Los visigodos no habían mostrado
ningún interés en tener una actuación política, pero sería muy difícil
determinar que era lo que mantenía la cohesión de dicho grupo. Un ejército de
exiliados que estuvo vagando por el imperio durante cuarenta años tenía que
haber reclutado nuevos miembros con el paso de los años. No es probable que los
visigodos se sintieran totalmente satisfechos con sus mujeres visigodas.
Culturalmente, su cristianismo arriano podía servir para preservar la distancia
con la población romana, pero la principal cohesión de esta fuerza debía de
proceder de su liderazgo, y el carácter visigodo se apoyaba en su familia real
y en sus nobles líderes. Los godos
habían adquirido, pues, una cierta coherencia política en el siglo anterior
al 376, ya que era esto lo que mantenía su fuerza dentro del imperio y lo que
conformó el destino de los visigodos
después del 418. No sabemos hasta qué punto insistieron en mantener su pureza
tribal, pero es probable que aceptaran soldados y seguidores procedentes de
todos los lugares por donde pasaban.
Pese a sus años de pacífico
asentamiento en el Danubio, una vez dentro del imperio, los visigodos no se
comportaban precisamente como si la agricultura fuera una actividad que les
resultase más atractiva que la guerra. De todos modos, los germanos de la
región fronteriza norte eran conocidos de los romanos tanto en el aspecto de
soldados como de agricultores, y el predominio de una actividad sobre la otra
dependía de muchas variables dentro de la situación local. Cuando, en el
406, un gran contingente de germanos
mixtos atravesó el Rin cerca de Coblenza, hubo un grupo que se desmembró
y, atravesando la Galia, penetró en España;
dotados de ambiciones diferentes, se fijaron dentro de la frontera y, en lugar
de lanzarse al pillaje, se consagraron al cultivo de la
tierra. El creciente empuje de esta multitud de grupos germanos en la frontera,
a finales del siglo IV, se explica pausiblemente por el miedo que tenían a los
hunos, los cuales se habían instalado en Panonia, al otro lado del Danubio,
alrededor del 390, pese a que no existan pruebas al respecto. En este estadio,
el imperio no sentía gran temor a los
hunos, gente de las estepas, dispuesta a aceptar las sugerencias imperiales y
cooperar en la lucha contra los germanos, que no mostraban ninguna inclinación
a establecerse dentro del imperio y cuyas incursiones eran normalmente fáciles de controlar. Por
otra parte, los germanos situados al otro lado de la frontera eran más
vulnerables a los ataques de los hunos y preferían la seguridad del imperio,
aunque algunos, al penetrar en España, considerasen que nunca era excesiva la
distancia cuando se trataba de estar
lejos de los hunos.
Los pueblos más afortunados de
todos los que cruzaron la frontera en el 406 eran los vándalos y los
burgundios, ambos fundadores de reinos bárbaros que subsistieron durante más de
un siglo. Los vándalos, amenazados por una ofensiva romana en el sur de la
Galia, huyeron a España (409), donde la
inestabilidad civil facilitó la conquista. Se repartieron el país
entre ellos y sus aliados, los suevos y
los alanos, pero la llegada de los visigodos, primero por cuenta propia y más
tarde en calidad de aliados romanos, cambió rápidamente la situación. Los
vándalos fueron aplastados y únicamente dejaron fuerzas en el noroeste. Desde allí escaparon más tarde hacia el sur (419) y emprendieron
el camino del mar embarcándose en la conquista de África, junto con un
remanente de alanos, que, de todos los
bárbaros invasores originales, tan sólo dejaron los suevos en occidente. Los
suevos establecieron su propio reino en Braga y, aunque subsistió hasta el 585,
su historia es bastante oscura a partir del momento en que la invasión
visigoda, que los hizo retroceder más
hacia el oeste en el 464, frenó su expansión. Mucho más sólido fue el
reino vándalo establecido en África, desde el cual Genserico amenazó Italia. El
emperador Valentiniano III compró la paz a través del reconocimiento de la
posición en el 442, pero hasta la muerte de Genserico en el 477 éste siguió
ejerciendo sus presiones sobre Roma y sobre los cristianos romanos del norte de
África, expropiando a terratenientes y obispos en beneficio de su ejército. La
provincia romana más alejada de la
frontera del Rin se convirtió en la más
despiadadamente gobernada por pueblos bárbaros.
Los burgundios, en cambio,
tuvieron una intervención muy modesta después de cruzar la frontera en el 406.
Como los vándalos, habían vivido mucho tiempo al otro lado de la frontera del
norte y, a diferencia de ellos, parecían
ser más receptivos a la influencia romana. Después del 406, en lugar de
juntarse con los vándalos, se pusieron inmediatamente al servicio de los
romanos dentro del imperio, primero con un usurpador, Jovinus, que vivió pocos
años, y después con el emperador Honorio. Con éste hicieron un pacto(413) que
les garantizaba una parte de la Galia junto al Rin.
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