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31/8/12

LA POLÍTICA Y EL PROGRESO DE LA FE (II)

El reino visigodo sólo comenzó a adquirir forma completa con Leovigildo (567-586), que incorporó a su reino a los suevos recién convertidos. Trasladó, además, la capital a Toledo, capital de provincia de la diócesis de Cartagena, que también estaba en manos del imperio.  Muchos de sus vasallos siguieron siendo católicos fervientes, pero él se mantuvo tan firmemente apegado al arrianismo que cuando su hijo Hermenegildo se hizo católico, se negó a darle la correspondiente autorización.  Para él, el arrianismo era la religión que mantenía la cohesión de los godos como pueblo.  Sólo después de la muerte de Leovigildo (586), su sucesor, Recaredo, hizo las paces con la iglesia  y arrastró tras de sí a gran parte de su pueblo.  Posteriormente hubo una reacción, aunque inefectiva.  La alianza por interés entre los gobernantes visigodos (que no establecieron ninguna dinastía real) y la iglesia quedó simbolizada en una ceremonia eclesiástica consistente en ungir al rey.  Los visigodos habían sido los arrianos más recalcitrantes y, de una manera general, los más fieles, pero al final tuvieron que acabar aceptando que la conversión y la asimilación era preferible a seguir en la herejía.  Pese a todo, no fue hasta mediados del siglo VII cuando el rey Recesvinto (649-672), cuyo padre Chindasvinto había abolido el derecho de los godos y romanos a vivir sus propias leyes, estuvo en condiciones de promulgar un único código legislativo, el Liber Iudicorum (Libro de los Juicios, 654).  Parece que los católicos se mostraron satisfechos con sus protectores reales godos pese a lo aires de dominio que adoptaban, por ejemplo, en las designaciones eclesiásticas.  en el curso del siglo VI la iglesia católica española había aprendido a mirar sus propios intereses sin esperar ayuda exterior.  Las buenas relaciones con Roma se habían visto entorpecidas por dificultades de comunicación, pero la Iglesia estaba lo bastante bien organizada para poder celebrar frecuentes concilios y fueron las recopilaciones españolas de leyes canónicas las que brindaron a la Cristiandad occidental sus legislaciones más completas antes de la recuperación carolingia del siglo VIII.  En la época de la conversión de Recaredo el clero estaba perfectamente preparado para ocupar un lugar preponderante en el gobierno real.  El tío del rey, San Leandro, obispo de Sevilla (murió en el año 600), amigo del papa Gregorio I, supervisó el período de transición.  San Isidoro de Sevilla, el hermano más famoso de San Leandro, representa el apogeo de la erudición española durante el período bárbaro.  La tarea de dirigir la iglesia española fue asumida por el metropolitano de Toledo (610), originariamente obispado de la diócesis (provincia) de Cartagena,que había estado en manos griegas cuando Toledo pasó a convertirse en capital del reino.  Los problemas del gobierno de Constantinopla que surgieron poco después permitieron a los godos retirar las guarniciones imperiales y sojuzgar a los vascos, especialmente bajo Suintila, general que acabaría convirtiéndose en rey (623-631).  Sus intentos de asegurar la sucesión a su hijo despertaron la oposición.  No había una sola dinastía real visigoda y eran pocos los reyes cuyo reinado llegara a los diez años, si bien el reino seguía manteniendo su cohesión e incluso conservó Septimania (territorio visigodo situado al sur de la Galia), pese a algunos brotes levantiscos (672).  El siglo VII, por lo general turbulento en oriente, en Italia y en la Galia, fue para los cristianos españoles un período notablemente próspero, aunque ensombrecido por las repetidas represiones contra los judíos, que de todos modos no parece que fueran muy numerosos.

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