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3/1/14

EL CAMINO DE SANTIAGO

Hay dos aspectos de las peregrinaciones a los sepulcros de los santos que las hacen paradójicas: los santos eran conservados en determinados lugares, pero atraían visitantes de toda la Cristiandad; las peregrinaciones presuponían una situación internacional estable para garantizar un viaje sin incidentes, si bien daban por sentado que los peregrinos no estaban tan arraigados en los lugares de los que procedían para no aventurarse a un largo viaje.
En el imperio romano del siglo IV el atractivo de los Santos Lugares era muy poderoso.  Roma atraía peregrinos a los falsos sepulcros de San Pedro y San Pablo, especialmente después de que la conquista musulmana de Jerusalén (638) hiciera sumamente peligroso el viaje. Por aquel entonces, los eclesiásticos imponían también la peregrinación como penitencia.  Los monjes irlandeses cultivaron la idea de que la vida cristiana también era una peregrinación que había que vivir como un permanente exilio.  En consecuencia, los largos viajes de los peregrinos a los sepulcros de los santos venían a ser como una forma suave de negación de uno mismo.  Dado que los viajes a lugares distantes estaban sujetos a impredecibles dificultades provocadas por la inestabilidad política, la peregrinación en sí seguía siendo una decisión poco usual que sólo se emprendía con la debida solemnidad.
Sin embargo, a partir del siglo XI es evidente que los viajes de los peregrinos estaban ya organizados con el fin de hacer que los rigores del traslado resultasen lo menos perjudiciales posibles.
No hay ningún texto anterior al año 700 que haba mención alguna a Santiago en España y hasta alrededor del 900 no fue un culto establecido en aquel lugar de la diócesis  de Iria, donde se creía que, más o menos hacia el 830, había sido descubierta la tumba del apóstol. Aunque antes de que finalizara el siglo IX se construyó una iglesia en Compostela donde en 1076 se había comenzado la construcción de una basílica en honor de Santiago.  En esa época la peregrinación gozaba ya de fama internacional y casi inmediatamente se convirtió en uno de los cultos principales de la Cristiandad occidental, donde sólo Roma podía vanagloriarse de poseer las reliquias corporales de un apóstol.
Los promotores del culto consideraron oportuno elaborar la historia acerca de cómo había ido a parar Santiago a Compostela, tratando de llenar las lagunas existentes (que eran todas) con todo tipo de recursos narrativos.  Nuestra fuente principal de información es una compilación, Liber Sancti Jacobi, escrito sobre Compostela en tiempos del arzobispo Diego Gelmírez (1101-1139), activo defensor del culto.  Reúne varios textos, entre ellos una historia legendaria de Carlomagno que se convirtió en la parte más famosa del texto. Si bien no se sabe con seguridad cuándo fue escrito, subraya la importancia del tráfico de peregrinos desde las tierras natales de Carlomagno.  Va seguida de una guía de peregrinos escrita por una persona oriunda de Francia, pensada para indicar a los viajeros los diferentes estadios del viaje a través del norte de España desde el Puente de la Reina.  El autor hace referencia a cuatro rutas posibles a través de Francia para llegar a este punto de partida dentro de España.  Así pues, es evidente que a mediados del siglo XII era considerable el número de peregrinos que se dirigían a Compostela desde lugares situados más allá de St. Gilles, Le Puy, Vézélay o Tours, o incluso desde sitios tan apartados como Italia, el Imperio, los Países Bajos o Normandía.
De lo que no cabe duda es que la oficialización de la tradición peregrina vino de la mano de los monjes cluniacenses, cuando se quisieron establecer en la Península Ibérica.


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