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26/10/12

NUEVOS ESTADOS EN LAS TIERRAS CAROLINGIAS (III)

La Francia Capeta significaba muy poco al otro lado del Loira o en ciertas zonas de Borgoña, donde el derrumbamiento del gobierno carolingio había permitido que renacieran las antiguas tradiciones romanas.  Aquellas eran tierras de la ley escrita más que de la ley consuetudinaria, y en ellas el concepto del homenaje, tan apreciado en el norte, olía a servilismo.  En Aquitania, el duque Carlos el Calvo se había dispuesto, como en otras partes, a supervisar a los condes y no se proponía, como en "Francia" o en Borgoña, establecer un dominio feudal.  Sus ejércitos no estaban compuestos de vasallos, sino de hombres fieles que recibían una paga a cambio de sus servicios.  En el sur, los vascos extendían su influencia hasta el Garona, que establecía un límite a las reivindicaciones de los condes de Potiers.  Aunque éstos se arrogaron el título de duques de Aquitania después del 984, no tuvieron autoridad más allá del Garona hasta el 1052, año en que se unieron los ducados de Gascuña y Aquitania.  El condado de Toulouse, establecido en el 817, se hizo independiente, ampliado con la incorporación de Albigeois y Quercy, lo que redujo Gothia a la región de Rodez y Narbona.  Aquitania había sufrido enormemente con la conquista carolingia del 760-768 y, después del derrumbamiento del imperio, pudo volver a sus antiguas tradiciones y restablecer sus vínculos al otro lado de los Pirineos.  En el siglo XI disfrutó de un extraordinario período de renovación cultural tanto en poesía como en arquitectura y sus líderes desempeñaron un papel importante tanto en la promoción del monaquismo cluniacense como en el movimiento de las cruzadas a Tierra Santa.
A diferencia de Aquitania, el reino que el emperador Lotario heredaría en el 843 no tenía coherencia geográfica, lingüística ni cultural.  Al cabo de doce años quedaría dividido en tres partes, adjudicadas a los hijos de Lotario.  El mayor, Luis II, recibió el reino de Italia y el título imperial.  El segundo, Lotario II, heredó los territorios del norte, que recibieron de él su nombre, Lorena, tras el breve período de catorce años que duró su mandato.  El pequeño, Carlos, que murió en el 863, recibió la parte sur del antiguo reino borgoñón.  Al morir Carlos y, en el 869, cuando murió Lotario II, las tierras de ambos fueron repartidas entre sus codiciosos parientes.  Es sorprendente que, pese a estos cambios y al breve mandato de Lotario, Lorena sobreviviese como entidad, se convirtiese en ducado en el 888 e incluso en reino destinado a Zwentibold (895-900), hijo de Arnolfo de Baviera.  En el 9111 volvió el señorío carolingio por aceptación de Carlos III de Francia, cuando Conrado de Franconia pasó a ser rey de Alemania, pero en el 925, el rey sajón Enrique recuperó el dominio del ducado.  Con Otón I pasó a ser gobernado por su hermano Bruno, arzobispo de Colonia, que lo dividió en dos partes: la Lorena superior, junto al Mosela; la Lorena inferior, desde Luxemburgo y en dirección norte (959). La suspensión de la autoridad ducal permitió que se establecieran varios principados eclesiásticos y seculares diferentes y entonces Lorena pasó a ser el nombre de un pequeño ducado que bordeaba el condado más grande de Borgoña.

18/10/12

NUEVOS ESTADOS EN LAS TIERRAS CAROLINGIAS (II)

La fuerza de la monarquía Capeta, de la que disfrutaría durante dos siglos, dependía mayormente de las fincas y tierras de la familia y del hecho de contar con la fidelidad de los principales condes del norte de Francia.  El más importante de todos ellos era el jefe de los normandos, que desde los tiempos de Ricardo II (996-1025) se dio a sí mismo el título de duque. Normandía, originariamente un modesto condado con base en Ruán, asignado a Rollo en el 911, había sido ampliad para dar cabida a Bayeux y a las tierras situadas al oeste hasta Mont Saint Michel en el 933.  No todos los normandos habían aceptado de buen grado el cristianismo ni una jurisdicción eclesiástica obligada antes del final del siglo X, pero desde Ricardo II en adelante el duque disfrutaba de un envidiable poder, semejante al de los carolingios sobre soldados e iglesias de su ducado.  La vitalidad de su ducado queda confirmada, además, por la evidencia de peregrinos y exiliados que pasaban a Italia, donde conseguían fama y fortuna.  por el habla eran franceses, pero, por carácter, normandos.  Normandía ya estaba por ese tiempo muy interesada en los asuntos ingleses, pero mucho antes de que el nieto de Ricardo II, Guillermo el Bastardo, se convirtiera en rey de Inglaterra, su amo y señor francés había dejado de tener algo más que una parte nominal en sus asuntos.
El principado de Flandes era comparable a Normandía, pero allí, por contra, el dominio de los nórdicos había sido combatido con éxito por los condes caroligios.  Estos habían procedido a ampliar su jurisdicción desde el distrito de Brujas y el estuario del Yser hasta abarcar el Courtraisis, el Boulonnais, el Tournaisis y los condados de Gantes y Waaas.  Arnoul (conde 918-965), aprovechando las discordias políticas de los últimos reyes carolingios y de los duques Capeto, constituyó el principado de Flandes, en el que acogió a gentes de habla francesa y de habla holandesa.
Las condiciones de vida de siglo X eran lo bastante precarias para justificar el ejercicio de un verdadero poder por parte de los condes, ya que ellos estaban en condiciones de solventar eficazmente los problema locales que los reyes, desde lejos, no podían solucionar.  Las incertidumbres provocadas por la sucesión de la realeza, causantes de seis cambios de dinastía durante un siglo (888-987), las incursiones de los magiares y los problemas con Lorena y los reyes germanos impedían el ejercicio de una vigilancia por parte de los reyes.  Las funciones de la misma monarquía, resumidas en la unidad del reino, cambiaron necesariamente.  os condes no ignoraban al rey ni tampoco, después del 987, aspiraban a usurpar su puesto, pero en la práctica promovían la consolidación de los poderes locales, basados en su capacidad de constituir una fuerza militar local, de hacerse con ella y de recompensarla, de construir castillos y de recaudar fondos acuñando monedas, percibiendo tributos o incluso vendiendo su protección a las iglesias.  Sostenían que la lealtad de sus vasallos era básica para su dominio político sobre tierras, pero no perseguían la sanción religiosa de su autoridad, diferente de la sanción moral. Muchos de ellos eran piadosos benefactores de los monasterios, pero pocos disponían de poderes generales suficientes para nombrar obispos, cosa que sólo podían hacer el duque de Normandía, mientras que en otros aspectos no había verdadero choque entre su real jurisdicción y las provincias eclesiásticas.  Los hombres de iglesia no aprobaban el nuevo orden, puesto que los hacía más vulnerables a los opresores locales, y debían aceptar las condiciones razonables y, manteniendo vivo el recuerdo de Carlomagno, hacer lo posible para salva la fe en los ideales de la realeza.

17/10/12

NUEVOS ESTADOS EN LAS TIERRAS CAROLINGIAS (I)

Carlomagno quería que su imperio se dividiera entre sus tres hijos, de modo que las tierras del norte, junto con la Borgoña, correspondiesen al mayor, Carlos, Italia y Baviera pasasen a Pipino, y la mayor parte de Francia, al oeste de los Alpes y al sur del Loira, fuesen para el pequeño, Luis.  Pero cuando el imperio fue realmente dividido entre los hijos de Luis, en el 843, los resultados fueron completamente diferentes.  Quedaron establecidas "Francia" y "Alemania", separadas por un "reino medio", asignado al emperador Lotario, que incluía las ciudades imperiales principales.  La frontera oriental de Francia así establecida seguiría siendo el límite formal del reino a lo largo de la Edad Media.  Los gobernantes carolingios de Francia no podían olvidar las ambiciones e historia de su casa pero, en un momento crítico del 888, los propios carolingios se vieron alejados del trono francés por un antiguo conde, Odón, quien habiéndose ganado fama de soldado en la defensa de París contra los vikingos daneses (885-886) fue nombrado rey (reinó desde el 888 hasta el 898).  Después de su muerte, el carolingio Carlos el Simple consiguió la corona de Francia, pero la perdió siete años antes de su muerte en el 929.  Aunque su hijo, Luis de Ultramar, acabó por ser entronizado en el 936, la dinastía carolingia rediviva vivió con el temor de volver a perder el trono y, pese a la tenacidad de todos sus representantes, no consiguió establecerse de forma permanente.
El poder del duque Capeto de los francos, el jefe militar del norte, podía compararse favorablemente con el de los reyes.  Cuando el joven rey Luis V murió en el 987, los notables del reino prefirieron hacer rey al duque Capeto que buscar a un gobernante Carolingio "extranjero" (uno de Alemania).  La dinastía Capeta gobernó el reino de Francia hasta el final de la monarquía en 1792.  Hugo Capeto era e más imponente de los príncipes franceses; poseía grandes tierras, el patronazgo de la Iglesia, conexiones familiares... conjunto de circunstancias difícil de superar.  Contaba con el apoyo de grandes dignatarios de la Iglesia, con el arzobispo de Reims, que lo coronó, y el gobernante de Normandía, vasallo suyo.  El ducado de Borgoña fue adquirido por su hermano pequeño Enrique y conservado en la familia, pero hubo otras tierras del antiguo reino de Borgoña que no aceptaron el gobierno Capeto.

REGIONES RIVALES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA (III)

En aquella época el califato español ya se había desintegrado en varios estados sucesores (taifas o partidos). La debilidad de los mismos permitió que los reyes cristianos de Castilla, y particularmente los de Aragón, tuvieran la oportunidad de intervenir en el sur y se hicieran con las fabulosas riquezas delos musulmanes al venderles su "ayuda" militar.  La nueva riqueza de la España cristiana atrajo, como era lógico, la atención del resto de la Cristiandad, no ya sólo por sus vínculos con Gascuña, sino incluso con la misma Borgoña, donde Cluny, el gran monasterio fundado por Guillermo el Piadoso de Aquitania (911), se había convertido en la casa-madre de un gran movimiento de renovación religiosa.  Un fervor de conquista por parte de los musulmanes, que ya se había desatado en Sicilia, atrajo soldados franceses a los ejércitos españoles, los cuales consiguieron extender el reino de León hasta Toledo (1085).  Temiendo por su supervivencia, los gobernantes musulmanes de Sevilla, Badajoz y Granada buscaron ayuda en Marruecos,donde un movimiento militante musulmán, los almorávides, había establecido un estado con base en Marrakech en 1062.  Aunque derrotaron a los castellanos en 1086, no consiguieron recuperar Toledo, y su líder, Yusuf ibn-Tashfin, se volvió contra sus aliados, los musulmanes españoles, y constituyó un agresivo estado musulmán en el sur que acabo reuniendo a todos los estados de taifas bajo su hijo Alí (califa 1106-1143).  La ayuda prestada por los musulmanes del norte de África a los musulmanes españoles corría pareja con la ayuda prestada por los franceses a los cristianos peninsulares.  España se convirtió en campo de batalla de dos religiones enemigas.
Aquella larga historia de amistad cristiana con los musulmanes españoles y las fluctuaciones del frente durante la guerra hizo que los correligionarios de los españoles no consiguieran que surtiera efecto la furia que habían querido infundir en la batalla.  La España del siglo XII brindaba a los eruditos cristianos la oportunidad de beber en la superior cultura musulmana, muy apreciad por hombres como Raimundo, arzobispo de Toledo (1125-1151), y Pedro el Venerable, abad de Cluny, que habían encargado traducciones de obras escritas en árabe.  Aparte de que en España eran muchos los que conocían las dos lenguas, estaban también los judíos, que servían de intermediarios.  En el lado musulmán de la divisoria política, el fermento intelectual produjo pensadores como el gran filósofo ibn-Rashd, más conocido como Averroes o el filósofo Maimónides.
Los acontecimientos culturales de este período probablemente debieron mucho a la incapacidad delos líderes políticos, tanto cristianos como musulmanes, par mantener unidos a sus respectivos contingentes y realizar una acción coordinada en el aspecto militar.  Después de la muerte de Alfonso VII en el 1157 el reino de Castilla quedó dividido entre León y Castilla tras haberse visto obligado a tolerar la aparición del nuevo reino independiente de Portugal.  En el noroeste Navarra se separó de Aragón en 1134, que se unió al condado de Barcelona.  Los catalanes, que aparecieron por vez primera con este nombre alrededor de 1100, contaban con un gobernante cuya dinastía ya había florecido por espacio de dos siglos en las tierras de la Marca Hispánica de Carlomagno, y pese a que ahora quedaban sometidos a los aragoneses, sus intereses seguían vinculados a la costa mediterránea, por la parte norte hasta Provenza y por la parte sur, en 1148, hasta Tortosa.  Cataluña hubiera podido haberse incorporado a la monarquía francesa como su vecina Gothia, de la que no se separó hasta el 875.  Sin embargo, en el siglo XI hab´´ia desaparecido del sur de la Galia una autoridad franca efectiva y no era tan descabellada la idea de que la misma Galia se encontrase dividida entre varios reyes vista la realidad del poder ejercido por los que gobernaban sus diferentes provincias.

REGIONES RIVALES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA (II)

Tras el ocaso del imperio carolingio estos estados tuvieron que valerse por sí mismos, pese a ser pobres y estar aislados.  Sin embargo, a principios del siglo X el rey de Asturias trasladó su capital más al sur, a León, y el condado de Castilla que surgió inmediatamente reclamó su independencia.  Las nuevas tierras fueron pobladas con hombres libres, atraídos por los generosos ofrecimientos de los reyes, que iban en busca de colonos.  El reino de León no estaba organizado como un estado del tipo de los cruzados frente a los musulmanes, llevaba una vida más bien precaria en la periferia del gran califato y sus disensiones brindaban frecuentes oportunidades a los musulmanes para intervenir en sus asuntos.  Al igual que en la zona nordeste, los musulmanes bajo Abderramán III realizaban incursiones por las tierras del rey cristiano establecido en Pamplona, si bien tenían tan sólo unos efectos efímeros sobre su resuelto avance desde los Pirineos.  Tras ocupar Nájera y gran parte de La Rioja y después de construir una serie de fortalezas, el nuevo reino estaba preparándose para convertirse en el principal estado cristiano de la Península, habiendo dejado tras de sí su antigua dependencia de los carolingios y de los gobernantes musulmanes de Tudela.  Las buenas relaciones que mantenía con Almanzor, el musulmán más influyente de finales del siglo X en España, ahorraron al reino la hostilidad de este guerrero. Con Sancho el Bravo, el reino absorbió el condado de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza, y su influencia se extendió a Barcelona y Gascuña antes de que el rey incorporara Castilla (1029) y León (1034).  Al morir, en 1035, era el gobernante cristiano más importante que había habido en España desde el 711.  Después de su muerte sus hijos no pudieron evitar que el imperio quedara dividido en cuatro reinos, que rápidamente se redujeron a tres: Castilla, Aragón y Navarra, y más tarde a dos (1076), al quedar Navarra dividida entre los otros dos.  Pese a todo, volvió a aparecer en 1134, año en que se utilizó por vez primera el nombre de Navarra.

4/10/12

REGIONES RIVALES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA (I)

El segundo califato constituido a principios del siglo X tuvo una influencia mucho menos duradera sobre el Islam que el de los fatimitas, pese a ser más conocido en occidente.  En el 929, el gobernante omeya de España, Abderramán III (912-961), tomó el título de califa después de haber recuperado la plena autoridad de la España musulmana, se afirmó contra los gobernantes de la España cristiana y obtuvo el reconocimiento de su autoridad en Marruecos.  Ahora, gracias a su flota, podía hacer frente eficazmente a los fatimitas y es indudableque fue para revestir de ortodoxia el desafío que adoptó el título de califa.  Su capital, Córdoba, pasó a convertirse en este período en una de las más maravillosas ciudades del mundo y su opulencia, su cultura y su poder no tuvieron rival en la Europa occidental  Su sucesor supo mantener su fama y también su visir Almanzor, que emuló al primer califa cordobés con sus hazañas militares contra los fatimitas del norte de África y contra los estados cristianos españoles.  Almanzor saqueó Barcelona en el 985 y, en el 997, destruyó la nueva iglesia de Comopostela, centro de peregrinaciones.  Sin embargo, a su muerte en 1002, la España islámica volvió a fragmentarse y su unidad ya no volvió a restablecerse nunca más.  Al igual que los demás estados islámicos de oriente que habían conseguido un bienestar cultural y económico bajo el liderazgo de jefes militares, no constituyó un cuerpo político cohesionado y su fabulosa reputación descansa en menos de un siglo de prosperidad.
Aunque intimidados por los gobernantes del al-Ándalus (que era como se conocía el territorio español islámico), los gobernantes cristianos de España en el siglo X iban forjando el futuro de la península en sus respectivos estados.  Las glorias de los califas de Córdoba en el momento de su apogeo ocultan el hecho de que los musulmanes de España estaban más a menudo separados políticamente que unidos y que la pluralidad de la organización política en todo el país refleja la gran diversidad geográfica que presenta España.  Los gobernantes visigodos habían dado un ejemplo de unidad desde su capital en Toledo, pero su gobierno a menudo había sido objeto de revueltas en el país.  La conquista musulmana tampoco tuvo como resultado inmediatamente después del 711 un gobierno efectivo para toda España como conjunto. Los musulmanes, al igual que los visigodos antes que ellos, extendieron su gobierno al sur de la Galia.  Sin embargo, quien gobernaba nominalmente en España era un emir nombrado desde el norte de África o desde Damasco.  La ocupación de Córdoba en el 750 por el omeya Abderramán I estableció una dinastía en España y en aquel tiempo un reino cristiano, Asturias, ya había conseguido arfirmar su independencia.  Pese a ser saqueado y objeto de incursiones, supo eludir la dominación musulmana y organizó la resistencia desde su capital, Oviedo.  Aparte de este remanente cristiano, hay que citar igualmente la Marca Hispánica establecida por Carlomagno, de la que más tarde surgirían el condado de Cataluña y un reino con capital en Pamplona.  Durante más de dos siglos, estos pequeños estados de las montañas del norte de España estuvieron esperando que se presentara la oportunidad, pero los musulmanes, incluso en el siglo X, no pudieron hacer nada para desalojarlos.

3/10/12

CRISIS POLÍTICA EN TIERRAS ISLÁMICAS (y II)

Estas dinastías demostraron que las divisiones del Islam no impedían necesariamente a los musulmanes disfrutar de la cultura abasida, aunque el eclipse del califato les impidiera beneficiarse de cualquier otra forma legítima de gobierno.  A principios del siglo X el Islam se encontraba visiblemente desgarrado en el momento en que se establecieron dos nuevos califatos.  El primero era el califato fatimita, fundado por el imán chiíta al-Madi en Kairouán, actual Túnez, en el 909, en el momento en que se suplantó la dinastía Aglabid.  Su gobierno se extendió rápidamente por todo el norte de África y, una vez que Egipto se liberó de su dinastía gobernante en el 969, la capital del imperio fatimita fue trasladada a la nueva ciudad de El Cairo.
Durante dos siglos los heréticos fatimitas gobernaron el más poderoso de los estados musulmanes.  De sus predecesores Aglabid habían heredado una poderosa flota, si bien la base de su poder en Egipto era el estado independiente, de un siglo de antigüedad, establecido en el 868.  Su fundador, un turco llamado Ahman ibn-Tulun, había sido enviado a Egipto por el califa, si bien orientó la resistencia hacia antiguos agravios provocados por los tributos.  Egipto pasó a ser nuevamente un estado independiente.  El poder de Ahmad se apoyaba en su ejército y extendía su autoridad hasta Siria (877). Durante un breve tiempo el país volvió a estar bajo el gobierno abasida (905-935), para pasar nuevamente a convertirse en feudo de otro turco, Muhammad ibn-Tughj, que restableció los lazos con Siria y ocupó las ciudades santas de La Meca y Medina al otro lado del Mar rojo. Su efímera dinastía , los Ikhshidis, fue suplantada por los fatimitas, que descibrieron que Egipto era una base admirable para sus actividades.  La mejora de la vida económica del país permitió a los fatimitas aplicarse desde el primer momento a llevar a cabo un programa de construcción el que ha quedado vestigios reveladores de la pujanza y esplendor del nuevo régimen.
Los fatimitas, al igual que los abasidas, dependían del ejército e importaban turcos y negros como mercenarios.  En el 962, Alpitgin, antiguo samánida gobernador de Jurasán, había ocupado la ciudad afgana de Ghaznah, que se convertiría en la capital de un nuevo imperio que se extendía hasta el Punjab (conquistado en 1001-1024) y sobre gran parte de los dominios samánidas.  Sin embargo, aquí hubieron de enfrentarse con una familia todavía más poderosa, los Buwayhids, que también debían sus éxitos iniciales a la protección de los samánidas.  Los Buwayihds también eran chiítas y se habían convertido en los amos de Persia antes de avanzar sobre Bagdad en el 945.    La guardia turca del califa huyó y Ahmad ibn-Buwayh pasó a convertirse en su nuevo cismático protector, aun cuando la capital de Ahmad seguía estando en Shiraz.  De hecho, los protectores hacían califas a voluntad durante el siglo de su preeminencia.  Su falta de ortodoxia religiosa y sus peleas de familia estrechaban la base en que se apoyaban pero los únicos que los derribarono fueron los turcos seléucidas.
Poco tiempo después que los Buwayhids ocuparan Bagadad, los destinados a sustituirlos habían lleado hasta los bordes del Islam y se habían establecido en la región de Bujara, donde se convirtieron en leales sunnitas. Los samánidas fueron desalonados de Bujara por los Ikek Khans de Turquestán, mientras que los seleúcidas, inspirándose en su ejemplo, procedieron a apoderarse de Bujara y a avanzar después por tierras de los samánidas y los ghaznawidas. El líder de los seleúcidas, Tugril Beg, ocupó Merv y Nishapur en Jurasán en 1037.  Durante los veinte años siguientes los Buwayhids se vieron expuestos a los ataques de los seleúcidas y, así que hubo caído Persa, Tugril y sus turcomanos se apresuraron a rescatar al califa de manos de sus impíos dominadores.  Después de estas acciones, estos fervientes musulmanes revivieron el poder político del Islam, recuperaron Siria y los Santos Lugares de Arabia de manos de los fatimitas chiítas y se diseminaron por Asia Menor, donde los ejércitos bizantinos, derrotados en Mansikert (1071), no consiguieron evitar la ocupación musulmana.  De esta manera, se perdieron las gloriosas reconquistas del período macedonio como resultado de la ocupación del poder militar islámico.

CRISIS POLÍTICA EN TIERRAS ISLÁMICAS (I)

Los éxitos bizantinos de oriente demuestran que las fuerzas del Islam habían dejado de ser invencibles. El Islam no había alcanzado del todo sus límites medievales, salvo en occidente, pero el establecimiento del califato abasida en el 750 no había permitido resolver correctamente el problema del gobierno de los extensos dominios invadidos por la nueva religión. Los españoles, desde el principio, habían rechazado el califato en favor de un gobernante de la dinastía omeya y, antes de que finalizara el siglo, Marruecos y el Magreb tenían también gobernantes independientes propios.  El traslado de la capital islámica de Damasco a Bagdad, ciudad fundada en el 762, no contribuyó a que en la práctica fuera más fácil dominar las tierras islámicas situadas más al este, pese a la pompa y esplendor cultural de los gobernantes abasidas.  Posiblemente el despertar intelectual de los eruditos islámicos trajo consigo en el siglo IX la asimilación de conocimientos no arábigos, especialmente en tiempos de al-Manun (califa entre el 813 y el 833), lo que contribuyó a disminuir la efectividad política del califato.  Harún al-Raschid había dividido su imperio, al morir, entre dos de sushijos y cuando el pequeño, al Mamun, usurpó a su hermano mayor la dignidad de califa, su principado de Jurasán fue asignado a su victorioso general Tahhir (820).  Tahir y sus sucesores eran nominalmente vasallos del califa, pese a actuar de forma independiente, y de hecho fueron ellos los que iniciaron el proceso de la desintegración islámica en oriente.  En Bagdad, el sucesor de al-Mamun, su hermano al-murasim (833-842), introdujo la costumbre de los guardaespaldas turcos para protegerse contra su propio ejército.  Los gobernantes Tahirid de Jurasán fueron seguidos por los safáridas en el 872, dinastía originada en Sijistán que los convirtió en amos de Persia y que amenazó la propia Bagdad, antes de sucumbir a los usurpadores, los samánidas, dinastía que descendía de un noble persa.  Como los persas, fomentaron su propia literatura así como el conocimiento del árabe y el joven filósofo-científico Avicena (980-1037) se benefició del acceso a su biblioteca de Bujara.

1/10/12

EL RESURGIMIENTO DEL IMPERIO DE ORIENTE (y V)

Aparte de que el búlgaro Simeón exigía la atención, el imperio podía hacer muy poco con los musulmanes, que se amparaban en su fuerza marítima para terminar la conquista de Sicilia (902) y Tesalónica (904).  Una vez controlado Simeón, el nuevo emperador Romanus Lecapenus consolidó la fuerza de su flota y reanudó la guerra en oriente con la recuperación de Melitene (931-934).  Esto provocó un contraataque de los gobernantes Hamdanid, de Mosul, que penetraron en el norte de Siria y luharon contra los griegos desde Alepo.  Pese a todo, la campaña del 943 recuperó Martirópolis, Amida, Dara, Nisibis (Nusaybn) y Edesa (Urfa) para el Imperio.  A lo largo de las repetidas campañas la frontera cambiaba constantemente de lugar y sólo con Nicéforo Focas y Juan Tzimisces fue posible poner fin a la reconquista.  Creta fue recuperada en el 961 y, en el norte de Siria, Nicéforo consiguió avanzar hasta Alepo (962).  Sus éxitos militares en la cuestión de hacer retroceder la frontera desde las montañas del Tauro y la victoria naval que le permitió conquistar Chipre (965) prepararon la espectacular ocupación de Antioquía después de un sitio muy largo y de la sumisión de Alepo, la capital de Hamdanid.  Desde esta posición Tzimisces avanzó contra los fatimitas, que habían invadido Siria, y ocupó Tierra Santa, llegando por el sur hasta Cesárea y decidiendo entonces que la conquista de Jerusalén estaba de momento por encima de sus posibilidades (975-976).  Después de su muerte volvieron los fatimitas, pero Basilio II hizo las paces en unas condiciones que le permitieron la posesión de Antioquía y Rafanea y un protectorado sobre Alepo.  Basilio II puso también bajo su protección parte del reino armenio y anexionó el resto.  Toda la nueva zona fronteriza oriental quedó dividida en distritos: bajo el mando de duques en Antioquía y Mesopotamia; bajo "calepanes" en Edesa, Vaspurkan, Iberia y Teodosiópolis y bajo el strategos de los temas de Teluch, Melitene y Taron.  El imperio oriental, por tanto, estaba en su apogeo medieval cuando murió Basilio II en 1025, por haber experimentado una notable e impredecible recuperación como importante potencia militar y naval contra el asalto que pudiera llegar en cualquier momento.

EL RESURGIMIENTO DEL IMPERIO DE ORIENTE (IV)

Las ciudades dálmatas y los príncipes serbios del interior se doblegaron a las exigencias militares del Imperio, con lo que quedó resuelta la cuestión del "tema" de Dalmacia y se pudo poner término a la organización de los recursos militares del Imperio.  Los temas eran grandes zonas militares, concebidas originariamente en tiempos del emperador romano Heraclio para sustituir la provincia diocleciana y ser guarnecidos con tropas al mando de un strategos que ejercía el poder civil y militar supremo.  Desde el Asia Menor el sistema fue extendiéndose a otras partes del Imperio, y fueron enviados eslavos a colonizar tierras , que cultivaban los campos y tenían unas responsabilidades militares a cambio de las posesiones que se les daban.  Constituyendo reservas humanas y mejorando la economía agrícola, el Imperio fue fortaleciendo su poder y compensando las pérdidas que le habían infligido los árabes en el siglo VII y las infiltraciones eslavas desde el siglo VI.  En el siglo VIII los temas balcánicos se habían extendido desde Tracia (contra los búlgaros) y Hélade para abarcar Macedonia y el Peloponeso.  En el siglo IX, el dominio griego de occidente quedó demostrado con la organización de temas en las islas Jónicas, TEsalónica, Durazzo (Durrës) y Épiro, antes de llegar a Dalmacia.
La recuperación por parte del Imperio de su dominio en occidente ocuparía un segundo puesto en los cálculos imperiales ante el problema de tener que habérselas con el Islam, puesto que si los musulmanes no repitieron después del 717 un asalto directo a Constantinopla, no fue hasta el 740 cuando León III, al derrotarlos en Acroinon, puso fin al saqueo anual que perpetraban en el Asia Menor.  Su sucesor Constantino V (emperador entre el 741 y el 775) realizó una incursión al norte de Siria en el 746 y tomó la fortaleza de Teodosiópolis (Erzurum) y Metilene (Malatya), hitos de nuevas fronteras hasta el 781, año en que el joven Harum al-Raschid condujo el ejército de su padre, el califa abasida al-Mahdi, hasta el interior del Asia Menor.  Sólo se avino a hacer las paces a cambio de un tributo.  Cuando los griegos estaban tratando de recuperarse de aquella humillación, Harún, entonces califa, los castigó vilviendo a Capadocia, más allá de las montañas del Tauro.  Pero el califato abasida de Bagdad daba mucho menos importancia a la frontera imperial que el antiguo califato omeya de Damasco y, a mediados del siglo IX, las campañas se habían convertido en escaramuzas anuales a lo largo dela frontera que servían para mantener en forma a los soldados y al mismo tiempo aportaban un sustancioso botín.  Sin embargo, los griegos se sirvieron de su flota para volver a conquistar Creta durante un breve período (en el 843), aunque no pudieron evitar que los musulmanes del norte de África conquistasen Sicilia.  Pese a ello, en la frontera oriental, los griegos atacaron desde Samosata (Samsat) nada menos que hasta Amida (Diyarbakir) (856) y esta reanudación de la guerra indica precisamente que los griegos no estaban preparados para contraatacar en serio.  Basilio I no consiguió recuperar Melitene, pero inició un asalto a las fronteras que poco a poco fue permitiendo a los griegos hacer retroceder a los musulmanes y crear un estado-valla semiautónomo en Armenia.

EL RESURGIMIENTO DEL IMPERIO DE ORIENTE (III)

Entretanto los griegos recuperaban su ánimo, especialmente en el este.  El emperador Nicéforo llamó a los rusos para que se ocuparan de los búlgaros así que empezaron a resultar incómodos 8968), lo que tuvo por efecto que el sucesor de Nicéforo, Juan Tzimises, encontrara que los rusos eran más temibles que los búlgaros.  Durante el proceso de la expulsión procedió a anexionarse Bulgaria y abolió su patriarcado (971).  No es de sorprender que la muerte de Juan en el 976 desencadenara una reacción, al tiempo qeu en Macedonia comenzaba a tomar forma un nuevo imperio "búlgaro" bajo el zar Samuel, que resucitó el patriarcado y estableció su capital política y eclesiástica en Ócrida.  Al principio Basilio II no consiguió derrotar a Samuel cuando éste expandió su gobierno por el territorio imperial, de tal manera que el imperio de éste llegó a extenderse desde el Adriático hasta el mar Negro.  Basilio II tuvo que enfrentarse con dificultades tanto en Constantinopla como en el frente oriental, pero incluso después de 1001, período durante el cual sostuvo guerras regulares en los Balcanes, tardó muchos años en someter a Samuel (1014) y a su imperio (1018) pese a los importantes recursos del estado griego.  El resultado que perseguía, aun siendo inevitable, tardaba en producirse, a pesar de que el único estado balcánico que se había atrevido a levantarse contra Constantinopla había sido finalmente dominado.
Laimportancia de la organización religiosa en el imperio búlgaro confirma la fuerza de la nueva influencia de la iglesia cristiana en los Balcanes, poco después del inicio de las misiones en la segunda mitad del siglo IX.  La iglesia griega, que como resultado de las conquistas árabes había quedado reducida a un territorio relativamente pequeño dentro del imperio, comenzó en esta época a aumentar el número de sus fieles más allá de las fronteras, igual que había estado haciendo la iglesia romana desde el siglo VIII.  Probablemente fue para no verse preso en la red romano-carolingia que Ratislav, príncipe de Moravia, apeló a Constantinopla para encontrar misioneros cristianos en el 860.  El envío de los hermanos Cirilo y Metodio como misioneros desde Tesalónica llevó a la invención de la escritura cirílica para las lenguas eslavas y a la traducción de la Biblia en escandinavo macedónico.  Así se inició el movimiento misionero que conseguiría la conversión de los eslavos, pese a que la propia Moravia acabó aceptando la autoridad romana.  Los misioneros griegos expulsados de Moravia regresaron a los Balcanes para trabajar entre eslavos meridionales en Serbia y Macedonia.  Allí quedaron protegidos por el poder del Imperio, aparte de que éste también dio muestras de vitalidad restableciendo su dominio en Dalmacia, invadiendo zonas "romanas" como Croacia y reanudando la campaña en Italia.  El Imperio, pues, no sólo había recuperado su vitalidad, sino también su ortodoxia.