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10/1/14

LA IGLESIA: ENTRE ROMA Y EL PAGANISMO


Pese a todos los logros de la antigua civilización mediterránea, en muchos aspectos era austera e incluso ascética. Las ciudades-estado  originales  eran pequeñas y no poseían grandes ni ricas tierras que cultivar. Las cosechas de cereales solían ser escasas  y esporádicas. La viña precisaba unos cuidados efectivos y unas condiciones favorables, y hasta el mismo olivo necesitaba atenciones, aunque dada la pobreza de los suelos era fuente principal de luz y combustible tanto  como de alimento. El sol y el clima templado de las estaciones  ofrecía  las condiciones adecuadas  para hacer vida al aire libre. Una vez satisfechas las necesidades más elementales, todavía quedaba tiempo para la conversación y el ocio. Los mismos romanos encontraban difícil adoptar este estilo de vida en las zonas del norte y,  después de la conquista de Bretaña, no porfiaron por llevar su civilización a otros pueblos nórdicos. Los bárbaros debían forzar su camino dentro del imperio para beneficiarse de algunas de sus ventajas. Pero  de momento no se preocupaban de conseguir aquellas virtudes propias de la civilización  que más valoraban los propios romanos. El trabajo en las tierras más pesadas y húmedas del norte de Europa era más arduo, y exigía más tiempo. Quedaba menos tiempo para el ocio y eran pocos los que gozaban del privilegio de disfrutarlo. Por supuesto que a medida que el norte de Europa era mejor cultivado y los confines de la civilización rebasaban la fronteras del antiguo imperio, los pueblos del norte reaccionaron más  positivamente frente el mundo mediterráneo. A manera de símbolo, esta actitud se hace evidente con la aceptación del cristianismo y de sus ceremonias mediterráneas- bautismo con agua de la vida, unción con aceite y banquete eucarístico con pan y vino- por parte de los pueblos del norte de Europa, que no tenían ninguna experiencia de la sequía y que normalmente bebían cerveza. En el imperio romano, la Cristiandad  apenas había comenzado a traspasar las murallas de las ciudades. El campo seguía siendo “pagano”. Durante los siglos siguientes se llevó la nueva religión a todas las comunidades rurales del norte, donde echó raíces tan profundas que la cristiandad occidental acabó por perder sus tradiciones predominantemente urbanas. Sin embargo,  lo que perdió por un lado lo ganó por otro. Europa había sido  forjada por los cristianos, mientras que en el imperio sólo habían conseguido el reconocimiento de un estado que  era más antiguo y más firme que la misma iglesia.
De todos modos, la iglesia había cambiado mucho. Hacia finales del siglo IV, el imperio romano había conseguido sobreponerse a la iglesia cristiana y transformarla en un departamento estatal, solución por otra parte bien acogida por el clero, porque suponía unas ventajas para él y para sus actividades. Cuando los bárbaros llegaron al imperio eran pocos los clérigos que los miraban con benevolencia, porque eran muchos los jefes bárbaros que habían aceptado el “arrianismo”, herejía que los católicos aborrecían. Los obispos católicos que llevaban sobre sus hombros la carga del cuidado de las congregaciones católicas procedían normalmente de las filas de la clase  gobernante senatorial. Desde  el primer momento defendieron la continuidad de los antiguos valores romanos y la conversión final de los líderes bárbaros fue resultado de su influencia. El sello romano que marcó el cristianismo, reforzado con la misión gregoriana a Inglaterra (597), condujo, a partir del siglo VIII, a un movimiento en favor de la dirección  papal  de la iglesia occidental, sobre todo a través de la dedicación de los misioneros ingleses a Alemania y de su influencia en el imperio carolingio. Al ser adoptado el cristianismo por los bárbaros se hizo más” romano” que durante el propio imperio. En el siglo IV Roma había contado con un gran número de familias paganas y ni siquiera era la sede capital del imperio de occidente. Aparte de esto, el cristianismo era más fuerte en el mediterráneo occidental. Tan pronto  como el clero cristiano fue rescatado de los pueblos bárbaros, éstos profesaron abiertamente su “alianza con Roma”. Su educación en latín y su conocimiento de la cultura latina puso una cierta distancia entre ellos  y sus compañeros laicos. Cuando la reforma de la iglesia impuso el celibato eclesiástico,  todo el clero tuvo que pasar por fuerza de la vida secular a la aceptación de las órdenes sagradas, con lo que fueron a engrosar la clase privilegiada de los solteros, regida  por jefes salidos de sus mismas filas. No hay que sorprenderse si este cuerpo internacional de hombres eruditos que gozaban de derechos especiales y poseían cuantiosas riquezas despertó la envidia y el resentimiento de los demás. Pese a ello, la iglesia desempeñó una importante función, diferente de la que desempeñara la primitiva iglesia antes y después de Constantino, a menudo inconsecuente con algunas de sus profesiones de fe.
A la iglesia cristiana de occidente esta función tenía que haberle correspondido indefectiblemente, dejando aparte el colapso del imperio, pero por analogía con lo que ocurrió en el imperio oriental parece mucho más probable que a la iglesia no se le habría tolerado ese estado de privilegio si la aristocracia laica hubiese continuado siendo cultivada y educada. Si los líderes bárbaros de occidente hicieron tantas concesiones  al clero fue porque querían ganarse su favor y porque se sentían tan apartados espiritualmente del clero que no confiaban en poder hacerse cargo de los asuntos de la iglesia. En consecuencia, Europa occidental quedó sometida  a una experiencia de la que nunca se ha recuperado totalmente, a saber, una separación de la  potestas  (poder) y de la auctoritas  (autoridad), no conocida en la antigua Roma y apenas tolerada en Constantinopla. La iglesia cristiana,  que reconocía los derechos de Dios  como del César, encontraba difícil en la práctica la convivencia con ambos y a menudo se sentía tentada de simplificar el problema a través  de toda una variedad de medios. Sus especiales privilegios en occidente le permitían actuar con independencia hasta cierto punto, mientras que el poder político de los bárbaros, ejercido sin acatamiento a tradición imperial alguna, no podía verse influido por hombres eruditos y sí sólo indirectamente a través del monopolio que tenía la iglesia en lo que se refiere a la exhortación moral. Con el tiempo, los líderes cristianos fueron conducidos a unas vías que los hombres de la iglesia por lo menos encontraron más tolerables. Mientras el emperador de oriente seguía confiando en la naturaleza de sus antiguos derechos para gobernar y no tenía por qué admitir que la iglesia era la única que sabía qué era la cultura, la erudición o los principios, en occidente los hechos innegables y nefastos del gobierno bárbaro sólo podían ser excusados y justificados por las iglesias. L a búsqueda de estas justificaciones se inició haciendo referencia a los reyes de Israel del Antiguo Testamento, lo que condujo al restablecimiento de la teoría política en las últimas escuelas medievales. La Edad Media ya había terminado cuando los poderes seculares se sintieron suficientemente seguros para prescindir de tan ruidoso andamiaje.


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