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3/10/12

CRISIS POLÍTICA EN TIERRAS ISLÁMICAS (y II)

Estas dinastías demostraron que las divisiones del Islam no impedían necesariamente a los musulmanes disfrutar de la cultura abasida, aunque el eclipse del califato les impidiera beneficiarse de cualquier otra forma legítima de gobierno.  A principios del siglo X el Islam se encontraba visiblemente desgarrado en el momento en que se establecieron dos nuevos califatos.  El primero era el califato fatimita, fundado por el imán chiíta al-Madi en Kairouán, actual Túnez, en el 909, en el momento en que se suplantó la dinastía Aglabid.  Su gobierno se extendió rápidamente por todo el norte de África y, una vez que Egipto se liberó de su dinastía gobernante en el 969, la capital del imperio fatimita fue trasladada a la nueva ciudad de El Cairo.
Durante dos siglos los heréticos fatimitas gobernaron el más poderoso de los estados musulmanes.  De sus predecesores Aglabid habían heredado una poderosa flota, si bien la base de su poder en Egipto era el estado independiente, de un siglo de antigüedad, establecido en el 868.  Su fundador, un turco llamado Ahman ibn-Tulun, había sido enviado a Egipto por el califa, si bien orientó la resistencia hacia antiguos agravios provocados por los tributos.  Egipto pasó a ser nuevamente un estado independiente.  El poder de Ahmad se apoyaba en su ejército y extendía su autoridad hasta Siria (877). Durante un breve tiempo el país volvió a estar bajo el gobierno abasida (905-935), para pasar nuevamente a convertirse en feudo de otro turco, Muhammad ibn-Tughj, que restableció los lazos con Siria y ocupó las ciudades santas de La Meca y Medina al otro lado del Mar rojo. Su efímera dinastía , los Ikhshidis, fue suplantada por los fatimitas, que descibrieron que Egipto era una base admirable para sus actividades.  La mejora de la vida económica del país permitió a los fatimitas aplicarse desde el primer momento a llevar a cabo un programa de construcción el que ha quedado vestigios reveladores de la pujanza y esplendor del nuevo régimen.
Los fatimitas, al igual que los abasidas, dependían del ejército e importaban turcos y negros como mercenarios.  En el 962, Alpitgin, antiguo samánida gobernador de Jurasán, había ocupado la ciudad afgana de Ghaznah, que se convertiría en la capital de un nuevo imperio que se extendía hasta el Punjab (conquistado en 1001-1024) y sobre gran parte de los dominios samánidas.  Sin embargo, aquí hubieron de enfrentarse con una familia todavía más poderosa, los Buwayhids, que también debían sus éxitos iniciales a la protección de los samánidas.  Los Buwayihds también eran chiítas y se habían convertido en los amos de Persia antes de avanzar sobre Bagdad en el 945.    La guardia turca del califa huyó y Ahmad ibn-Buwayh pasó a convertirse en su nuevo cismático protector, aun cuando la capital de Ahmad seguía estando en Shiraz.  De hecho, los protectores hacían califas a voluntad durante el siglo de su preeminencia.  Su falta de ortodoxia religiosa y sus peleas de familia estrechaban la base en que se apoyaban pero los únicos que los derribarono fueron los turcos seléucidas.
Poco tiempo después que los Buwayhids ocuparan Bagadad, los destinados a sustituirlos habían lleado hasta los bordes del Islam y se habían establecido en la región de Bujara, donde se convirtieron en leales sunnitas. Los samánidas fueron desalonados de Bujara por los Ikek Khans de Turquestán, mientras que los seleúcidas, inspirándose en su ejemplo, procedieron a apoderarse de Bujara y a avanzar después por tierras de los samánidas y los ghaznawidas. El líder de los seleúcidas, Tugril Beg, ocupó Merv y Nishapur en Jurasán en 1037.  Durante los veinte años siguientes los Buwayhids se vieron expuestos a los ataques de los seleúcidas y, así que hubo caído Persa, Tugril y sus turcomanos se apresuraron a rescatar al califa de manos de sus impíos dominadores.  Después de estas acciones, estos fervientes musulmanes revivieron el poder político del Islam, recuperaron Siria y los Santos Lugares de Arabia de manos de los fatimitas chiítas y se diseminaron por Asia Menor, donde los ejércitos bizantinos, derrotados en Mansikert (1071), no consiguieron evitar la ocupación musulmana.  De esta manera, se perdieron las gloriosas reconquistas del período macedonio como resultado de la ocupación del poder militar islámico.

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