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8/11/12

EL IMPERIO SAJÓN (I)

Como el Reino Medio y Francia, el reino germánico había sido dividido en tres partes (865) por su primer rey Luis el Germano, antes aun de su muerte en el 876.  Pero las divisiones operadas en los territorios del sureste, suroeste y norte contaron con poco tiempo para establecerse.   Una vez depuesto Carlos el Gordo en el 887, Arnolfo de Baviera reunificó el reino.  Desde el 870 este había incluido la Lorena, adquirida por Luis a partir del Reino medio.  Cuando murió Arnolfo en el 899 dejando a un niño para que se hiciera cargo del gobierno (Luis el Niño, rey entre 899 y e 911), la monarquía se convirtió en una ficción, ya que el poder verdadero estaba en manos de los duques de Baviera, Suabia, Franconia, Sajonia y Lorena.  
Dejando aparte el de Baviera, ninguno de estos ducados tenía una historia larga, ya que en el 911 no había ningún duque que perteneciera a la familia real.  Sin embargo, Arnolfo de Baviera se las había arreglado para poner a un pariente suyo como duque de Franconia y en el 911 otro duque, Conrado, fue elegido rey de Alemania (911-918).  En Baviera, un nuevo duque, Arnolfo, trató de mantener la preeminencia de aquel ducado, incluso frente al sucesor de Conrado, Enrique de Sajonia, pero la afirmación de la monarquía por parte de los sajones prevaleció sobre las aspiraciones de los ambiciosos duques.  De todos los reinos que surgieron durante el imperio carolingio, el alemán fue el que se mostró más capaz y el que mereció la corona imperial.  En este aspecto los reyes sajones son los que merecen más crédito, sobre todo por saber resistir denodadamente a las presiones que los incitaban a dividir las tierras reales entre sus vástagos.  La monarquía, pues, se elevó por encima de las normas de herencia de los nobles de tipo corriente.  En lugar de ello, a los hermanos e hijos de la realeza les fue confiado el gobierno de los ducados, divisiones importantes del reino, pero sujetos a supervisión regia.  Los ducados estaban lejos de ser homogéneos, ya fuera por la ley, la costumbre o la cohesión de sus más destacadas familias.  Los duques también se veían sujetos a irradiar en diferentes direcciones como resultado de la simple realidad geográfica, o bien eran víctimas de rivalidades, como ocurrió entre Suabia y Baviera con respecto a Italia.  Sólo en Sajonia la promoción del duque del más recientemente convertido de los pueblos germánicos a la realeza, y más tarde al imperio, generó un orgullo tal que fue capaz de mantener a los gobernantes otonianos hasta el siglo XI.  A diferencia de sus predecesores francos, sin embargo, los sajones no se diseminarían por el imperio siguiendo a sus reyes ni establecerían tampoco una nueva aristocracia imperial, ya que ellos y sus reyes estaban comprometidos con las poblaciones locales y extendieron la guerra a través de la frontera oriental contra los eslavos.
Tanto Enrique I como su hijo Otón I se labraron extraordinaria fama por su osadía y sus victorias con sus tratos con los magiares.  Imitando a su contemporáneo inglés Eduardo el viejo, quien construyó ciudades fortificadas, Enrique I comenzó a construir modestamente Quendlimburg y Merseburg.  También embaucó a sus enemigos magiares consiguiendo de ellos una tregua de nueve años, lo que le permitió prepararse concienzudamente. Cuando reanudó la guerra, Enrique salio victorioso de ella en el 933, y su hijo Otón I consiguió repelerlos al volver a atacar en el 937.  Baviera sufrió el impacto de sus ataques desde su base de Hungría y, bajo el hermano de Otón, el duque Enrique, los germanos los persiguieron por vez primera hasta el mismo territorio magiar.  Su ataque de retorno al sur de Alemania coincidió oportunamente con el levantamiento político que allí se produjo, aun cuando Otón obtuvo contra ellos una resonante e indiscutible victoria en la batalla de Lech, en el 955.  Sus líderes fueron capturados y ejecutados.

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