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25/2/14

LAS IRRUPCIONES BARBARAS (III)


Los visigodos no habían mostrado ningún interés en tener una actuación política, pero sería muy difícil determinar que era lo que mantenía la cohesión de dicho grupo. Un ejército de exiliados que estuvo vagando por el imperio durante cuarenta años tenía que haber reclutado nuevos miembros con el paso de los años. No es probable que los visigodos se sintieran totalmente satisfechos con sus mujeres visigodas. Culturalmente, su cristianismo arriano podía servir para preservar la distancia con la población romana, pero la principal cohesión de esta fuerza debía de proceder de su liderazgo, y el carácter visigodo se apoyaba en su familia real y en sus nobles líderes. Los godos  habían adquirido, pues, una cierta coherencia política en el siglo anterior al 376, ya que era esto lo que mantenía su fuerza dentro del imperio y lo que conformó el destino  de los visigodos después del 418. No sabemos hasta qué punto insistieron en mantener su pureza tribal, pero es probable que aceptaran soldados y seguidores procedentes de todos los lugares por donde pasaban.
Pese a sus años de pacífico asentamiento en el Danubio, una vez dentro del imperio, los visigodos no se comportaban precisamente como si la agricultura fuera una actividad que les resultase más atractiva que la guerra. De todos modos, los germanos de la región fronteriza norte eran conocidos de los romanos tanto en el aspecto de soldados como de agricultores, y el predominio de una actividad sobre la otra dependía de muchas variables dentro de la situación local. Cuando, en el 406,  un gran contingente de germanos mixtos atravesó el Rin cerca de Coblenza, hubo un grupo que se desmembró y,  atravesando la Galia, penetró en España; dotados de ambiciones diferentes, se fijaron dentro de la frontera y, en lugar de lanzarse  al  pillaje, se consagraron al cultivo de la tierra. El creciente empuje de esta multitud de grupos germanos en la frontera, a finales del siglo IV, se explica pausiblemente por el miedo que tenían a los hunos, los cuales se habían instalado en Panonia, al otro lado del Danubio, alrededor del 390, pese a que no existan pruebas al respecto. En este estadio, el imperio no  sentía gran temor a los hunos, gente de las estepas, dispuesta a aceptar las sugerencias imperiales y cooperar en la lucha contra los germanos, que no mostraban ninguna inclinación a establecerse dentro del imperio y cuyas incursiones  eran normalmente fáciles de controlar. Por otra parte, los germanos situados al otro lado de la frontera eran más vulnerables a los ataques de los hunos y preferían la seguridad del imperio, aunque algunos, al penetrar en España, considerasen que nunca era excesiva la distancia  cuando se trataba de estar lejos de los hunos.
Los pueblos más afortunados de todos los que cruzaron la frontera en el 406 eran los vándalos y los burgundios, ambos fundadores de reinos bárbaros que subsistieron durante más de un siglo. Los vándalos, amenazados por una ofensiva romana en el sur de la Galia, huyeron a España (409), donde la  inestabilidad civil facilitó la conquista. Se repartieron el país entre  ellos y sus aliados, los suevos y los alanos, pero la llegada de los visigodos, primero por cuenta propia y más tarde en calidad de aliados romanos, cambió rápidamente la situación. Los vándalos fueron aplastados y únicamente dejaron fuerzas  en el noroeste. Desde allí escaparon  más tarde hacia el sur (419) y emprendieron el camino del mar embarcándose en la conquista de África, junto con un remanente de alanos, que,  de todos los bárbaros invasores originales, tan sólo dejaron los suevos en occidente. Los suevos establecieron su propio reino en Braga y, aunque subsistió hasta el 585, su historia es bastante oscura a partir del momento en que la invasión visigoda, que los hizo retroceder más  hacia el oeste en el 464, frenó su expansión. Mucho más sólido fue el reino vándalo establecido en África, desde el cual Genserico amenazó Italia. El emperador Valentiniano III compró la paz a través del reconocimiento de la posición en el 442, pero hasta la muerte de Genserico en el 477 éste siguió ejerciendo sus presiones sobre Roma y sobre los cristianos romanos del norte de África, expropiando a terratenientes y obispos en beneficio de su ejército. La provincia romana más alejada  de la frontera del Rin se convirtió  en la más despiadadamente gobernada por pueblos bárbaros.
Los burgundios, en cambio, tuvieron una intervención muy modesta después de cruzar la frontera en el 406. Como los vándalos, habían vivido mucho tiempo al otro lado de la frontera del norte y, a diferencia de ellos,  parecían ser más receptivos a la influencia romana. Después del 406, en lugar de juntarse con los vándalos, se pusieron inmediatamente al servicio de los romanos dentro del imperio, primero con un usurpador, Jovinus, que vivió pocos años, y después con el emperador Honorio. Con éste hicieron un pacto(413) que les garantizaba una parte de la Galia junto al Rin.

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