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3/10/12

CRISIS POLÍTICA EN TIERRAS ISLÁMICAS (I)

Los éxitos bizantinos de oriente demuestran que las fuerzas del Islam habían dejado de ser invencibles. El Islam no había alcanzado del todo sus límites medievales, salvo en occidente, pero el establecimiento del califato abasida en el 750 no había permitido resolver correctamente el problema del gobierno de los extensos dominios invadidos por la nueva religión. Los españoles, desde el principio, habían rechazado el califato en favor de un gobernante de la dinastía omeya y, antes de que finalizara el siglo, Marruecos y el Magreb tenían también gobernantes independientes propios.  El traslado de la capital islámica de Damasco a Bagdad, ciudad fundada en el 762, no contribuyó a que en la práctica fuera más fácil dominar las tierras islámicas situadas más al este, pese a la pompa y esplendor cultural de los gobernantes abasidas.  Posiblemente el despertar intelectual de los eruditos islámicos trajo consigo en el siglo IX la asimilación de conocimientos no arábigos, especialmente en tiempos de al-Manun (califa entre el 813 y el 833), lo que contribuyó a disminuir la efectividad política del califato.  Harún al-Raschid había dividido su imperio, al morir, entre dos de sushijos y cuando el pequeño, al Mamun, usurpó a su hermano mayor la dignidad de califa, su principado de Jurasán fue asignado a su victorioso general Tahhir (820).  Tahir y sus sucesores eran nominalmente vasallos del califa, pese a actuar de forma independiente, y de hecho fueron ellos los que iniciaron el proceso de la desintegración islámica en oriente.  En Bagdad, el sucesor de al-Mamun, su hermano al-murasim (833-842), introdujo la costumbre de los guardaespaldas turcos para protegerse contra su propio ejército.  Los gobernantes Tahirid de Jurasán fueron seguidos por los safáridas en el 872, dinastía originada en Sijistán que los convirtió en amos de Persia y que amenazó la propia Bagdad, antes de sucumbir a los usurpadores, los samánidas, dinastía que descendía de un noble persa.  Como los persas, fomentaron su propia literatura así como el conocimiento del árabe y el joven filósofo-científico Avicena (980-1037) se benefició del acceso a su biblioteca de Bujara.

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