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22/6/14

EL OCASO DE LOS HUNOS Y LA REANUDACIÓN DE LA PROSPERIDAD DEL IMPERIO

Uno de los elementos permanentes en este compromiso continuo entre el imperio y los bárbaros era la situación de los hunos, aquel pueblo que en el 375 había arremetido contra los godos.  Pese a que no amenazaban el imperio desde dentro, desde el otro lado de la frontera podían presionar ambos grupos a voluntad, confiando en sus jinetes para sus ataques por sorpresa.  La primera mención de este pueblo nómada de las estepas aparece en la Geografía de Tolomeo (alrededor del 172 d.C.), donde se dice que vivían junto al río Dniester, erca de las orillas noroccidentales del Mar Negro.  De todos modos, no eran muy conocidos de los romanos antes de caer sobre el reino godo y destruirlo en el 375.  Desde la región situada al sur de Rusia se diseminaron por las tierras del norte del Danubio durante la generación siguiente y, como parecían no tener ningún interés en establecerse en el imperio, los emperadores estaban encantados con la posibilidad de poder servirse de ellos contra los visigodos, pueblo mucho más belicoso, situado dentro de las fronteras.  Hubo unos pocos hunos que se afincaron en la Tracia y el general romano Rufino los utilizó como guardia personal.  Estilicón también echó mano de los hunos para luchar contra los godos en Italia en el 406.  Estos hunos procedían de un estado que existía en tiempos del rey Ulin y que se extendía como mínimo hasta el Danubio húngaro por la parte oesta y hasta Muntenia por la parte este.  Los hunos eran capaces de explotar la debilidad de los romanos, irrumpiendo en los BAlcanes más o menos en la misma época.  Sabían escoger siempre el momento más oportuno y es evidente que sus servicios secretos eran mucho más efectivos.
La historia interna de su reino durante las dos décadas siguientes es oscura, pero se sabe que continuaron las incursiones al otro lado del Danubio hasta Moesia, aunque había otros hunos que estaban al servicio de líderes romanos en occidente, especialmente con Aecio después del 425.  Aecio había sido su rehén y conocía su lengua, por lo que también entendía la manera de contratar sus servicios, pero no por ello era necesariamente su "amigo", como pretendían sus enemigos políticos.  Es muy posible que los hunos en esta época carecieran de liderazgo efectivo, cosa que parece evidente por el contrato de sus servicios como soldados en Panonia por parte de los romanos.
Los hunos encontraron en Atila a su capitán más efectivo, pero el poder de éste ni siquiera duró diez años.  En la época en que las preocupaciones del imperio se centraban en el ataque de Genserico contra Sicilia (442), los hunos se lanzaron sobre los Balcanes y penetraron en Tracia.  Probablemente fueron comprados con la promesa del tributo, pero el imperio se negó a su afincamiento tan pronto como se sintió en libertad de hacerlo.  Hasta el 447 Atila, que había pasado a convertirse en el único gobernante de su pueblo después de asesinar a su hermano, no reclamó los atrasos de los tributos, a falta de los cuales declaró la guerra al imperio, lo que hizo que el emperador tuviera que avenirse a razones.  Aparte del tributo, Atila exigió la evacuación de un extenso territorio al sur del Danubio, desde Panonia a Svishtov, lo que dejó indefenso al imperio.  Desde allí dirigió sus fuerzas hacia la Galia, donde fue derrotado por Aecio y por un heterogéneo ejército de bárbaros en el 451.
El año siguiente Atila atacó Italia y se vio obligado a ocupar Aquilea para poder seguir adelante; sin embargo, después de cruzar el Po y de devastar Emilia, retrocedió para caer sobre Milán y Pavía en lugar de ejercer presión en el sur.  En el norte de Italia se declaró una epidemia entre sus tropas que obligó a ordenar la retirada cuando apenas había transcurrido un mes.  Atila había fracasado.  Al morir el año siguiente, su reino quedó fragmentado.  Esta vez, la acostumbrada polémica sobre la sucesión dio a los sometidos germanos la oportunidad de sacudirse tres cuartos de siglo de control de los hunos.  Los ostrogodos recuperaron su autonomía y su jefe, Valamer, no pudo pensar nada mejor que pactar un acuerdo con el imperio.  Este acuerdo le permitió establecerse en la región del lago Balatón, en Panonia, solución que no apunta ningún deterioro serio del prestigio imperial después de medio siglo de tratar de mantener a raya a unos bárbaros insumisos.
En cierto sentido, el optimismo y la paciencia del gobierno imperial estaban justificados, puesto que los bárbaros de dentro no tenían una auténtica alternativa política que ofrecer.  Aunque era parásitos dentro del imperio, era preciso digerirlos.  El emperador Valentiniano III tuvo que acceder a una paz humillante en el 442 con el intransigente Genserico de África, pero como tenía a su hijo Humerico como rehén, casó con él a su hija, esperando que gracias a Humerico conseguiría que la segunda generación se convirtiese en instrumento de romanización entre los vándalos.  Existen muchos ejemplos comparables.  Hacer acuerdos con los bárbaros del otro lado de la frontera se había revelado empresa imposible, puesto que la frontera en el sentido antiguo se había venido abajo, pero en cierto modo los romanos habían colocado entre ellos y lo desconocido bárbaros amigos como los burgundios y los francos, que ya estaban tratando de contener por su cuenta las presiones que ejercían algunos, como por ejemplo los alamanes.  Tras el inesperado derrumbamiento del imperio de los hunos, en realidad no había otros pueblos deseados de invadir a los germanos, y cuando fuera posible hacerlo los emperadores volverían a la carga.  Pese a que el contraataque romano fue pospuesto durante mucho tiempo, Justiniano finalmente demostró el buen sentido de la paciencia romana cuando, en el 533, después de cien años de vecindad con los vándalos, África acabó por volver al imperio, como el perro que vuelve junto a su amo.

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