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18/10/12

NUEVOS ESTADOS EN LAS TIERRAS CAROLINGIAS (II)

La fuerza de la monarquía Capeta, de la que disfrutaría durante dos siglos, dependía mayormente de las fincas y tierras de la familia y del hecho de contar con la fidelidad de los principales condes del norte de Francia.  El más importante de todos ellos era el jefe de los normandos, que desde los tiempos de Ricardo II (996-1025) se dio a sí mismo el título de duque. Normandía, originariamente un modesto condado con base en Ruán, asignado a Rollo en el 911, había sido ampliad para dar cabida a Bayeux y a las tierras situadas al oeste hasta Mont Saint Michel en el 933.  No todos los normandos habían aceptado de buen grado el cristianismo ni una jurisdicción eclesiástica obligada antes del final del siglo X, pero desde Ricardo II en adelante el duque disfrutaba de un envidiable poder, semejante al de los carolingios sobre soldados e iglesias de su ducado.  La vitalidad de su ducado queda confirmada, además, por la evidencia de peregrinos y exiliados que pasaban a Italia, donde conseguían fama y fortuna.  por el habla eran franceses, pero, por carácter, normandos.  Normandía ya estaba por ese tiempo muy interesada en los asuntos ingleses, pero mucho antes de que el nieto de Ricardo II, Guillermo el Bastardo, se convirtiera en rey de Inglaterra, su amo y señor francés había dejado de tener algo más que una parte nominal en sus asuntos.
El principado de Flandes era comparable a Normandía, pero allí, por contra, el dominio de los nórdicos había sido combatido con éxito por los condes caroligios.  Estos habían procedido a ampliar su jurisdicción desde el distrito de Brujas y el estuario del Yser hasta abarcar el Courtraisis, el Boulonnais, el Tournaisis y los condados de Gantes y Waaas.  Arnoul (conde 918-965), aprovechando las discordias políticas de los últimos reyes carolingios y de los duques Capeto, constituyó el principado de Flandes, en el que acogió a gentes de habla francesa y de habla holandesa.
Las condiciones de vida de siglo X eran lo bastante precarias para justificar el ejercicio de un verdadero poder por parte de los condes, ya que ellos estaban en condiciones de solventar eficazmente los problema locales que los reyes, desde lejos, no podían solucionar.  Las incertidumbres provocadas por la sucesión de la realeza, causantes de seis cambios de dinastía durante un siglo (888-987), las incursiones de los magiares y los problemas con Lorena y los reyes germanos impedían el ejercicio de una vigilancia por parte de los reyes.  Las funciones de la misma monarquía, resumidas en la unidad del reino, cambiaron necesariamente.  os condes no ignoraban al rey ni tampoco, después del 987, aspiraban a usurpar su puesto, pero en la práctica promovían la consolidación de los poderes locales, basados en su capacidad de constituir una fuerza militar local, de hacerse con ella y de recompensarla, de construir castillos y de recaudar fondos acuñando monedas, percibiendo tributos o incluso vendiendo su protección a las iglesias.  Sostenían que la lealtad de sus vasallos era básica para su dominio político sobre tierras, pero no perseguían la sanción religiosa de su autoridad, diferente de la sanción moral. Muchos de ellos eran piadosos benefactores de los monasterios, pero pocos disponían de poderes generales suficientes para nombrar obispos, cosa que sólo podían hacer el duque de Normandía, mientras que en otros aspectos no había verdadero choque entre su real jurisdicción y las provincias eclesiásticas.  Los hombres de iglesia no aprobaban el nuevo orden, puesto que los hacía más vulnerables a los opresores locales, y debían aceptar las condiciones razonables y, manteniendo vivo el recuerdo de Carlomagno, hacer lo posible para salva la fe en los ideales de la realeza.

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