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4/10/12

REGIONES RIVALES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA (I)

El segundo califato constituido a principios del siglo X tuvo una influencia mucho menos duradera sobre el Islam que el de los fatimitas, pese a ser más conocido en occidente.  En el 929, el gobernante omeya de España, Abderramán III (912-961), tomó el título de califa después de haber recuperado la plena autoridad de la España musulmana, se afirmó contra los gobernantes de la España cristiana y obtuvo el reconocimiento de su autoridad en Marruecos.  Ahora, gracias a su flota, podía hacer frente eficazmente a los fatimitas y es indudableque fue para revestir de ortodoxia el desafío que adoptó el título de califa.  Su capital, Córdoba, pasó a convertirse en este período en una de las más maravillosas ciudades del mundo y su opulencia, su cultura y su poder no tuvieron rival en la Europa occidental  Su sucesor supo mantener su fama y también su visir Almanzor, que emuló al primer califa cordobés con sus hazañas militares contra los fatimitas del norte de África y contra los estados cristianos españoles.  Almanzor saqueó Barcelona en el 985 y, en el 997, destruyó la nueva iglesia de Comopostela, centro de peregrinaciones.  Sin embargo, a su muerte en 1002, la España islámica volvió a fragmentarse y su unidad ya no volvió a restablecerse nunca más.  Al igual que los demás estados islámicos de oriente que habían conseguido un bienestar cultural y económico bajo el liderazgo de jefes militares, no constituyó un cuerpo político cohesionado y su fabulosa reputación descansa en menos de un siglo de prosperidad.
Aunque intimidados por los gobernantes del al-Ándalus (que era como se conocía el territorio español islámico), los gobernantes cristianos de España en el siglo X iban forjando el futuro de la península en sus respectivos estados.  Las glorias de los califas de Córdoba en el momento de su apogeo ocultan el hecho de que los musulmanes de España estaban más a menudo separados políticamente que unidos y que la pluralidad de la organización política en todo el país refleja la gran diversidad geográfica que presenta España.  Los gobernantes visigodos habían dado un ejemplo de unidad desde su capital en Toledo, pero su gobierno a menudo había sido objeto de revueltas en el país.  La conquista musulmana tampoco tuvo como resultado inmediatamente después del 711 un gobierno efectivo para toda España como conjunto. Los musulmanes, al igual que los visigodos antes que ellos, extendieron su gobierno al sur de la Galia.  Sin embargo, quien gobernaba nominalmente en España era un emir nombrado desde el norte de África o desde Damasco.  La ocupación de Córdoba en el 750 por el omeya Abderramán I estableció una dinastía en España y en aquel tiempo un reino cristiano, Asturias, ya había conseguido arfirmar su independencia.  Pese a ser saqueado y objeto de incursiones, supo eludir la dominación musulmana y organizó la resistencia desde su capital, Oviedo.  Aparte de este remanente cristiano, hay que citar igualmente la Marca Hispánica establecida por Carlomagno, de la que más tarde surgirían el condado de Cataluña y un reino con capital en Pamplona.  Durante más de dos siglos, estos pequeños estados de las montañas del norte de España estuvieron esperando que se presentara la oportunidad, pero los musulmanes, incluso en el siglo X, no pudieron hacer nada para desalojarlos.

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