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7/1/14

LOS HISTORIADORES Y LA EDAD MEDIA


Antes de que los historiadores se interesasen en la Edad Media, ya los anticuarios habían empezado a coleccionar las reliquias del pasado medieval: manuscritos, privilegios y objetos religiosos posteriores a la Reforma; pruebas de genealogías antiguas; viejos edificios levantados a  la gloria de nobles familias. Estos anticuarios  no eran meros coleccionistas, sino también estudiosos del pasado. Su esfuerzo tuvo  como  resultado la publicación de mucho material útil (parte del cual se ha perdido desde entonces) y la preparación de manuales indispensables, como el “ Arte de establecer fechas” o el “ Diccionario de latín medieval” de Charles Du Cange, y el inicio del estudio del inglés antiguo. La  singular contribución de estos estudiosos se inició  antes que la de los historiadores y se inspiró en otras fuentes, lo que hace que los estudios medievales sigan marcados con el doble signo de su origen dual. Si en alguna ocasión los historiadores han sentido flaquearse interés en la Edad  Media,  los archiveros, los arqueólogos, los estudiosos de la heráldica, los numismáticos, los  paleógrafos y otros no han visto menguar su adhesión a lo medieval. Los objetos medievales exigen atención, se considere o no “importante” el período al que pertenecen.
La labor de los anticuarios  se inspiraba en el deseo  de rescatar ciertas cosas del celo destructor de los reformistas religiosos. La disolución de monasterios en Inglaterra destruyó o dispersó  los tesoros acumulados en ellos por espacio de muchos siglos. Sólo en ellos se había fomentado la voluntad de conservar por lo menos algunos objetos considerados preciosos, pese a tener varios siglos de antigüedad. En pocos años, aquellas antiguas casas que custodiaban tesoros fueron expoliadas bajo la mirada de aprobación de aquellos que se consideraban a sí mismos y a sus creencias  muy por encima de los monjes y de las creencias que éstos tenían .Esta arrogancia no fue considerada vandalismo en aquel momento, sino manifestación de cultura. Pero bastó el paso de una generación para que cambiara la  actitud. Ya estaban apareciendo unos pocos dispuestos a volver la vista atrás, a lamentar el pillaje y a salvar alguna cosa, no ya como “antiguos creyentes” sino como la indefinida sensación de que podía perderse algo para la crónica de la humanidad sólo por una atolondrada adhesión a las modas intelectuales del momento.
En los países católicos, la destrucción causada por los disturbios fue  menor .El Concilio de Trento (1545- 63) restableció la fe en gran parte de la tradición católica y hasta los monjes recuperaron la conciencia de su identidad. En  Francia, los llamados maurinos en particular, utilizaron los recursos de las antiguas bibliotecas monásticas  que sobrevivieron a las guerras  de religión (1562 – 98) para sentar los cimientos de la erudición medieval . Jean  Mabillon  (1632-1707)  aprendió a leer los documentos antiguos de la orden benedictina y publicó las reglas para probar la autenticidad de los registros medievales, además de publicar textos y escribir la historia de su orden. Los jesuitas  comenzaron  a comprobar las historias de los santos a través de un estudio serio de los textos. En toda Europa  occidental, los estudiosos empezaron a publicar narraciones y documentos relacionados con el período medieval mucho antes de que los historiadores se propusieran abordar parecida empresa. El gran  Edward  Gibbon ( 1737 – 94) fue el primero en escribir  una importante historia medieval y , hecho significativo, trataba del ocaso del imperio romano. Aprendió la técnica  a través del estudio de la historia antigua y su obra se caracteriza por su intolerable aire de condescendencia en relación  con la Edad Media. Su estudiado escepticismo con respecto a las virtudes de la religión, característico de la Ilustración, impidió que tanto él como sus contemporáneos penetrasen en el corazón de la sensibilidad medieval.
Las certidumbres de la filosofía fueron barridas por las escuelas  de la Revolución Francesa y no fue hasta la generación siguiente que los historiadores emprendieron por vez primera el estudio en serio y por su cuenta de la Edad Media. El fracaso manifiesto de la mente racional del hombre moderno para corregir los  errores acumulados a lo largo de siglos de ignorancia  y la imposibilidad de encontrar soluciones puramente racionales de problemas humanos merecedoras de aprobación  general condujo a los historiadores a retroceder y a estudiar  períodos en los que  las profundidades no racionales de la mente humana parecían más evidentes. Ya no se veía la religión como una  trama ilógica de propuestas intelectuales, sino como la expresión de las experiencias emotivas más profundas en el  hombre. Muchos consideraban  que valía la pena tratar de restablecer  el orden europeo de acuerdo con las verdades anteriores al racionalismo, particularmente la  iglesia y la monarquía, por lo que el estudio del pasado y los orígenes del mundo europeo propiamente dicho exigían investigación. En Alemania, donde Napoleón había provocado un renacimiento nacional, el deseo comprensible de redescubrir el remoto pasado  germánico  antes de que las modas francesas hubieran corrompido  las cortes principescas alemanas, llevó a los  historiadores hasta la Edad Media. Los héroes de los tiempos primitivos, que también  habían derrocado  un gran imperio  al otro lado del  Rin, volvían a tomar posesión de lo que era suyo. Los alemanes  medievales  no habían sufrido  la humillación de tener que aceptar las cargas del imperio cristiano; los alemanes del siglo XIX  bebían en su pasado medieval para poner en marcha su función civilizadora. Los estudios medievales, emprendidos con entusiasmo en Alemania, se hicieron rápidamente populares en todos los países de occidente, donde los invasores alemanes habían derribado alguna vez las barreras imperiales. Estos  “bárbaros” eran descritos como hombres virtuosos que combatían la corrupción y decadencia de Roma, renovaban la estirpe de  Europa y sentaban las bases de las naciones  que más adelante constituirían  la Europa moderna. Ahora resultaba  que los inicios de la Edad Media lo debían todo a la benéfica purga  realizada por aquellos héroes.  No había razón para deplorar el saqueo de Roma porque  el ansia de sangre del imperio había sido castigada  por el cobro en especies. Así pues,  la cultura latina, opresiva y elitista, perdió aquellas virtudes que habían visto en ella los contemporáneos de  Gibbon. Para poder entender la verdadera naturaleza  de los pueblos germánicos era preciso estudiar la Edad Media.
Los tiempos  de la Revolución Francesa  y del período romántico inspiraron también  un nuevo interés en las antiguas lenguas  y literaturas nacionales, que habían florecido en la época “medieval”.Las obras literarias carecían  de una información histórica evidente, pese a ofrecer  atisbos de las culturas del pasado  sin mostrar unos prejuicios  eclesiásticos Los europeos , movidos por sus lecturas  de poesías y leyendas heroicas, no sólo comenzaron  a formarse un idea diferente  del barbarismo medieval , sino que incluso concibieron un nuevo programa de educación masiva en la que tenían un papel fundamental las lenguas vernáculas de Europa, que , tras cobrar realidad  en nuestra época , han desposeído  la tradición clásica  de una influencia sobre la educación  que databa de siglos. Las literaturas e historias nacionales de los estados europeos han pasado a ocupar el puesto de la literatura clásica. Ha habido varios estados europeos  que han experimentado un  “renacimiento” político gracias a sus orígenes medievales y sus preocupaciones nacionalistas actuales han forzado a los estudios medievales a encontrar las fuentes de la inspiración nacional con propósitos educativos.
Los entusiasmos de los adeptos han alimentado años de laboriosas investigaciones del pasado: los problemas que plantea la interpretación de los registros medievales, la preparación de nuevas ediciones de crónicas y cartas constitucionales y todas las incontables pero necesarias obras de bibliografía, diccionarios y atlas. Ni  siquiera hoy los estudiosos medievales han conseguido atrapara los clasicistas, que les llevaban casi cuatro siglos de ventaja. A mediada que iba progresando la apreciación del pasado medieval, se ha visto que el contraste entre germanistas y romanistas era exagerado y desorientador. La Edad Media   no fue una batalla entre hombres de diferentes raza y cultura y ni los romanos eran tan corrompidos ni los  germanos tan ejemplares como pretende la leyenda.
El estudio de la Edad Media, así como de la literatura, arte y arquitectura medievales, no pueden escapar tan fácilmente de ese capullo tejido a su alrededor en la época romántica. Los estudios de  esta época han contribuido a crear el tipo de mundo cultural que todavía seguimos aceptando, con su afición a lo primitivo, lo exótico, lo exaltado y lo emotivo. Autores tan próximos a nosotros  en el tiempo como Voltaire  o Gibbon encontrarían inaceptable nuestra afinidad con la imaginación romántica, que sustenta nuestra idea de la Edad Media como un terreno donde reina el misterio, la imaginación  y la grandeza. La Edad Media de  Walter Scout, Richard Wagner, Emmanuel Viollet- le Duc, los hermanos Grimm,  John Ruskin  o William Morris, pese a todos sus defectos, nos indican  ineludiblemente un camino que retrocede hasta su inspiración medieval original. Los que siguen estas directrices y tratan de llegar a un acuerdo con la Edad Media quizás escapen a las interpretaciones  románticas, pero seguirán siendo deudores  del Romanticismo en lo que se refiere al deseo de  redescubrir un mundo entendidote manera errónea. La Edad Media sólo “existe” en  la imaginación moderna como lugar apropiado para que la mente humana explore su propio potencial, puesto que en la Edad Media la  educación no había sometido las ideas de la mayoría a los ideales arbitrarios de unos pocos. Hubo muchos  que ocuparon puestos influyentes  pese  a carecer de educación, lo que demuestra en cierto modo que la imaginación humana descarriada disponía de más oportunidades de afirmarse.
En este sentido, no cabe la posibilidad de establecer unos límites a la Edad Media en lo que se refiere al tiempo ni al espacio, ya que éstos sólo pueden ser fruto de la imaginación histórica. El concepto, inspirado tal vez en determinados rasgos peculiares de una fase del pasado europeo occidental, se ha  trasladado a culturas totalmente diferentes, como la de Japón. La onda expansiva del impulso romántico moderno nos conduce a lo desconocido y su inspiración extraviada  puede también explicar las grandes variaciones de interpretación que ofrece la  “verdadera” naturaleza de la Edad Media. El atractivo que ejerce el mundo antiguo en la sensibilidad moderna se ha manifestado a través de la literatura: Homero, Virgilio o la Biblia. El atractivo de la Edad Media ha sido menos coherente, y se parece más bien a la fascinación que ejerce una isla fabulosa sobre sus visitantes, los  cuales encuentran en ella algo que colma sus fantasías y regresan con descripciones diferentes  de aquella misma cosa que han contemplado. Para algunos es una época de fe, para otros un tiempo en el que florecieron los artesanos  y la opresión feudal, para otros más una sociedad primitiva en cierto modo galvanizada y que encierra el secreto de la preeminencia europea de la época moderna,  secreto que , de haberse conocido, quizás habría permitido que otras sociedades primitivas “despegaran” a su vez. Explorar más de mil años de la historia de Europa sigue siendo como escudriñar un desván con la esperanza de encontrar un tesoro fabuloso, porque la idea de descubrir secretos ocultos y extraordinarios misterios continúa siendo un aspecto ineludible de la Edad Media.
La definición del período medieval aceptada abarca unos hechos que se sitúan entre el derrumbamiento del imperio romano de occidente y  el descubrimiento marítimo del resto del mundo después  de 1490, es decir, el período que se inicia con la invasión  del imperio por parte de los “bárbaros” y termina con la invasión de América y Asia  hecha por los” europeos”.Nadie consideraría a estos invasores  europeos más” civilizados” o menos “bárbaros” que sus antepasados de un milenio atrás, si bien es evidente que eran pueblos diferentes en lo que se refiere a objetivos y a ideales, puesto que éstos ya habían conocido grandes azares de la suerte y se habían aprovechado de los mismos.
El enfoque europeo occidental involucrado en la tríada” antiguo, medio , moderno” desdibuja la imagen del imperio romano con base en Constantinopla y oscurece la del Islam, pese a que, según los conceptos mundiales vigentes, los imperios de los griegos y de los musulmanes de este período merecen atención como potencias mundiales, mientras  que los estados medievales de Europa no la merecen. El período medieval no parece término justificable aplicado a Constantinopla y Bagdad,  puesto que sus respectivas historias se distorsionan inevitablemente cuando uno quiere encajarlas en las categorías occidentales. Sin embargo, mejor así que dejarlas totalmente al margen, puesto que, si tenemos en cuenta su coexistencia  con la Europa medieval, este hecho nos ayuda a evitar engañosas simplicidades  aun creando complicaciones para los historiadores. Pocos ha habido – en el supuesto de que los haya habido realmente – y pocos habrá – dadas las circunstancias previsibles- que estén suficientemente familiarizados con las tres culturas en cuestión para poder describir  su interacción conjunta sin parcialidades. Los pertrechos de erudición necesarios hacer justicia a todas  las comunidades occidentales  ya son de por sí bastante elaborados  para  que , encima, haya que añadirles la carga extraordinaria de las lenguas europeas orientales y las diferentes tradiciones del Islam y de Oriente. La Edad Media debe ser aceptada como un concepto cultural  básicamente del occidente europeo, concebido en una fase de su historia  en la que estaba tratando de concordar con su pasado. Sin embargo,  para los hombres que vivieron en tan turbulenta época, Europa occidental  no era  una región favorecida y aislada de influencias hostiles. Por el contrario, era muy vulnerable a los ataques y reconocía su situación de inferioridad frente al imperio romano de Constantinopla y a la civilización islámica del sur. De ahí su preocupación en insistir en la pureza  de sus prácticas religiosas, ya que en este campo era invulnerable. Hablar de la Edad Media como si el período tuviera una coherencia definible tiene que crear unos efectos distorsionadores no tan sólo para el resto del mundo sino también en mil años  de importantes hechos y cambios espectaculares. La Edad Media no puede considerarse homogénea, puesto que cada siglo exige el reconocimiento de su propia individualidad.

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