivindicaciones morales sobre la cristiandad y, más particularmente, sobre la lealtad de los obispos italianos.  Por otra parte, el papado se obligó a proclamar sus ideales espirituales en términos generales, lo que lo aupó en gran parte de la cristiandad como cabeza de la Iglesia universal.  El ideal romano de universalidad demostró poseer grandes poderes de atracción en el plano espiritual, mientras que el antiguo concepto de imperio romano como estado universal perdió totalmente su crédito.
Las relaciones de los reyes alemanes con los papas parece que sólo interesaban a una parte de la cristiandad, si bien no hay que subestimar su importancia.  No sólo provocaron la caída del imperio como concepto y promovieron, desde un estadio primitivo, un programa papal deliberado para el liderazgo de toda la fuerza espiritual de la Cristiandad, sino que además generaron un violento debate sin precedentes sobre la naturaleza del poder en la sociedad cristiana y estimularon una amplia indagación en las mismas bases de la ley cristiana.  El papado alentó a muchos hombres y mujeres a romper con la antigua dependencia de la idea de imperio y se aseguró de que la Europa medieval ya no volvería a ser nunca sojuzgada por ningún otro gobernante con ambiciones universales.  Con esa lucha quedó claro que el sueño carolingio de restaurar el imperio romano como base de una Europa cristiana había perdido toda su vigencia.
Sólo hubo otro gobernante medieval, Federico II, que inspiró auténtico terror a los papas por causa de su poder.  Pero el hecho no ocurrió en Alemania, sino en el reino de Sicilia, donde Federico encontró los recursos necesarios para desafiar a los papas de Italia.  Federico II debía su posición en la isla a los minuciosos planes de su abuelo, Federico I.  Federico, derrotado como emperador por el papa Alejandro III, esperaba anexionar al imperio los recursos de aquel reino casando a su hijo Enrique VI con Constanza, heredera de Sicilia.  La isla se había convertido en codiciado galardón durante las luchas entre el imperio y el papado.

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