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27/11/12

EL FERVOR CRISTIANO (III)

El estudio de todas estas reformas revela una sensación de insatisfacción con respecto a la fe sencilla de los primeros estadios de la perfección, corrompida por el tiempo y los abusos, pero contribuye muy poco a explicar cuáles eran las verdaderas fuentes de inspiración.  Tato en relación con el predicador laico no ortodoxo Waldo de Lyon como en lo que se refiere a Francisco de Asís, se dice que su inspiración religiosa provenía de historias vernáculas con valores de tipo caballeresco próximos a lo que constituía su mayor intimidad.  Hasta aquel momento la predicación a las gentes laicas de la cruzada había puesto de relieve la fuerza de los predicadores para provocar una respuesta popular a gran escala.  En otros lugares, así como en ciertas grandes ciudades, los predicadores habían conseguido provocar protestas populares contra el clero inmoral o contra herejes sospechosos, aun cuando el entusiasmo por la reforma religiosa en su conjunto no pueda atribuirse específicamente a los sermones de los clérigos.  Por otra parte, las autoridades eclesiásticas tampoco contemplaron seriamente la posibilidad de predicar a los laicos hasta una época bastante avanzada, es decir, hasta que reconocieron la necesidad de hacer frente a la herejía mediante una exposición razonada.  En épocas anteriores, el poder ejercido para excitar a las masas por medio de la predicación, como a menudo tenía como objetivo la inmoralidad de los clérigos y otros ofensores del código cristiano, generalmente comportaba implicaciones heterodoxas.  No es de extrañar que la jerarquía cristiana oficial acostumbrara a desaprobar tanto a predicadores como a laicos por trata de hacer cumplir la religión y la moral de acuerdo con un código propio.  Esta prueba del celo religioso demuestra que podía surgir de los lugares más singulares e insospechados.
Quizás encontremos más accesible el nuevo entusiasmo que despertaba la sed de aprender de grandes maestros, demostrada con la voluntad de millares de jóvenes (algunos posiblemente también del sexo femenino) de dedicarse al estudio.  Abelardo, el más famoso de los maestros parisinos de principios del siglo XII, había sido un estudiante que frecuentó las escuelas de París, Laon y otros lugares.  El estudio disciplinado y los exámenes con perspectivas de hacer carrera para los que se hicieran con el título surgió de esas actividades del siglo XII, pero las universidades fueron un producto del renacimiento de la cultura, no promotoras de la misma.
En el campo delas leyes no es difícil señalar los problemas prácticos que requerían soluciones legales y que fomentaban el estudio del derecho romano y de las leyes eclesiásticas a finales del siglo XI.  Pero estas argumentaciones tienen poca relevancia comparadas con los progresos del estudio de la lógica o de la teología, si bien la teología era deudora en gran parte de los cambios operados en la lógica.  En una época en que los monasterios se vieron sacudidos hasta los cimientos como resultado de la búsqueda de una mayor perfección espiritual, es evidente que existía menos acuerdo sobre el papel tradicional del conocimiento literario en las comunidades monásticas y quizá fuera esta la razón de que las escuelas de los obispados en el norte de Francia comenzaran a atraer estudiantes interesados en aprender, pero que no se sentían atraídos por el renacimiento monástico.  No sabemos cómo ni dónde pudo estimularse este interés por el conocimiento.  No es difícil demostrar que las nuevas disciplinas intelectuales que exigían un uso más estricto de las palabras y una capacidad intelectual para hacer distinciones claras pudieron tener unas consecuencias y ventajas prácticas para los obispos que contrataban personal para sus administraciones, pero no encontramos nada en los estudios en sí que nos indique que las consideraciones prácticas fuesen originariamente importantes o relevantes.

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