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5/1/14

EL HISTORIADOR ANTE LA EDAD MEDIA


La actitud del historiador ante la geografía y la confección de mapas sigue  reflejando más su opinión subjetiva sobre la materia que cualquier otro imperativo objetivo.
El sistema educativo francés ha promovido una estrecha cooperación entre  la  historia y la geografía que el sistema inglés, tendente a hacer de ellas dos disciplinas alternativas, ha frustrado totalmente. Es frecuente que los profesores conscientes de la importancia que tienen las relaciones espaciales en la historia encuentren necesario hacer referencias  constantes a los atlas geográficos, ya que los libros de historia de que se sirven ofrecen mapas muy rudimentarios. El texto que se plantea  una presentación de la historia a través de mapas  e ilustraciones reconoce las necesidades legítimas de muchos estudiantes, a pesar de que los mapas de la Edad Media presenten dificultades  específicas que merezcan  consideración particular.
Hacer un mapa del imperio romano, territorio con fronteras, es un proyecto comprensible, pero el término” Edad   Media” no tiene la misma connotación territorial.
Para algunos historiadores  se ha convertido en un término abstracto  relacionado con el arte  y tan esotérico como” barroco” .Otros autores más pedestres definen el período por medio de fechas, pero dentro de unos límites tan amplios que el hecho comporta unas implicaciones geográficas diferentes.  La rápida expansión de los estudios medievales en Europa occidental  durante los últimos cuarenta años suele trasponer las actuales divisiones  de Europa a un remoto pasado, La estructura carolingia  de la CEE sin España y con una frontera oriental al oeste del  Elba, cede en ocasiones ante la geografía de la iglesia latina – o romana - , aunque sus extremidades orientales de Polonia y Hungría sean objeto sólo de una atención superficial. La ignorancia de las cosas que atañen a esos  países, así como de sus lenguas y de su geografía, aún en el momento actual, sigue siendo tan grande en occidente que apenas puede sorprendernos que no sean objeto de mención en las crónicas de la Europa medieval.
La extensión del poder  eclesiástico  en Europa invita a un tratamiento cartográfico, si bien la iglesia no tuvo  ninguno de los auténticos problemas geográficos de un imperio y hacer un mapa de los puestos avanzados  que el cristianismo  tuvo en Asia hasta Pekín podría dar pie a una impresión equivocada, pese al uso de un procedimiento visual aparentemente adecuado. Una iglesia que estaba indisolublemente involucrada en las relaciones de sus fieles cristianos con oriente no podría quedar reducida a un mapa en que el imperio de oriente( el  llamado bizantino) fuese tratado como una civilización aparte, aún cuando nuestras disciplinas académicas pretendan que así fue en efecto.¿ Y qué decir del Islam, lindante con la cristiandad en todo su frente sur? ¿Habría que tratarlo como si perteneciese a un campo totalmente distinto?  ¿O, por el contrario, debería también incluirse  al hablar de la Edad Media? Es preciso admitir  que los especialistas en historia medieval se encuentran muy mal pertrechados para ocuparse de la variada naturaleza  del mundo medieval, a pesar de que sus problemas no sean ajenos al mundo moderno actual.
Todavía existe otro aspecto del mapa  de la Edad Media que merece consideración aparte. Los  estudiosos no han rechazado el trazado  de unos mapas por ignorancia de los aspectos imprescindibles  para reproducirlos, sino porque para ellos no tenían ninguna importancia los territorios ni las fronteras .Se  sentían más solidarios de los individuos, de los señores y de los líderes, que de los estados y naciones. Hasta la misma señalización  de una ciudad en un mapa requiere la identificación de enclaves especiales. Compartimentar la propiedad habría sido empresa imposible para muchos países de Europa, debido a que cada territorio contaba con un gran número de hombres diferentes  con unos derechos diferenciados y superpuestos. Si fuera posible trazar ahora un mapa  complejo que pretendiera hacer justicia a todos ellos, contribuiría más bien a desorientar que a informar.
El lector podrá apreciar el texto tal como el autor quiere que se lea. Aunque tengo la esperanza de que el texto sea coherente, no es intención del autor hacer de él un sumario de un largo y complicado período de la historia, sino incorporar las ventajas del atlas dentro del contexto. Se han seleccionado temas que exigen  una  presentación, de modo que, al reunirlos, ofrezcan un panorama general del período en cuestión.

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