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19/2/14

LAS IRRUPCIONES BÁRBARAS


Los pueblos que deseaban más ardientemente participar de los beneficios de la paz romana vivían al otro lado de las fronteras del norte. La primera brecha abierta en la frontera data del 166, pero fue atajada con energía. A mediados del siglo III hubo una invasión germánica mucho más seria y osada a todo lo largo de la frontera septentrional que esta vez el ejército no pudo contrarrestar. El imperio se vio invadido por los bárbaros: Bélgica (259), Galia (268 – 78), Italia (260-70), Tracia, Grecia y Asia Menor (258-69). Más o menos en la misma época los persas derrotaron y capturaron al emperador Valeriano (260). Parecía que el imperio había llegado a su fin, pero no sólo sobrevivió sino que continuó bajo el emperador Diocleciano (284 – 304) para realizar una reorganización radicadle su gobierno y, bajo Constantino(313 – 36), para establecer nueva capital en Constantinopla y llegar a un nuevo entendimiento con la iglesia cristiana. Por tanto, el imperio del siglo IV se presenta, en ciertos aspectos, bajo condiciones muy sanas.
Los historiadores del siglo XX, que lógicamente se impresionan ante las serias dificultades económicas que atravesaba el imperio, se inclinan a creer que las medidas draconianas adoptadas para hacer cumplir el pago de los impuestos alienaron a los dignatarios locales que los imponían. La búsqueda de unas razones que expliquen la caída del imperio expone al escrutinio todos sus puntos débiles. El imperio del siglo IV
 No era más perfecto que el de siglos anteriores, pero evidenciaba considerables dotes de recuperación. Si el imperio siguió funcionando durante siglos en el este y subsistiendo largo tiempo en el oeste fue gracias a la labor de  Diocleciano  y de Constantino. La eficacia de sus reformas fue  puesta a prueba después  del 376, cuando se reanudaron las presiones de los bárbaros en la frontera del norte. Pese a que los historiadores puedan detectar el derrumbamiento del imperio occidental a partir de este punto, los contemporáneos, al no conocer el futuro, quedaron impresionados al ver la capacidad que tenía el imperio de tratar con los bárbaros así que llegaban, a diferencia de la situación que se había producido un siglo atrás.
Este período de emigraciones bárbaras dentro del imperio occidental, que se prolongó más de dos siglos, se conoce mejor que el de la generación más corta y destructiva correspondiente a los disturbios bárbaros ocurridos en el siglo III, no sólo porque sus consecuencias le han reportado una investigación histórica más intensa, sino también porque el período de florecimiento de las letras e historia imperiales ha dejado mucho más testimonios. La escala de nuestra información nos permite medir la dimensión del problema sin contestar a la mayor parte de las preguntas que hacemos.
Una de las principales dificultades es que, dada la opinión de las personas civilizadas que vivían dentro del imperio y que creían que sólo había bárbaros fuera de él, el período se centra inicialmente en unos pueblos incompatibles, situados frente a frente. Uno de los aspectos bárbaros de los invasores era su indiferencia frente a la escritura y a la educación formal, de modo que los historiadores se ven obligados a juzgarlos desde el punto de vista de romanos cultos. Acerca del punto de vista, motivos e historia de los invasores, e incluso de sus rasgos bárbaros comunes, sería muy difícil hablar con seguridad. Sin embargo, la mayoría de los que hicieron acto de presencia en el imperio occidental durante el período 376 – 568 lo hicieron bajo el mando de líderes reconocidos, buscando generalmente establecerse dentro del imperio con el beneplácito imperial o en cualquier caso, con unos objetivos políticos y ciertas habilidades políticas. No eran unos salvajes. En este aspecto resulta que,  cuando los bárbaros fueron empujados al otro lado de la frontera por los emperadores Valeriano (253 – 60) y Probo (276 – 82), resultó que habían aprendido algo durante el período de un siglo en el que habían sido excluidos del imperio. Sin embargo, si nos son conocidas las reformas llevadas a acabo por Diocleciano, únicamente podemos inferir las de sus contemporáneos germanos. Los movimientos de los pueblos germánicos dentro de las tierras septentrionales situadas al otro lado de las fronteras romanas no pueden ser descritos con gran precisión, pese a que contemos con datos que nos revelan que fueron  frecuentes e importantes. Sin embargo, después de su irrupción en el imperio, a mediados del siglo III, los godos, a los que el emperador Aureliano cedió Dacia en el 271, parece que adoptaron un tipo de vida más ordenado, estableciéndose en el norte del Danubio y que, por espacio de un siglo fueron vecinos del imperio sin que mediasen incidentes de importancia.
Como otros pueblos afincados al otro lado de las fronteras, los visigodos suministraban tropas al ejército romano. En el 332, un tratado entre  los romanos y los godos reguló sus relaciones durante  treinta y cinco años, período en el que Ulfilas, godo, inició la conversión de su pueblo al cristianismo (arriano) y le suministró una lengua escrita y una Biblia en lengua vernácula. No había aspectos negativos en dicha conversión, dado que el arrianismo contaba en aquel tiempo con el apoyo del emperador de oriente. Sin embargo, su condena en occidente supuso una victoria para la ortodoxia sobre el arrianismo, después del año 381, que vino a lesionar con carácter permanente la fama de los arrianos y les adjudicó un nombre desagradable que probablemente no merecían. (Arrio, sacerdote de Alejandría, había suscitado dudas con respecto a  la naturaleza de la relación  entre Dios Padre y Dios Hijo dentro de la Trinidad, controversia que condujo a la formulación del credo en el Concilio de Nicea (325) y que supuso una provocación para los más grandes teólogos de la época, entre ellos Atanasio. Dejando aparte los aciertos y  errores de las enseñanzas de Arrio, las cuestiones tratadas distaban mucho de ser triviales.)

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