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31/8/12

LA POLÍTICA Y EL PROGRESO DE LA FE (I)

El derrumbamiento espectacular del imperio cristiano  en zonas con un poderoso sentimiento cristiano había incitado a los historiadores a sospechar que las diferencias en las opiniones de carácter teológico que se apreciaban entre las poblaciones locales y Constantinopla hicieron que los musulmanes fueran vistos como gratos libertadores más que como odiados enemigos de la fe.  Lo cierto es que, desde mediados del siglo V, la ortodoxia cristiana tal como había sido definida por la Iglesia romana, incluso cuando  fue defendida por los emperadores, no podía prevalecer contra la propagación del monofisismo, predomominante en Egipto, Siria y Armenia.  Hubo varios emperadores que dieron pro sentado que tenían el derecho y el deber de encontrar una fórmula religiosa para imponerla a todo el imperio, sólo para descubrir que era imposible encontrar una que fuera igualmente aceptable por Roma y Alejandría.  Las declaraciones doctrinales de los emperadores no exigen respeto.  Se podía tratar con rudeza a los patriarcas e incluso a los papas, pero no se podían imponer medidas coercitivas contra sus iglesias y perseguirlas habría sido contraproducente.  La tolerancia que mostraban los musulmanes con los cristianos hizo su régimen más aceptable a los devotos que el impuesto por los emperadores ortodoxos.  A partir del siglo V la iglesia de occidente había mostrado mayor flexibilidad que el imperio; lo mismo ocurrió en oriente en el siglo VII.  Cuando el imperio quedó reducido efectivamente al territorio del patriarcado de Constantinopla, otras iglesias cristianas preservaron, incólumes, sus tradiciones religiosas bajo los gobernantes musulmanes.
En occidente, la fuerza de las filiaciones religiosas católicas estribaba en el hecho de que, cuando la autoridad política había caído en manos de los arrianos, las poblaciones católicas de Italia, Galia, España y norte de África, pese a que debían seguir la corriente, se negaron a reconciliarse con los herejes.  Con la conversión de Clodoveo el franco al catolicismo, su paciencia se vio recompensada.  El sometimiento del reino burgundio arriano fue seguido de la derrota del visigodo Alarico II (507).  A su hijo Amalarico sólo le quedó la costa meridional de la Galia y España bajo la protección de su abuelo Teodorico.  La muerte de este último preparó el terreno para el regreso del ortodoxo Justiniano a Italia, y Amalarico, en lugar de volver a aliarse con los francos, se las arregló para provocar una invasión merovingia de España aduciendo malos tratos a su esposa, que era una de las hijas de Clodoveo.  Los visigodos no perdieron totalmente sus tierras del sur de la Galia, pero se vieron obligados a hacer de España la base real de su reino.  Sus derechos a la sucesión dieron a las fuerzas de Justiniano la oportunidad de restablecer el gobierno romano en España.

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