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6/3/13

UN ORDEN NUEVO (II)

La fuente directa de la que surgía esta confianza en uno mismo entre los gobernantes del siglo XIII era su fe en Dios y en la labor de la Iglesia.  A lo largo del siglo XIII, una sucesión de papas, la mayoría pertenecientes a familias romanas, dio a la Cristiandad líderes enérgicos y capacitados que trataron de convertir en realidad la unidad de la Cristiandad simbolizada por la posición de aquellos.  jmáss había sido puesto en duda en occidente la primacía de la silla romana, independientemente de que los papas reivindicaran el hecho de ser los vicarios de San Pedro: a partir del siglo XII monopolizaron el título de "vicario de Cristo, con todo lo que llevaba implícito en relación con su poder espiritual supremo y con alguna que otra alusión a su derecho a intervenir también en los asuntos de los soberanos temporales.  Como nobles romanos por sus orígenes, estaban en situación de ocuparse de los problemas locales, de contratar personal que llevase su compleja administración y, por consiguiente, de intervenir en las cuestiones de toda la Cristiandad.  Como romanos, estaban al corriente de la universalidad de los ideales romanos, si bien eran también profundamente realistas, convencidos de la importancia que tenía contar con una base territorial que perteneciese a la iglesia si su labor tenía que ser efectiva.  Los papas de este período poseían el don de saber tratar de las cuestiones italianas y de las de toda la Cristiandad como si sus respectivos intereses fueran compatibles.  Sus guerras con los emperadores Staufen estaban sufragas en parte con recaudaciones en otras zonas de la Cristiandad, cosa que era impopular y a la que se resistían.  Pese a todo, había que pagar algo, y la sujeción a Roma, aunque criticada, subsistía incólume.  Los papas no siempre eran seres tan resignados ni tan prudentes como podía exigirse de su posición, pero, pese a sus errores, nunca prescindían de importantes sectores de la Cristiandad.
En su tarea espiritual, los papas reconocieron la importancia de contar con colaboradores efectivos y no apuntaron a conseguir sus objetivos a través de una simple manipulación burocrática.  Inocencio III esperaba aligerar la carga de la curia romana haciendo que sus colaboradores obispos aceptasen sus propias responsabilidades. A juzgar por los abundantes documentos dejados por los obispos ingleses, el sentido del celo y del deber por parte de los obispos podía contribuir en gran manera a aportar una visión de conjunto y a localizar defectos en el sistema, aunque no era posible eliminar los abusos ni reducir el contingente de las cuestiones enviadas a Roma para su resolución.  Ellos contribuyeron a desvelar materias que había que someter a la atención papal.  Durante el siglo XIII el Papa y los obispos creían en general que un clero parroquial más educado acabaría siendo un medio indispensable, si no suficiente, para suplir las flaquezas de los ministros y la ignorancia de los laicos.  Aquí es donde podían servir de ayuda las escuelas de los obispos y posiblemente las universidades.  Sin embargo, en el siglo XIII las universidades eran lugares donde se educaban los estratos superiores del clero y no los curas parroquiales.  Sólo a finales el mismo Bonifacio VIII dio los pasos necesarios para permitir que el clero parroquial cursara unos estudios de unos cuantos años concediéndoles permiso para utilizar las rentas de sus beneficios mientras se ausentaban temporalmente de sus parroquias. La mayor parte de los estudiantes del siglo XII, por tanto, dependían de sus propias familias o de benefactores para cursar estudios.  entretanto, antes de que se pudiera disponer de clero educado en cada parroquia, el Papa y los obispos eran secundados en su tarea de instruir al laicado por las nuevas órdenes de frailes, dominicos y franciscanos, ambas bajo la protección papal directa.  Las órdenes estaban especialmente interesadas en la predicación, actividad reservada anteriormente a los obispos y abades, y tenían gran empeño en mantenerse en la pobreza es decir, en rechazar dotaciones para sus conventos y, por consiguiente, en vivir en comunidades ciudadanas pidiendo limosna para cubrir sus necesidades diarias.  Esta negación de uno mismo demuestra hasta qué punto había generado hostilidad aquel antiguo sistema monástico consistente en adquirir dotaciones para solventar las necesidades religiosas, dando pábulo a la sospecha de que de ellas se beneficiaban más los religiosos que Dios.  Los nuevos religiosos se habían propuesto ventilar sospechas y querían vivir de la caridad, trastocando con ello la función que habían tenido los monjes en siglos anteriores. Aunque aquellas órdenes gozaron de gran popularidad entre la cristiandad del siglo XIII e incluso fuera de ella, tanto una como otra durante un primer período se habían comprometido en el cometido de combatir la influencia de la herejía en determinados lugares del sur de Francia y en el centro de Italia.  Los dominicos querían combatir la herejía albigense a través de debates polémicos sobre la doctrina, mientras que los franciscanos trataban de atraerse a las gentes dando ejemplo de humildad sin suscitar la oposición de nadie.  En la práctica, las dos órdenes se vieron muy pronto involucradas en la predicación a grandes audiencias y tuvieron que establecerse forzosamente en ciudades donde hubiera universidad, en las que podían preparar a sus cofrades y atraerse a los estudiantes más idealistas de la época.

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